Las transformaciones de las estructuras de poblamiento en Italia entre la antigüedad tardía y la Edad Media
Riccardo FRANCOVICH.
13/5/07
El Grupo de Investigación THARG mantenía unas relaciones muy sólidas y amistosas con el Profesor Riccardo Francovich, de la Universidad de Siena, recientemente fallecido. En su día le propusimos editar un libro en el que se recogiesen algunos de sus más importantes trabajos. El propio Francovich los seleccionó y autorizó con entusiasmo su edición. Esta publicación aparecerá con un prólogo del Profesor Antonio Malpica, por expreso deseo del autor, en la Editorial de la Universidad de Granada. Como homenaje a su persona y a su obra, queremos ofrecer el artículo que abre el mencionado libro, como el resto ha sido traducido directamente del italiano por la Profesora Adela Fábregas, miembro también de THARG.
LAS TRANSFORMACIONES DE LAS ESTRUCTURAS DE POBLAMIENTO EN ITALIA ENTRE LA ANTIGÜEDAD TARDÍA Y LA EDAD MEDIA (*)
El final de la Antigüedad. Crisis y recuperación del sistema de las villae (siglos III-IV).
Los procesos de transformación de las estructuras del poblamiento rural entre la Antigüedad tardía y la Edad Media (siglos V a X d. C.) actualmente pueden ser reinterpretados a la luz de una rica y nueva documentación arqueológica.
En primer lugar cabe destacar que la crisis del poblamiento y de la organización productiva tardorromana, o lo que es lo mismo el lento final de la Antigüedad, tiene inicio en plena edad imperial y se prolonga hasta la época de las guerras góticas (siglos III-mediados del siglo VI). El debate que sostienen los arqueólogos clásicos y los arqueólogos medievalistas que han estudiado la formación de los paisajes altomedievales se ha centrado en poner en evidencia en los diferentes contextos regionales el colapso del sistema de las villae; o, si este fenómeno no ha llegado a desarrollarse plenamente, el declive de la red de asentamientos de época romana y por tanto del sistema de relaciones económicas y sociales que la sostenían. Paralelamente se ha subrayado la persistencia de una organización estatal con proyección sobre el territorio incluso después de las guerras góticas: son particularmente significativas las investigaciones sobre los “castillos altomedievales”, que afrontan desde el punto de vista arqueológico el estudio del nacimiento de los poderes señoriales y que se presentan como una auténtica “arqueología del poder”. Un último tema es el vinculado a las dinámicas de transformación de los campos, que dieron origen, entre los siglos VII y VIII, a la aldea altomedieval, etapa intermedia del proceso de formación de los castillos culminado en pleno siglo XI.
Con todo ello el cuadro de los procesos de transformación del territorio italiano entre los siglos V y X que podemos ofrecer comienza a tener cierta consistencia, aunque quedan en él aún muchas zonas oscuras. De hecho debemos aclarar que, a pesar del gran número de estudios realizados en Italia, sólo podemos ofrecer algún intento de síntesis en determinadas áreas (parte de la Italia septentrional, Toscana, Lacio, Abruzzo y Puglia), mientras que hay otras regiones como la Umbria o la Basilicata que casi no disponen de estudios sobre el territorio. A esta desigual distribución geográfica debemos añadir una profunda heterogeneidad metodológica a la hora de desarrollar estas investigaciones: si por un lado todo ello significa renunciar a proponer un modelo unívoco, aunque sea articulado, de los procesos de transformación del territorio a escala nacional, por otra parte permite subrayar elementos comunes y peculiaridades regionales, aunque bailen entre lagunas de sombra y zonas bien iluminadas (1).
Tras las largas y encendidas diatribas que han caracterizado los años 80 y 90, el problema en la actualidad ya no es demostrar la continuidad entre época antigua y época medieval, sino mejorar los instrumentos que nos lleven a comprender las motivaciones profundas y las particularidades regionales de este largo y profundo proceso de transformación.
Que el paisaje, o, mejor, los paisajes antiguos se hayan disuelto en un momento determinado es algo ya aceptado por todos los estudiosos. Las investigaciones llevadas a cabo desde Lombardía hasta Sicilia presentan algunos elementos comunes en este sentido, aunque no renuncian a sus especificidades regionales. En primer lugar el sistema de la villa esclavista fue propio exclusivamente de la Italia tirrénica central, mientras que en Padania está completamente ausente y en los territorios apenínicos convivía con otras formas de asentamiento. En segundo lugar la crisis del siglo III afectó a todas las regiones: fue más virulenta en las zonas en que el sistema de las >villae estaba más estructurado, mientras que donde éste coexistía con sistemas prerromanos de concentración en aldeas o con un poblamiento disperso, resultó más leve. A pesar de ello esta primera fase de selección del asentamiento no determinó cambios radicales en la organización económica y del poblamiento. El tercer elemento común es la recuperación parcial que coincidió con la época constantiniana (siglo IV), si bien esta fase no invirtió la tendencia. La reestructuración, incluso arquitectónica, de muchas villae, desde el Valdarno al área padana, y la redefinición de los espacios internos en las zonas residenciales, se enmarca en un proceso general de transformación del uso del suelo, con la reconversión al pastoreo y al cultivo de cereales de amplias zonas hasta entonces dedicadas a una producción más especializada. Un último elemento común es la lenta agonía de las villae entre inicios del siglo V y finales del siglo VI que las conduciría a su fin(2), fenómeno aplicable tanto a la transformación funcional y de sus estructuras materiales como a la organización económica: todas las villae excavadas, desde la calabresa de Contrada Fontanelle, a la de Avicenna, en Piano di Carpino (Puglia), pasando por las de Selvicciola (Lacio), San Vincenzino (Toscana) o Russi (Romaña), acusan una sensible restricción del área habitada, fraccionamiento de ámbitos, pavimentos en tierra batida, construcción de cabañas de madera sobre los mosaicos…, construyeron cementerios dentro y fuera del perímetro de los edificios y finalmente las modestas estructuras murarias levantadas, quizás, de manera ocasional, muestran una ocupación temporal de las ruinas. De hecho buena parte de las villae> activas en el siglo II se habían convertido en complejos arruinados ya en los siglos V y VI y el hecho de recuperar cerámicas adscritas a estos siglos en aquéllas villae no significa per se una continuidad de funciones.
Una generalización de este tipo supone inevitablemente obviar particularidades regionales, que, sin embargo, creemos oportuno subrayar en una síntesis como la aquí presentada.
Si en algunas zonas la crisis ya es patente en el siglo III, en otras sólo se manifestará a partir del IV. Aunque provocaría fenómenos de abandono y degradación, la recesión se vio mitigada por una expansión del poblamiento en nuevas áreas e incluso por fenómenos de reconversión productiva. En la Italia septentrional el siglo III representa el momento inicial de la transformación. Estudios realizados en el bajo Trentino, en el Garda veronés y en Emilia, muestran que se abandonaron villae y factorías, o sufrieron procesos de fuerte degradación estructural, a los que acompañan evidentes signos de escasa conservación de los campos(3). A esta primera fase de flexión siguió una cierta recuperación que se mantuvo hasta la época de Teodosio (mediados del siglo IV), y que supuso la expansión hacia zonas anteriormente no cultivadas. Los motivos de este proceso parecen poder relacionarse con los renovados vínculos establecidos con los centros urbanos: el periodo en el que Milán desarrolló funciones como sede imperial (286-402) podría haber tenido efectos en el área comprendida entre Lombardía y bajo Trentino, pero no sabemos cual fue el impacto real sobre la reorganización del territorio en términos de concentración o reorganización de la propiedad y de los sistemas de arrendamiento; ni si se trató de un fenómeno económicamente productivo.
Las excavaciones de algunos asentamientos lombardos, como Angera, Calvatone y Muralto (4), muestran una realidad según la cual las aglomeraciones menores de época romana servían como elementos de conexión entre la ciudad y el campo. Los datos a nuestra disposición revelan escasos efectos relacionados con la crisis del siglo III y una notable prosperidad durante el siglo IV. Si estos centros intermedios en la cadena de distribución de las mercancías no acusaron apenas esta primera oleada de recesión, significa que los complejos más débiles fueron los que la sufrieron en mayor medida y que la absorción sólo fue posible gracias a una reorganización general de la población y de la red productiva. En Lombardía, de los 70 asentamientos conocidos (50 villae y 20 edificios rurales), 10 fueron ampliados en el curso de los siglos IV-V a través de transformaciones significativas y en ocasiones monumentales: Sirmione, Padenghe y Mozambano para el siglo IV y Sirmione y Desenzano en el siglo V. El territorio de Brescia y del Garda veronés presentan en los siglos IV y V una redefinición de los espacios habitados y una explotación intensiva de la tierra a través de una red articulada en villae , factorías y simples casas (5).
La tendencia hacia un crecimiento demográfico parcial y la puesta en cultivo de nuevos terrenos llegó también al bajo Trentino a partir del siglo IV, donde las estructuras de hábitat registradas prefieren ocupar las zonas de colinas. No está claro si el traslado a las alturas de los hábitats se debió a cualquier forma de inestabilidad o a la búsqueda de nuevas áreas que explotar. La continuidad de uso de las necrópolis ligadas a los fundi confirma que este proceso no implicó el abandono de los paisajes antiguos. La Emilia también acusó el renacimiento constantiniano, en parte gracias a la nueva relación establecida con las ciudades en el periodo en que Milán fue sede imperial (6). Pero mientras que la crisis del siglo III había significado fraccionamientos y modificaciones de los espacios interiores de los asentamientos, con redefiniciones funcionales, la recuperación tuvo efectos diferenciados: allí donde la reconversión de los cultivos se efectuó con éxito no se operaron modificaciones sustanciales, mientras que las áreas que se caracterizaron por relaciones privilegiadas con la ciudad o por sistemas de arrendamiento especializados conocieron un periodo de desarrollo.
Pasando a la Italia central, cabe subrayar que sólo la Toscana meridional posee investigaciones y excavaciones en número suficiente como para proponer hipotéticamente modelos articulados (7). Por lo demás, la ausencia de un centro urbano polarizador y el progresivo declive de muchas ciudades de primera edad imperial, hacen difícil establecer la relación entre ciudad y campo. Además la crisis de los siglos III-IV no determinó un desplazamiento generalizado de las áreas cultivadas en zonas precedentemente marginales, aunque permitió que un determinado número de haciendas más sólidas sobrevivieran. Los procesos de transformación de los campos supusieron la afirmación del latifundio (público y privado) concentrado en algunas villae antiguas, incluso marítimas, o en las aldeas. La reaparición de la aldea como polo de agregación es un dato constatable en zonas distantes y diferentes, aunque convendría preguntarse cuántas “villae” se habían convertido ya en pequeñas aldeas en este periodo. De hecho está atestiguada la transformación en aldeas de muchas mansiones a lo largo de las vías consulares, junto a establecimientos termales o estaciones postales, algunas de las cuales asumieron un papel preeminente, hasta convertirse en sedes episcopales. No obstante el rol de asentamiento concentrado está lejos de quedar definido, siendo necesario aclarar la consistencia y la densidad del territorio.
En diversas zonas de la Toscana, junto al latifundio comenzaron a desarrollarse formas de asentamiento originadas a partir de iniciativas individuales: se trata de grutas, habitaciones precarias y pequeñas aglomeraciones frecuentadas por una población dedicada a la explotación de los bosques apenínicos. Las áreas centrales de la Toscana, aún confirmando el descenso general del número de asentamientos respecto al primer imperio (hasta puntas del 90%), sugieren modelos basados en haciendas medio-grandes, que, en las cercanías de Siena, podrían mantener estrechas relaciones con el centro urbano. Del mismo modo en las colinas más alejadas (como el Valle del Ombrone y Valdorcia) la presencia de factorías situadas en propiedades medianas, organizadas en unidades ponderales, podría sugerir un sistema de recogida del excedente destinado a la ciudad. El territorio de Grosseto se caracteriza también por la coexistencia de modelos diferentes, asimilables a los ya identificados en el sienés: las villae eran todavía el elemento dominante del paisaje, tanto en las inmediaciones de las ciudades (en fuerte declive, aunque no abandonadas, como Cosa, Heba, Stanonia), como en zonas más distantes, también colinares, y en relación con vecinas aldeas. Justamente en las áreas marginales se ha localizado la presencia de pequeñas y medias factorías. Sin embargo en la costa las villae marítimas mantenían aún un papel central, explotando los recursos ícticos de las lagunas y de los pantanos: a pesar de ello los procesos de transformación interna operada en el siglo V llevan a pensar en profundas mutaciones funcionales que permiten suponer la sustitución de los establecimientos productivos por asentamientos más modestos, ocupados por pequeñas comunidades, como apoyo a la navegación costera(8).
