Buceando en el pasado

11/5/09 .- http://www.lne.es

JOSÉ A. RODRÍGUEZ ASENSIO PROFESOR DE LA UNIVERSIDAD DE OVIEDO

La Editorial Espasa Calpe, S. A. ha publicado el libro que lleva el título «Buceando en el pasado. Los grandes naufragios de la Historia», del que es autor el arqueólogo Carlos León Amores y prologado por nuestro común y buen amigo Ignacio Quintana Pedrós, quien no siendo, como él dice, ni arqueólogo ni submarinista, se atreve a presentar esta interesante obra y así rememora seis encuentros con el autor que le sirven para recordar, a grandes pinceladas, algunas interesantes páginas de la política cultural contemporánea de este nuestro país.

En mi caso, que sí soy arqueólogo y submarinista, deseo entrar un poco más en las profundidades de este libro y extraer algunas consideraciones que resultan interesantes y muy oportunas al momento actual, pero antes, como exigen las adecuadas normas del protocolo, permítaseme, aunque sea de manera breve, decir algunas cosas del autor. Carlos León, que es arqueólogo, ha realizado sus investigaciones en la tierra y en la mar, por lo que entra dentro de ese club que aún formamos muy pocos, de los arqueólogos subacuáticos o submarinos. Carlos León pasó y dejó su huella, como ponente, por aquellos cursos de verano que yo dirigí en Gijón en la década de los noventa durante siete años y que tan buenos resultados dieron para la formación de buzos especializados en arqueología. En estos cursos participaron todos los especialistas de España en esta rama de la arqueología y, también, como he dicho, lo hizo el autor de este libro.

También de aquella época y como consecuencia lógica de estos cursos fue el estudio del pecio del Corbiro en Peñas, donde estudiamos los restos de un naufragio de 1698 en aguas de la ensenada de Bañugues.

Esta difícil especialidad de la arqueología que aún no ha entrado con fuerza en la Universidad, salvo en contadas excepciones, cuenta con un desarrollo importante, aunque en estos momentos desgraciadamente es más conocida debido a escándalos como el del Odissey que a importantes proyectos de investigación.

El libro que nos ocupa, escrito de manera amena y fácil de seguir, lleva al lector buceando por sus páginas a realizar un recorrido histórico por todas las épocas que han dejado restos bajo el mar y que han sido estudiados con una metodología arqueológica y, así, nos vamos deteniendo desde la Edad del Bronce con sus restos del cabo Kelidonia y Ulu-Burum; los restos fenicios, griegos y etruscos, entre los cuales ocupan un lugar relevante las naves de Mazarrón, en cuya excavación y estudio participó de manera activa el autor de este libro en la década de los noventa. Resulta muy interesante y cargada de análisis histórico la pregunta con la que el autor termina este capítulo de las naves de Mazarrón: ¿qué pudo ocurrir en aquella playa hace veintisiete siglos para que sus propietarios abandonasen la nave recién cargada y no pudiesen recuperar nada del cargamento? También las naves de Giglio o la de Pointe Lequin tienen su lugar en este capítulo.

El caso de la nave Kyrenia le permite analizar y detenerse en la construcción naval del siglo IV a. C. para seguir con el interesante capítulo de una flota especializada como lo fue la romana y de cuya época existen abundantes restos en el Mediterráneo. Con el muy pirata título de la Isla de las Ratas, aborda el caso del naufragio bizantino Yassi-Ada I, para seguir, también en esa misma zona de las costas de Turquía con el pecio de Serce Limani, donde se excavó una nave cargada de vidrio.

Asimismo atractivo y muy apropiado resulta el título de ataúdes en forma de barco, para referirse al siguiente episodio histórico relativo a los vikingos en los momentos en los que la arqueología bajo las aguas empieza a encontrar restos en otros lugares además del Mediterráneo. Continúa el libro su recorrido histórico de la mano de los míticos hallazgos y pecios del Mary Rose, el barco de Enrique VIII; el Red Bay, de la bahía de las ballenas o el naufragio del Wasa, aquel buque que fuera en su momento el sueño del rey de Suecia.

A partir de aquí se cambia de mares y se da un salto a las costas centroamericanas, donde aparecen los restos de los míticos galeones que tanta tinta y tanta imaginación han hecho volar en la literatura, con el tesoro de Cayo Hueso del barco Nuestra Señora de Atocha y Nuestra Señora de Pura y Limpia Concepción.

Interesante lectura resulta la del capítulo titulado «La flota de azogues» de 1724 en el que de la mismísima mano del autor que formó parte del equipo de investigación, nos sumergimos en las profundidades del mar Caribe hasta alcanzar los restos de los galeones Guadalupe y Tolosa.

El capítulo dedicado al glosario de términos náuticos y de construcción naval ayuda mucho al lector a introducirse en este apasionante mundo de arqueología submarina.

Finaliza este libro con un buen capítulo con interesantes reflexiones sobre las amenazas y debilidades que rodean a esta especialidad de la arqueología y que a mí me han traído a la cabeza no pocas experiencias relacionadas con el estudio del pasado humano a través de los restos materiales.

Recientemente en Asturias se ha discutido (¡aquí se discute todo!) sobre qué hacer con los «restos de unos cañones aparecidos en la ría del Eo» y que parece que estudiosos de la zona quieren identificar con algún barco concreto. «Hay que sacar los cañones», «hay que hacer un museo con los cañones» son algunas frases que en boca de buzos, historiadores y políticos de la zona se han escuchado. También organismos de la Administración han querido hacer oír su voz sobre el lugar de la costa o el tipo de naufragio para intentar esgrimir un, no se sabe muy bien qué, derecho para extraer los citados restos. Como consta en el informe que la arqueóloga submarina realizó en su momento, a petición mía, se trata de un pecio, es decir, de un yacimiento arqueológico bajo el mar y no de un mero hallazgo de piezas sueltas. Su estudio debe abordarse desde la más estricta seriedad arqueológica y deberá dejarse para el final de la investigación histórica la posibilidad de extraer algún resto del pecio o no, dependiendo de las características de los materiales.

La arqueología es una y es la misma en cuanto al método se refiere, esté en tierra o bajo el agua. La diferencia es meramente técnica, pero el estudio de un pecio debe abordarse siempre aplicando los protocolos de la investigación arqueológica. Lo demás es mero diletantismo y resulta absolutamente inadecuado. Es necesario unir la arqueología al buceo, pero nunca, digo nunca, debe abordarse ninguna intervención en restos arqueológicos sumergidos sin el necesario rigor arqueológico. Son los arqueólogos quienes han de dirigir y coordinar los trabajos y a ellos compete el estudio y las conclusiones que han de realizar sin ningún tipo de presión.

Espero y confío en el buen criterio y que esta oportunidad de estudiar un interesante pecio en aguas del Cantábrico la sepamos aprovechar para que estos restos pasen a formar parte de la selecta relación de naufragios que han sido estudiados y recuperados para la Historia y de los que nos habla con tino y acierto el arqueólogo Carlos León Amores en este libro que se nos antoja un auténtico manual de arqueología submarina.

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