Memoria histórica remota
3/5/09 .- http://www.elcomerciodigital.com
Alberto PIQUERO Articulista
R ECIENTEMENTE presentado en Gijón, el libro del escritor leonés José Pedro Pereira, 'Alfonso VI, vida pública y privada del rey', es, además, de una novela escrita con documentación y talento, una prueba más de que nuestra memoria histórica (próxima y remota) duerme en demasiadas ocasiones el sueño de las injusticias. Mientras en Nueva York conmemoraban hispanistas de reconocido prestigio internacional, los 900 años cumplidos de la muerte de aquel monarca al que se apellidó el Bravo y que dio continuidad a la Reconquista iniciada en Asturias, extendiendo sus límites (con vigor y tolerancia) hasta el río Tajo, incluyendo Toledo, en León o en el Principado (hecha la excepción de Sahagún de Campos, donde reposan sus restos), la fecha está pasando sin pena ni gloria. Es precisamente esa sorprendente negligencia la que azuzó la pluma de José Pedro Pereira, con un resultado literario admirable. El texto permite muchas lecturas. En principio y como es de rigor, la histórica, sobre la que se vuelca la sociológica -dándonos noticia de un mundo que habitaron tres religiones: la cristiana, la musulmana y la judía-, introduciendo un estudio psicológico de Alfonso VI que está lleno de inteligencia y añadiendo, si se quiere, la lectura de aventuras, en la que se suceden intrigas y batallas, luchas intestinas (tanto entre cristianos, como musulmanes) y auxilios mutuos, amores y traiciones, allá por los siglos XI y XII, mediados por un mapa hecho de reinos y taifas.
Alfonso VI, rey de Asturias y León, nacido en 1040 y fallecido en 1109 (siempre a cuidado de que la Era Hispánica se inicia en el año 38 antes de Cristo), es quien nos relata desde su lecho mortuorio en el feudo toledano, una vida colosal que se reconstruye y avanza realizando tirabuzones temporales. Una estructura que José Pedro Pereira dosifica sabiamente y que acaba configurando una narración circular. Antes de rememorar su propia biografía, el rey evoca a sus padres, Fernando I y Sancha, situándonos en el marco de la época y transparentando las iniciales emociones íntimas, al lado del temblor de los acontecimientos históricos. Después, será el turno de la primera persona, en un plano casi de igualdad con el de su hermana Urraca, más que una figura fraterna, que aquí se trata en términos de delicadeza, aunque existan investigadores que aluden directamente al incesto y no sólo a su influencia política. Alfonso VI tuvo cinco esposas -la más querida, la mora Zaida, cristianizada como Isabel-, pero el vínculo fraterno con Urraca sobrevivió a las diferentes circunstancias matrimoniales. Al fondo, sus hermanos, García, y el primogénito, Sancho II, quien siendo peor tratado en el testamento paterno, acabará ocasionando una fuente de conflictos que se resolverán con su muerte.
La muerte y los fratricidios son moneda corriente de aquellas encrucijadas, sin que el autor de la novela deje de abonar una simpatía indudable por el protagonista principal, al que incluso se le debería conceder la visión integradora (a la que hoy acaso llamaríamos Alianza de Civilizaciones) con la que quiso gobernar Toledo tras tomar la ciudad capital y simbólica de visigodos o musulmanes. Ahí, la intervención del arzobispo de Toledo, Bernardo -con la Iglesia hemos topado-, mancillando la Mezquita Mayor, llevaría las buenas intenciones por otros derroteros.
Si son muchas las lecturas posibles, no son menos los episodios significativos, que nos hacen viajar por la geografía pre-hispánica, ya sea en los orígenes de obras arquitectónicas tan formidables como la basílica leonesa o el monasterio de Sahagún, guiándonos por el camino de Santiago o poniendo en cuestión las luces campeadoras de El Cid, que en el retrato sale tan feroz y a veces leal, como falto de inteligencia.
Un mosaico riquísimo, sustrato de nuestra contemporaneidad, que nos refiere la gloria del poder y sus miserias con la proximidad y el detalle de quien hubiera trotado por los Campos Góticos. Un amigo de la mayor confianza del monarca, Pedro Ansúrez, le confía en una ocasión: «El tiempo no se acaba nunca, Alfonso». «Pero nosotros, sí», le responde éste. Y así sería de no mediar libros construidos con el acero noble, la sensibilidad y el conocimiento que nos regala José Pedro Pereira.
