Una fortaleza asomada al Puerto: El castillo de la Asomada, atribuido al rey Lobo (Cartagena)
19/3/11 .- http://www.laverdad.es
Descubran las huellas de la historia en plena naturaleza: la rambla del Puerto y el conjunto arqueológico del Puerto de La Cadena
Dominando el paso natural que desde tiempos de los romanos ha sido el Puerto de la Cadena para acceder desde la costa o el campo de Cartagena a la Vega del Segura, se encuentra el Castillo de la Asomada, una fortaleza de origen árabe, atribuida al Rey Lobo, que algunos estudiosos aseguran que se asentó sobre un anterior castellum romano y que corona el Cabezo del Puerto, a 531 metros de altitud. Una construcción asociada a otras dos: el recinto superior del Castillo del Portazgo (hoy al otro lado de la autovía) y el recinto inferior (trasladado piedra a piedra junto al área recreativa donde comienza este itinerario). El recorrido es una delicia y discurre en su primer tramo junto a una rambla que, pese al paso del tiempo, sigue conservando un curso de agua permanente, aunque no demasiado caudaloso.
Para iniciar la ruta hay que llegar a la explanada que hay junto al trasladado y reconstruido Castillo del Portazgo, en el que hay una zona con mesas, algo deterioradas, y un sombraje. La ruta, de unos 6 kilómetros (ida y vuelta), permite realizar un paseo muy didáctico, pero su último tercio discurre por una gran pendiente que el paso de bicicletas ha hecho más dura para quienes las transitan a pie. Aun así, con paciencia y energía, es apta para casi todo tipo de públicos (de hecho, durante el camino nos encontramos con un grupo de cuatro ingleses y galeses jubilados que la han hecho sin problemas).
A la derecha del área recreativa, instalada junto a las Casas del Portazgo, comienza el itinerario (PR-MU 54), perfectamente señalizado, que nos llevará hasta lo alto del Cabezo del Puerto. Y justo ahí, en el inicio y si tiene ganas de curiosear, acérquese en dirección a la Fuente del Caño (hoy sin agua -'agua no potable', dice un cartel- y sin caño), junto a la que hay unas magníficas pozas, curso abajo, y se pueden ver, labradas en la piedra del lecho de la propia rambla, unas canalizaciones medievales que reconducen parte del caudal de la rambla hacia los huertos que hay ladera abajo, tras las Casas del Portazgo.
En ese mismo espacio, si en lugar de seguir por el camino, que se interna por un tramo de espeso bosque de enormes cipreses y pinos, continúa el curso de la rambla -por el que los expertos presumen que discurría la calzada romana-, se pueden apreciar con claridad los huecos redondos dejados por la piedra extraída por los musulmanes para fabricar piedras de molino. Hoy muchos de estos huecos, son bellas pozas llenas de agua, reverdecidas por las algas y, en esta época, plagadas de renacuajos. Y un poco más arriba, se aprecia en el suelo de lo que pudo ser la calzada una especie de raíles que algunos estudiosos achacan al paso de carruajes romanos por ella y otros a conducciones labradas por civilizaciones anteriores para llevar el agua.
De vuelta al inicio y tras cruzar la rambla del Puerto, el camino se interna por un tupido bosque de grandes cipreses y pinos para luego abrirse de nuevo a la rambla, que hay que atravesar (por esa zona están los restos de un acueducto, apenas perceptibles para los profanos) para salvarla, unos metros más adelante, por encima de unos troncos. La zona está plagada de plantas de ribera: adelfas floridas, juncos cargados de jopos, junquillos... En este punto del camino, estén especialmente pendientes de las señales del PR (amarilla y blanca), el camino vira un poco a la derecha y comienza a ascender entre un bosque de pinos, cada vez más denso, en el que abundan las hierbas aromáticas como el tomillo o el romero, además de pitas y palmitos. Una vez más, el camino desciende un ramblizo para sortearlo (ahí el silencio es total y, pese a que el camino sube junto a la transitada autovía, no se oye ni el rumor de los coches; tan sólo el piar de los pájaros y el silbido del viento es la banda sonora).
