¿Reinos de taifas? por J. Vicent Lerma y R. González-Villaescusa
24/4/11 .- http://www.levante-emv.com/
¿Reinos de taifas?
Josep Vicent Lerma; Ricardo González-Villaescusa
Tras algunos años de alejamiento de la dinámica congresual al uso, como la ciencia arqueológica andalusí, sometida al sueño de los justos entre nosotros, la celebración del simposio «Los palacios como expresión del poder: los modelos andalusíes y su pervivencia» en Onda (Castelló), 29 de abril al 1 de mayo, nos lleva casi ineluctablemente a parafrasear aquí la obra de Juan Goytisolo de 1986.
En las jornadas organizadas por el Laboratorio de Arqueología y Arquitectura de la Ciudad (LAAC) de Granada (CSIC) y el Ayuntamiento de Onda, diserta una florida panoplia de investigadores y cuenta con una nutrida corte de invitados, muchos de ellos vinculados durante décadas a las tierras valencianas del antiguo Sharq andalusí, entre los que hemos venido disponiendo de silla en platea. Ni siquiera se echa a faltar al sabio referente de nuestro pasado árabe Pierre Guichard.
Pongamos, pues, sosiego en la tesitura de un tema de «moda», como es el de «el palacio taifa de la Alcazaba de Onda» (sic). Pese a que ya se sabe que las palabras y su semántica las carga el diablo, ninguna sombra de duda cabe albergar de la entidad histórica del hisn de Onda en los siglos de al-Andalus, pues ya aparece citado en los itinerarios de al-Udri (1003-1085). Este emplazamiento rural únicamente tendría un momento de especial expansión casi rayano en lo urbano, durante la última centuria antes de la conquista por Jaume I de Aragón. Tal panorama queda acreditado en los trabajos de los años ochenta del pasado siglo de arqueólogos como André Bazzana, en cuya enciclopédica «Maisons d´Al-Andalus: habitat médiévale et structures du peuplement dans l´Espagne orientale» (1992), solamente le atribuye la consideración de pequeño centro regional, siempre bajo la tutela de la única auténtica «madina» urbana de la Plana, Borriana. Es, asimismo, significativa su omisión en el estado de la cuestión «Diez años de Arqueología Medieval Valenciana», que el ínclito Rafael Azuar presentaría en las Jornades d´Arqueologia Valenciana de L´Alfàs del Pi de 1994.
Precisamente es el rescoldo de una reciente visita de uno de nosotros a este «Castell de les Tres-centes Torres», con la amable compañía de quienes durante 25 años han excavado, aunque sujetos a los avatares de las subvenciones públicas, el conjunto de la fortaleza y especialmente, el reducto del castillo campesino musulmán, el que nos invita a adentrarnos en su problemática arquitectónica de atrezzo impecable, aunque sobrevenida, al fin y a la postre. Allí, los restos exhumados en la cima permiten vislumbrar, más allá del aspecto de las mamposterías consolidadas, que se trata de un conjunto arqueológico particularmente interesante, en tanto proporciona un punto de partida para tratar de un abanico de cuestiones relacionadas con las actividades de aquellos viejos asentamientos rústicos, que en el crepúsculo del poder andalusí en nuestras tierras, manifiestan persistentes síntomas de vida urbana, por más que otros «waypoints» del GPS no serían menos idóneos para ello.
En el que algunos consideran inédito complejo residencial áulico taifa, en la islámica «Unda», nos parece reconocer en realidad un conjunto de fortificaciones que en ningún caso situaríamos por su morfología con anterioridad a los últimos estertores del siglo XI. En la estimulante planta del recinto de la alcazaba los modelos previos de inspiración no deberían buscarse en remotos desiertos ni en tierras lejanas, en las que se alzaron palacios omeyas como el de Mshatta (Jordania), ni siquiera deberían pesar más que el hecho fehaciente de materiales constructivos del país, con texturas y aparejos de un típico recinto rectangular cambiante, con lienzos y torres redondas que refuerzan los ángulos y jalonan las cortinas murarias con el ritmo habitual en muchas otras fortalezas andalusíes.
