Nuestras viejas torres (Valencia)
22/9/07 .- http://www.lasprovincias.es / José María Lozano
Hace tiempo que tengo en la cabeza realizar mi modesto homenaje a las viejas puertas torres que nuestra Ciudad conserva tutelando los accesos norte y oeste del Barrio del Carmen, el corazón de ese Centro Histórico que se conoce –poco– por resultar el más extenso de Europa. Y de paso recordarles que, como no puede ser de otra forma, mi interés por la arquitectura histórica –clásica si ustedes lo prefieren– no es menor que mi pasión por la arquitectura que estamos produciendo en la actualidad; contemporánea suele denominarse.
Me van a tener que admitir hoy un tono algo más disciplinar, más académico, que el que habitualmente empleo para hacerles llegar mis particulares reflexiones sobre cuestiones que, para todos, resultan relevantes en el conocimiento de Valencia; en su reconocimiento, quiero añadir, y en sus cuitas y pecados. Pero no desde ahora mismo, porque mi primera impresión urbana a compartir con mis lectores es la de la paridad de sexos (políticamente correctas éstas nuestras viejas torres) con una torres masculina, la de Serranos, aristada y muy pétrea, doblemente almenada, defensiva y altiva, y femenina, la de Quart, más suave –y algo más joven–y redondeada, vestida (enfoscada) y hermosamente coronada, más acogedora que agresiva.
Y aunque ambas pertenecen a esa Muralla Medieval del siglo XIV, la cristiana, la que encierra en un anillo interior la ciudad árabe con su propia muralla (la Torre del Ángel y el Portal de la Valldigna pueden ser visitados, testigos fieles de la época de dominación musulmana); la que con los arrabales a modo de lanzaderas entre las puertas interiores y las nuevas, dieron paso a la ciudad conventual y a la de los oficios, al Barrio del Carmen (por el Convento) o el de Tintoreros por la actividad de sus habitantes, ambas tienen tanto en común como en lo que las diferencia.
Así que las Torres de Serranos, por la que entraban –o se quedaban fuera, a la luna de Valencia, si eran perezosos– los de la Sierra, los de Aragón, de la mano del maestro cantero Pere Balaguer comienza su construcción muy a finales del siglo XIV, para terminar siendo esa pieza mestiza entre lo militar y lo civil, rigurosa sin embargo en sus geometrías, simétrica, de tres cuerpos. En su entorno próximo las Cortes Valencianas, el Palau de la Generalitat y, en medio, la casa de don José María Trénor (¿hace tiempo que nos les recuerdo la Esfera Armilar?), todo un barrio de plutócratas sin que la aristocracia haya huido. Todo eficacia y rigor. Creo recordar que en el Monasterio de Poblet puede tener referencia o cierta analogía formal.
Y las Torres de Quart, erigidas donde ya hubo una, herederas por tanto y propietarias de los secretos de la anterior, esperaron hasta pasada la primera mitad del XV, para que otro cantero más joven, Pere Bofill (y Pere Comte fue el de la Lonja, que estos titanes tenían la piedra hasta en el nombre) las concibiera en un estilo gótico ya tardío con fuertes influencias formales que mirando a las anteriores, a las de Serranos, evocan el aire italianizante de Castelnuovo y hasta pudieran emparentarlas sin necesidad de sincronía temporal, con Sant’Angelo. Y ésta, más cercana a los hermosos palacetes de la Calle Caballeros, símbolo de refinamiento y saber vivir y hoy alambicada de pubs y “pafetos”, de bares de copas que Johnny Maracas lidera en tiempo y caché, de tribus urbanas diversas, de gente joven de cualquier nacionalidad y oficio o nivel social.
No por casualidad las primeras fueron sombra y prisión de nobles y caballeros durante tres largos centenares de años, ni se porqué las eligió como última morada el urbanista Juan Pecourt, pero ahí están –ahora recién restauradas- tenaces y poderosas, irradiando seguridad y firmeza. Y las segundas, también apenas restauradas, cobijando un lienzo de la antigua muralla, más habitables y habitadas, en ocasiones por exposiciones u otras manifestaciones ciudadanas. He oído decir que el Presidente Camps preguntó en su visita por qué no se habían “reparado” los orificios de los viejos impactos, dejando –tal vez sin saberlo– una página abierta en la miscelánea teórica de la restauración, que bien podría ocupar una nueva redacción de la errónea Ley de Patrimonio que nos legó la anterior Dirección General de la cosa.
