El nacimiento de una ciudad
8/7/07 .- Abc.es/Sevilla
Puede que sea el documento más importante de la historia de Alcalá. En sus líneas de protocolaria caligrafía se marca el inicio de una nueva etapa para la ciudad en la que su configuración actual hunde sus raíces. Es el documento por el que se repuebla el Castillo y sus alrededores con personas llegadas de diversas partes de España. Es la creación de una nueva ciudad en lo que serían entonces tierras yermas, asoladas por largos años de contienda. La fórmula es la de Carta Puebla que Alfonso X otorgó en 1280 y que ahora se ha recuperado para el conocimiento y estudio. El IES Albero ha editado el documento y un interesante estudio sobre el mismo a cargo de Marcos Fernández Gómez.
El nacimiento de la Alcalá cristiana, que dio origen a la actual ciudad, tiene mucho que ver con dos imágenes muy lejanas en el tiempo y la distancia. Una es la de los pioneros que conquistaron el Oeste americano, donde obtenían tierras con la única obligación de cultivarlas y defenderlas. Otra la moderna concesión de viviendas protegidas por parte de la administración en condiciones ventajosas. Algo similar ocurrió en Alcalá en 1280. El rey Alfonso X otorgó a 150 habitantes una Carta Puebla en la que se les otorgaba el derecho a habitar en el Castillo y a cultivar las tierras de sus alrededores, con concesiones concretas de parcelas. Pero tan generosa cesión tenía una contrapartida. Habían de mantener la fortaleza en perfecto estado de revista y defenderla de las incursiones de los musulmanes desde las tierras de los alrededores. Se especifica que debían realizar las labores de ronda y vigilancia del Castillo a lo largo de toda la jornada. Son los 150 alcalareños a los que les reconoce como tales documentalmente, con sus derechos y deberes correspondientes.
Estos pobladores cuando llegaron a la «montaña» de Alcalá como se denomina al alcor fortificado, pudieron divisar un lugar poco habitado a pesar de la riqueza de la tierra en la que se encontraban. Es muy posible que, como cita Marcos Fernández, la población del Castillo estuviera entonces limitada a la guarnición que lo guardaba debido a la inseguridad que generó la invasión y los saqueos de los benimerines desde 1275 a 1277. Y ello a pesar de que la conquista de Alcalá se había producido ya en 1246. La forma de atraerlos era darles grandes ventajas. Y en aquel tiempo los mejores dones eran la tierra para cultivar, máxime se eximía como en este caso a los nuevos pobladores de impuestos y prestaciones. Al menos durante seis años debían permanecer viviendo en el Castillo, periodo durante el cual no podían vender las tierras obtenidas.
Pero claro, para la monarquía el trato también era ventajoso. Necesitaba contar con defensores de una fortaleza que era la puerta de Sevilla por la zona sur. Si la imponente fortaleza alcalareña caía, Sevilla estaba desguarnecida. Y además se libraba de los gastos que le suponían velas, rondas y atalayas.
Curiosamente, el contenido de la carta puebla no se conoce por el documento original, sino por su reproducción posterior en varios documentos que la citan literalmente con valor notarial y que datan de 1455.
El libro añade además la reproducción de otros documentos cifrados entre 1280 y 1335 en los que se configura la situación legal de la ciudad alcalareña y en los que se hace referencia a la Carta Puebla original como legislación que avala la existencia de Alcalá y las posesiones que corresponden a sus moradores. De esta forma, el contenido original nos llega a la actualidad debido a los pleitos que el Consejo de Alcalá mantenía con Sevilla. Varios señores de la ciudad comenzaron a usurpar tierras que correspondían a Alcalá, haciendo uso de sus pastos. Los alcalareños protestaron con su Carta Puebla en la mano. El sello real que la avalaba les dio la razón por encima de los intereses de los sevillanos.
