Canciller Ayala, grande de Álava
4/2/07 .- elcorreodigital.com
Poeta, cronista, diplomático, guerrero, Pedro López de Ayala fue un precursor del renacimiento y el más brillante personaje de la Edad Media. Murió hace 600 años
Podía haber elegido la pujante Toledo, de la que fue alcalde, para vivir o ser enterrado. Cualquiera de sus nuevos feudos conseguidos por agradecimiento de los monarcas castellanos a los que sirvió en primera línea. Pero no. Don Pedro López de Ayala (1332-1407), poeta genial, cronista de la historia de cuatro reyes, diplomático internacional brillantísimo, guerrero y consejero real, eligió las verdes colinas de Quejana y Ayala. También le hizo prometer a su hijo que no abandonaría la tierra a la que amó, aunque los expertos no se ponen de acuerdo si nació en Vitoria o en Quejana. «En todo caso fue en tierras alavesas», zanja José Ramón Díaz de Durana, historiador y profesor de la UPV.
Ese arraigo a la tierra ayalesa del canciller le hizo añadir algo excepcional en el conjunto de palalacio y monasterio que había mandado edificar su padre. Como hacen los reyes, construyó una capilla-torreón donde descansar eternamente envuelto en alabastro, dentro de ese formidable solar de los Ayala. ¿Pero quién fue este hombre extraordinario, pero desconocido en Álava que deslumbra a medida que se conocen más y más aspectos de su poliédrica personalidad, su vasta formación y su genio diplomático y literario?
Como se suele decir de casta le viene al galgo, porque Pedro era hijo de otro gran hombre. Fernán Pérez de Ayala impulsó uno de los poderosos linajes alaveses medievales. Según la tradición, don Vela, un hijo bastardo del primer rey de Aragón, don Ramiro, se asentó en estos valles en el siglo X. Pérez de Ayala construyó el palacio y fundó el convento de las dominicas que aún persiste después de siete siglos (1378). Luego, se retiró al monasterio dominico de Vitoria como fraile y aquí murió.
Educación clerical
Su hijo, Pedro López de Ayala, fue educado por su tío, el cardenal de Toledo Pedro Gómez Barroso, en un ambiente exquisito y religioso. Comenzó a servir muy joven a Pedro I el Cruel, que le nombró alguacil mayor de Toledo y capitán de su flota. Sin embargo, los Ayala no dudaron en pasarse al bando de Enrique de Trastámara en la guerra dinástica que asoló Castilla y que afectó a todos los reinos hispanos. Tras la batalla de Nájera, en la que participó sin fortuna, fue hecho prisionero por los ingleses del Príncipe de Gales, que lo salvó de la venganza terrible de Pedro el Cruel. Una vez liberado fue nombrado alcalde de Vitoria y luego de Toledo, y actuó como embajador en Francia de la nueva dinastía.
Sus estudiosos resaltan este momento de la vida del canciller porque consigue establecer una alianza franco-castellana en 1381, que es un gran triunfo económico porque las lanas merinas de la meseta -que pasaban por Álava- iban a sustituir a las inglesas en los telares franceses.
Con Juan I, que aspiraba al trono de Portugal participó en la batalla de Aljubarrota, otra derrota, y de nuevo fue apresado durante 15 meses. Pasó algún tiempo enjaulado. Su mujer consigue reunir las 30.000 doblas de oro para pagar el rescate, uno de los grandes negocios medievales.
De nuevo como embajador concertó la paz con la casa inglesa de Lancaster y con Portugal bajo el reinado de Enrique III, quien le nombró Canciller de Castilla (1399). Tras un tiempo retirado en otro monasterio, el de San Miguel del Monte, cerca de Miranda de Ebro, Pedro López de Ayala murió en Calahorra en 1407.
«Alto y delgado»
La semblanza que hace del canciller su sobrino-nieto Fernán Pérez de Guzmán lo pinta como un tipo «alto de cuerpo y delgado, buena persona, de gran autoridad y consejo en la paz y en la guerra» que «amó mucho la ciencia y a muchas mujeres».
«Fue un hombre completo. El conjunto de traducciones de los autores clásicos como Tito Livio, Boecio, Boccacio, es para quitarse la boina», asegura Díaz de Durana, uno de los catedráticos que participa en la elaboración de dos de las cuatro publicaciones que se van a editar con motivo de los actos del sexto centenario de la muerte del canciller.
«Se han destacado muchos aspectos, pero a mí me gusta el de haber sido un gran consejero de reyes. Dotado con una gran sensatez y una visión universal, creo que era un hombre que intentaba llegar a acuerdos antes que seguir el camino del dominio o la guerra», resalta el padre dominico Hipólito Vicente, que ejerce de guía a los asombrados viajeros que se acercan a esta joya monumental de Quejana. 16.000 personas acuden cada año a ver el conjunto artístico de la iglesia, la capilla-torreón, el palacio y el museo.
El cronista real
Pero si hay un aspecto por el que se conoce al canciller más allá de nuestras fronteras es por su literatura. Gran parte de su fama se debe a la redacción de las crónicas de los reyes de Castilla Pedro I, Enrique II, Juan I y Enrique III, que son, al tiempo, obras históricas y literarias. Otros dos libros fundamentales fueron Rimado de Palacio y el Libro de la Caza. Sobre su figura existen intensos debates académicos y estudios entre los que destaca el del catedrático francés Michel García.
De él han opinado grandes críticos de la literatura española como Américo Castro, quien señala que es un precursor del Renacimiento, si bien su obra poética es todavía medieval, quizá la última manifestación de la corriente 'mester de clerecía', inaugurada por Gonzalo de Berceo. Para Menéndez Pelayo es el introductor del dramatismo en la historia.