Para completar el cuadro toscano hay que hacer referencia brevemente a la parte septentrional de la región, la Lucchesia y el ager Pisanus, zonas donde los datos son aún exiguos. Aquí el renacimiento del siglo IV fue producto de la coexistencia de una serie de villae que sobrevivieron a la crisis, dispuestas en una red extensa, y con una actividad agrícola-pastoril de gestión familiar organizada para la explotación de los bosques para la producción de madera (9).
El centro y el sur de la Península presentan también un cuadro muy bien articulado. En el Lacio la villa de Mola de Monte Gelato fue abandonada en el siglo III y reocupada entre los siglos IV y VI, readaptando las estructuras antiguas, fraccionando ámbitos y modificando la funcionalidad de los espacios, es decir acudiendo a las mismas modalidades identificadas en la Italia septentrional. La crisis había llegado también a los Montes de Tolfa en el siglo III, aunque en el siglo IV se advierten señales de una recuperación del asentamiento en el territorio montano que perduró hasta la guerra gótica (10). Otras zonas como Abruzzo, Puglia y Sicilia(11) pueden ilustrar mejor las características de los procesos de disolución de los paisajes antiguos, dada la cantidad y la calidad de los estudios vertidos sobre el tema. En el interior, bordeando los Apeninos, la aldea había sido quizás a lo largo de toda la época romana el modelo de asentamiento preferente, ya que era el que mejor respondía a las exigencias de una sociedad pastoril. En Abruzzo la crisis del siglo III-IV dejó sustancialmente intacta la organización territorial tardoantigua, que perduraría al menos hasta la guerra gótica. Se observa una continuidad no sólo en las grandes villae costeras (a lo largo del Vomano, en el bajo Valle del Teramo, en los valles del Salinello y Vibrata y en el bajo Valle del Pescara), sino también en pequeñas aldeas. Un poco más al sur, en el Valle del Biferno, en Molise, la tardoantigüedad está caracterizada por la disminución del número de asentamientos a la mitad y por evidentes mutaciones funcionales(12): los asentamientos menores acusaron la crisis con mayor virulencia, mientras que los complejos más grandes (villae y aldeas) consiguieron perdurar hasta el siglo V.
Puglia y Sicilia parecen ir contracorriente. En la primera región la reestructuración de la red de asentamientos determinó la selección de algunos núcleos de producción, que crecieron en perjuicio de otros que fueron abandonados. En este cuadro de concentración de la propiedad, de una explotación más racional de la cerealicultura y de crisis de la trashumancia, reaparecería la aldea vinculada al aprovechamiento de las aguas y de la cerealicultura, desarrollada desde finales de los siglos IV-V en respuesta a las nuevas exigencias annonarias y a la crisis de la ganadería trashumante. Sin embargo en Sicilia, en torno al siglo V se registra una concentración de la población en asentamientos de llanura y en las colinas en época romana (villae medio-grandes y vici). Y dado que en muchos de estos hábitats encontramos cerámicas del siglo X, se ha planteado la posibilidad de que estas evidencias señalen la continuidad de ocupación durante todo el periodo bizantino, alcanzando la conquista árabe y sobrepasándola. Muchos de estos asentamientos se ubican junto a los ríos o junto a las principales vías de comunicación, mientras que la conquista de las alturas no parece un fenómeno consistente, al menos hasta el siglo VII.
La disolución del sistema de las villae y el origen de los castillos altomedievales (siglo V-primera mitad del siglo VII)
Hasta aquí el cuadro de las fases de crisis y recuperación de los paisajes tardoantiguos. Pasemos ahora a tratar el proceso que determinó la disolución definitiva del sistema de las villae entre los siglos V y VI, que hemos de atribuir a la lenta agonía de todo un sistema cultural. No se trató de un evento inmediato, ni se debió a razones circunstanciales. La guerra gótica (535-554) constituyó el momento culminante de este proceso, aunque la crisis hundía sus raíces en un pasado que había mostrado su incapacidad para contrarrestar la provincialización de Italia, la hemorragia de riquezas hacia las provincias, la dependencia de los mercados extranjeros y la marginalización de la aristocracia italiana en el Imperio. El renacimiento constantiniano fue sólo un episodio basado en la esperanza de que este periodo de estabilidad política pudiera resolver problemas de fondo, que, por otro lado, no parecían percibir muy claramente las clases dirigentes.
Esta fase tampoco significó el abandono total y el traslado sistemático hacia nuevas áreas de poblamiento, de manera que, aun cuando resultó mucho más espaciado, siguió utilizando los paisajes utilizados con anterioridad. Pero cambiaron las funciones, las estructuras y las actividades productivas. En el siglo VI se generalizó el autoabastecimiento y las relaciones entre el campo y la ciudad perdieron su íntima conexión; sólo pocas áreas (la parte bizantina del Abruzzo, el Lacio y quizás Sicilia) participaban aún en las corrientes de tráfico mediterráneas. Aparecieron formas de ocupación parasitaria de antiguos asentamientos rurales, junto a cuyas ruinas se establecieron, como únicos elementos novedosos, los castillos altomedievales llamados “de primera generación” y pequeñas iglesias. Estas últimas solían edificarse aprovechando los restos de villae abandonadas, y constituyen por tanto claro indicio de un decidido proceso de cristianización del territorio. En la Toscana meridional, por ejemplo, prospecciones intensivas de superficie han confirmado la presencia de pequeños asentamientos diseminados, pobres en general, que llevan a pensar en un colapso completo de las formas de control ejercidas por las elites en época gótica. Este modelo ha sido calificado de “caótico” para marcar las profundas diferencias existentes con el paisaje que lo había precedido(13). Fue un periodo de profunda recesión: estuvo caracterizado por un aprovechamiento irracional del territorio, con una ocupación ocasional y no planificada de los paisajes antiguos. En general no aparece ya la estrecha interdependencia entre asentamientos o entre campo y ciudad, es decir desaparecen los signos de la jerarquía de asentamientos que se documentaba aún en muchas áreas en la primera mitad del siglo V.
Estos datos pueden llevar a pensar que durante cierto periodo reinara en los campos una especie de anarquía merced a la cual los campesinos se habrían desvinculado de toda forma de subordinación(14). Pero es necesario hacer algunas precisiones. Si por un lado es evidente que todo el periodo analizado hasta aquí se caracteriza por una progresiva e irreversible simplificación de la estructura social, de los procesos productivos y de las formas de hábitat, por otro lado la generalizada y total ausencia de jerarquía choca con la evidencia documental o con las escasas pruebas arqueológicas. En Italia septentrional el sistema de los castra, aún cuando se presenta bajo formas más desestructuradas, sustituyó a la compleja organización tardorromana(15). Las cerámicas revestidas de engobe rojo*, que siguieron circulando al menos hasta los primeros decenios del siglo VII en la Italia central, eran el fruto de un ciclo productivo que presuponía aún la actividad de algunos hornos, mercados interregionales y sistemas de distribución, que reaccionaron al derrumbe del comercio mediterráneo con una reconversión al policultivo y al artesanado del vidrio y de los metales. La explosión de las formas de asentamiento en pequeños núcleos dispersos testimonia la disgregación del complejo sistema de relaciones sociales y económicas que se había repropuesto en el renacimiento constantininiano. En esta dirección apuntan también los hallazgos de ajuares fúnebres, que reflejan en los rituales funerarios una articulación social lejos de desaparecer en los siglos VI y VII. No cabe, pues, interpretar como ausencia de jerarquía social la escasa tendencia de la aristocracia lombarda a intervenir en la gestión de la propiedad fundiaria, al menos hasta inicios del siglo VIII. Los posesores, residentes en los castra y en las ciudades, podrían no haber dejado trazas arqueológicas, limitándose a mantener un tipo de relación más simplificada con el campesinado.
Al tratar el periodo comprendido entre los siglos VI y VII es necesario apuntar el importante tema de los castillos medievales. Las profundas transformaciones de los campos italianos habían alcanzado ya un estadío avanzado cuando, en el 535, tuvo inicio la guerra gótica. Este evento fue infravalorado por la historiografía durante un tiempo, cuando en realidad constituiría un auténtico punto de inflexión. El fin del sistema de poblamiento antiguo no estuvo determinado tanto por las devastaciones de los ejércitos, modestos, en definitiva, cuanto por la aceleración del proceso de militarización de la sociedad y de los campos, que se convirtió en un elemento central entre los siglos VI y VII. Más o menos siempre habían existido fortificaciones situadas junto al confín; la novedad del momento es el nacimiento de fronteras internas en continuo movimiento, que determinaron la necesidad de utilizar los asentamientos fortificados de posición estratégica para controlar el territorio. Los castillos, fundados o reutilizados por godos, bizantinos y lombardos, surgieron siempre por iniciativa del poder público y por exigencias defensivas, nunca como consecuencia de la iniciativa privada para controlar recursos y poblamiento, como sin embargo iba a suceder en la Edad Media central(16). Esa característica constituye también el límite de este elemento novedoso en el poblamiento: desaparecida la urgencia de la defensa, muchos de estos asentamientos fueron abandonados para no volver a ser reocupados. Sobrevivieron sólo los centros que consiguieron absorber también otras funciones, las anteriormente ejercidas por las ciudades, convirtiéndose de hecho aquéllos en ciudades.
¿Cómo y hasta qué punto la fundación de los asentamientos fortificados incidió en los procesos ya en marcha? El problema por el momento no puede ser resuelto por falta de datos. Sólo en algunas regiones las investigaciones se encuentran en un estadío avanzado (recordemos la Lombardía, Veneto, Trentino, Liguria y Abruzzo), mientras que en gran parte de la Italia meridional los arqueólogos aún no le han prestado la suficiente atención. Es cierto que asentamientos notables como Castelseprio (Varese) o Monselice (Padua) se convirtieron en centros aglutinadores de las actividades económicas y administrativas del territorio adyacente, pero también ocurrió que el castrum* de Monte Barro fue abandonado y con éste centenares de otros pequeños y medianos asentamientos, que habían sido fortificados incluso aprovechando paños de murallas prerromanas.
En este contexto surge también el problema del poblamiento lombardo. Ha sido un tema muy debatido(17) y que se ha basado en el estudio de la distribución de las necrópolis, aunque aún es necesaria una investigación sistemática sobre los asentamientos vinculados a las mismas, y tampoco está claro si los lombardos prefirieron el establecimiento urbano o el rural. Por tanto es difícil proponer modelos generales, si bien parece claro que los diferentes momentos de la conquista y los contextos en los que se insertaron los grupos lombardos resultaron determinantes para el inicio de los procesos de transculturación. Para algunos estudiosos el asentamiento lombardo está conectado al problema de la defensa: la exigüidad numérica y la fuerte connotación militar, el estado de guerra más o menos evidente, habrían condicionado su establecimiento, limitándolo a la guarnición estratégica en vías de comunicación, ciudades, vados y pasos montañosos(18). Pero se trata de hipótesis aún por verificar.
Algunos contextos ilustran claramente este último capítulo de la historia de los paisajes antiguos. En toda la Italia septentrional el modelo centrado en la villa empezó a entrar en crisis en el siglo V, aunque hasta bien entrado el siglo VI algunos complejos siguieron siendo reutilizados parcial o selectivamente. Por ejemplo, en el bajo Trentino los edificios construidos en piedra fueron sustituidos por estructuras de madera; en Varone los ámbitos internos de una villa fueron utilizados como lugares de sepultura. No obstante en conjunto no parecen registrarse fenómenos de abandono dramático de los campos, aunque el traslado hacia el Piamonte occidental podría explicarse por la degradación del sistema centurial. Cabe subrayar la presencia de los lombardos interactuando con las poblaciones locales. En Lombardía sólo 12 de las 70 villae fortificadas y factorías censadas en el siglo I permanecían aún vigentes en el siglo V, mientras que otras 17 fueron reutilizadas hasta el siglo VI. Se trata de datos muy parciales, aunque perfectamente acordes con las lineas generales. En Mozambano, tras una fase de degradación y de expoliación (mediados del siglo V) se construyeron estructuras de madera y de arcilla. La villa de Sirmione fue abandonada hacia finales de siglo; y más o menos en el mismo periodo quedó destruida por incendio la villa de Desenzano. En Pontevico la continuidad de presencia constatada entre los siglos IV y VI se plasma en edificios con zócalo de mampostería y alzado de madera. En Nuvoleto hacia finales del siglo VI se construyeron pequeñas habitaciones con alzado de madera sobre los restos de la demolición de la estructura termal. En el Garda veronés la crisis propiamente dicha parece desencadenarse en el siglo V, aunque se sigue acudiendo a algunas áreas durante todo el siglo VI. También allí se manifiesta la tendencia a la reutilización de edificios en ruina mediante la implantación de estructuras de habitación más modestas, construidas a menudo con materiales degradables. La agregación de la población rural en torno a edificios religiosos es un fenómeno adscribible al siglo V, tal y como muestran excavaciones recientes(19).
