Arqueologia y crisis por D. Vaquerizo Gil
27/5/11 .- http://www.diariocordoba.com
Arqueologia y crisis por Desiderio Vaquerizo Gil
La historia reciente de la arqueología andaluza comienza con la transferencia de competencias en materia de Patrimonio Histórico desde el Gobierno central a la Comunidad Autónoma, a mediados de los pasados años ochenta. Hasta ese momento, había sido el Museo Arqueológico, de la mano de su directora, Ana M Vicent Zaragoza, el único garante de la recuperación y conservación patrimonial en nuestra ciudad, con más índice de fracasos que de éxitos. Aun así, buena parte del escaso legado material que hoy conservamos fue exhumado en aquella etapa, por lo que la balanza se desequilibra dramáticamente en nuestra contra.
Tras asumir toda la responsabilidad al respecto, la Junta de Andalucía crea, en el marco de la Consejería de Cultura, la Dirección General de Bienes Culturales, e inicia una nueva línea legislativa en materia arqueológica que desde sus primeros balbuceos pretendió ser (y fue) innovadora, ante lo cual el mundo de la investigación creyó iniciada una etapa diferente, abierta a nuevos planteamientos y rigurosa en todos sus niveles.
Sin embargo, a partir de ese mismo momento, y en coincidencia sustancialmente con el periodo álgido del boom inmobiliario, se inició también una actividad excavadora frenética gobernada por la improvisación, que puso patas arriba y con las tripas al aire a la inmensa mayoría de nuestras ciudades históricas, removiendo un volumen de tierra sin precedentes, en más de una ocasión sin verdadera necesidad (debido, entre otras razones, a errores gravísimos de planificación), sin las suficientes garantías de calidad en bastantes de los proyectos de intervención, las intervenciones mismas y las memorias de resultados de éstas, y, casi siempre, sin un plan adecuado de conservación, protección y divulgación de los restos. Algo terrible desde el punto de vista del conocimiento, pero que permitió el desarrollo de una nueva clase de profesionales: los arqueólogos urbanos o de urgencia, agrupados habitualmente en empresas, cooperativas o sociedades, que empezaron a proliferar en la misma medida en que se desarrollaba el mercado inmobiliario. Durante algo más de una década la cosa funcionó: se movía muchísimo dinero, las obras públicas y privadas alcanzaban dimensiones pocas veces vistas, la ciudad se extendió hasta límites sólo superados en época califal, y el mercado arqueológico se convirtió en el principal marco de inserción laboral para cientos de recién licenciados que accedían a él sin grandes exigencias de cualificación. Mientras, algunas instancias sociales, reforzadas por los medios de comunicación, se empeñaban en hacer de nuestros archivos del subsuelo la principal rémora para el desarrollo urbanístico, provocando entre la ciudadanía un rechazo explícito que se convirtió para muchos en la justificación moral que necesitaban. Primaban las prisas sobre la planificación, la inmediatez sobre el sosiego, el método sobre la ciencia, excavar sobre hacer historia, lo crematístico sobre la deontología, la parte por el todo. Y así nos fue. Hoy, de la innumerable relación de intervenciones arqueológicas realizadas entre 1985 y 2010 son pocas las que pueden considerarse lecturas estratigráficas realmente científicas; menos aún las que han visto la luz, o han servido para la resolución de un problema arqueológico concreto. Y de aquella inmensa pléyade de profesionales dedicados a la Arqueología en cualquiera de sus facetas, solo consiguen perseverar unos pocos, mientras el resto se han visto forzados a tomar nuevos derroteros.
Con la burbuja inmobiliaria estalló también la burbuja arqueológica, y nada volverá a ser como antes. Lo han entendido las Administraciones, y lo están sufriendo en carne propia quienes pensaron un día que podrían ganarse la vida en este campo. Por desgracia, serán pocos los que en el futuro podrán hacer arqueología urbana, sencillamente porque serán pocas las obras; pero, en cualquier caso, si llegara a producirse una situación similar a la vivida, cosa que dudo, hago votos por que no caigamos en los mismos errores ni en la misma falta de previsión.
Mientras tanto, quienes quieran desarrollar su carrera como arqueólogos habrán de reinventarse. ¿Cómo...? Mediante la formación sostenida, el compromiso con la realidad patrimonial inmediata, la internacionalización, el incremento de la investigación sobre el trabajo de campo, la imaginación, la versatilidad, la polivalencia y la solvencia.
No hay más vías, en una sociedad gobernada por la ausencia de valores que se niega a dar paso a los más jóvenes, que se mueve entre la falta de trabajo y la precariedad laboral, que no sabe qué hacer consigo misma.
Miren alrededor y no tendrán dificultad en percibirlo, porque los problemas indicados cobran especial dramatismo en Córdoba, y es obligación de todos marcar la senda a quienes han de sucedernos en el tiempo. Aprendamos, en definitiva, a rentabilizar nuestro pasado como recurso: histórico, patrimonial, económico, y quizá así logremos transmutar en futuro lo que hoy es solo desesperanza.
