Iruña Veleia resucita
9/5/10 .- http://www.elcorreo.com
EL CORREO recorre la ciudad romana escenario del mayor escándalo arqueológico de Euskadi. Mientras, la muralla sucumbre al paso del tiempo
El principal yacimiento arqueológico alavés se reabrirá al público en julio
El movimiento más mínimo que se produce en Iruña Veleia, si se observa con los ojos adecuados, puede entrar en la categoría de los acontecimientos históricos. Por ejemplo, esa piedra que se desprende de la muralla doliente y majestuosa y que rueda por su superficie irregular. Esa piedra llevaba allí, inmóvil, 1.700 años. Desde principios del siglo IV. Desde que un esclavo con las piernas al aire -sólo los hombres libres podían llevar toga larga- la encajó minuciosamente. Y lo hizo del todo ajeno a que diecisiete siglos después ese fragmento daría de que hablar en un mundo lleno de cosas mágicas.
Dos conclusiones se extraen de lo anterior: que el más importante yacimiento arqueológico de Álava puede decirnos mucho del pasado, y que tras sobrevivir durante casi dos milenios su estado de salud es malo. Sobre ambos aspectos se pretende trabajar en una atmósfera contaminada por el presunto fraude que empaña el presente de Iruña Veleia. Porque sus anteriores gestores, con el destituido arqueólogo Eliseo Gil al frente, presentaron unos hallazgos extraordinarios que, según los dictámenes de expertos, resultaron ser falsos. Porque el asunto está en los tribunales después de que la Diputación presentase querellas por estafa y delito contra el patrimonio. Y porque desde que todo esto salió a la luz, en noviembre de 2008, el yacimiento está cerrado.
Año y medio después de aquel shock la vieja ciudad romana prepara su resurrección. Hace un par de semanas se presentó el plan director que marca los pasos a seguir en la próxima década, y esta vez la administración vigilará con atención los trabajos, de los que se encargará la UPV. Cualquiera podrá verlos, porque el yacimiento se volverá a abrir al público en julio. Dos meses antes de que eso ocurra, EL CORREO recorre la excavación con Julio Núñez, el arqueólogo que dirigirá las actuaciones.
La ruta comienza en el centro de recepción de visitantes, situado junto a un aparcamiento con capacidad para 200 coches. Se trata de un cubo acristalado donde quienes se acerquen a Veleia encontrarán planos e información sobre la zona. Aquí les remitirán al museo Bibat, donde se exponen los principales hallazgos arrancados al yacimiento, entre los que destaca la 'Dama de Iruña', una escultura de una emperatriz romana de casi dos metros. También hay capiteles, epigrafías, elementos metálicos...
Justo al lado del centro de recepción, al Este, se extiende una campa de 17.000 metros cuadrados. En verano comenzará a excavarse porque por aquí pasaba la 'vía romana 34', que unía Astorga con Burdeos, antes de entrar en la ciudad. Fotografías aéreas revelan que bajo el manto verde se esconden formas que intuyen la existencia de patios porticados, calles, habitaciones. «Los visitantes, antes de entrar en el oppidum -la ciudad fortificada- podrán ver aquí los sistemas de excavación y se les explicará el método arqueológico», adelanta Núñez. El plan director también prevé actuar en otras dos zonas, de manera que la superficie excavada pasará de los actuales 2.100 metros a 26.500 durante la próxima década.
Cinco metros de grosor
Si miramos al Norte vemos una masa vegetal y, tras ella, se adivinan fragmentos de muralla. «Ahí esta prevista una actuación paisajística». Se hará una poda selectiva para dejar a la vista el imponente muro protector. Es el elemento más espectacular del yacimiento. En la base dominan los sillares rotundos, bloques de piedra reutilizados que procedían de edificios interiores. El resto está formado por piedras y tierra que hoy presentan un perfil irregular. «Se está cayendo», alerta el arqueólogo. «Su consolidación es lo primero que debemos abordar a nivel de conservación».
La muralla tiene un grosor de cinco metros y su altura se eleva hasta los ocho, aunque en sus tiempos de esplendor podría haberse alzado hasta los once. Ahora abundan los derrumbes y, en ciertas áreas, ha quedado reducida a montículos cubiertos de vegetación.