Estos documentos hablan además de otros interesantes capítulos de la historia de Alcalá de Guadaíra y Sevilla. De forma recurrente se cita el topónimo de Las Chozas de Cáceres, del que no se tenía constancia hasta ahora. Sería un asentamiento rural y las tierras aledañas en el que habitarían agricultores y cuya localización y estudio ha pasado a convertirse en materia interesante. Los documentos aportan el primer dato para su localización, ya que el topónimo se sustituye posteriormente por otros tres resultantes de la división del primero: Matallana, Torre del Abad y Las Veredas. Esto es, el sureste del término alcalareño entre los límites de Carmona y Utrera y siguiendo la vereda de Morón de la Frontera.
El nacimiento de la Alcalá cristiana, que dio origen a la actual ciudad, tiene mucho que ver con dos imágenes muy lejanas en el tiempo y la distancia. Una es la de los pioneros que conquistaron el Oeste americano, donde obtenían tierras con la única obligación de cultivarlas y defenderlas. Otra la moderna concesión de viviendas protegidas por parte de la administración en condiciones ventajosas. Algo similar ocurrió en Alcalá en 1280. El rey Alfonso X otorgó a 150 habitantes una Carta Puebla en la que se les otorgaba el derecho a habitar en el Castillo y a cultivar las tierras de sus alrededores, con concesiones concretas de parcelas. Pero tan generosa cesión tenía una contrapartida. Habían de mantener la fortaleza en perfecto estado de revista y defenderla de las incursiones de los musulmanes desde las tierras de los alrededores. Se especifica que debían realizar las labores de ronda y vigilancia del Castillo a lo largo de toda la jornada. Son los 150 alcalareños a los que les reconoce como tales documentalmente, con sus derechos y deberes correspondientes.
Estos pobladores cuando llegaron a la «montaña» de Alcalá como se denomina al alcor fortificado, pudieron divisar un lugar poco habitado a pesar de la riqueza de la tierra en la que se encontraban. Es muy posible que, como cita Marcos Fernández, la población del Castillo estuviera entonces limitada a la guarnición que lo guardaba debido a la inseguridad que generó la invasión y los saqueos de los benimerines desde 1275 a 1277. Y ello a pesar de que la conquista de Alcalá se había producido ya en 1246. La forma de atraerlos era darles grandes ventajas. Y en aquel tiempo los mejores dones eran la tierra para cultivar, máxime se eximía como en este caso a los nuevos pobladores de impuestos y prestaciones. Al menos durante seis años debían permanecer viviendo en el Castillo, periodo durante el cual no podían vender las tierras obtenidas.
Pero claro, para la monarquía el trato también era ventajoso. Necesitaba contar con defensores de una fortaleza que era la puerta de Sevilla por la zona sur. Si la imponente fortaleza alcalareña caía, Sevilla estaba desguarnecida. Y además se libraba de los gastos que le suponían velas, rondas y atalayas.
Curiosamente, el contenido de la carta puebla no se conoce por el documento original, sino por su reproducción posterior en varios documentos que la citan literalmente con valor notarial y que datan de 1455.
El libro añade además la reproducción de otros documentos cifrados entre 1280 y 1335 en los que se configura la situación legal de la ciudad alcalareña y en los que se hace referencia a la Carta Puebla original como legislación que avala la existencia de Alcalá y las posesiones que corresponden a sus moradores. De esta forma, el contenido original nos llega a la actualidad debido a los pleitos que el Consejo de Alcalá mantenía con Sevilla. Varios señores de la ciudad comenzaron a usurpar tierras que correspondían a Alcalá, haciendo uso de sus pastos. Los alcalareños protestaron con su Carta Puebla en la mano. El sello real que la avalaba les dio la razón por encima de los intereses de los sevillanos.
Estos documentos hablan además de otros interesantes capítulos de la historia de Alcalá de Guadaíra y Sevilla. De forma recurrente se cita el topónimo de Las Chozas de Cáceres, del que no se tenía constancia hasta ahora. Sería un asentamiento rural y las tierras aledañas en el que habitarían agricultores y cuya localización y estudio ha pasado a convertirse en materia interesante. Los documentos aportan el primer dato para su localización, ya que el topónimo se sustituye posteriormente por otros tres resultantes de la división del primero: Matallana, Torre del Abad y Las Veredas. Esto es, el sureste del término alcalareño entre los límites de Carmona y Utrera y siguiendo la vereda de Morón de la Frontera.
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