Un trazado inteligente, unas fábricas y unas texturas que parecen encontrarse tan lejos de la Aljafería de Zaragoza, complejo palacial y sede excelente del poder de la dinastía de los hudíes, como tan cerca del yacimiento de Almiserat (Vall de Gallinera, Pego), con improntas de posible origen califal. La antigüedad relativa de la traza de algunos de los paramentos parece atestiguada por los vestigios exhumados durante el minucioso proceso arqueológico. En cambio, la formulación del muro de cierre de la alcazaba, trufado de torreones, no debería convertirse en argumento insoslayable, para establecer paralelismos con reputadas cercas palatinas.
En el interior de la qasba de Onda, la casa solariega dominante pertenecería a un periodo que, en nuestra posición de visitante accidental y sobre la base de nuestros propios conocimientos de casas islámicas de este momento en las urbes de Dénia, Alzira o Valencia, como las nobiliarias de l´Almoina o de la plaza del marqués de Busianos, situaríamos entre el último tercio del siglo XII y el primero del XIII. Quedan bien patentes en Onda los vestigios de algo que definiríamos como una mansión, de patio porticado con andén perimetral, crucero y alberca en uno de sus flancos, que aprovecha toda la superficie disponible en el recinto superior. Una vivienda, una gran casa sin duda, con soluciones similares a las que se hallan en algunos enclaves de la «madina Balansiya» como los antes citados, o en la terraza superior de la medina de Xàtiva, en el Bellveret.
Por consiguiente, en tanto la deseable publicación científica no disipe toda duda con argumentos de mayor enjundia que los genéricos del estilo de lo «más antiguo» y/o «más grande», nuestra visura sobre «Unda» es la de un pródigo hisn, con un proceso de fortificación en unas fechas ajenas al fulgor de las primeras taifas (circa 1.100 A.D.). Un siglo más tarde, el espacio de la acrópolis sería ocupado por una emblemática edificación, sin duda vinculada a un destacado gobernante como, por qué no, el propio Zayyan ibn Mardanish, señor de este castillo. Un espacio relicto, topográficamente excelente, en cuyo seno se construyó una diáfana casa nobiliaria. Con alcobas y departamentos ampulosos, aunque carentes de testimonio alguno de ornato excepcional, más allá de estucados a la almagra y amplios pórticos y donde los ulteriores contextos de abandono, no sugieren mayores propuestas de reconstrucción antes de la conquista feudal, ni en nuestra opinión siquiera autorizan ensoñaciones palatinas necesariamente más vetustas.
Josep Vicent Lerma; Ricardo González-Villaescusa
Tras algunos años de alejamiento de la dinámica congresual al uso, como la ciencia arqueológica andalusí, sometida al sueño de los justos entre nosotros, la celebración del simposio «Los palacios como expresión del poder: los modelos andalusíes y su pervivencia» en Onda (Castelló), 29 de abril al 1 de mayo, nos lleva casi ineluctablemente a parafrasear aquí la obra de Juan Goytisolo de 1986.
En las jornadas organizadas por el Laboratorio de Arqueología y Arquitectura de la Ciudad (LAAC) de Granada (CSIC) y el Ayuntamiento de Onda, diserta una florida panoplia de investigadores y cuenta con una nutrida corte de invitados, muchos de ellos vinculados durante décadas a las tierras valencianas del antiguo Sharq andalusí, entre los que hemos venido disponiendo de silla en platea. Ni siquiera se echa a faltar al sabio referente de nuestro pasado árabe Pierre Guichard.
Pongamos, pues, sosiego en la tesitura de un tema de «moda», como es el de «el palacio taifa de la Alcazaba de Onda» (sic). Pese a que ya se sabe que las palabras y su semántica las carga el diablo, ninguna sombra de duda cabe albergar de la entidad histórica del hisn de Onda en los siglos de al-Andalus, pues ya aparece citado en los itinerarios de al-Udri (1003-1085). Este emplazamiento rural únicamente tendría un momento de especial expansión casi rayano en lo urbano, durante la última centuria antes de la conquista por Jaume I de Aragón. Tal panorama queda acreditado en los trabajos de los años ochenta del pasado siglo de arqueólogos como André Bazzana, en cuya enciclopédica «Maisons d´Al-Andalus: habitat médiévale et structures du peuplement dans l´Espagne orientale» (1992), solamente le atribuye la consideración de pequeño centro regional, siempre bajo la tutela de la única auténtica «madina» urbana de la Plana, Borriana. Es, asimismo, significativa su omisión en el estado de la cuestión «Diez años de Arqueología Medieval Valenciana», que el ínclito Rafael Azuar presentaría en las Jornades d´Arqueologia Valenciana de L´Alfàs del Pi de 1994.