Una de las zonas mejor conservada es la de la entrada al oppidum. Dos torres defensivas flanquean la puerta. En la piedra se aprecian las guías por las que caía desde arriba el rastrillo metálico que impedía la entrada de las amenazas. Quienes accedían a la ciudad, ya fuera para hacer llegar el correo imperial, para recaudar impuestos o para comerciar, se encontraban a la izquierda con edificaciones cuya función hoy se desconoce. Sólo quedan los sótanos. El director de la excavación resopla antes de señalar dos problemas que son comunes en varias edificaciones a lo largo de todo el yacimiento. En primer lugar, critica que se haya excavado en exceso, de manera que los muros que hoy se ven no eran tales, sino cimentaciones. Y lo que parecen habitaciones son, en realidad, sótanos. «Habrá que rellenar para recuperar la cota original», advierte.
En segundo lugar señala con el dedo los muros recrecidos. Las estructuras originales apenas se elevan unos centímetros del suelo. Sobre ellas, la parte nueva. «Se ha reconstruido con mortero de cal poco cohesionado con la obra original», y eso, dice, es peligroso. «Cuando llueve, el agua corre por las zonas recrecidas», que aguantan bien el envite. Pero el líquido se sigue desplazando hacia abajo y «lava el muro original», menos resistente. Se ven sus piedras desnudas, sin mortero. «Hay riesgo de que se parta, caiga y, con él, también la parte nueva, que está encima». En este área, para evitar la erosión del agua, se prevé construir canalizaciones, instalar geotextiles y consolidar estructuras que sucumben.
Elementos discordantes
A pocos metros hay casetas de obra. «Esto no ocurre en ningún yacimiento del mundo», se lamenta el arqueólogo. «Tener esto aquí, en el recinto amurallado, encima de los restos...». El plan es trasladarlas a la parcela que está junto al aparcamiento, donde también se prevé levantar estructuras para, entre otras cosas, organizar talleres para escolares. Pero para que eso ocurra deberá terminar el proceso judicial, ya que las casetas, propiedad de la empresa Lurmen -de Eliseo Gil- están precintadas.
Luego se llega a la casa de Pompeya Valentina. Es la postal más reconocible de Iruña Veleia, donde está ese impluvium, con su mosaico parcialmente reconstruido, bajo el que se esconde la cisterna. Allí, la rica familia acumulaba el agua de lluvia. Cerca, otra casa, otro impluvium y una alarma. «Esto está cada día peor», maldice Núñez. El agua se ha filtrado y los muros parecen frágiles. La escena se repite en otra vivienda algo más al norte, justo antes de llegar a la zona medieval.
¿Medieval? «Está cubierta por ese bosque». Una explosión de vegetación oculta un convento, una iglesia, un hospital y varias casas. Porque aquí, hasta el siglo XVIII estuvieron «los Caballeros Hospitalarios de la Orden de San Juan de Jerusalén», aclara Núñez. Poco se sabe de estos monjes cuyo cometido era proteger a los peregrinos porque «era una orden secreta».
La convivencia de vestigios históricos de distintos momentos es una constante en Veleia. Aparece otro muro de piedra. «Esto es un aterrazamiento. Hasta los años cincuenta del pasado siglo aquí había fincas de cultivo, estaba todo parcelado». Así que otro reto es diferenciar lo viejo de lo nuevo. Se ve bien en la zona del templo. Frente a él, donde se cree que estaba el foro, la plaza principal, varios muros se cruzan a ras de suelo dibujando formas geométricas caprichosas: corresponden a diferentes edificaciones levantadas en distintas épocas.
En este extremo del yacimiento, el opuesto a la entrada, se planea habilitar una zona de descanso. Es el punto más alto y también donde se pierde la muralla. Ahí se realizarán excavaciones para determinar por dónde pasaba el muro fortificado que protegía las once hectáreas que ocupa el oppidum. Pero hay mucho más trabajo por delante. Porque la ciudad se extendía extramuros. ¿Cuántos habitantes tenía? Cualquier respuesta sería pura especulación, porque en arqueología, para determinar poblaciones, se atiende a las dimensiones de los edificios públicos. Y en Veleia «no ha aparecido ninguno, salvo ese templo, que ni siquiera sabemos si era el principal».