El Piemonte presenta una relativa prosperidad aún a principios del siglo V, tal y como muestran las villae de Ticineto y Centallo. En el curso de ese siglo comenzaron a aparecer en su interior edificios de culto, tanto en la región de Novara, en Carpignano y Sizzano, como en la de Cuneo, en Centallo, mientras que otras estancias seguirían siendo utilizadas como habitaciones, confirmando la contracción y la modificación funcional de los espacios(20). En Emilia entre los siglos V y VI la crisis definitiva del sistema de las villae produjo una marcada degradación medioambiental y el colapso de los edificios.
En general en toda la Italia septentrional aparecen a lo largo del siglo V sistemas de fortificación, tanto en los pasos alpinos como en las ciudades de retaguardia. Los casos mejor estudiados son Monte Barro, Castelseprio y Monselice. En Monte Barro el castrum fue edificado por la autoridad pública goda sobre una serie de terrazas naturales y con una extensión de casi 8 ha. de área habitada, y de más 50 ha. si tenemos en cuenta el perímetro de muralla. La característica de este asentamiento es la presencia de edificios con patio, situados a distancias regulares, uno de los cuales, de mayores dimensiones, era sede del representante del poder público. La estructura social de los habitantes está muy jerarquizada y las funciones del asentamiento son múltiples: refugio para las poblaciones del valle, presidio militar y centro de acogida de los animales.
Castelseprio fue construido hacia finales del siglo V como centro fortificado muy articulado –el lienzo de muralla encierra una superficie de más de 6 ha— y de importancia, conteniendo edificios públicos, espacios de habitación y una red viaria. En época lombarda Castelseprio asumió un rol determinante sobre un amplio territorio limítrofe, convirtiéndose en sede de la circunscripción civil y eclesiástica. La riqueza de los frescos de la iglesia de Santa Maria Foris Portas, de época carolingia, testimonia la pervivencia de su centralidad y la relevancia del asentamiento. Superada la hipótesis de Gian Pietro Bognetti, que había visto en Castelseprio el lugar de encuentro entre los bizantinos y los lombardos y la materialización de las misiones orientales frente a los arrianos lombardos, actualmente aparece como uno de los polos de autorrepresentación de la aristocracia lombarda y carolingia.
En Monselice el hábitat medieval se desarrolló a finales del siglo VI sobre una colina utilizada como fortaleza bizantina, posteriormente conquistada por los lombardos. En época lombarda la relevancia del asentamiento crecería hasta asumir un papel clave en el entorno de las colinas Eugáneas. El castrum estaba rodeado por una muralla que cerraba un área de 3 ha. En su interior se han encontrado un grupo de sepulturas lombardas que contenían riquísimos ajuares de la primera mitad del siglo VII(21).
Entre finales del siglo V y los primeros decenios del siglo VI el cuadro toscano también muestra signos indudables del proceso de selección de la red de asentamientos, que determinó el nacimiento de nuevas formas de poblamiento. Si las áreas internas se caracterizan por la presencia de un asentamiento disperso, las zonas costeras asistieron a la transformación de las villae marítimas en hábitats marítimos protegidos. El fenómeno es muy evidente en el área de Cosa/Ansedonia (Grosseto): éste afectó a los asentamientos que, por posición geográfica o por la presencia de antiguas murallas, podían ofrecer un refugio. Toda la línea de confín entre Toscana y Lacio quedó sometida al fenómeno del traslado de las sedes episcopales y de la formación de redes de fortificaciones que se internaban hasta el lago de Bolsena, disponiéndose aquéllas a lo largo de los principales ejes viarios terrestres y fluviales. A mediados del siglo VI es evidente que en gran parte de la Toscana nos encontramos frente a un bajo índice demográfico, y a un paisaje caracterizado por amplias franjas desiertas que alternaban con zonas en las que surgen nuevas casas dispersas y estructuras preparadas utilizando las villae abandonadas que componían una red de malla relativamente densa. Faltan los elementos caracterizadores de las jerarquías sociales y económicas aún presentes en el siglo IV, y no es posible aclarar si existían relaciones entre ciudad y campo y cómo eran éstas de estrechas. Por lo demás no sabemos demasiado sobre las ciudades toscanas de los siglos VI y VII(22).
Además hay indicios de una polarización del sistema de poblamiento a lo largo de las principales rutas viarias medievales. Es el caso de la vía Francigena en su recorrido por Valdorcia, con asentamientos dedicados a actividades de tipo artesanal y comercial con influencia en un territorio limitado: en Torrita di Siena la aldea tardoantigua cambió radicalmente, transformándose en una realidad de cabañas y refugios en la que un grupo aprovechaba las ruinas antiguas trabajando en actividades agrícolas, la cría de ganado bovino y actividades artesanales como la elaboración del hierro y actividades cárnicas(23). Los rastros de aglomeraciones más complejas no cambian el cuadro general. En esta nueva estructura de poblamiento se inserta una red de iglesias rurales, a menudo sedes de parroquias (pievi), con la doble función de asimilación religiosa de los campos y de actuar como núcleo de agregación del poblamiento disperso. Se reconocen situaciones de este tipo en muchos casos. El más emblemático, por la riqueza del hallazgo, es Galognano (Colle Val d’Elsa). La antigua asistencia a la iglesia queda probada por el pequeño tesoro compuesto por objetos votivos preciosos donados por la aristocracia goda(24), y las prospecciones muestran la presencia de algunas habitaciones con la misma cronología. En S. Marcellino, en el Chianti, la parroquia fue edificada sobre una villa ocupada hasta la Antigüedad tardía y en sus proximidades se atestigua asentamiento disperso. En Santa Cristina (Buonconvento) una excavación reciente ha demostrado la existencia de la actual parroquia en esta fase, edificada sobre un precedente complejo romano en parte habitado y en parte aprovechado como necrópolis con sepulturas de época tardoantigua y lombarda.
La producción y la circulación de las cerámicas a nivel regional presenta entre finales del siglo V y mediados del siglo VI un cuadro diversificado, caracterizado por zonas que accedían a los mercados mediterráneos, mientras que otras se orientaban ya hacia producciones regionales, con la implantación de hornos que producían cerámicas en serie, difundiéndolas a medio y amplio radio. En la región sienesa los asentamientos mayores parecen aún orientados hacia mercados más amplios, mientras que los más pobres se limitan a productos locales y de costes menores. El valle del Albegna, en la franja costera, recibió mercancías mediterráneas hasta finales del siglo VI, mientras que en el interior estos tráficos se detuvieron a lo largo el siglo V. En la Lucchesia se atestigua una fortísima disminución de cerámicas de importación, que desaparecerían gradualmente mientras aumentaba de manera significativa la producción de imitaciones.
A mediados del siglo VI el mercado urbano entraría en un declive definitivo y las importaciones mediterráneas sobrevivieron exclusivamente en tanto que parte de la annona militar* organizada por el gobierno bizantino. La presencia de sigillata* y ánforas ya no era signo de una vitalidad económica y de intercambios, sino sólo de la total dependencia de castra y ciudades, desvinculadas del hinterland y de las provisiones imperiales. Ya no existían las haciendas que llevaban los productos agrícolas a las ciudades; las mismas ciudades, por lo que sabemos, se parecían mucho más a asentamientos rurales que a los centros urbanos de época constantiniana. La circulación de mercancías se limitó a las producciones locales, mientras que las familias campesinas acentuaron su tendencia hacia la autosuficiencia. El proceso de fragmentación de la producción y distribución de los tipos cerámicos se hizo más marcado a lo largo del siglo VI; desde los primeros decenios del siglo VII se cerró casi completamente la producción industrial. Los restos del complejo sistema anterior se limitaron a los productos de pocos hornos con demanda restringida(25).
En el Lacio la tendencia a la continuidad de la red de asentamientos tardoantiguos podría estar más marcada que en cualquier otro sitio, mitigando las visiones más pesimistas: de todos modos existen discordancias entre los resultados del South Etruria Survey*(26) y lo comentado acerca del número de iglesias (unas 30) y los cementerios tardoantigüos y altomedievales (26), que mostrarían un nivel de poblamiento más elevado. Los cementerios son de notables dimensiones, lo que sugiere su vinculación a un número amplio de asentamientos: por ejemplo, la necrópolis hipogea de Rignano Flaminio hospedó entre los siglos VI y VII unas 500-600 sepulturas y debe relacionarse con un gran asentamiento no identificado por el momento. La mayor parte de las iglesias fueron frecuentadas con asiduidad hasta el siglo VII y más adelante(27). El complejo termal de Poggio Smerdarolo, en los Montes de Tolfa, fue ocupado por un cementerio entre los siglos VI y VII, quizás tras una fase de abandono. Más al norte, la villa de La Selvicciola estuvo ocupada hasta el siglo VII, momento en el que se edificó una pequeña iglesia con cementerio lombardo sobre sus ruinas(28).
En Abruzzo(29), en el Teramano, las consecuencias sobre la estructura de poblamiento se refieren tanto a los eventos de la guerra gótica como a la conquista lombarda. Se asiste a la reutilización de instalaciones tardoantiguas con fines residenciales y funerarios. En el bajo Valle del Pescara la ocupación de asentamientos de tradición antigua se relaciona con la persistencia bizantina hasta los primeros decenios del siglo VII, en un cuadro en que aparecieron formas consistentes de reorganización agrícola para el abastecimiento de los vecinos centros costeros bizantinos, como castrum Truenium, castrum Novum, Ostia, Aterni, Hortona, Histonium. La funcionalidad residual de las estructuras portuarias permitió el aprovisionamiento hasta época tardía, en relación con el sistema annonario. Por tanto coexistían tres zonas con diferente organización económica: una primera, interna, marcada por formas elementales de hábitat por vici, donde se producía para el autoabastecimiento; una segunda, también interna, donde el poblamiento estaba ligado a la producción para los centros bajo el control imperial; una tercera, costera y en el traspaís inmediato, donde siguen existiendo numerosos complejos de grandes dimensiones.
También en Puglia la fuerte discontinuidad está representada por la guerra greco-gótica y por las posteriores invasiones lombardas, tanto si se pone el acento sobre los efectos de la conquista, como si se hace sobre los acontecimientos bélicos por sí mismos(30). La mitad del siglo VI representó una fase de profunda crisis de los campos: en Salento y en el territorio de Oria el abandono fue generalizado; en el territorio de Gargano pequeñas comunidades, a menudo pobres, reocuparon numerosos asentamientos, extremo puesto en evidencia por las necrópolis y por los restos de edificios en madera o en piedra de reutilización. Se trata de una continuidad de ocupación de caracteres muy degradados. En algunos casos (Avicenna, Melfi-Leonessa, Campi-Salentina –Santa Maria dell’Alto, S. Miserino, Rutigliano-Purgatorio) las aldeas se desarrollaron entre los siglos VI y VII en torno a pequeños edificios de culto construidos encima o junto a las villae antiguas. El caso de S. Giusto es muy representativo en este sentido: entre los siglos I-IV el asentamiento era una villa mediana-grande que se desarrollaría paulatinamente, alcanzando su máxima extensión en época tardoantigua; en el siglo V se construyó en las cercanías un complejo paleocristiano, sede de diócesis rural, constituido por una iglesia con baptisterio. Entre finales del siglo V y primera mitad del VI el complejo de culto alcanzó su máxima expansión con la construcción de una segunda iglesia con cementerio privilegiado, aunque sería abandonada pocos decenios después(31).
Los inicios de la Edad Media: la formación de las aldeas y el ascenso a las alturas (siglos VII-X).
La arqueología ofrece un cuadro tan claro de este periodo que los mismos arqueólogos, atraídos por los grandes monumentos más que por las frágiles trazas medievales, no lo han tenido en cuenta en muchas ocasiones.