Precisamente es el rescoldo de una reciente visita de uno de nosotros a este «Castell de les Tres-centes Torres», con la amable compañía de quienes durante 25 años han excavado, aunque sujetos a los avatares de las subvenciones públicas, el conjunto de la fortaleza y especialmente, el reducto del castillo campesino musulmán, el que nos invita a adentrarnos en su problemática arquitectónica de atrezzo impecable, aunque sobrevenida, al fin y a la postre. Allí, los restos exhumados en la cima permiten vislumbrar, más allá del aspecto de las mamposterías consolidadas, que se trata de un conjunto arqueológico particularmente interesante, en tanto proporciona un punto de partida para tratar de un abanico de cuestiones relacionadas con las actividades de aquellos viejos asentamientos rústicos, que en el crepúsculo del poder andalusí en nuestras tierras, manifiestan persistentes síntomas de vida urbana, por más que otros «waypoints» del GPS no serían menos idóneos para ello.
En el que algunos consideran inédito complejo residencial áulico taifa, en la islámica «Unda», nos parece reconocer en realidad un conjunto de fortificaciones que en ningún caso situaríamos por su morfología con anterioridad a los últimos estertores del siglo XI. En la estimulante planta del recinto de la alcazaba los modelos previos de inspiración no deberían buscarse en remotos desiertos ni en tierras lejanas, en las que se alzaron palacios omeyas como el de Mshatta (Jordania), ni siquiera deberían pesar más que el hecho fehaciente de materiales constructivos del país, con texturas y aparejos de un típico recinto rectangular cambiante, con lienzos y torres redondas que refuerzan los ángulos y jalonan las cortinas murarias con el ritmo habitual en muchas otras fortalezas andalusíes.
Un trazado inteligente, unas fábricas y unas texturas que parecen encontrarse tan lejos de la Aljafería de Zaragoza, complejo palacial y sede excelente del poder de la dinastía de los hudíes, como tan cerca del yacimiento de Almiserat (Vall de Gallinera, Pego), con improntas de posible origen califal. La antigüedad relativa de la traza de algunos de los paramentos parece atestiguada por los vestigios exhumados durante el minucioso proceso arqueológico. En cambio, la formulación del muro de cierre de la alcazaba, trufado de torreones, no debería convertirse en argumento insoslayable, para establecer paralelismos con reputadas cercas palatinas.
En el interior de la qasba de Onda, la casa solariega dominante pertenecería a un periodo que, en nuestra posición de visitante accidental y sobre la base de nuestros propios conocimientos de casas islámicas de este momento en las urbes de Dénia, Alzira o Valencia, como las nobiliarias de l´Almoina o de la plaza del marqués de Busianos, situaríamos entre el último tercio del siglo XII y el primero del XIII. Quedan bien patentes en Onda los vestigios de algo que definiríamos como una mansión, de patio porticado con andén perimetral, crucero y alberca en uno de sus flancos, que aprovecha toda la superficie disponible en el recinto superior. Una vivienda, una gran casa sin duda, con soluciones similares a las que se hallan en algunos enclaves de la «madina Balansiya» como los antes citados, o en la terraza superior de la medina de Xàtiva, en el Bellveret.
Por consiguiente, en tanto la deseable publicación científica no disipe toda duda con argumentos de mayor enjundia que los genéricos del estilo de lo «más antiguo» y/o «más grande», nuestra visura sobre «Unda» es la de un pródigo hisn, con un proceso de fortificación en unas fechas ajenas al fulgor de las primeras taifas (circa 1.100 A.D.). Un siglo más tarde, el espacio de la acrópolis sería ocupado por una emblemática edificación, sin duda vinculada a un destacado gobernante como, por qué no, el propio Zayyan ibn Mardanish, señor de este castillo. Un espacio relicto, topográficamente excelente, en cuyo seno se construyó una diáfana casa nobiliaria. Con alcobas y departamentos ampulosos, aunque carentes de testimonio alguno de ornato excepcional, más allá de estucados a la almagra y amplios pórticos y donde los ulteriores contextos de abandono, no sugieren mayores propuestas de reconstrucción antes de la conquista feudal, ni en nuestra opinión siquiera autorizan ensoñaciones palatinas necesariamente más vetustas.
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