El itinerario vuelve a subir, ahora en una zona en la que se puede ver algo de coscoja junto a los pinos. Tras un árbol caído junto al camino y que, pese a tener la mitad de sus raíces al aire, sigue vivo, observamos un conjunto de orquídeas silvestres en flor.
Pasado el primer tramo de ascenso y cuando el camino te da un respiro, al observar el entorno te encuentras inmerso en un gran bosque, en el que se echan de menos otras especies típicas del bosque mediterráneo. Siguiendo el recorrido marcado, en una curva pronunciada, un enorme pino junto a un ramblizo sirve de señal para girar a la derecha e iniciar la subida del tramo con más pendiente del recorrido. Deben tener cuidado porque el paso de las bicis ha dejado piedras sueltas y la arena removida, así que, si se desplaza unos metros a la izquierda, podrá caminar con mayor seguridad aunque no sin esfuerzo.
La recompensa llega enseguida, cuando alcanza el collado Mosquera, donde tiene unas vistas magníficas del campo de Cartagena y, si se desplaza a la derecha por la pista forestal, puede asomarse y observar otra vertiente de Carrascoy. Desde ese punto, plagado de flores primaverales, se ve un pequeño abrigo que está bajo las murallas del castillo de la Asomada, que corona el Cabezo del Puerto.
Mientras subimos el último tramo de la excursión (hay que trepar un poco), uno puede plantearse a quién demonios se le ocurrió construir allí un castillo, pero, una vez arriba, las dudas se disipan por completo. Los enormes tapiales de la fortaleza del siglo XII son un mirador excepcional desde el que controlar el tránsito (amigo o enemigo) entre la costa y el interior. Las vistas son insuperables y la fortaleza, el lugar ideal para hacer un descanso y reponer fuerzas para descender por donde subió (pero no deje rastro de su almuerzo, nadie sube hasta allí arriba a recoger la basura). Además, en la fortaleza se echa de menos algún cartel explicativo sobre el conjunto defensivo (la Asomada, el Portazgo superior e inferior). Del mismo modo, en el castillo reconstruido junto a la rambla -abajo del todo- los carteles prometen de lejos, pero al aproximarse, son paneles en blanco sin ninguna información. Igualmente, el estado del área recreativa denota que el civismo no es el punto fuerte de algunos de los que lo frecuentan.
Dominando el paso natural que desde tiempos de los romanos ha sido el Puerto de la Cadena para acceder desde la costa o el campo de Cartagena a la Vega del Segura, se encuentra el Castillo de la Asomada, una fortaleza de origen árabe, atribuida al Rey Lobo, que algunos estudiosos aseguran que se asentó sobre un anterior castellum romano y que corona el Cabezo del Puerto, a 531 metros de altitud. Una construcción asociada a otras dos: el recinto superior del Castillo del Portazgo (hoy al otro lado de la autovía) y el recinto inferior (trasladado piedra a piedra junto al área recreativa donde comienza este itinerario). El recorrido es una delicia y discurre en su primer tramo junto a una rambla que, pese al paso del tiempo, sigue conservando un curso de agua permanente, aunque no demasiado caudaloso.
Para iniciar la ruta hay que llegar a la explanada que hay junto al trasladado y reconstruido Castillo del Portazgo, en el que hay una zona con mesas, algo deterioradas, y un sombraje. La ruta, de unos 6 kilómetros (ida y vuelta), permite realizar un paseo muy didáctico, pero su último tercio discurre por una gran pendiente que el paso de bicicletas ha hecho más dura para quienes las transitan a pie. Aun así, con paciencia y energía, es apta para casi todo tipo de públicos (de hecho, durante el camino nos encontramos con un grupo de cuatro ingleses y galeses jubilados que la han hecho sin problemas).
A la derecha del área recreativa, instalada junto a las Casas del Portazgo, comienza el itinerario (PR-MU 54), perfectamente señalizado, que nos llevará hasta lo alto del Cabezo del Puerto. Y justo ahí, en el inicio y si tiene ganas de curiosear, acérquese en dirección a la Fuente del Caño (hoy sin agua -'agua no potable', dice un cartel- y sin caño), junto a la que hay unas magníficas pozas, curso abajo, y se pueden ver, labradas en la piedra del lecho de la propia rambla, unas canalizaciones medievales que reconducen parte del caudal de la rambla hacia los huertos que hay ladera abajo, tras las Casas del Portazgo.
