Reflexiones con la luz apagada, de Arturo Ruiz Taboada

21/11/10 .- http://www.latribunadetoledo.es

Arturo Ruiz Taboada/Arqueólogo

La reciente inauguración del Cristo de la Luz tras su restauración invita a hacer una reflexión sobre el papel de la arqueología y del resto de disciplinas históricas en ciudades como Toledo, Patrimonio de la Humanidad. Visto lo acaecido en estos años, la respuesta es simple: ninguno. Por desgracia, los arqueólogos no hemos sabido transmitir en este tiempo de frenética actividad urbanística, la importancia de comprender nuestro pasado y la necesidad de recuperarlo, conservarlo y mimarlo. Restaurar un edificio va más allá de su mera consolidación estructural y su limpieza. Implica un conocimiento profundo del mismo y de su entorno. Para ello, la arqueología nos brinda la posibilidad de identificar las diferentes fases y reformas que ha sufrido a lo largo de su historia. De situar los elementos arquitectónicos en un contexto no solo material sino humano, de conocer su entorno y recuperar, en lo posible, la memoria de aquellos que lo habitaron y transformaron.
Una casa o un monumento son entes vivos. Debemos asumir que cualquier intervención que se haga en ellos es irreversible. A principios del siglo XX numerosos monumentos se reconstruyen para devolver a la ciudad el esplendor perdido. Así, empiezan a proliferar las reconstrucciones historicistas de monumentos emblemáticos como la fachada occidental de la puerta Antigua de Bisagra o la casa Museo del Greco. En otros casos como el Cristo de la Luz se quiso recuperar la mezquita oculta bajo la iglesia, al estilo de la época. Un siglo después asistimos impasibles a intervenciones de la misma envergadura aunque, en esta ocasión, sin la sensibilidad ni la motivación romántica de aquella época.
El siglo XXI nos ha traído grandes obras públicas y privadas. Las nuevas edificaciones proliferan en Toledo y parecen competir con la ciudad medieval. Lejos de ser una competencia leal, el hormigón poco a poco va ganando la batalla a la piedra, el ladrillo o el adobe. Allá donde miremos vemos desafiantes las nuevas formas y volúmenes que, aunque merecedoras de elogios por su diseño, deben hacernos reflexionar sobre su papel en nuestra ciudad. El turista que viene a Toledo procede de lugares en los que predomina esa arquitectura que hoy gusta tanto para Toledo. La pregunta es si ese visitante viene buscando lo mismo que deja atrás o, por el contrario, busca algo autentico, diferente o, simplemente, arcaico. A lo mejor, lo que debemos cambiar es nuestra mentalidad y no los edificios y ambientes que nos definen.
Toledo se muestra como una ciudad sin Ley, incapaz de consensuar una política racional en materia de patrimonio que evite los desmanes que se producen a diario. El ciudadano, con razón, se queja de la doble moral que existe a la hora de aplicar la normativa en materia de patrimonio. Se tiene la impresión que en las obras oficiales no se aplica el mismo rasero que en las obras privadas. Para la opinión publica, el arqueólogo es el principal responsable de paralizaciones, derrumbes o prohibiciones. Sin embargo, la realidad es que el arqueólogo no tiene capacidad alguna de decisión, su trabajo siempre esta monitorizado por la Junta de Comunidades y sujeto a lo establecido en los proyectos de arquitectura que, previamente, han sido evaluados y aprobados por las Comisiones de Patrimonio de la ciudad.
El caso del Cristo de la Luz es uno más de la larga lista de intervenciones en Toledo, en las que el monumento se ha tenido que adaptar al proyecto de arquitectura, cuando lo lógico hubiera sido lo contrario. El problema no es tanto el protagonismo que ha tomado el proyecto de arquitectura en las restauraciones, sino el consentimiento implícito de ese papel por parte de las comisiones de patrimonio que las autorizan. Llama poderosamente la atención que en dichas comisiones, la arqueología y el resto de disciplinas históricas, o no existen, o se encuentran escasamente representadas. La ejecución de un proyecto de arquitectura sobre un bien patrimonial, debería contar con el arqueólogo que dirige la obra, en el mismo plano que la del arquitecto, cosa que ahora no ocurre.