Así que hay están, como la madrileña de Alcalá, pero dos. Con un par.
Me van a tener que admitir hoy un tono algo más disciplinar, más académico, que el que habitualmente empleo para hacerles llegar mis particulares reflexiones sobre cuestiones que, para todos, resultan relevantes en el conocimiento de Valencia; en su reconocimiento, quiero añadir, y en sus cuitas y pecados. Pero no desde ahora mismo, porque mi primera impresión urbana a compartir con mis lectores es la de la paridad de sexos (políticamente correctas éstas nuestras viejas torres) con una torres masculina, la de Serranos, aristada y muy pétrea, doblemente almenada, defensiva y altiva, y femenina, la de Quart, más suave –y algo más joven–y redondeada, vestida (enfoscada) y hermosamente coronada, más acogedora que agresiva.
Y aunque ambas pertenecen a esa Muralla Medieval del siglo XIV, la cristiana, la que encierra en un anillo interior la ciudad árabe con su propia muralla (la Torre del Ángel y el Portal de la Valldigna pueden ser visitados, testigos fieles de la época de dominación musulmana); la que con los arrabales a modo de lanzaderas entre las puertas interiores y las nuevas, dieron paso a la ciudad conventual y a la de los oficios, al Barrio del Carmen (por el Convento) o el de Tintoreros por la actividad de sus habitantes, ambas tienen tanto en común como en lo que las diferencia.
Así que las Torres de Serranos, por la que entraban –o se quedaban fuera, a la luna de Valencia, si eran perezosos– los de la Sierra, los de Aragón, de la mano del maestro cantero Pere Balaguer comienza su construcción muy a finales del siglo XIV, para terminar siendo esa pieza mestiza entre lo militar y lo civil, rigurosa sin embargo en sus geometrías, simétrica, de tres cuerpos. En su entorno próximo las Cortes Valencianas, el Palau de la Generalitat y, en medio, la casa de don José María Trénor (¿hace tiempo que nos les recuerdo la Esfera Armilar?), todo un barrio de plutócratas sin que la aristocracia haya huido. Todo eficacia y rigor. Creo recordar que en el Monasterio de Poblet puede tener referencia o cierta analogía formal.
Y las Torres de Quart, erigidas donde ya hubo una, herederas por tanto y propietarias de los secretos de la anterior, esperaron hasta pasada la primera mitad del XV, para que otro cantero más joven, Pere Bofill (y Pere Comte fue el de la Lonja, que estos titanes tenían la piedra hasta en el nombre) las concibiera en un estilo gótico ya tardío con fuertes influencias formales que mirando a las anteriores, a las de Serranos, evocan el aire italianizante de Castelnuovo y hasta pudieran emparentarlas sin necesidad de sincronía temporal, con Sant’Angelo. Y ésta, más cercana a los hermosos palacetes de la Calle Caballeros, símbolo de refinamiento y saber vivir y hoy alambicada de pubs y “pafetos”, de bares de copas que Johnny Maracas lidera en tiempo y caché, de tribus urbanas diversas, de gente joven de cualquier nacionalidad y oficio o nivel social.
No por casualidad las primeras fueron sombra y prisión de nobles y caballeros durante tres largos centenares de años, ni se porqué las eligió como última morada el urbanista Juan Pecourt, pero ahí están –ahora recién restauradas- tenaces y poderosas, irradiando seguridad y firmeza. Y las segundas, también apenas restauradas, cobijando un lienzo de la antigua muralla, más habitables y habitadas, en ocasiones por exposiciones u otras manifestaciones ciudadanas. He oído decir que el Presidente Camps preguntó en su visita por qué no se habían “reparado” los orificios de los viejos impactos, dejando –tal vez sin saberlo– una página abierta en la miscelánea teórica de la restauración, que bien podría ocupar una nueva redacción de la errónea Ley de Patrimonio que nos legó la anterior Dirección General de la cosa.
Así que hay están, como la madrileña de Alcalá, pero dos. Con un par.
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