Preocupación por el patrimonio arqueológico libio
1/4/11 .- http://www.elreservado.es
Los portavoces de la agencia de las Naciones Unidas para los asuntos culturales, científicos y educativos han abogado oficialmente por un cuidado del patrimonio histórico y cultural libio en estos tensos momentos de conflictos internos y externos. Por poner un ejemplo, la mitad norte del país, en especial la zona costera, posee una notable riqueza arqueológica helena en las antiguas ciudades de Cirene, Apolonia o Ptolemaida –en la parte oriental del país– y no son pocas las urbes de origen púnico y reconstruidas por los romanos como Leptis Magna, cuna del emperador Septimio Severo, o Sabratha, ambas Patrimonio de la Humanidad.
Por otra parte la UNESCO también ha destacado el sitio arqueológico de Tadrart Acacus, famoso por sus pinturas rupestres. Recordando los protocolos de 1959 y 1999 de la Convención de La Haya para la Protección del Patrimonio Cultural, la Directora General de la UNESCO, Irina Bokova, ha solicitado que todas las partes implicadas procuren respetar al máximo las zonas históricas y culturales para evitar daños irreparables como los ejemplos de Irak, hace unos años y de Egipto, más recientemente, han ilustrado con los bombardeos o los saqueos indiscriminados.
Para algunos puede sonar cínico o por lo menos extraño semejante grado de preocupación, por parte de autoridades internacionales, hacia objetos o conjuntos de inmuebles mientras miles de personas son heridas, encontrando incluso la muerte en las revueltas o en los ataques de unos y otros. Tanto si la comunidad internacional interviene militarmente o no, la triste realidad es que la sangre va a seguir corriendo por Libia, siendo una tragedia tan desagradable como numerosa en la historia humana. Sin embargo el cuidado del patrimonio libio no es excluyente del desvelo por la población civil y el envío de ayuda médica o de cualquier otro tipo.
Se pueden intentar aunar los esfuerzos de las naciones para ello y así evitar las dos catástrofes: la humana y la cultural, pues la segunda también es muy grave. La desaparecida Elizabeth Taylor en su papel de reina de Egipto en la “Cleopatra” de J. Mankiewicz, afirmaba que nadie tenía el derecho de destruir un solo pensamiento humano, que es lo que representan y transmiten estos objetos, sean esculturas, mosaicos o libros. Cuando uno se dedica a la historia y en especial a la arqueología, aprende que los restos antiguos, al margen de ser valiosos por sí mismos en base a su antigüedad o su calidad, encierran un enorme tesoro de información sobre las sociedades que los gestaron: tecnología, gustos, posibilidades económicas, concepción de la realidad, etc. De forma una tanto romántica se podría decir que son elementos que nos conectan al pasado y con nuestros ancestros, las mujeres y hombres que vivieron con tanta intensidad en su día como nosotros y que ahora son huesos y polvo. Crean un sentimiento de continuidad y ayuda a dar identidad y solidez a los grupos humanos, que pueden identificarse entre sí por elementos comunes.
Pero para los más positivistas hay otro argumento: el dinero. Los grandes yacimientos son caros de mantener pero se rentabilizan con su adecuación para las visitas turísticas y lo que ello comporta. De hecho, aunque ciertas voces afirman que con los ingresos de la taquilla de un lugar como Pompeya apenas se cubre un tercio de los gastos, se olvidan de todas las industrias que eso genera. Con ello me refiero al turismo, que acude a dejar su dinero en hoteles, restaurantes o tiendas de regalos, lo que hace que comunidades enteras puedan sobrevivir. La venta de recuerdos, por ridículo que parezca, supone una forma de vida para muchas familias y eso evita muchos problemas. Gandhi afirmaba que “la pobreza es la peor forma de violencia” y ya que estamos siendo más pobres cada hora que pasa –pues la muerte de una sola persona nos empobrece a todos–, esperemos no serlo más aún y tener auténticos tesoros al ingenio y esfuerzo humano –que es lo que protege la historia en su vertiente arqueológica– que legar a nuestros hijos.
Por otra parte la UNESCO también ha destacado el sitio arqueológico de Tadrart Acacus, famoso por sus pinturas rupestres. Recordando los protocolos de 1959 y 1999 de la Convención de La Haya para la Protección del Patrimonio Cultural, la Directora General de la UNESCO, Irina Bokova, ha solicitado que todas las partes implicadas procuren respetar al máximo las zonas históricas y culturales para evitar daños irreparables como los ejemplos de Irak, hace unos años y de Egipto, más recientemente, han ilustrado con los bombardeos o los saqueos indiscriminados.
Para algunos puede sonar cínico o por lo menos extraño semejante grado de preocupación, por parte de autoridades internacionales, hacia objetos o conjuntos de inmuebles mientras miles de personas son heridas, encontrando incluso la muerte en las revueltas o en los ataques de unos y otros. Tanto si la comunidad internacional interviene militarmente o no, la triste realidad es que la sangre va a seguir corriendo por Libia, siendo una tragedia tan desagradable como numerosa en la historia humana. Sin embargo el cuidado del patrimonio libio no es excluyente del desvelo por la población civil y el envío de ayuda médica o de cualquier otro tipo.
Se pueden intentar aunar los esfuerzos de las naciones para ello y así evitar las dos catástrofes: la humana y la cultural, pues la segunda también es muy grave. La desaparecida Elizabeth Taylor en su papel de reina de Egipto en la “Cleopatra” de J. Mankiewicz, afirmaba que nadie tenía el derecho de destruir un solo pensamiento humano, que es lo que representan y transmiten estos objetos, sean esculturas, mosaicos o libros. Cuando uno se dedica a la historia y en especial a la arqueología, aprende que los restos antiguos, al margen de ser valiosos por sí mismos en base a su antigüedad o su calidad, encierran un enorme tesoro de información sobre las sociedades que los gestaron: tecnología, gustos, posibilidades económicas, concepción de la realidad, etc. De forma una tanto romántica se podría decir que son elementos que nos conectan al pasado y con nuestros ancestros, las mujeres y hombres que vivieron con tanta intensidad en su día como nosotros y que ahora son huesos y polvo. Crean un sentimiento de continuidad y ayuda a dar identidad y solidez a los grupos humanos, que pueden identificarse entre sí por elementos comunes.
Pero para los más positivistas hay otro argumento: el dinero. Los grandes yacimientos son caros de mantener pero se rentabilizan con su adecuación para las visitas turísticas y lo que ello comporta. De hecho, aunque ciertas voces afirman que con los ingresos de la taquilla de un lugar como Pompeya apenas se cubre un tercio de los gastos, se olvidan de todas las industrias que eso genera. Con ello me refiero al turismo, que acude a dejar su dinero en hoteles, restaurantes o tiendas de regalos, lo que hace que comunidades enteras puedan sobrevivir. La venta de recuerdos, por ridículo que parezca, supone una forma de vida para muchas familias y eso evita muchos problemas. Gandhi afirmaba que “la pobreza es la peor forma de violencia” y ya que estamos siendo más pobres cada hora que pasa –pues la muerte de una sola persona nos empobrece a todos–, esperemos no serlo más aún y tener auténticos tesoros al ingenio y esfuerzo humano –que es lo que protege la historia en su vertiente arqueológica– que legar a nuestros hijos.
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