Aunque instituciones como el Consorcio o la Universidad pueden contribuir a cambiar esta tendencia, la realidad es que ninguna de ellas parece interesada en que esto ocurra. El caso del Consorcio es quizá el más llamativo, de tener un arranque ejemplar, equiparándose incluso a consorcios como el de Santiago de Compostela, en estos dos últimos años hemos asistido a un cambio radical en su política. Sea por la crisis económica o por la presión de las instituciones que lo forman, el Consorcio ha pasado de priorizar la puesta en valor de arquitecturas civiles y religiosas, a centrarse en la reforma y saneamiento de parques y jardines. Esta apuesta social, aunque beneficiosa para la ciudad y necesaria, no debe dejar de lado la finalidad cultural que persigue la institución. Entre sus meritos, el Consorcio nos cuenta que «ha puesto en marcha un programa de recuperación del Conjunto Histórico, en donde arqueología y urbanismo se dan la mano. Este patrimonio arqueológico es uno de los mas importantes con los que cuenta la ciudad». Según esto, publicado recientemente en un manual de gestión de patrimonio cultural, el Consorcio debería trabajar, como lo hizo durante los primeros años de su existencia, por la consideración e integración del arqueólogo en los proyectos de arquitectura. El fin, repito, debe ser la plena igualdad entre disciplinas de cara a una mejor actuación sobre el patrimonio. El arqueólogo debería participar activamente en las comisiones de patrimonio de nuestra ciudad y, su disciplina, debería dejar de ser meramente decorativa y pasar a tener voz en la evaluación de los proyectos. El Consorcio de Toledo aun puede contribuir a que esto ocurra. El tiempo dirá que camino elige, si persigue las metas que ya han alcanzado otros consorcios de España, o se conforma con ser una escuela taller más, de las que ya existen en la ciudad.
Toda esta tendencia se ve representada en la gestión del Cristo de la Luz durante estos últimos cuatro años. En el nuevo Cristo de la Luz, se echa en falta la complicidad de la que hacen gala otras ciudades españolas entre lo antiguo y lo nuevo. Aunque la obra proyectada se haya cuidado exquisitamente para no molestar al ciudadano, lo cierto es que le ha robado el protagonismo al monumento. Esa falta de protagonismo ha resultado en una disneilandizacion del entorno, en donde el visitante puede contemplar un edificio que aspira a pasar desapercibido, una imponente calle romana y una mezquita con un ábside adosado. El espacio resultante es limpio, cuidado y llamativo, aunque vacío de contenido. Esto debería, de nuevo, hacer reflexionar a todas las instituciones implicadas en la obra, a las comisiones de patrimonio que aprobaron las intervenciones realizadas y a los técnicos que aportaron su trabajo, entre los que me incluyo, sobre el tipo de ciudad que queremos.
Toledo necesita un cambio de rumbo. De momento, no hay nada que indique que a corto o medio plazo se vaya a producir. Se acaba de crear en la Universidad de Castilla La Mancha, la Escuela de Arquitectura de Toledo. Por desgracia, en ninguno de sus planes de estudio se incluye una formación humanística especializada que sensibilice al futuro arquitecto que va a trabajar en ciudades como Toledo. Si el arquitecto desconoce la trascendencia de los restos arqueológicos, difícilmente podrá integrarlos adecuadamente en sus proyectos. En el Congreso de Musealización de Yacimientos y Patrimonio que se celebra este noviembre en Toledo, coorganizado por el Consorcio, no existe una representación seria de ninguna de las disciplinas que han participado activamente en la consolidación, musealización y restauración de edificios en Toledo durante los últimos 10 años. Se han planificado obras faraónicas para diferentes sectores de la ciudad, en donde los restos arqueológicos sobre los que se van a asentar, ni si quiera se consideran. No obstante, aunque a ritmo muy lento, la ciudad va incorporando arqueólogos y restauradores a su vida diaria. Es el caso del reciente nombramiento de arqueólogo municipal. Esperemos que esta arqueóloga cuente con la suficiente independencia para desarrollar su trabajo y se le dote de los medios y la consideración necesaria. Al menos hasta que se consiga esa independencia, es necesario que reciba todo el apoyo por parte de los profesionales e instituciones culturales de nuestra ciudad. Sin esa independencia, el nombramiento no habrá servido para nada y volveremos a estar como al principio.
En nuestra mano está el evitar que Toledo se sustituya por una ciudad nueva, construida sobre los restos de lo que en su día fue una urbe singular. A lo mejor, lo que queremos es eso mismo. De ser así, me callo.

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