Desiderio Vaquerizo Gil es Catedrático de Arqueología en la Universidad de Córdoba
La historia reciente de la arqueología andaluza comienza con la transferencia de competencias en materia de Patrimonio Histórico desde el Gobierno central a la Comunidad Autónoma, a mediados de los pasados años ochenta. Hasta ese momento, había sido el Museo Arqueológico, de la mano de su directora, Ana M Vicent Zaragoza, el único garante de la recuperación y conservación patrimonial en nuestra ciudad, con más índice de fracasos que de éxitos. Aun así, buena parte del escaso legado material que hoy conservamos fue exhumado en aquella etapa, por lo que la balanza se desequilibra dramáticamente en nuestra contra.
Tras asumir toda la responsabilidad al respecto, la Junta de Andalucía crea, en el marco de la Consejería de Cultura, la Dirección General de Bienes Culturales, e inicia una nueva línea legislativa en materia arqueológica que desde sus primeros balbuceos pretendió ser (y fue) innovadora, ante lo cual el mundo de la investigación creyó iniciada una etapa diferente, abierta a nuevos planteamientos y rigurosa en todos sus niveles.
Sin embargo, a partir de ese mismo momento, y en coincidencia sustancialmente con el periodo álgido del boom inmobiliario, se inició también una actividad excavadora frenética gobernada por la improvisación, que puso patas arriba y con las tripas al aire a la inmensa mayoría de nuestras ciudades históricas, removiendo un volumen de tierra sin precedentes, en más de una ocasión sin verdadera necesidad (debido, entre otras razones, a errores gravísimos de planificación), sin las suficientes garantías de calidad en bastantes de los proyectos de intervención, las intervenciones mismas y las memorias de resultados de éstas, y, casi siempre, sin un plan adecuado de conservación, protección y divulgación de los restos. Algo terrible desde el punto de vista del conocimiento, pero que permitió el desarrollo de una nueva clase de profesionales: los arqueólogos urbanos o de urgencia, agrupados habitualmente en empresas, cooperativas o sociedades, que empezaron a proliferar en la misma medida en que se desarrollaba el mercado inmobiliario. Durante algo más de una década la cosa funcionó: se movía muchísimo dinero, las obras públicas y privadas alcanzaban dimensiones pocas veces vistas, la ciudad se extendió hasta límites sólo superados en época califal, y el mercado arqueológico se convirtió en el principal marco de inserción laboral para cientos de recién licenciados que accedían a él sin grandes exigencias de cualificación. Mientras, algunas instancias sociales, reforzadas por los medios de comunicación, se empeñaban en hacer de nuestros archivos del subsuelo la principal rémora para el desarrollo urbanístico, provocando entre la ciudadanía un rechazo explícito que se convirtió para muchos en la justificación moral que necesitaban. Primaban las prisas sobre la planificación, la inmediatez sobre el sosiego, el método sobre la ciencia, excavar sobre hacer historia, lo crematístico sobre la deontología, la parte por el todo. Y así nos fue. Hoy, de la innumerable relación de intervenciones arqueológicas realizadas entre 1985 y 2010 son pocas las que pueden considerarse lecturas estratigráficas realmente científicas; menos aún las que han visto la luz, o han servido para la resolución de un problema arqueológico concreto. Y de aquella inmensa pléyade de profesionales dedicados a la Arqueología en cualquiera de sus facetas, solo consiguen perseverar unos pocos, mientras el resto se han visto forzados a tomar nuevos derroteros.
Con la burbuja inmobiliaria estalló también la burbuja arqueológica, y nada volverá a ser como antes. Lo han entendido las Administraciones, y lo están sufriendo en carne propia quienes pensaron un día que podrían ganarse la vida en este campo. Por desgracia, serán pocos los que en el futuro podrán hacer arqueología urbana, sencillamente porque serán pocas las obras; pero, en cualquier caso, si llegara a producirse una situación similar a la vivida, cosa que dudo, hago votos por que no caigamos en los mismos errores ni en la misma falta de previsión.
Mientras tanto, quienes quieran desarrollar su carrera como arqueólogos habrán de reinventarse. ¿Cómo...? Mediante la formación sostenida, el compromiso con la realidad patrimonial inmediata, la internacionalización, el incremento de la investigación sobre el trabajo de campo, la imaginación, la versatilidad, la polivalencia y la solvencia.
No hay más vías, en una sociedad gobernada por la ausencia de valores que se niega a dar paso a los más jóvenes, que se mueve entre la falta de trabajo y la precariedad laboral, que no sabe qué hacer consigo misma.
Miren alrededor y no tendrán dificultad en percibirlo, porque los problemas indicados cobran especial dramatismo en Córdoba, y es obligación de todos marcar la senda a quienes han de sucedernos en el tiempo. Aprendamos, en definitiva, a rentabilizar nuestro pasado como recurso: histórico, patrimonial, económico, y quizá así logremos transmutar en futuro lo que hoy es solo desesperanza.
Desiderio Vaquerizo Gil es Catedrático de Arqueología en la Universidad de Córdoba
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