Langreo medieval

11/10/07 .- http://www.lne.es

JAVIER GARCÍA CELLINO

Mucho se ha especulado siempre con la conveniencia o no de volver la vista atrás, una elección que no es buena ni mala, sino todo lo contrario dependiendo siempre del sitio en el que pongamos el ojo a la hora de apuntar.

Hay personas que prefieren olvidar el pasado, ignorando aquellas palabras de Chesterton: «Todos los hombres de la historia que han hecho algo con el futuro tenían los ojos fijos en el presente», mientras que otras, en cambio, no consiguen despegarse de una espesa nostalgia que va creciendo con el paso de los años y que, en algunos casos, acaba convirtiéndose en una inmensa jungla de melancolía (esa suerte de extraña felicidad que consiste en estar siempre triste).

Como es lógico, cada cual tiene derecho a dejar grabadas en su retina las imágenes que le parecen más interesantes, pues, a fin de cuentas -el cine y el pensamiento tienen un estrecho parentesco-, es como si la película perfecta se desarrollara detrás de tus ojos y tus ojos la proyectasen, de modo que vieras lo que deseabas ver. Si bien, habría que convenir que ciertas nostalgias, llevadas a su límite, pueden resultar peligrosas (lo que parece evidente, sobre todo, cuando de rodar ciertos planos se trata: aún hay actores cejijuntos que no cesan de ofrecernos su particular «revival» de anteriores períodos políticos).

Metidos en harina cinematográfica, no parece que haya muchas dudas sobre la representación -mercado medieval- que, año tras año por estas fechas, nos sirven los integrantes de la Sociedad de Festejos y Cultura «San Pedro», y que goza del beneplácito de un público que siempre está dispuesto a llenar el aforo del Parque Viejo de La Felguera. Entre otros factores, el éxito hay que atribuirlo a la calidad de la ambientación, pues, en este caso, la fidelidad de la puesta en escena se complementa con un exigente mimo en los decorados. Algo que resulta evidente para quienes disfrutan contemplando las secuencias largas de los artesanos que ofrecen sus distintos trabajos o las más cortas del aroma de los embutidos o de la boroña que sazona buena parte del territorio medieval langreano.

Quizá lo más interesante del espectáculo -además de su excelente resultado final- sea la abundante respuesta de un público siempre deseoso de disfrutar con cualquier detalle que despierte su atención. Y a fe que en este caso existe un abundante y rico itinerario, durante el cual, y a poco que se fuerce la imaginación, podemos encontrarnos con reyes, nobles, caballeros, juglares, campesinos, bufones u otros personajes de época, vestidos con brocados, algodones y lanas de todo tipo. Incluso, por qué no, haciendo que la imaginación vuele más alto, es posible despojarnos de la pesada armadura metálica que nos oprime el pecho o gozar de una suculenta pata de cochinillo durante la cena en alguna jaima medieval.

Todo ello, sin olvidar que estamos recorriendo un largo yacimiento histórico (del siglo V al XV, aproximadamente) y que, del mismo modo que hacemos nosotros hoy, serán otros visitantes los que, en el futuro, se asomarán a nuestras intimidades. Que estén bien aseadas y que sean dignas de contemplación dependerá, sobre todo, del esfuerzo que hagamos cada uno de nosotros. Aunque, visto el espectáculo que damos a diario, no parece, precisamente, fácil de conseguir.

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