Un investigador concluye que el claustro de Palamós es un plagio del siglo XX
28/6/12 .- http://www.laopinioncoruna.es/
El anticuario Ignacio Martínez montó las piezas para hacer gran negocio que la guerra truncó
Aprovechando la fiebre americana de principios del siglo pasado por el patrimonio español, el anticuario zamorano Ignacio Martínez emprendió un gran proyecto que le llevaría once años de su vida. Intermediario de bienes de arte de segunda fila -participaba en operaciones con el célebre comerciante Arthur Byne-, Martínez optó por crear su propia reproducción de un claustro románico que montaría en una finca privada del barrio madrileño de Ciudad Lineal para poder comercializarlo. Diseñado por un arquitecto experto en arte medieval y fabricado por experimentados canteros, el anticuario tomaría varias fotografías de aquella imitación para promocionarla y venderla por unos cinco millones de pesetas.
La empresa duró, quizá, más de lo previsto. Las obras se iniciaron en 1931 y finalizaron en torno a 1942. Para entonces la Guerra Civil y la II Guerra Mundial empañaron la operación. Martínez se marchó a Barcelona y la galería dormiría una larga siesta hasta los años cincuenta, cuando finalmente fue adquirido por un millonario alemán, que lo trasladó y lo instaló en la finca privada de Mas del Vent, en Palamós. Hace semanas, el historiador Gerardo Boto reclamaba la atención para el supuesto claustro románico que para el doctor en arquitectura José Miguel Merino de Cáceres es "solo una reproducción". Tampoco "una copia", porque "plagiaron el estilo, no la obra".
Es así como, en principio, se resuelve la apasionante singladura de un claustro que no llegó a cruzar el Atlántico como sí lo hicieron las distintas piezas de los monasterios de Sacramenia y Fuentidueña (Segovia) o Santa María de Ovila (Guadalajara). Operaciones con destino al magnate de la prensa americana William Randolph Hearst en las que fue colaborador necesario el afamado dibujante Arthur Byne, el mismo que trasladó a Estados Unidos varias piezas del derruido Castillo de Benavente para levantar en Berkeley un gran museo de arte medieval que nunca llevó a abrir sus puertas.
El propio anticuario zamorano Ignacio Martínez fue testaferro de Byne en varias operaciones. Ambos colaborarían de nuevo en la venta de un nuevo claustro, pero la repentina muerte del ilustrador americano fue otra piedra en el camino.
El experto en arquitectura medieval Merino de Cáceres seguía la pista de Byne junto a su colaboradora María José Martínez en un trabajo de documentación para un libro sobre venta y expolio de arte español que saldrá a la luz el próximo septiembre. Fue entonces cuando aparecieron multitud de imágenes sobre "un claustro en el medio de la nada" dentro del archivo Moreno que custodia el Ministerio de Cultura. "Tenía un aspecto acartonado, un tanto sospechoso", refleja el arquitecto. En otra foto aparecía un "hombre rico, opulento" junto a la galería. Era el zamorano Ignacio Martínez, "orgulloso" de su obra.
Los investigadores intentaron documentar el origen del extraño conjunto a través de los catálogos monumentales de Gómez Moreno o Torres Balbás. "Nadie hablaba de él y pensamos que era una imitación", apunta Merino de Cáceres. Pasaron las semanas y el claustro se convertía en objeto de los medios de comunicación. No estaba ya en el barrio de Ciudad Lineal, sino en una finca privada de Palamós, junto a una piscina.
Expertos en arte de todo el país hacían quinielas sobre su origen. Por el estilo, la mayoría lo situaba en el entorno de Burgos, Segovia y Palencia. La factura de los capiteles, que recordaban el estilo de la escuela burgalesa de Silos, era la clave. Pero sobre el origen, ni una certeza.
Fue así como Merino de Cáceres y María José Martínez retomaron la investigación sobre el supuesto claustro medieval, del que ahora concluyen que es "una reproducción". El arquitecto de la Politécnica de Madrid admite que no ha visto el claustro "al natural" aunque defiende: "Llego a unas conclusiones después de unos razonamientos, aunque puedo estar equivocado".
¿Cuáles son esas claves? Las medidas de la galería, el deterioro de la labra con respecto a las fotografías de los años treinta, el confuso programa iconográfico y el procedimiento del anticuario Ignacio Martínez llevan a los investigadores a consolidar su postura.
Precisamente, a Merino de Cáceres le llamó la atención el aspecto que los sillares mostraban en las fotografías de Gómez Moreno. "El claustro estaba nuevecito, no tenía pátina y muestra las marcas de un cepillo de cerdas de acero para envejecer la piedra y, además, carece de restos de labra, no tie0ne la huella del hacha ni del trinchante", explica. Sin embargo, la notable estética del conjunto en las imágenes de principios de siglo cambia de manera radical en las fotografías actuales de la galería de Palamós. Está desgastado, deteriorado. "¿Cómo es posible que sufra un deterioro mayor en ochenta años que en los supuestos ochocientos que tendría de ser medieval?", se pregunta el arquitecto. La respuesta es sencilla: los ejecutores de la nueva construcción obviaron la aplicación de la pátina de protección que se aplicaba en la Edad Media para evitar el castigo de la humedad y del paso del tiempo.