El principal yacimiento arqueológico alavés se reabrirá al público en julio
El movimiento más mínimo que se produce en Iruña Veleia, si se observa con los ojos adecuados, puede entrar en la categoría de los acontecimientos históricos. Por ejemplo, esa piedra que se desprende de la muralla doliente y majestuosa y que rueda por su superficie irregular. Esa piedra llevaba allí, inmóvil, 1.700 años. Desde principios del siglo IV. Desde que un esclavo con las piernas al aire -sólo los hombres libres podían llevar toga larga- la encajó minuciosamente. Y lo hizo del todo ajeno a que diecisiete siglos después ese fragmento daría de que hablar en un mundo lleno de cosas mágicas.
Dos conclusiones se extraen de lo anterior: que el más importante yacimiento arqueológico de Álava puede decirnos mucho del pasado, y que tras sobrevivir durante casi dos milenios su estado de salud es malo. Sobre ambos aspectos se pretende trabajar en una atmósfera contaminada por el presunto fraude que empaña el presente de Iruña Veleia. Porque sus anteriores gestores, con el destituido arqueólogo Eliseo Gil al frente, presentaron unos hallazgos extraordinarios que, según los dictámenes de expertos, resultaron ser falsos. Porque el asunto está en los tribunales después de que la Diputación presentase querellas por estafa y delito contra el patrimonio. Y porque desde que todo esto salió a la luz, en noviembre de 2008, el yacimiento está cerrado.
Año y medio después de aquel shock la vieja ciudad romana prepara su resurrección. Hace un par de semanas se presentó el plan director que marca los pasos a seguir en la próxima década, y esta vez la administración vigilará con atención los trabajos, de los que se encargará la UPV. Cualquiera podrá verlos, porque el yacimiento se volverá a abrir al público en julio. Dos meses antes de que eso ocurra, EL CORREO recorre la excavación con Julio Núñez, el arqueólogo que dirigirá las actuaciones.
La ruta comienza en el centro de recepción de visitantes, situado junto a un aparcamiento con capacidad para 200 coches. Se trata de un cubo acristalado donde quienes se acerquen a Veleia encontrarán planos e información sobre la zona. Aquí les remitirán al museo Bibat, donde se exponen los principales hallazgos arrancados al yacimiento, entre los que destaca la 'Dama de Iruña', una escultura de una emperatriz romana de casi dos metros. También hay capiteles, epigrafías, elementos metálicos...
Justo al lado del centro de recepción, al Este, se extiende una campa de 17.000 metros cuadrados. En verano comenzará a excavarse porque por aquí pasaba la 'vía romana 34', que unía Astorga con Burdeos, antes de entrar en la ciudad. Fotografías aéreas revelan que bajo el manto verde se esconden formas que intuyen la existencia de patios porticados, calles, habitaciones. «Los visitantes, antes de entrar en el oppidum -la ciudad fortificada- podrán ver aquí los sistemas de excavación y se les explicará el método arqueológico», adelanta Núñez. El plan director también prevé actuar en otras dos zonas, de manera que la superficie excavada pasará de los actuales 2.100 metros a 26.500 durante la próxima década.
Cinco metros de grosor
Si miramos al Norte vemos una masa vegetal y, tras ella, se adivinan fragmentos de muralla. «Ahí esta prevista una actuación paisajística». Se hará una poda selectiva para dejar a la vista el imponente muro protector. Es el elemento más espectacular del yacimiento. En la base dominan los sillares rotundos, bloques de piedra reutilizados que procedían de edificios interiores. El resto está formado por piedras y tierra que hoy presentan un perfil irregular. «Se está cayendo», alerta el arqueólogo. «Su consolidación es lo primero que debemos abordar a nivel de conservación».
La muralla tiene un grosor de cinco metros y su altura se eleva hasta los ocho, aunque en sus tiempos de esplendor podría haberse alzado hasta los once. Ahora abundan los derrumbes y, en ciertas áreas, ha quedado reducida a montículos cubiertos de vegetación.