El sexto centenario es también un homenaje para la fallecida Micaela Portilla, que esperaba este momento para rescatar una figura olvidada y un solar que vivió momentos trágicos.
Podía haber elegido la pujante Toledo, de la que fue alcalde, para vivir o ser enterrado. Cualquiera de sus nuevos feudos conseguidos por agradecimiento de los monarcas castellanos a los que sirvió en primera línea. Pero no. Don Pedro López de Ayala (1332-1407), poeta genial, cronista de la historia de cuatro reyes, diplomático internacional brillantísimo, guerrero y consejero real, eligió las verdes colinas de Quejana y Ayala. También le hizo prometer a su hijo que no abandonaría la tierra a la que amó, aunque los expertos no se ponen de acuerdo si nació en Vitoria o en Quejana. «En todo caso fue en tierras alavesas», zanja José Ramón Díaz de Durana, historiador y profesor de la UPV.
Ese arraigo a la tierra ayalesa del canciller le hizo añadir algo excepcional en el conjunto de palalacio y monasterio que había mandado edificar su padre. Como hacen los reyes, construyó una capilla-torreón donde descansar eternamente envuelto en alabastro, dentro de ese formidable solar de los Ayala. ¿Pero quién fue este hombre extraordinario, pero desconocido en Álava que deslumbra a medida que se conocen más y más aspectos de su poliédrica personalidad, su vasta formación y su genio diplomático y literario?
Como se suele decir de casta le viene al galgo, porque Pedro era hijo de otro gran hombre. Fernán Pérez de Ayala impulsó uno de los poderosos linajes alaveses medievales. Según la tradición, don Vela, un hijo bastardo del primer rey de Aragón, don Ramiro, se asentó en estos valles en el siglo X. Pérez de Ayala construyó el palacio y fundó el convento de las dominicas que aún persiste después de siete siglos (1378). Luego, se retiró al monasterio dominico de Vitoria como fraile y aquí murió.
Educación clerical
Su hijo, Pedro López de Ayala, fue educado por su tío, el cardenal de Toledo Pedro Gómez Barroso, en un ambiente exquisito y religioso. Comenzó a servir muy joven a Pedro I el Cruel, que le nombró alguacil mayor de Toledo y capitán de su flota. Sin embargo, los Ayala no dudaron en pasarse al bando de Enrique de Trastámara en la guerra dinástica que asoló Castilla y que afectó a todos los reinos hispanos. Tras la batalla de Nájera, en la que participó sin fortuna, fue hecho prisionero por los ingleses del Príncipe de Gales, que lo salvó de la venganza terrible de Pedro el Cruel. Una vez liberado fue nombrado alcalde de Vitoria y luego de Toledo, y actuó como embajador en Francia de la nueva dinastía.
Sus estudiosos resaltan este momento de la vida del canciller porque consigue establecer una alianza franco-castellana en 1381, que es un gran triunfo económico porque las lanas merinas de la meseta -que pasaban por Álava- iban a sustituir a las inglesas en los telares franceses.
Con Juan I, que aspiraba al trono de Portugal participó en la batalla de Aljubarrota, otra derrota, y de nuevo fue apresado durante 15 meses. Pasó algún tiempo enjaulado. Su mujer consigue reunir las 30.000 doblas de oro para pagar el rescate, uno de los grandes negocios medievales.
De nuevo como embajador concertó la paz con la casa inglesa de Lancaster y con Portugal bajo el reinado de Enrique III, quien le nombró Canciller de Castilla (1399). Tras un tiempo retirado en otro monasterio, el de San Miguel del Monte, cerca de Miranda de Ebro, Pedro López de Ayala murió en Calahorra en 1407.
«Alto y delgado»
La semblanza que hace del canciller su sobrino-nieto Fernán Pérez de Guzmán lo pinta como un tipo «alto de cuerpo y delgado, buena persona, de gran autoridad y consejo en la paz y en la guerra» que «amó mucho la ciencia y a muchas mujeres».
«Fue un hombre completo. El conjunto de traducciones de los autores clásicos como Tito Livio, Boecio, Boccacio, es para quitarse la boina», asegura Díaz de Durana, uno de los catedráticos que participa en la elaboración de dos de las cuatro publicaciones que se van a editar con motivo de los actos del sexto centenario de la muerte del canciller.
«Se han destacado muchos aspectos, pero a mí me gusta el de haber sido un gran consejero de reyes. Dotado con una gran sensatez y una visión universal, creo que era un hombre que intentaba llegar a acuerdos antes que seguir el camino del dominio o la guerra», resalta el padre dominico Hipólito Vicente, que ejerce de guía a los asombrados viajeros que se acercan a esta joya monumental de Quejana. 16.000 personas acuden cada año a ver el conjunto artístico de la iglesia, la capilla-torreón, el palacio y el museo.
El cronista real
Pero si hay un aspecto por el que se conoce al canciller más allá de nuestras fronteras es por su literatura. Gran parte de su fama se debe a la redacción de las crónicas de los reyes de Castilla Pedro I, Enrique II, Juan I y Enrique III, que son, al tiempo, obras históricas y literarias. Otros dos libros fundamentales fueron Rimado de Palacio y el Libro de la Caza. Sobre su figura existen intensos debates académicos y estudios entre los que destaca el del catedrático francés Michel García.
De él han opinado grandes críticos de la literatura española como Américo Castro, quien señala que es un precursor del Renacimiento, si bien su obra poética es todavía medieval, quizá la última manifestación de la corriente 'mester de clerecía', inaugurada por Gonzalo de Berceo. Para Menéndez Pelayo es el introductor del dramatismo en la historia.
El sexto centenario es también un homenaje para la fallecida Micaela Portilla, que esperaba este momento para rescatar una figura olvidada y un solar que vivió momentos trágicos.
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