Había también otro aspecto que no terminaba de casar. "¿Para qué van a montar en otro sitio un claustro que pudieron fotografiar y documentar en el emplazamiento original?", se pregunta Merino de Cáceres. El único motivo era la posible ruina de la galería, pero "las fotos demuestran que tiene un aspecto impecable" en los años treinta.
En plena efervescencia mediática, un miembro de la familia que se encargó de instalar el claustro en el patio de una casa en Ciudad Lineal da a los investigadores otra pista al hablar del montaje de una obra que venía de Salamanca. El doctor en Arquitectura sitúa el origen de la piedra en la cantera salmantina de Villamayor, "estaba abierta todavía en los años treinta y había muy buenos canteros", argumenta. Y así aparece la pieza que hace encajar todo el puzle. Ignacio Martínez encargó el claustro a un arquitecto que mandó fabricarlo en Salamanca piedra a piedra. Desde allí, la mercancía fue trasladada a Madrid para montar el claustro y exhibirlo a posibles compradores.
Asimismo, la iconografía de la supuesta galería medieval no terminaba de cuadrar. Merino de Cáceres consultó la opinión de la experta Inés Ruiz Montejo, quien le responde que "es una mezcla de temas de distintos bestiarios impropia de artistas medievales porque eran muy serios y profesionales. Hay un lenguaje, unos modelos, un bestiario que funcionaron en los siglos XI y XII bajo una serie de leyes que no se cambiaban".
Por último, el profesor de la Politécnica de Madrid hablaba en este medio la pasada semana de las "sorprendentes medidas" de la obra de Palamós. A Merino de Cáceres le parecieron tan perfectas que había algo raro. "En los claustros, se regulariza la planta y la organización de los monasterios aunque finalmente se desvirtúan las medidas por circunstancias como la orografía", explica. En cambio, esta obra era "sorprendentemente perfecta", fabricada por "un buen arquitecto" y con un "extraordinario resultado".
Así, el zamorano Ignacio Martínez, quizá con la ayuda de las 18.000 pesetas que gana con una lotería comprada en 1931 en su ciudad natal, financia una obra que termina una década más tarde. Uno de los principales compradores, Randolph Hearst ya está en la ruina y aquella fiebre por el arte español había comenzado a apagarse. El claustro se queda a vivir en Ciudad Lineal durante años a la espera de un nuevo comprador.
Aprovechando la fiebre americana de principios del siglo pasado por el patrimonio español, el anticuario zamorano Ignacio Martínez emprendió un gran proyecto que le llevaría once años de su vida. Intermediario de bienes de arte de segunda fila -participaba en operaciones con el célebre comerciante Arthur Byne-, Martínez optó por crear su propia reproducción de un claustro románico que montaría en una finca privada del barrio madrileño de Ciudad Lineal para poder comercializarlo. Diseñado por un arquitecto experto en arte medieval y fabricado por experimentados canteros, el anticuario tomaría varias fotografías de aquella imitación para promocionarla y venderla por unos cinco millones de pesetas.
La empresa duró, quizá, más de lo previsto. Las obras se iniciaron en 1931 y finalizaron en torno a 1942. Para entonces la Guerra Civil y la II Guerra Mundial empañaron la operación. Martínez se marchó a Barcelona y la galería dormiría una larga siesta hasta los años cincuenta, cuando finalmente fue adquirido por un millonario alemán, que lo trasladó y lo instaló en la finca privada de Mas del Vent, en Palamós. Hace semanas, el historiador Gerardo Boto reclamaba la atención para el supuesto claustro románico que para el doctor en arquitectura José Miguel Merino de Cáceres es "solo una reproducción". Tampoco "una copia", porque "plagiaron el estilo, no la obra".
Es así como, en principio, se resuelve la apasionante singladura de un claustro que no llegó a cruzar el Atlántico como sí lo hicieron las distintas piezas de los monasterios de Sacramenia y Fuentidueña (Segovia) o Santa María de Ovila (Guadalajara). Operaciones con destino al magnate de la prensa americana William Randolph Hearst en las que fue colaborador necesario el afamado dibujante Arthur Byne, el mismo que trasladó a Estados Unidos varias piezas del derruido Castillo de Benavente para levantar en Berkeley un gran museo de arte medieval que nunca llevó a abrir sus puertas.
El propio anticuario zamorano Ignacio Martínez fue testaferro de Byne en varias operaciones. Ambos colaborarían de nuevo en la venta de un nuevo claustro, pero la repentina muerte del ilustrador americano fue otra piedra en el camino.