En ese mismo espacio, si en lugar de seguir por el camino, que se interna por un tramo de espeso bosque de enormes cipreses y pinos, continúa el curso de la rambla -por el que los expertos presumen que discurría la calzada romana-, se pueden apreciar con claridad los huecos redondos dejados por la piedra extraída por los musulmanes para fabricar piedras de molino. Hoy muchos de estos huecos, son bellas pozas llenas de agua, reverdecidas por las algas y, en esta época, plagadas de renacuajos. Y un poco más arriba, se aprecia en el suelo de lo que pudo ser la calzada una especie de raíles que algunos estudiosos achacan al paso de carruajes romanos por ella y otros a conducciones labradas por civilizaciones anteriores para llevar el agua.
De vuelta al inicio y tras cruzar la rambla del Puerto, el camino se interna por un tupido bosque de grandes cipreses y pinos para luego abrirse de nuevo a la rambla, que hay que atravesar (por esa zona están los restos de un acueducto, apenas perceptibles para los profanos) para salvarla, unos metros más adelante, por encima de unos troncos. La zona está plagada de plantas de ribera: adelfas floridas, juncos cargados de jopos, junquillos... En este punto del camino, estén especialmente pendientes de las señales del PR (amarilla y blanca), el camino vira un poco a la derecha y comienza a ascender entre un bosque de pinos, cada vez más denso, en el que abundan las hierbas aromáticas como el tomillo o el romero, además de pitas y palmitos. Una vez más, el camino desciende un ramblizo para sortearlo (ahí el silencio es total y, pese a que el camino sube junto a la transitada autovía, no se oye ni el rumor de los coches; tan sólo el piar de los pájaros y el silbido del viento es la banda sonora).
El itinerario vuelve a subir, ahora en una zona en la que se puede ver algo de coscoja junto a los pinos. Tras un árbol caído junto al camino y que, pese a tener la mitad de sus raíces al aire, sigue vivo, observamos un conjunto de orquídeas silvestres en flor.
Pasado el primer tramo de ascenso y cuando el camino te da un respiro, al observar el entorno te encuentras inmerso en un gran bosque, en el que se echan de menos otras especies típicas del bosque mediterráneo. Siguiendo el recorrido marcado, en una curva pronunciada, un enorme pino junto a un ramblizo sirve de señal para girar a la derecha e iniciar la subida del tramo con más pendiente del recorrido. Deben tener cuidado porque el paso de las bicis ha dejado piedras sueltas y la arena removida, así que, si se desplaza unos metros a la izquierda, podrá caminar con mayor seguridad aunque no sin esfuerzo.
La recompensa llega enseguida, cuando alcanza el collado Mosquera, donde tiene unas vistas magníficas del campo de Cartagena y, si se desplaza a la derecha por la pista forestal, puede asomarse y observar otra vertiente de Carrascoy. Desde ese punto, plagado de flores primaverales, se ve un pequeño abrigo que está bajo las murallas del castillo de la Asomada, que corona el Cabezo del Puerto.
Mientras subimos el último tramo de la excursión (hay que trepar un poco), uno puede plantearse a quién demonios se le ocurrió construir allí un castillo, pero, una vez arriba, las dudas se disipan por completo. Los enormes tapiales de la fortaleza del siglo XII son un mirador excepcional desde el que controlar el tránsito (amigo o enemigo) entre la costa y el interior. Las vistas son insuperables y la fortaleza, el lugar ideal para hacer un descanso y reponer fuerzas para descender por donde subió (pero no deje rastro de su almuerzo, nadie sube hasta allí arriba a recoger la basura). Además, en la fortaleza se echa de menos algún cartel explicativo sobre el conjunto defensivo (la Asomada, el Portazgo superior e inferior). Del mismo modo, en el castillo reconstruido junto a la rambla -abajo del todo- los carteles prometen de lejos, pero al aproximarse, son paneles en blanco sin ninguna información. Igualmente, el estado del área recreativa denota que el civismo no es el punto fuerte de algunos de los que lo frecuentan.
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