Los datos, que estrechan lazos de interconexión recíproca son los siguientes. Hacia mediados del siglo VII cesan las últimas producciones cerámicas ligadas –por morfología, tecnología y redes de distribución— al mundo antiguo. Las nuevas producciones, datables entre los siglos VIII y IX, son completamente diferentes a las anteriores. Son, por tanto, difíciles de adscribir a una determinada tipología y datación, fruto de los nuevos sistemas económicos y productivos también en las regiones que permanecieron bajo control bizantino, como el Salento de la Apulia y Sicilia (justamente en estas regiones los estudiosos lamentan las dificultades para datar las fases de los siglos VII-VIII por falta de fósiles guía distintos a las cerámicas de importación y de las monedas bizantinas). El cuadro no cambia en Toscana, en Liguria ni en toda el área padana. Desde luego respecto a hace veinte años los conocimientos han avanzado, pero no podemos olvidar que las sigillatae africanas y bizantinas tardías, las ánforas y las cerámicas de barniz rojo no fueron sustituidas por productos similares; se generalizó el uso de otros materiales (la madera, el vidrio y el metal reciclado).
En territorio lombardo dejaron de enterrar con ajuares y la cristianización de los rituales funerarios comportó la construcción de iglesias privadas.
En regiones como la Toscana –aunque no sólo- se pasó de un asentamiento en llanura al modelo en el que las alturas recuperaron un papel central tras siglos, y no sólo por motivos de seguridad. La red de asentamientos que había sobrevivido a la crisis del siglo V se disolvió, salvo en algunas excepciones, entre el siglo VI y primera mitad del siglo VII, arrastrando tras de sí tanto asentamientos de función residencial predominante como los de vocación artesanal.
Todo coincide en señalar la segunda mitad del siglo VII como un momento crucial. Si el cuadro general es convincente, debemos señalar que en muchos contextos regionales las investigaciones no llegan a cubrir este periodo y faltan prospecciones amplias y continuadas con un número adecuado de intervenciones de excavación. A través de la escasa literatura arqueológica se puede suponer la existencia de un panorama articulado en múltiples variantes regionales, dentro de un contexto general de cambio decidido de las estructuras de hábitat. El dato es el nacimiento de una nueva red de asentamientos, caracterizada por la mayoría de formas concentradas.
Toscana ofrece los restos más evidentes de la existencia de aldeas concentradas y de cumbres pobladas de manera estable y duradera. Se trata de formas de asentamiento de “éxito” en las que a lo largo de los siglos IX y X se estableció una marcada diferenciación social, preludio de la posterior transformación en castillo. El fenómeno se va definiendo con claridad por doquier. En el Piamonte los datos recientes apuntan a que la edificación de los castillos se ubicó en núcleos rurales altomedievales(32): las investigaciones llevadas a cabo en el territorio presentan el incastellamento como la fortificación de aldeas preexistentes construidas en madera. No parece, por tanto, tratarse de un fenómeno ex novo, tal y como ha supuesto Pierre Toubert(33). Bastante comunes también en Abruzzo y en Molise(34) (en el caso de Santa Maria in Civita) son los ejemplos análogos de incastellamento, con la intervención directa de grandes propietarios laicos y eclesiásticos.
La arqueología propone poner en relación la aparición de una jerarquización en el interior de las aldeas de altura entre los siglos IX y X con la afirmación de fuertes poderes señoriales, en el contexto de la formación y del desarrollo del sistema “curtense”. Localizada en documentos del siglo VIII, la curtis* ha sido interpretada por los historiadores como el primer paso de un proceso de reorganización del paisaje agrario que encuentra su formalización con la afirmación del señorío territorial, atestiguado arqueológicamente en el castillo(35). Pero la curtis fue esencialmente un sistema de relaciones privadas, basada en una fuerte jerarquía social. Por este motivo es difícil creer que el dominio –es decir la parte de gestión directa- pudiera estar constituido por una o más casas aisladas, de las que no existen trazas arqueológicas; resulta más probable que los centros dominicales estuvieran situados en asentamientos concentrados de altura, de los que sí tenemos evidentes huellas materiales. A una fase sustancialmente igualitaria seguiría, con la misma cronología marcada por la documentación escrita, otra etapa de diferenciación social marcada, prueba de que las aristocracias de la época lombarda tardía, y sobre todo de edad carolingia, habían puesto en marcha un proceso de reorganización de la propiedad fundiaria y de las relaciones de fuerza. La etapa final del proceso de formación de los paisajes es el castillo, que se superpuso a una gran diversidad de situaciones de asentamiento, tanto como consolidación de formas preexistentes (casi la mitad de los casos de castillos estudiados en la Península Italiana, mientras que para el resto no tenemos excavaciones lo suficientemente amplias como para identificar los débiles restos altomedievales), o, tal y como muestra el caso de Rocca San Silvestro, sobre áreas deshabitadas.
Paralelamente a la formación de los asentamientos de altura se atestigua la fundación de los monasterios, regios o aristocráticos. En el curso de los siglos VII y VIII se desarrolló en el campo una red de asentamientos eclesiásticos (iglesias y monasterios) con el objeto de conseguir un control más directo de la población y la reconstrucción de la organización fundiaria. Estos dos aspectos coexisten durante todo el final de la época lombarda y carolingia, momento dorado de los grandes monasterios como, por ejemplo, S. Vincenzo al Volturno.
Fundado a finales del siglo VII y principios del siglo VIII por tres monjes sobre las ruinas de una aldea tardorromana en tierras del duque de Benevento, el monasterio conoció en tiempos de Carlomagno su época de máximo esplendor y se encontró en el centro de ásperas contiendas al estar situado entre el territorio franco y el ducado de Benevento. Abandonado tras un asalto de sarracenos en el 881, fue reconstruido durante el siglo X, aunque tuvo una vida breve y ya no conseguiría alcanzar el nivel de época carolingia. Esta trayectoria es común a muchos monasterios fundados en Italia entre los siglos VII y VIII. La riqueza de las estructuras del cenobio, la presencia de frescos, vidrieras policromadas, despachos..., hacen de San Vincenzo al Volturno un monasterio comparable a una ciudad (se calcula que en el siglo IX pudieran vivir en su interior unos 500 monjes). La iglesia fundada por el abad Josué a finales del siglo VIII era una obra imponente, una de las más grandes de Europa, y es testimonio de la condición privilegiada de la comunidad más allá del interés directo que mostrara Carlomagno por ella como importante presidio de frontera(36).
También en Toscana la abadía de San Salvatore al Monte Amiata, de fundación datada en el siglo VIII, había extendido su influencia a lo largo del siglo IX hasta llegar a la costa tirrénica mediante la creación de cellae, pequeños monasterios dependientes que funcionaban a partir del modelo de la curtis(37).
Entre los siglos VII-IX los campos italianos se vieron implicados en procesos de reagrupación de la población y de redefinición de la red de asentamientos. Podemos entender en términos dialécticos la relación mantenida entre el sistema de las iglesias y monasterios por un lado y el de las poblaciones de altura por otro. En el primer caso se prefería un modelo antiguo: en torno al centro religioso se organizaba un modesto asentamiento disperso, susceptible de adquirir consistencia; en el segundo caso, la decisiva fractura con el pasado propiciaba la redefinición de las relaciones sociales dentro de las aldeas comunitarias. Estos modelos se enfrentan durante algunos siglos, pero el hecho de que ya en el siglo X muchos de los grandes monasterios estuvieran en crisis y que las parroquias hubieran sido finalmente absorbidas por los castillos, y no al contrario, da idea de lo provechosa que ha sido la apuesta del señorío fundiario.
Trazar las vicisitudes ligadas a la formación del poblamiento concentrado altomedieval en Italia septentrional parece una tarea ardua, dado que el tema no ha sido sometido a un debate en profundidad. En el Trentino el análisis de las transformaciones del territorio rural se detiene en el siglo VII. Son aislados los casos como el de Calvese, Ledro-Volta de Besta y Villandro y sus datos se muestran aún demasiado genéricos como para realizar exámenes más concretos. En el Veneto y la Lombardía nos encontramos con la misma situación, excepción hecha de algunos centros fortificados como Castelseprio y Monselice, cuya continuidad ha sido atestiguada. Ejemplos aislados (Rodengo Saiano, Iseo-Pieve di S. Martino in Prada, y Pieve di Manerba) presentan condensaciones demográficas de bajo nivel aún adscribibles a los paisajes formados durante la crisis del sistema de las villae. Piadena(38) aparece sin embargo como un caso ejemplar de aldea altomedieval nueva y de vida breve; la iglesia de S. Tomè de Carvico, único caso, por lo demás, de edificio religioso construido en madera encontrado hasta el momento en Italia(39), fue abandonada durante el siglo VII, lo que se considera indicio de la crisis de la pequeña red de asentamientos que se había constituido a su alrededor. Otros casos análogos de Toscana muestran la difusión de este fenómeno, a saber, la breve vida de los asentamientos, en general activos durante pocos decenios, a pesar de ser más tardíos (siglos IX-X), levantados en áreas boscosas y sobre terrenos poco adecuados para las actividades agrícolas.
Tampoco en Emilia Romagna la discusión ha adelantado gran cosa más allá del tema ligado a la disolución de las villae tardoantiguas. Para los inicios de la Alta Edad Media sólo es posible realizar observaciones de carácter general. La fuerte contracción del poblamiento (quizás 3/4 de los asentamientos tardoantigüos) no puede ser interpretada como signo del colapso total del mundo rural: de hecho en el mismo periodo se constituyen nuevas realidades de asentamiento concentrado paralelamente a la creación de la red de los castra bizantinos y lombardos. El caso de Módena es quizás el más claro signo de la situación de crisis final de un sistema. El fenómeno de los pozos-depósito* testimonia el abandono de un hábitat por motivos bélicos, al que sigue la formación de una nueva red de asentamientos basada en la creación de poblaciones protegidas situadas en zonas estratégicas. Este aspecto, patente a través de la ubicación de las necrópolis lombardas, parece estar relacionado con la connotación fronteriza del territorio modenés a mediados del siglo VII(40).
En relación a la formación de las aldeas altomedievales, los problemas están aún abiertos. No obstante algunas zonas están empezando a ofrecer los primeros resultados innovadores. En el Garda veronés las prospecciones de superficie indican que las aldeas surgieron en conexión con áreas ya pobladas en época tardoantigua y que siguieron explotando los espacios agrícolas; la presencia de necrópolis de época lombarda permite retrasar el origen de algunos casos de aldeas citadas en las fuentes escritas en los siglos IX y X(41). También en Piamonte la investigación arqueológica ha empezado a aportar los primeros datos. El edificio con fachada porticada, quizás defendido por una muralla, excavado en Trino Vercellese y datado entre los siglos V y VI es una excepción. Levantado sobre una instalación romana precedente, por el momento es el único ejemplo en la región de poblamiento ininterrumpido desde época romana(42), mientras que en otros casos las fortificaciones tardoantiguas fueron reocupadas en el curso del siglo VII, desarrollándose con paños de muralla y torres en los siglos X y XI (Castelvecchio, Pecetto, S. Stefano Belbo, Belmonte, quizás Breolungi de Mondovì, Manzano). Además se suman las dos curtes de Benevagienna y Orba, encastilladas en el siglo X, donde las investigaciones arqueológicas han sacado a la luz un paño de muralla que rodeaba un espacio restringido, quizás densamente poblado. A pesar de ello es bueno aclarar que la aparición del hábitat concentrado y protegido no absorbió completamente el poblamiento preexistente ordenado en aldeas y casas dispersas(43).
El cuadro en el centro-sur está mucho más claro. En el Lacio el poblamiento altomedieval en forma de aldeas es conocido desde hace tiempo y se ha propuesto interpretar la fundación de las domuscultae* papales como un intento de revitalizar las áreas más deprimidas, y no tanto como índice de una repoblación del ámbito rural. Los estudios llevados a cabo en Mola di Monte Gelato, parte, quizás, de la domusculta de Capracorum, y en Santa Cornelia han arrojado datos significativos al respecto(44). Las investigaciones en la Alta Sabina parecen confirmar la presencia de aldeas: el yacimiento excavado en Casale S. Donato parece vital, con buena circulación de mercancías y al menos 14 tipos de cerámica de producción local procedentes de otras zonas(45). También en territorio de Viterbo(46) y en los límites con Abruzzo(47) los trabajos realizados en algunos yacimientos encastillados parecen revelar la existencia de una red de asentamientos articulada sólo sobre aldeas. En Abruzzo las investigaciones han puesto en evidencia la coexistencia de fenómenos de continuidad de poblamiento con otras formas de discontinuidad con un paso precoz a la ocupación de los poblados de altura. En época lombarda el fenómeno está ligado al estado de inseguridad de un área en estado de guerra continua. Algunas de estas aldeas consiguieron echar raíces y sobrevivir, mientras que otras estaban destinadas a fracasar(48).