R ECIENTEMENTE presentado en Gijón, el libro del escritor leonés José Pedro Pereira, 'Alfonso VI, vida pública y privada del rey', es, además, de una novela escrita con documentación y talento, una prueba más de que nuestra memoria histórica (próxima y remota) duerme en demasiadas ocasiones el sueño de las injusticias. Mientras en Nueva York conmemoraban hispanistas de reconocido prestigio internacional, los 900 años cumplidos de la muerte de aquel monarca al que se apellidó el Bravo y que dio continuidad a la Reconquista iniciada en Asturias, extendiendo sus límites (con vigor y tolerancia) hasta el río Tajo, incluyendo Toledo, en León o en el Principado (hecha la excepción de Sahagún de Campos, donde reposan sus restos), la fecha está pasando sin pena ni gloria. Es precisamente esa sorprendente negligencia la que azuzó la pluma de José Pedro Pereira, con un resultado literario admirable. El texto permite muchas lecturas. En principio y como es de rigor, la histórica, sobre la que se vuelca la sociológica -dándonos noticia de un mundo que habitaron tres religiones: la cristiana, la musulmana y la judía-, introduciendo un estudio psicológico de Alfonso VI que está lleno de inteligencia y añadiendo, si se quiere, la lectura de aventuras, en la que se suceden intrigas y batallas, luchas intestinas (tanto entre cristianos, como musulmanes) y auxilios mutuos, amores y traiciones, allá por los siglos XI y XII, mediados por un mapa hecho de reinos y taifas.
Alfonso VI, rey de Asturias y León, nacido en 1040 y fallecido en 1109 (siempre a cuidado de que la Era Hispánica se inicia en el año 38 antes de Cristo), es quien nos relata desde su lecho mortuorio en el feudo toledano, una vida colosal que se reconstruye y avanza realizando tirabuzones temporales. Una estructura que José Pedro Pereira dosifica sabiamente y que acaba configurando una narración circular. Antes de rememorar su propia biografía, el rey evoca a sus padres, Fernando I y Sancha, situándonos en el marco de la época y transparentando las iniciales emociones íntimas, al lado del temblor de los acontecimientos históricos. Después, será el turno de la primera persona, en un plano casi de igualdad con el de su hermana Urraca, más que una figura fraterna, que aquí se trata en términos de delicadeza, aunque existan investigadores que aluden directamente al incesto y no sólo a su influencia política. Alfonso VI tuvo cinco esposas -la más querida, la mora Zaida, cristianizada como Isabel-, pero el vínculo fraterno con Urraca sobrevivió a las diferentes circunstancias matrimoniales. Al fondo, sus hermanos, García, y el primogénito, Sancho II, quien siendo peor tratado en el testamento paterno, acabará ocasionando una fuente de conflictos que se resolverán con su muerte.
La muerte y los fratricidios son moneda corriente de aquellas encrucijadas, sin que el autor de la novela deje de abonar una simpatía indudable por el protagonista principal, al que incluso se le debería conceder la visión integradora (a la que hoy acaso llamaríamos Alianza de Civilizaciones) con la que quiso gobernar Toledo tras tomar la ciudad capital y simbólica de visigodos o musulmanes. Ahí, la intervención del arzobispo de Toledo, Bernardo -con la Iglesia hemos topado-, mancillando la Mezquita Mayor, llevaría las buenas intenciones por otros derroteros.
Si son muchas las lecturas posibles, no son menos los episodios significativos, que nos hacen viajar por la geografía pre-hispánica, ya sea en los orígenes de obras arquitectónicas tan formidables como la basílica leonesa o el monasterio de Sahagún, guiándonos por el camino de Santiago o poniendo en cuestión las luces campeadoras de El Cid, que en el retrato sale tan feroz y a veces leal, como falto de inteligencia.
Un mosaico riquísimo, sustrato de nuestra contemporaneidad, que nos refiere la gloria del poder y sus miserias con la proximidad y el detalle de quien hubiera trotado por los Campos Góticos. Un amigo de la mayor confianza del monarca, Pedro Ansúrez, le confía en una ocasión: «El tiempo no se acaba nunca, Alfonso». «Pero nosotros, sí», le responde éste. Y así sería de no mediar libros construidos con el acero noble, la sensibilidad y el conocimiento que nos regala José Pedro Pereira.
Noticias relacionadas
- Memoria histórica de al-Andalus
- La memoria histórica de al-Andalus yace en bibliotecas del desierto africano
- En memoria del profesor Johnny De Meulemeester
- Los Amigos de San Esteban piden a Ujaldón que difunda la memoria de la excavación
- Seminario Torres Balbás: “Polonia, memoria y restauración arquitectónica”
Comenta la noticia desde Facebook
Comentarios
No hay comentarios.