El experto en arquitectura medieval Merino de Cáceres seguía la pista de Byne junto a su colaboradora María José Martínez en un trabajo de documentación para un libro sobre venta y expolio de arte español que saldrá a la luz el próximo septiembre. Fue entonces cuando aparecieron multitud de imágenes sobre "un claustro en el medio de la nada" dentro del archivo Moreno que custodia el Ministerio de Cultura. "Tenía un aspecto acartonado, un tanto sospechoso", refleja el arquitecto. En otra foto aparecía un "hombre rico, opulento" junto a la galería. Era el zamorano Ignacio Martínez, "orgulloso" de su obra.
Los investigadores intentaron documentar el origen del extraño conjunto a través de los catálogos monumentales de Gómez Moreno o Torres Balbás. "Nadie hablaba de él y pensamos que era una imitación", apunta Merino de Cáceres. Pasaron las semanas y el claustro se convertía en objeto de los medios de comunicación. No estaba ya en el barrio de Ciudad Lineal, sino en una finca privada de Palamós, junto a una piscina.
Expertos en arte de todo el país hacían quinielas sobre su origen. Por el estilo, la mayoría lo situaba en el entorno de Burgos, Segovia y Palencia. La factura de los capiteles, que recordaban el estilo de la escuela burgalesa de Silos, era la clave. Pero sobre el origen, ni una certeza.
Fue así como Merino de Cáceres y María José Martínez retomaron la investigación sobre el supuesto claustro medieval, del que ahora concluyen que es "una reproducción". El arquitecto de la Politécnica de Madrid admite que no ha visto el claustro "al natural" aunque defiende: "Llego a unas conclusiones después de unos razonamientos, aunque puedo estar equivocado".
¿Cuáles son esas claves? Las medidas de la galería, el deterioro de la labra con respecto a las fotografías de los años treinta, el confuso programa iconográfico y el procedimiento del anticuario Ignacio Martínez llevan a los investigadores a consolidar su postura.
Precisamente, a Merino de Cáceres le llamó la atención el aspecto que los sillares mostraban en las fotografías de Gómez Moreno. "El claustro estaba nuevecito, no tenía pátina y muestra las marcas de un cepillo de cerdas de acero para envejecer la piedra y, además, carece de restos de labra, no tie0ne la huella del hacha ni del trinchante", explica. Sin embargo, la notable estética del conjunto en las imágenes de principios de siglo cambia de manera radical en las fotografías actuales de la galería de Palamós. Está desgastado, deteriorado. "¿Cómo es posible que sufra un deterioro mayor en ochenta años que en los supuestos ochocientos que tendría de ser medieval?", se pregunta el arquitecto. La respuesta es sencilla: los ejecutores de la nueva construcción obviaron la aplicación de la pátina de protección que se aplicaba en la Edad Media para evitar el castigo de la humedad y del paso del tiempo.
Había también otro aspecto que no terminaba de casar. "¿Para qué van a montar en otro sitio un claustro que pudieron fotografiar y documentar en el emplazamiento original?", se pregunta Merino de Cáceres. El único motivo era la posible ruina de la galería, pero "las fotos demuestran que tiene un aspecto impecable" en los años treinta.
En plena efervescencia mediática, un miembro de la familia que se encargó de instalar el claustro en el patio de una casa en Ciudad Lineal da a los investigadores otra pista al hablar del montaje de una obra que venía de Salamanca. El doctor en Arquitectura sitúa el origen de la piedra en la cantera salmantina de Villamayor, "estaba abierta todavía en los años treinta y había muy buenos canteros", argumenta. Y así aparece la pieza que hace encajar todo el puzle. Ignacio Martínez encargó el claustro a un arquitecto que mandó fabricarlo en Salamanca piedra a piedra. Desde allí, la mercancía fue trasladada a Madrid para montar el claustro y exhibirlo a posibles compradores.
Asimismo, la iconografía de la supuesta galería medieval no terminaba de cuadrar. Merino de Cáceres consultó la opinión de la experta Inés Ruiz Montejo, quien le responde que "es una mezcla de temas de distintos bestiarios impropia de artistas medievales porque eran muy serios y profesionales. Hay un lenguaje, unos modelos, un bestiario que funcionaron en los siglos XI y XII bajo una serie de leyes que no se cambiaban".
Por último, el profesor de la Politécnica de Madrid hablaba en este medio la pasada semana de las "sorprendentes medidas" de la obra de Palamós. A Merino de Cáceres le parecieron tan perfectas que había algo raro. "En los claustros, se regulariza la planta y la organización de los monasterios aunque finalmente se desvirtúan las medidas por circunstancias como la orografía", explica. En cambio, esta obra era "sorprendentemente perfecta", fabricada por "un buen arquitecto" y con un "extraordinario resultado".
Así, el zamorano Ignacio Martínez, quizá con la ayuda de las 18.000 pesetas que gana con una lotería comprada en 1931 en su ciudad natal, financia una obra que termina una década más tarde. Uno de los principales compradores, Randolph Hearst ya está en la ruina y aquella fiebre por el arte español había comenzado a apagarse. El claustro se queda a vivir en Ciudad Lineal durante años a la espera de un nuevo comprador.
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