En Puglia la situación de los campos parece diversa. El interior parece abandonado entre los siglos VII y X en favor de los centros portuarios, en particular en la costa adriática central (Barletta, Trani, Bari), que se transformarían gradualmente en ciudades. La reocupación y un vasto proceso de repoblación de los campos se percibe sólo desde el siglo XI por iniciativa bizantina(49). En Sicilia, por fin, los reconocimientos de superficie, sistemáticos y meticulosos, llevados a cabo en Monreale, en el territorio de Entella y en Eraclea Minoa, muestran una acentuación de los abandonos en torno al siglo V, sobreviviendo los asentamientos mayores que ofrecen sigillatae africanas de los siglos VI-VII y vidriadas polícromas* de los siglos X-XI. Se presenta un poblamiento organizado en aldeas y basado en la red de asentamientos tardoantigua, aunque sin relación directa con las estructuras anteriores. Estudios recientes desarrollados en el territorio de Segesta confirmarían la ausencia de rupturas traumáticas tras la conquista islámica del siglo IX, estableciéndose un tipo de asentamiento de núcleos concentrados, pero no protegidos, muchos de los cuales entrarían en crisis entre finales del siglo X y principios del XI, de manera coetánea a la primera fase de encastillamiento tras la fundación de Calathamet(50).
Toscana es la región donde la formación de los paisajes medievales se ha estudiado de manera más sistemática. Durante el siglo VII se abandonaron todas las formas de asentamiento de tipo parasitario, incluidas las coaguladas en torno a las iglesias. El poblamiento se trasfirió, concentrándose, a las alturas y a aldeas pobladas de manera continua hasta la plena Edad Media. Entre los casos excavados, los más claros son esencialmente Scarlino (Grosseto), Montarrenti y Poggibonsi (Siena)(51). Mientras que en Poggibonsi la aldea se situó sobre un complejo rural tardoantiguo, más tarde donado al monasterio de Marturi, en los otros dos casos el asentamiento se formó espontáneamente. La ausencia de signos tangibles de una jerarquía social interna indica el poder limitado de las aristocracias de época lombarda, aunque es difícil suponer la presencia de grupos campesinos desvinculados de cualquier relación de subordinación, ni siquiera jurídica. En la costa maremmana, en Scarlino, bajo las estructuras románicas del castillo de los Alberti, se ha excavado un hábitat de cabañas con una fase de vida muy larga, entre mediados del siglo VI y el siglo VII, y con una iglesia construida de época carolingia. Las cabañas muestran sucesivas reformas y niveles precedentes degradados o borrados en el curso de tres siglos. A principios del siglo X estas habitaciones eran de dos tipos, según sus dimensiones: tenían estructuras sustentadas en palos de madera, con alzados formados por ramas amalgamadas con arcilla cruda, cubierta de paja y ligaduras vegetales, pavimentos en tierra batida y hogares delimitados por piedras y situados en el ingreso, ante la ausencia de un sistema de ventilación. La cronología de la aldea de cabañas (siglos VII-X) evidencia un núcleo rural denominados curtis en su más antigua referencia documental (973). La cumbre hospedaba una cabaña amplia en la época carolingia tardía, estructuras más pequeñas y la iglesia: elementos, todos ellos, que la convierten en una zona eminente, cuya relevancia vuelve a quedar en evidencia con la construcción del edificio señorial en el siglo XI. Éste podría ser el centro de la curtis, quizás la casa dominial; el resto de habitaciones, cabañas de campesinos, se colocan en las vertientes oeste y sureste.
Montarrenti, situado entre las diócesis de Volterra y de Siena, nació como una aldea de cabañas entre mediados del siglo VII y mediados del siglo VIII, convirtiéndose en centro de recolección de productos agrícolas en época carolingia. Las fases de ocupación más antiguas muestran la presencia de cabañas de madera de planta oval dispuestas sobre toda la superficie de la colina. La aldea ya en este momento estaba rodeada por dos empalizadas de madera que defendían la parte más baja y la más alta del asentamiento. El material cerámico revela la presencia de centros productivos locales y una demanda articulada. Entre mediados del siglo VIII y el siglo IX la cima se transformó funcionalmente: la empalizada de madera fue sustituida por un muro de piedra ligado con argamasa y las cabañas fueron sustituidas por un almacén de madera de planta rectangular. Esta zona fue destinada al almacenamiento de productos agrícolas y a su elaboración, tal y como demuestra el hallazgo de una rueda de molino y de un hornillo utilizado para tostar el grano. La presencia de una zona con estructuras para la conservación de los excedentes productivos y para el desarrollo de actividades artesanales situada por encima de las simples habitaciones, sugiere la identificación de un núcleo de propietarios que ejercen prerrogativas de señorío fundiario, capaces de definir el nuevo orden económico de la aldea con la concentración de los productos agrícolas y de las estructuras de servicio –el granero y el horno— en la parte alta de la colina, rodeada por muros de piedra. Parece plausible identificar las estructuras de mediados del siglo VIII-IX con los elementos de una curtis cum clausura, es decir de un núcleo de asentamiento y de almacenamiento dotado de estructuras defensivas. Quizás tras un incendio del almacén (segunda mitad del siglo IX) la cima continuó siendo utilizada después la construcción de nuevas estructuras de madera.
Poggibonsi es una aldea de 2 ha habitada durante casi tres siglos. Estaba compuesta por cabañas de madera, tierra y paja y quedaba defendida naturalmente por unas peñas abruptas con un desnivel de casi 100 m. Estaba situada entre dos zonas de inhumación, la primera a sureste y la segunda a noroeste. La secuencia de los edificios demuestra que las habitaciones fueron reconstruidas pasadas una o dos generaciones. Las fases de época lombarda muestran una aldea sin diferenciaciones jerárquicas, cuyos habitantes se dedicaban a la agricultura y a la ganadería. A partir del siglo VIII surgen otros tipos de edificaciones, que sin embargo no transforman la naturaleza del asentamiento. Pero a partir de mediados del siglo IX sí se percibe un cambio claro, ya que se observa la articulación topográfica de las estructuras y de la sociedad. Surge un gran edificio central, adscrito a la tipología de la casa alargada con almacén interno para alimentos, un edificio para el tratamiento de la carne, rodeado de cabañas de dimensiones menores, una era y un área artesanal con otra una zona destinada a la acumulación del excedente productivo, todo ello vallado; finalmente la diferente cantidad de carne consumida en las diversas áreas del asentamiento muestra el crecimiento de los símbolos de estatus. El centro del hábitat se alza como lugar de residencia del propietario fundiario: quizás nos encontremos en el centro de una curtis.
Conclusiones
Desde el principio se ha dicho que el estado actual de la investigación no permite extraer conclusiones definitivas. Los datos que he presentado son una primera síntesis del trabajo llevado a cabo a lo largo de los últimos 30 años. En primer lugar los paisajes antiguos, cualquiera que fuese la incidencia y la estructura de las villae, conocieron una primera crisis entre los siglos III-IV y durante todo este último. Coincidiendo con el renacimiento constantiniano los asentamientos rurales fueron modificados en toda la Península, a veces con reformas arquitectónicas de importancia, que a menudo consistían en fraccionar y modificar las estructuras de los ámbitos. Se trató de un cambio de breve duración, agotando su impulso en época de Teodosio, aunque esta circunstancia hizo hicieron posible la perduración de los paisajes antiguos hasta las guerras góticas. La guerra provocó el declive de las elites tradicionales y favoreció la promoción, tanto en territorio lombardo como en la zona bizantina, de nuevas elites militares que instauraron relaciones sociales más simplificadas respecto a las poblaciones rurales. Hacia mediados del siglo VII maduraron los procesos de transformación que produjeron la disolución definitiva de los paisajes antiguos y la constitución de asentamientos fortificados de altura. Esta nueva red de asentamientos, surgidos, sin grandes obstáculos, por iniciativa de las poblaciones campesinas, se extendió como una mancha de aceite por muchas regiones de la Península, constituyendo el primer capítulo de los paisajes medievales: sobre esta red, y en un clima cultural diferente, surgieron las nuevas elites de los siglos VIII y IX, orientadas de manera más clara a imprimir los signos de su presencia en el territorio y a promover sistemas de gestión agraria. Es importante subrayar que los signos de recuperación se manifestaron respecto a las aldeas de altura, y no respecto al poblamiento disperso. Por tanto la afirmación de una nueva articulación social se muestra de manera indudable a través de los signos de jerarquización de las estructuras materiales en las comunidades de aldea de altura.
El proceso siguió su marcha a través de selecciones posteriores, paralelas a la transformación del señorío fundiario en señorío territorial. La crisis del reino itálico del siglo X permitió el desarrollo de las aristocracias locales en diversos contextos territoriales que desembocaría en la formación de castillos, signo tangible de las nuevas jerarquías sociales.
GLOSARIO
Annona militar
Por annona militar de los siglos VI y VII se entiende el complejo sistema de abastecimiento que la autoridad central bizantina había organizado para sostener los muchos presidios militares dispersos por el Mediterráneo. (la presencia de cerámicas sigillatae y de ánforas en asentamientos fortificados o puertos de este periodo ya no es indicio de una vivacidad del tráfico transmarino, tal y como había sucedido hasta el siglo IV, sino, al contrario, de una dependencia total del exterior para cubrir estos abastecimientos. No es casualidad que el abandono de los castra (vid. infra) se corresponda con un cese de la importación de estas mercancías).
castrum
Con este término generalmente se alude a los asentamientos fortificados edificados o favorecidos por la autoridad pública entre finales del siglo IV y todo el siglo VIII d. C., con una fuerte carga militar-defensiva. (En esto se diferencian de los castillos de la plena Edad Media (X-XIII), construidos, sin embargo, con el objetivo principal de controlar las poblaciones y los recursos del territorio. La mayor parte de los castra (o castillos altomedievales) tuvieron una vida brev
LAS TRANSFORMACIONES DE LAS ESTRUCTURAS DE POBLAMIENTO EN ITALIA ENTRE LA ANTIGÜEDAD TARDÍA Y LA EDAD MEDIA (*)
El final de la Antigüedad. Crisis y recuperación del sistema de las villae (siglos III-IV).
Los procesos de transformación de las estructuras del poblamiento rural entre la Antigüedad tardía y la Edad Media (siglos V a X d. C.) actualmente pueden ser reinterpretados a la luz de una rica y nueva documentación arqueológica.
En primer lugar cabe destacar que la crisis del poblamiento y de la organización productiva tardorromana, o lo que es lo mismo el lento final de la Antigüedad, tiene inicio en plena edad imperial y se prolonga hasta la época de las guerras góticas (siglos III-mediados del siglo VI). El debate que sostienen los arqueólogos clásicos y los arqueólogos medievalistas que han estudiado la formación de los paisajes altomedievales se ha centrado en poner en evidencia en los diferentes contextos regionales el colapso del sistema de las villae; o, si este fenómeno no ha llegado a desarrollarse plenamente, el declive de la red de asentamientos de época romana y por tanto del sistema de relaciones económicas y sociales que la sostenían. Paralelamente se ha subrayado la persistencia de una organización estatal con proyección sobre el territorio incluso después de las guerras góticas: son particularmente significativas las investigaciones sobre los “castillos altomedievales”, que afrontan desde el punto de vista arqueológico el estudio del nacimiento de los poderes señoriales y que se presentan como una auténtica “arqueología del poder”. Un último tema es el vinculado a las dinámicas de transformación de los campos, que dieron origen, entre los siglos VII y VIII, a la aldea altomedieval, etapa intermedia del proceso de formación de los castillos culminado en pleno siglo XI.
Con todo ello el cuadro de los procesos de transformación del territorio italiano entre los siglos V y X que podemos ofrecer comienza a tener cierta consistencia, aunque quedan en él aún muchas zonas oscuras. De hecho debemos aclarar que, a pesar del gran número de estudios realizados en Italia, sólo podemos ofrecer algún intento de síntesis en determinadas áreas (parte de la Italia septentrional, Toscana, Lacio, Abruzzo y Puglia), mientras que hay otras regiones como la Umbria o la Basilicata que casi no disponen de estudios sobre el territorio. A esta desigual distribución geográfica debemos añadir una profunda heterogeneidad metodológica a la hora de desarrollar estas investigaciones: si por un lado todo ello significa renunciar a proponer un modelo unívoco, aunque sea articulado, de los procesos de transformación del territorio a escala nacional, por otra parte permite subrayar elementos comunes y peculiaridades regionales, aunque bailen entre lagunas de sombra y zonas bien iluminadas (1).
