Fortalezas en ruina (León)

13/1/13 .- http://www.diariodeleon.es

No es León una provincia que haya mostrado especial cuidado o aprecio por sus castillos y murallas, aunque de vez en cuando las noticias relativas a su extremo abandono repiquen en el campanario de la actualidad. Generalmente cuando el desinterés ha conducido las cosas a una situación desesperada y de difícil retorno. Si hablamos de murallas, no identifico ahora mismo de memoria otra ciudad que las tenga en estado tan deplorable como León. Esta situación resulta especialmente sangrante por longines replica tratarse de un patrimonio singular, que combina el cíngulo romano con la ampliación medieval. Hablando de murallas, no hay muchas ciudades españolas con las que pueda establecerse un parangón. Y sin embargo es fácil comprobar de un vistazo rápido a lo más inmediato cómo han mejorado en estos años el cerco de Zamora, el cuidado y promoción de las de Ciudad Rodrigo o los conjuntos excepcionales de Ávila y Lugo. En ese rango, las murallas de León son las menos afortunadas.

La declaración monumental masiva de 1931, con la que la Segunda República puso a salvo lo más granado de nuestro patrimonio histórico, incluía las murallas de León y las de Mansilla, pero no las de Astorga, que estuvieron sin protección hasta 1978. El caso de Mansilla es bien sangrante. Su recinto de chinarros fluviales ha ido perdiendo lienzos enteros de su perímetro, mientras la parte conservada refleja las cicatrices de una restauración atropellada. Menos mal que la vegetación del Esla disimula los desaguisados. Lo ordinario es ver caerse las cercas de pura desidia. Así ha ocurrido en Almanza, en Grajal o en Valderas, donde ya tan poco queda. Un portillo con algunos lienzos en Almanza, que la gente atribuye por familiaridad toponímica al palacio de Almanzor; una puerta del dieciséis en Grajal, que tan mal ha cuidado su herencia de barro; y dos arcos mudéjares en Valderas, uno de ellos repintado.

Pero este requilorio de pérdidas es nada si se compara con la calamitosa situación de nuestros castillos. «Los castillos nos envían ideas», anotó Ortega en su bitácora de El espectador. Y precisamente quienes viven más cerca de su indefensión nos dan la alarma por la situación terminal en que se encuentran los castillos de Alba, Cea, Omaña, Valderas y Vega de Valcarce. Alguno tan reiteradamente maltratado, como el de Alba, que apenas deja ver otra cosa que el arranque de sus cimientos. Los demás van cediendo, sometidos a la lima del abandono, que antes devoró a los de Luna, Lusío, Nogarejas, Truchas o Castrocalbón. Otros tuvieron más suerte, como los de Ponferrada, Cornatel, Coyanza, Turienzo, Boca o Lillo y han recibido inversiones para salir del deterioro, mientras algunos mantienen su habitación: Corullón, Palacios o Villafranca del Bierzo.

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