Una de las zonas mejor conservada es la de la entrada al oppidum. Dos torres defensivas flanquean la puerta. En la piedra se aprecian las guías por las que caía desde arriba el rastrillo metálico que impedía la entrada de las amenazas. Quienes accedían a la ciudad, ya fuera para hacer llegar el correo imperial, para recaudar impuestos o para comerciar, se encontraban a la izquierda con edificaciones cuya función hoy se desconoce. Sólo quedan los sótanos. El director de la excavación resopla antes de señalar dos problemas que son comunes en varias edificaciones a lo largo de todo el yacimiento. En primer lugar, critica que se haya excavado en exceso, de manera que los muros que hoy se ven no eran tales, sino cimentaciones. Y lo que parecen habitaciones son, en realidad, sótanos. «Habrá que rellenar para recuperar la cota original», advierte.
En segundo lugar señala con el dedo los muros recrecidos. Las estructuras originales apenas se elevan unos centímetros del suelo. Sobre ellas, la parte nueva. «Se ha reconstruido con mortero de cal poco cohesionado con la obra original», y eso, dice, es peligroso. «Cuando llueve, el agua corre por las zonas recrecidas», que aguantan bien el envite. Pero el líquido se sigue desplazando hacia abajo y «lava el muro original», menos resistente. Se ven sus piedras desnudas, sin mortero. «Hay riesgo de que se parta, caiga y, con él, también la parte nueva, que está encima». En este área, para evitar la erosión del agua, se prevé construir canalizaciones, instalar geotextiles y consolidar estructuras que sucumben.
Elementos discordantes
A pocos metros hay casetas de obra. «Esto no ocurre en ningún yacimiento del mundo», se lamenta el arqueólogo. «Tener esto aquí, en el recinto amurallado, encima de los restos...». El plan es trasladarlas a la parcela que está junto al aparcamiento, donde también se prevé levantar estructuras para, entre otras cosas, organizar talleres para escolares. Pero para que eso ocurra deberá terminar el proceso judicial, ya que las casetas, propiedad de la empresa Lurmen -de Eliseo Gil- están precintadas.
Luego se llega a la casa de Pompeya Valentina. Es la postal más reconocible de Iruña Veleia, donde está ese impluvium, con su mosaico parcialmente reconstruido, bajo el que se esconde la cisterna. Allí, la rica familia acumulaba el agua de lluvia. Cerca, otra casa, otro impluvium y una alarma. «Esto está cada día peor», maldice Núñez. El agua se ha filtrado y los muros parecen frágiles. La escena se repite en otra vivienda algo más al norte, justo antes de llegar a la zona medieval.
¿Medieval? «Está cubierta por ese bosque». Una explosión de vegetación oculta un convento, una iglesia, un hospital y varias casas. Porque aquí, hasta el siglo XVIII estuvieron «los Caballeros Hospitalarios de la Orden de San Juan de Jerusalén», aclara Núñez. Poco se sabe de estos monjes cuyo cometido era proteger a los peregrinos porque «era una orden secreta».
La convivencia de vestigios históricos de distintos momentos es una constante en Veleia. Aparece otro muro de piedra. «Esto es un aterrazamiento. Hasta los años cincuenta del pasado siglo aquí había fincas de cultivo, estaba todo parcelado». Así que otro reto es diferenciar lo viejo de lo nuevo. Se ve bien en la zona del templo. Frente a él, donde se cree que estaba el foro, la plaza principal, varios muros se cruzan a ras de suelo dibujando formas geométricas caprichosas: corresponden a diferentes edificaciones levantadas en distintas épocas.
En este extremo del yacimiento, el opuesto a la entrada, se planea habilitar una zona de descanso. Es el punto más alto y también donde se pierde la muralla. Ahí se realizarán excavaciones para determinar por dónde pasaba el muro fortificado que protegía las once hectáreas que ocupa el oppidum. Pero hay mucho más trabajo por delante. Porque la ciudad se extendía extramuros. ¿Cuántos habitantes tenía? Cualquier respuesta sería pura especulación, porque en arqueología, para determinar poblaciones, se atiende a las dimensiones de los edificios públicos. Y en Veleia «no ha aparecido ninguno, salvo ese templo, que ni siquiera sabemos si era el principal».
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