Tras las largas y encendidas diatribas que han caracterizado los años 80 y 90, el problema en la actualidad ya no es demostrar la continuidad entre época antigua y época medieval, sino mejorar los instrumentos que nos lleven a comprender las motivaciones profundas y las particularidades regionales de este largo y profundo proceso de transformación.
Que el paisaje, o, mejor, los paisajes antiguos se hayan disuelto en un momento determinado es algo ya aceptado por todos los estudiosos. Las investigaciones llevadas a cabo desde Lombardía hasta Sicilia presentan algunos elementos comunes en este sentido, aunque no renuncian a sus especificidades regionales. En primer lugar el sistema de la villa esclavista fue propio exclusivamente de la Italia tirrénica central, mientras que en Padania está completamente ausente y en los territorios apenínicos convivía con otras formas de asentamiento. En segundo lugar la crisis del siglo III afectó a todas las regiones: fue más virulenta en las zonas en que el sistema de las >villae estaba más estructurado, mientras que donde éste coexistía con sistemas prerromanos de concentración en aldeas o con un poblamiento disperso, resultó más leve. A pesar de ello esta primera fase de selección del asentamiento no determinó cambios radicales en la organización económica y del poblamiento. El tercer elemento común es la recuperación parcial que coincidió con la época constantiniana (siglo IV), si bien esta fase no invirtió la tendencia. La reestructuración, incluso arquitectónica, de muchas villae, desde el Valdarno al área padana, y la redefinición de los espacios internos en las zonas residenciales, se enmarca en un proceso general de transformación del uso del suelo, con la reconversión al pastoreo y al cultivo de cereales de amplias zonas hasta entonces dedicadas a una producción más especializada. Un último elemento común es la lenta agonía de las villae entre inicios del siglo V y finales del siglo VI que las conduciría a su fin(2), fenómeno aplicable tanto a la transformación funcional y de sus estructuras materiales como a la organización económica: todas las villae excavadas, desde la calabresa de Contrada Fontanelle, a la de Avicenna, en Piano di Carpino (Puglia), pasando por las de Selvicciola (Lacio), San Vincenzino (Toscana) o Russi (Romaña), acusan una sensible restricción del área habitada, fraccionamiento de ámbitos, pavimentos en tierra batida, construcción de cabañas de madera sobre los mosaicos…, construyeron cementerios dentro y fuera del perímetro de los edificios y finalmente las modestas estructuras murarias levantadas, quizás, de manera ocasional, muestran una ocupación temporal de las ruinas. De hecho buena parte de las villae> activas en el siglo II se habían convertido en complejos arruinados ya en los siglos V y VI y el hecho de recuperar cerámicas adscritas a estos siglos en aquéllas villae no significa per se una continuidad de funciones.
Una generalización de este tipo supone inevitablemente obviar particularidades regionales, que, sin embargo, creemos oportuno subrayar en una síntesis como la aquí presentada.
Si en algunas zonas la crisis ya es patente en el siglo III, en otras sólo se manifestará a partir del IV. Aunque provocaría fenómenos de abandono y degradación, la recesión se vio mitigada por una expansión del poblamiento en nuevas áreas e incluso por fenómenos de reconversión productiva. En la Italia septentrional el siglo III representa el momento inicial de la transformación. Estudios realizados en el bajo Trentino, en el Garda veronés y en Emilia, muestran que se abandonaron villae y factorías, o sufrieron procesos de fuerte degradación estructural, a los que acompañan evidentes signos de escasa conservación de los campos(3). A esta primera fase de flexión siguió una cierta recuperación que se mantuvo hasta la época de Teodosio (mediados del siglo IV), y que supuso la expansión hacia zonas anteriormente no cultivadas. Los motivos de este proceso parecen poder relacionarse con los renovados vínculos establecidos con los centros urbanos: el periodo en el que Milán desarrolló funciones como sede imperial (286-402) podría haber tenido efectos en el área comprendida entre Lombardía y bajo Trentino, pero no sabemos cual fue el impacto real sobre la reorganización del territorio en términos de concentración o reorganización de la propiedad y de los sistemas de arrendamiento; ni si se trató de un fenómeno económicamente productivo.
Las excavaciones de algunos asentamientos lombardos, como Angera, Calvatone y Muralto (4), muestran una realidad según la cual las aglomeraciones menores de época romana servían como elementos de conexión entre la ciudad y el campo. Los datos a nuestra disposición revelan escasos efectos relacionados con la crisis del siglo III y una notable prosperidad durante el siglo IV. Si estos centros intermedios en la cadena de distribución de las mercancías no acusaron apenas esta primera oleada de recesión, significa que los complejos más débiles fueron los que la sufrieron en mayor medida y que la absorción sólo fue posible gracias a una reorganización general de la población y de la red productiva. En Lombardía, de los 70 asentamientos conocidos (50 villae y 20 edificios rurales), 10 fueron ampliados en el curso de los siglos IV-V a través de transformaciones significativas y en ocasiones monumentales: Sirmione, Padenghe y Mozambano para el siglo IV y Sirmione y Desenzano en el siglo V. El territorio de Brescia y del Garda veronés presentan en los siglos IV y V una redefinición de los espacios habitados y una explotación intensiva de la tierra a través de una red articulada en villae , factorías y simples casas (5).
La tendencia hacia un crecimiento demográfico parcial y la puesta en cultivo de nuevos terrenos llegó también al bajo Trentino a partir del siglo IV, donde las estructuras de hábitat registradas prefieren ocupar las zonas de colinas. No está claro si el traslado a las alturas de los hábitats se debió a cualquier forma de inestabilidad o a la búsqueda de nuevas áreas que explotar. La continuidad de uso de las necrópolis ligadas a los fundi confirma que este proceso no implicó el abandono de los paisajes antiguos. La Emilia también acusó el renacimiento constantiniano, en parte gracias a la nueva relación establecida con las ciudades en el periodo en que Milán fue sede imperial (6). Pero mientras que la crisis del siglo III había significado fraccionamientos y modificaciones de los espacios interiores de los asentamientos, con redefiniciones funcionales, la recuperación tuvo efectos diferenciados: allí donde la reconversión de los cultivos se efectuó con éxito no se operaron modificaciones sustanciales, mientras que las áreas que se caracterizaron por relaciones privilegiadas con la ciudad o por sistemas de arrendamiento especializados conocieron un periodo de desarrollo.
Pasando a la Italia central, cabe subrayar que sólo la Toscana meridional posee investigaciones y excavaciones en número suficiente como para proponer hipotéticamente modelos articulados (7). Por lo demás, la ausencia de un centro urbano polarizador y el progresivo declive de muchas ciudades de primera edad imperial, hacen difícil establecer la relación entre ciudad y campo. Además la crisis de los siglos III-IV no determinó un desplazamiento generalizado de las áreas cultivadas en zonas precedentemente marginales, aunque permitió que un determinado número de haciendas más sólidas sobrevivieran. Los procesos de transformación de los campos supusieron la afirmación del latifundio (público y privado) concentrado en algunas villae antiguas, incluso marítimas, o en las aldeas. La reaparición de la aldea como polo de agregación es un dato constatable en zonas distantes y diferentes, aunque convendría preguntarse cuántas “villae” se habían convertido ya en pequeñas aldeas en este periodo. De hecho está atestiguada la transformación en aldeas de muchas mansiones a lo largo de las vías consulares, junto a establecimientos termales o estaciones postales, algunas de las cuales asumieron un papel preeminente, hasta convertirse en sedes episcopales. No obstante el rol de asentamiento concentrado está lejos de quedar definido, siendo necesario aclarar la consistencia y la densidad del territorio.
En diversas zonas de la Toscana, junto al latifundio comenzaron a desarrollarse formas de asentamiento originadas a partir de iniciativas individuales: se trata de grutas, habitaciones precarias y pequeñas aglomeraciones frecuentadas por una población dedicada a la explotación de los bosques apenínicos. Las áreas centrales de la Toscana, aún confirmando el descenso general del número de asentamientos respecto al primer imperio (hasta puntas del 90%), sugieren modelos basados en haciendas medio-grandes, que, en las cercanías de Siena, podrían mantener estrechas relaciones con el centro urbano. Del mismo modo en las colinas más alejadas (como el Valle del Ombrone y Valdorcia) la presencia de factorías situadas en propiedades medianas, organizadas en unidades ponderales, podría sugerir un sistema de recogida del excedente destinado a la ciudad. El territorio de Grosseto se caracteriza también por la coexistencia de modelos diferentes, asimilables a los ya identificados en el sienés: las villae eran todavía el elemento dominante del paisaje, tanto en las inmediaciones de las ciudades (en fuerte declive, aunque no abandonadas, como Cosa, Heba, Stanonia), como en zonas más distantes, también colinares, y en relación con vecinas aldeas. Justamente en las áreas marginales se ha localizado la presencia de pequeñas y medias factorías. Sin embargo en la costa las villae marítimas mantenían aún un papel central, explotando los recursos ícticos de las lagunas y de los pantanos: a pesar de ello los procesos de transformación interna operada en el siglo V llevan a pensar en profundas mutaciones funcionales que permiten suponer la sustitución de los establecimientos productivos por asentamientos más modestos, ocupados por pequeñas comunidades, como apoyo a la navegación costera(8).
Para completar el cuadro toscano hay que hacer referencia brevemente a la parte septentrional de la región, la Lucchesia y el ager Pisanus, zonas donde los datos son aún exiguos. Aquí el renacimiento del siglo IV fue producto de la coexistencia de una serie de villae que sobrevivieron a la crisis, dispuestas en una red extensa, y con una actividad agrícola-pastoril de gestión familiar organizada para la explotación de los bosques para la producción de madera (9).
El centro y el sur de la Península presentan también un cuadro muy bien articulado. En el Lacio la villa de Mola de Monte Gelato fue abandonada en el siglo III y reocupada entre los siglos IV y VI, readaptando las estructuras antiguas, fraccionando ámbitos y modificando la funcionalidad de los espacios, es decir acudiendo a las mismas modalidades identificadas en la Italia septentrional. La crisis había llegado también a los Montes de Tolfa en el siglo III, aunque en el siglo IV se advierten señales de una recuperación del asentamiento en el territorio montano que perduró hasta la guerra gótica (10). Otras zonas como Abruzzo, Puglia y Sicilia(11) pueden ilustrar mejor las características de los procesos de disolución de los paisajes antiguos, dada la cantidad y la calidad de los estudios vertidos sobre el tema. En el interior, bordeando los Apeninos, la aldea había sido quizás a lo largo de toda la época romana el modelo de asentamiento preferente, ya que era el que mejor respondía a las exigencias de una sociedad pastoril. En Abruzzo la crisis del siglo III-IV dejó sustancialmente intacta la organización territorial tardoantigua, que perduraría al menos hasta la guerra gótica. Se observa una continuidad no sólo en las grandes villae costeras (a lo largo del Vomano, en el bajo Valle del Teramo, en los valles del Salinello y Vibrata y en el bajo Valle del Pescara), sino también en pequeñas aldeas. Un poco más al sur, en el Valle del Biferno, en Molise, la tardoantigüedad está caracterizada por la disminución del número de asentamientos a la mitad y por evidentes mutaciones funcionales(12): los asentamientos menores acusaron la crisis con mayor virulencia, mientras que los complejos más grandes (villae y aldeas) consiguieron perdurar hasta el siglo V.
Puglia y Sicilia parecen ir contracorriente. En la primera región la reestructuración de la red de asentamientos determinó la selección de algunos núcleos de producción, que crecieron en perjuicio de otros que fueron abandonados. En este cuadro de concentración de la propiedad, de una explotación más racional de la cerealicultura y de crisis de la trashumancia, reaparecería la aldea vinculada al aprovechamiento de las aguas y de la cerealicultura, desarrollada desde finales de los siglos IV-V en respuesta a las nuevas exigencias annonarias y a la crisis de la ganadería trashumante. Sin embargo en Sicilia, en torno al siglo V se registra una concentración de la población en asentamientos de llanura y en las colinas en época romana (villae medio-grandes y vici). Y dado que en muchos de estos hábitats encontramos cerámicas del siglo X, se ha planteado la posibilidad de que estas evidencias señalen la continuidad de ocupación durante todo el periodo bizantino, alcanzando la conquista árabe y sobrepasándola. Muchos de estos asentamientos se ubican junto a los ríos o junto a las principales vías de comunicación, mientras que la conquista de las alturas no parece un fenómeno consistente, al menos hasta el siglo VII.
La disolución del sistema de las villae y el origen de los castillos altomedievales (siglo V-primera mitad del siglo VII)
Hasta aquí el cuadro de las fases de crisis y recuperación de los paisajes tardoantiguos. Pasemos ahora a tratar el proceso que determinó la disolución definitiva del sistema de las villae entre los siglos V y VI, que hemos de atribuir a la lenta agonía de todo un sistema cultural. No se trató de un evento inmediato, ni se debió a razones circunstanciales. La guerra gótica (535-554) constituyó el momento culminante de este proceso, aunque la crisis hundía sus raíces en un pasado que había mostrado su incapacidad para contrarrestar la provincialización de Italia, la hemorragia de riquezas hacia las provincias, la dependencia de los mercados extranjeros y la marginalización de la aristocracia italiana en el Imperio. El renacimiento constantiniano fue sólo un episodio basado en la esperanza de que este periodo de estabilidad política pudiera resolver problemas de fondo, que, por otro lado, no parecían percibir muy claramente las clases dirigentes.
Esta fase tampoco significó el abandono total y el traslado sistemático hacia nuevas áreas de poblamiento, de manera que, aun cuando resultó mucho más espaciado, siguió utilizando los paisajes utilizados con anterioridad. Pero cambiaron las funciones, las estructuras y las actividades productivas. En el siglo VI se generalizó el autoabastecimiento y las relaciones entre el campo y la ciudad perdieron su íntima conexión; sólo pocas áreas (la parte bizantina del Abruzzo, el Lacio y quizás Sicilia) participaban aún en las corrientes de tráfico mediterráneas. Aparecieron formas de ocupación parasitaria de antiguos asentamientos rurales, junto a cuyas ruinas se establecieron, como únicos elementos novedosos, los castillos altomedievales llamados “de primera generación” y pequeñas iglesias. Estas últimas solían edificarse aprovechando los restos de villae abandonadas, y constituyen por tanto claro indicio de un decidido proceso de cristianización del territorio. En la Toscana meridional, por ejemplo, prospecciones intensivas de superficie han confirmado la presencia de pequeños asentamientos diseminados, pobres en general, que llevan a pensar en un colapso completo de las formas de control ejercidas por las elites en época gótica. Este modelo ha sido calificado de “caótico” para marcar las profundas diferencias existentes con el paisaje que lo había precedido(13). Fue un periodo de profunda recesión: estuvo caracterizado por un aprovechamiento irracional del territorio, con una ocupación ocasional y no planificada de los paisajes antiguos. En general no aparece ya la estrecha interdependencia entre asentamientos o entre campo y ciudad, es decir desaparecen los signos de la jerarquía de asentamientos que se documentaba aún en muchas áreas en la primera mitad del siglo V.
Estos datos pueden llevar a pensar que durante cierto periodo reinara en los campos una especie de anarquía merced a la cual los campesinos se habrían desvinculado de toda forma de subordinación(14). Pero es necesario hacer algunas precisiones. Si por un lado es evidente que todo el periodo analizado hasta aquí se caracteriza por una progresiva e irreversible simplificación de la estructura social, de los procesos productivos y de las formas de hábitat, por otro lado la generalizada y total ausencia de jerarquía choca con la evidencia documental o con las escasas pruebas arqueológicas. En Italia septentrional el sistema de los castra, aún cuando se presenta bajo formas más desestructuradas, sustituyó a la compleja organización tardorromana(15). Las cerámicas revestidas de engobe rojo*, que siguieron circulando al menos hasta los primeros decenios del siglo VII en la Italia central, eran el fruto de un ciclo productivo que presuponía aún la actividad de algunos hornos, mercados interregionales y sistemas de distribución, que reaccionaron al derrumbe del comercio mediterráneo con una reconversión al policultivo y al artesanado del vidrio y de los metales. La explosión de las formas de asentamiento en pequeños núcleos dispersos testimonia la disgregación del complejo sistema de relaciones sociales y económicas que se había repropuesto en el renacimiento constantininiano. En esta dirección apuntan también los hallazgos de ajuares fúnebres, que reflejan en los rituales funerarios una articulación social lejos de desaparecer en los siglos VI y VII. No cabe, pues, interpretar como ausencia de jerarquía social la escasa tendencia de la aristocracia lombarda a intervenir en la gestión de la propiedad fundiaria, al menos hasta inicios del siglo VIII. Los posesores, residentes en los castra y en las ciudades, podrían no haber dejado trazas arqueológicas, limitándose a mantener un tipo de relación más simplificada con el campesinado.
Al tratar el periodo comprendido entre los siglos VI y VII es necesario apuntar el importante tema de los castillos medievales. Las profundas transformaciones de los campos italianos habían alcanzado ya un estadío avanzado cuando, en el 535, tuvo inicio la guerra gótica. Este evento fue infravalorado por la historiografía durante un tiempo, cuando en realidad constituiría un auténtico punto de inflexión. El fin del sistema de poblamiento antiguo no estuvo determinado tanto por las devastaciones de los ejércitos, modestos, en definitiva, cuanto por la aceleración del proceso de militarización de la sociedad y de los campos, que se convirtió en un elemento central entre los siglos VI y VII. Más o menos siempre habían existido fortificaciones situadas junto al confín; la novedad del momento es el nacimiento de fronteras internas en continuo movimiento, que determinaron la necesidad de utilizar los asentamientos fortificados de posición estratégica para controlar el territorio. Los castillos, fundados o reutilizados por godos, bizantinos y lombardos, surgieron siempre por iniciativa del poder público y por exigencias defensivas, nunca como consecuencia de la iniciativa privada para controlar recursos y poblamiento, como sin embargo iba a suceder en la Edad Media central(16). Esa característica constituye también el límite de este elemento novedoso en el poblamiento: desaparecida la urgencia de la defensa, muchos de estos asentamientos fueron abandonados para no volver a ser reocupados. Sobrevivieron sólo los centros que consiguieron absorber también otras funciones, las anteriormente ejercidas por las ciudades, convirtiéndose de hecho aquéllos en ciudades.
¿Cómo y hasta qué punto la fundación de los asentamientos fortificados incidió en los procesos ya en marcha? El problema por el momento no puede ser resuelto por falta de datos. Sólo en algunas regiones las investigaciones se encuentran en un estadío avanzado (recordemos la Lombardía, Veneto, Trentino, Liguria y Abruzzo), mientras que en gran parte de la Italia meridional los arqueólogos aún no le han prestado la suficiente atención. Es cierto que asentamientos notables como Castelseprio (Varese) o Monselice (Padua) se convirtieron en centros aglutinadores de las actividades económicas y administrativas del territorio adyacente, pero también ocurrió que el castrum* de Monte Barro fue abandonado y con éste centenares de otros pequeños y medianos asentamientos, que habían sido fortificados incluso aprovechando paños de murallas prerromanas.
En este contexto surge también el problema del poblamiento lombardo. Ha sido un tema muy debatido(17) y que se ha basado en el estudio de la distribución de las necrópolis, aunque aún es necesaria una investigación sistemática sobre los asentamientos vinculados a las mismas, y tampoco está claro si los lombardos prefirieron el establecimiento urbano o el rural. Por tanto es difícil proponer modelos generales, si bien parece claro que los diferentes momentos de la conquista y los contextos en los que se insertaron los grupos lombardos resultaron determinantes para el inicio de los procesos de transculturación. Para algunos estudiosos el asentamiento lombardo está conectado al problema de la defensa: la exigüidad numérica y la fuerte connotación militar, el estado de guerra más o menos evidente, habrían condicionado su establecimiento, limitándolo a la guarnición estratégica en vías de comunicación, ciudades, vados y pasos montañosos(18). Pero se trata de hipótesis aún por verificar.
Algunos contextos ilustran claramente este último capítulo de la historia de los paisajes antiguos. En toda la Italia septentrional el modelo centrado en la villa empezó a entrar en crisis en el siglo V, aunque hasta bien entrado el siglo VI algunos complejos siguieron siendo reutilizados parcial o selectivamente. Por ejemplo, en el bajo Trentino los edificios construidos en piedra fueron sustituidos por estructuras de madera; en Varone los ámbitos internos de una villa fueron utilizados como lugares de sepultura. No obstante en conjunto no parecen registrarse fenómenos de abandono dramático de los campos, aunque el traslado hacia el Piamonte occidental podría explicarse por la degradación del sistema centurial. Cabe subrayar la presencia de los lombardos interactuando con las poblaciones locales. En Lombardía sólo 12 de las 70 villae fortificadas y factorías censadas en el siglo I permanecían aún vigentes en el siglo V, mientras que otras 17 fueron reutilizadas hasta el siglo VI. Se trata de datos muy parciales, aunque perfectamente acordes con las lineas generales. En Mozambano, tras una fase de degradación y de expoliación (mediados del siglo V) se construyeron estructuras de madera y de arcilla. La villa de Sirmione fue abandonada hacia finales de siglo; y más o menos en el mismo periodo quedó destruida por incendio la villa de Desenzano. En Pontevico la continuidad de presencia constatada entre los siglos IV y VI se plasma en edificios con zócalo de mampostería y alzado de madera. En Nuvoleto hacia finales del siglo VI se construyeron pequeñas habitaciones con alzado de madera sobre los restos de la demolición de la estructura termal. En el Garda veronés la crisis propiamente dicha parece desencadenarse en el siglo V, aunque se sigue acudiendo a algunas áreas durante todo el siglo VI. También allí se manifiesta la tendencia a la reutilización de edificios en ruina mediante la implantación de estructuras de habitación más modestas, construidas a menudo con materiales degradables. La agregación de la población rural en torno a edificios religiosos es un fenómeno adscribible al siglo V, tal y como muestran excavaciones recientes(19).
El Piemonte presenta una relativa prosperidad aún a principios del siglo V, tal y como muestran las villae de Ticineto y Centallo. En el curso de ese siglo comenzaron a aparecer en su interior edificios de culto, tanto en la región de Novara, en Carpignano y Sizzano, como en la de Cuneo, en Centallo, mientras que otras estancias seguirían siendo utilizadas como habitaciones, confirmando la contracción y la modificación funcional de los espacios(20). En Emilia entre los siglos V y VI la crisis definitiva del sistema de las villae produjo una marcada degradación medioambiental y el colapso de los edificios.
En general en toda la Italia septentrional aparecen a lo largo del siglo V sistemas de fortificación, tanto en los pasos alpinos como en las ciudades de retaguardia. Los casos mejor estudiados son Monte Barro, Castelseprio y Monselice. En Monte Barro el castrum fue edificado por la autoridad pública goda sobre una serie de terrazas naturales y con una extensión de casi 8 ha. de área habitada, y de más 50 ha. si tenemos en cuenta el perímetro de muralla. La característica de este asentamiento es la presencia de edificios con patio, situados a distancias regulares, uno de los cuales, de mayores dimensiones, era sede del representante del poder público. La estructura social de los habitantes está muy jerarquizada y las funciones del asentamiento son múltiples: refugio para las poblaciones del valle, presidio militar y centro de acogida de los animales.
Castelseprio fue construido hacia finales del siglo V como centro fortificado muy articulado –el lienzo de muralla encierra una superficie de más de 6 ha— y de importancia, conteniendo edificios públicos, espacios de habitación y una red viaria. En época lombarda Castelseprio asumió un rol determinante sobre un amplio territorio limítrofe, convirtiéndose en sede de la circunscripción civil y eclesiástica. La riqueza de los frescos de la iglesia de Santa Maria Foris Portas, de época carolingia, testimonia la pervivencia de su centralidad y la relevancia del asentamiento. Superada la hipótesis de Gian Pietro Bognetti, que había visto en Castelseprio el lugar de encuentro entre los bizantinos y los lombardos y la materialización de las misiones orientales frente a los arrianos lombardos, actualmente aparece como uno de los polos de autorrepresentación de la aristocracia lombarda y carolingia.
En Monselice el hábitat medieval se desarrolló a finales del siglo VI sobre una colina utilizada como fortaleza bizantina, posteriormente conquistada por los lombardos. En época lombarda la relevancia del asentamiento crecería hasta asumir un papel clave en el entorno de las colinas Eugáneas. El castrum estaba rodeado por una muralla que cerraba un área de 3 ha. En su interior se han encontrado un grupo de sepulturas lombardas que contenían riquísimos ajuares de la primera mitad del siglo VII(21).
Entre finales del siglo V y los primeros decenios del siglo VI el cuadro toscano también muestra signos indudables del proceso de selección de la red de asentamientos, que determinó el nacimiento de nuevas formas de poblamiento. Si las áreas internas se caracterizan por la presencia de un asentamiento disperso, las zonas costeras asistieron a la transformación de las villae marítimas en hábitats marítimos protegidos. El fenómeno es muy evidente en el área de Cosa/Ansedonia (Grosseto): éste afectó a los asentamientos que, por posición geográfica o por la presencia de antiguas murallas, podían ofrecer un refugio. Toda la línea de confín entre Toscana y Lacio quedó sometida al fenómeno del traslado de las sedes episcopales y de la formación de redes de fortificaciones que se internaban hasta el lago de Bolsena, disponiéndose aquéllas a lo largo de los principales ejes viarios terrestres y fluviales. A mediados del siglo VI es evidente que en gran parte de la Toscana nos encontramos frente a un bajo índice demográfico, y a un paisaje caracterizado por amplias franjas desiertas que alternaban con zonas en las que surgen nuevas casas dispersas y estructuras preparadas utilizando las villae abandonadas que componían una red de malla relativamente densa. Faltan los elementos caracterizadores de las jerarquías sociales y económicas aún presentes en el siglo IV, y no es posible aclarar si existían relaciones entre ciudad y campo y cómo eran éstas de estrechas. Por lo demás no sabemos demasiado sobre las ciudades toscanas de los siglos VI y VII(22).
Además hay indicios de una polarización del sistema de poblamiento a lo largo de las principales rutas viarias medievales. Es el caso de la vía Francigena en su recorrido por Valdorcia, con asentamientos dedicados a actividades de tipo artesanal y comercial con influencia en un territorio limitado: en Torrita di Siena la aldea tardoantigua cambió radicalmente, transformándose en una realidad de cabañas y refugios en la que un grupo aprovechaba las ruinas antiguas trabajando en actividades agrícolas, la cría de ganado bovino y actividades artesanales como la elaboración del hierro y actividades cárnicas(23). Los rastros de aglomeraciones más complejas no cambian el cuadro general. En esta nueva estructura de poblamiento se inserta una red de iglesias rurales, a menudo sedes de parroquias (pievi), con la doble función de asimilación religiosa de los campos y de actuar como núcleo de agregación del poblamiento disperso. Se reconocen situaciones de este tipo en muchos casos. El más emblemático, por la riqueza del hallazgo, es Galognano (Colle Val d’Elsa). La antigua asistencia a la iglesia queda probada por el pequeño tesoro compuesto por objetos votivos preciosos donados por la aristocracia goda(24), y las prospecciones muestran la presencia de algunas habitaciones con la misma cronología. En S. Marcellino, en el Chianti, la parroquia fue edificada sobre una villa ocupada hasta la Antigüedad tardía y en sus proximidades se atestigua asentamiento disperso. En Santa Cristina (Buonconvento) una excavación reciente ha demostrado la existencia de la actual parroquia en esta fase, edificada sobre un precedente complejo romano en parte habitado y en parte aprovechado como necrópolis con sepulturas de época tardoantigua y lombarda.
La producción y la circulación de las cerámicas a nivel regional presenta entre finales del siglo V y mediados del siglo VI un cuadro diversificado, caracterizado por zonas que accedían a los mercados mediterráneos, mientras que otras se orientaban ya hacia producciones regionales, con la implantación de hornos que producían cerámicas en serie, difundiéndolas a medio y amplio radio. En la región sienesa los asentamientos mayores parecen aún orientados hacia mercados más amplios, mientras que los más pobres se limitan a productos locales y de costes menores. El valle del Albegna, en la franja costera, recibió mercancías mediterráneas hasta finales del siglo VI, mientras que en el interior estos tráficos se detuvieron a lo largo el siglo V. En la Lucchesia se atestigua una fortísima disminución de cerámicas de importación, que desaparecerían gradualmente mientras aumentaba de manera significativa la producción de imitaciones.
A mediados del siglo VI el mercado urbano entraría en un declive definitivo y las importaciones mediterráneas sobrevivieron exclusivamente en tanto que parte de la annona militar* organizada por el gobierno bizantino. La presencia de sigillata* y ánforas ya no era signo de una vitalidad económica y de intercambios, sino sólo de la total dependencia de castra y ciudades, desvinculadas del hinterland y de las provisiones imperiales. Ya no existían las haciendas que llevaban los productos agrícolas a las ciudades; las mismas ciudades, por lo que sabemos, se parecían mucho más a asentamientos rurales que a los centros urbanos de época constantiniana. La circulación de mercancías se limitó a las producciones locales, mientras que las familias campesinas acentuaron su tendencia hacia la autosuficiencia. El proceso de fragmentación de la producción y distribución de los tipos cerámicos se hizo más marcado a lo largo del siglo VI; desde los primeros decenios del siglo VII se cerró casi completamente la producción industrial. Los restos del complejo sistema anterior se limitaron a los productos de pocos hornos con demanda restringida(25).
En el Lacio la tendencia a la continuidad de la red de asentamientos tardoantiguos podría estar más marcada que en cualquier otro sitio, mitigando las visiones más pesimistas: de todos modos existen discordancias entre los resultados del South Etruria Survey*(26) y lo comentado acerca del número de iglesias (unas 30) y los cementerios tardoantigüos y altomedievales (26), que mostrarían un nivel de poblamiento más elevado. Los cementerios son de notables dimensiones, lo que sugiere su vinculación a un número amplio de asentamientos: por ejemplo, la necrópolis hipogea de Rignano Flaminio hospedó entre los siglos VI y VII unas 500-600 sepulturas y debe relacionarse con un gran asentamiento no identificado por el momento. La mayor parte de las iglesias fueron frecuentadas con asiduidad hasta el siglo VII y más adelante(27). El complejo termal de Poggio Smerdarolo, en los Montes de Tolfa, fue ocupado por un cementerio entre los siglos VI y VII, quizás tras una fase de abandono. Más al norte, la villa de La Selvicciola estuvo ocupada hasta el siglo VII, momento en el que se edificó una pequeña iglesia con cementerio lombardo sobre sus ruinas(28).
En Abruzzo(29), en el Teramano, las consecuencias sobre la estructura de poblamiento se refieren tanto a los eventos de la guerra gótica como a la conquista lombarda. Se asiste a la reutilización de instalaciones tardoantiguas con fines residenciales y funerarios. En el bajo Valle del Pescara la ocupación de asentamientos de tradición antigua se relaciona con la persistencia bizantina hasta los primeros decenios del siglo VII, en un cuadro en que aparecieron formas consistentes de reorganización agrícola para el abastecimiento de los vecinos centros costeros bizantinos, como castrum Truenium, castrum Novum, Ostia, Aterni, Hortona, Histonium. La funcionalidad residual de las estructuras portuarias permitió el aprovisionamiento hasta época tardía, en relación con el sistema annonario. Por tanto coexistían tres zonas con diferente organización económica: una primera, interna, marcada por formas elementales de hábitat por vici, donde se producía para el autoabastecimiento; una segunda, también interna, donde el poblamiento estaba ligado a la producción para los centros bajo el control imperial; una tercera, costera y en el traspaís inmediato, donde siguen existiendo numerosos complejos de grandes dimensiones.
También en Puglia la fuerte discontinuidad está representada por la guerra greco-gótica y por las posteriores invasiones lombardas, tanto si se pone el acento sobre los efectos de la conquista, como si se hace sobre los acontecimientos bélicos por sí mismos(30). La mitad del siglo VI representó una fase de profunda crisis de los campos: en Salento y en el territorio de Oria el abandono fue generalizado; en el territorio de Gargano pequeñas comunidades, a menudo pobres, reocuparon numerosos asentamientos, extremo puesto en evidencia por las necrópolis y por los restos de edificios en madera o en piedra de reutilización. Se trata de una continuidad de ocupación de caracteres muy degradados. En algunos casos (Avicenna, Melfi-Leonessa, Campi-Salentina –Santa Maria dell’Alto, S. Miserino, Rutigliano-Purgatorio) las aldeas se desarrollaron entre los siglos VI y VII en torno a pequeños edificios de culto construidos encima o junto a las villae antiguas. El caso de S. Giusto es muy representativo en este sentido: entre los siglos I-IV el asentamiento era una villa mediana-grande que se desarrollaría paulatinamente, alcanzando su máxima extensión en época tardoantigua; en el siglo V se construyó en las cercanías un complejo paleocristiano, sede de diócesis rural, constituido por una iglesia con baptisterio. Entre finales del siglo V y primera mitad del VI el complejo de culto alcanzó su máxima expansión con la construcción de una segunda iglesia con cementerio privilegiado, aunque sería abandonada pocos decenios después(31).
Los inicios de la Edad Media: la formación de las aldeas y el ascenso a las alturas (siglos VII-X).
La arqueología ofrece un cuadro tan claro de este periodo que los mismos arqueólogos, atraídos por los grandes monumentos más que por las frágiles trazas medievales, no lo han tenido en cuenta en muchas ocasiones.
Los datos, que estrechan lazos de interconexión recíproca son los siguientes. Hacia mediados del siglo VII cesan las últimas producciones cerámicas ligadas –por morfología, tecnología y redes de distribución— al mundo antiguo. Las nuevas producciones, datables entre los siglos VIII y IX, son completamente diferentes a las anteriores. Son, por tanto, difíciles de adscribir a una determinada tipología y datación, fruto de los nuevos sistemas económicos y productivos también en las regiones que permanecieron bajo control bizantino, como el Salento de la Apulia y Sicilia (justamente en estas regiones los estudiosos lamentan las dificultades para datar las fases de los siglos VII-VIII por falta de fósiles guía distintos a las cerámicas de importación y de las monedas bizantinas). El cuadro no cambia en Toscana, en Liguria ni en toda el área padana. Desde luego respecto a hace veinte años los conocimientos han avanzado, pero no podemos olvidar que las sigillatae africanas y bizantinas tardías, las ánforas y las cerámicas de barniz rojo no fueron sustituidas por productos similares; se generalizó el uso de otros materiales (la madera, el vidrio y el metal reciclado).
En territorio lombardo dejaron de enterrar con ajuares y la cristianización de los rituales funerarios comportó la construcción de iglesias privadas.
En regiones como la Toscana –aunque no sólo- se pasó de un asentamiento en llanura al modelo en el que las alturas recuperaron un papel central tras siglos, y no sólo por motivos de seguridad. La red de asentamientos que había sobrevivido a la crisis del siglo V se disolvió, salvo en algunas excepciones, entre el siglo VI y primera mitad del siglo VII, arrastrando tras de sí tanto asentamientos de función residencial predominante como los de vocación artesanal.
Todo coincide en señalar la segunda mitad del siglo VII como un momento crucial. Si el cuadro general es convincente, debemos señalar que en muchos contextos regionales las investigaciones no llegan a cubrir este periodo y faltan prospecciones amplias y continuadas con un número adecuado de intervenciones de excavación. A través de la escasa literatura arqueológica se puede suponer la existencia de un panorama articulado en múltiples variantes regionales, dentro de un contexto general de cambio decidido de las estructuras de hábitat. El dato es el nacimiento de una nueva red de asentamientos, caracterizada por la mayoría de formas concentradas.
Toscana ofrece los restos más evidentes de la existencia de aldeas concentradas y de cumbres pobladas de manera estable y duradera. Se trata de formas de asentamiento de “éxito” en las que a lo largo de los siglos IX y X se estableció una marcada diferenciación social, preludio de la posterior transformación en castillo. El fenómeno se va definiendo con claridad por doquier. En el Piamonte los datos recientes apuntan a que la edificación de los castillos se ubicó en núcleos rurales altomedievales(32): las investigaciones llevadas a cabo en el territorio presentan el incastellamento como la fortificación de aldeas preexistentes construidas en madera. No parece, por tanto, tratarse de un fenómeno ex novo, tal y como ha supuesto Pierre Toubert(33). Bastante comunes también en Abruzzo y en Molise(34) (en el caso de Santa Maria in Civita) son los ejemplos análogos de incastellamento, con la intervención directa de grandes propietarios laicos y eclesiásticos.
La arqueología propone poner en relación la aparición de una jerarquización en el interior de las aldeas de altura entre los siglos IX y X con la afirmación de fuertes poderes señoriales, en el contexto de la formación y del desarrollo del sistema “curtense”. Localizada en documentos del siglo VIII, la curtis* ha sido interpretada por los historiadores como el primer paso de un proceso de reorganización del paisaje agrario que encuentra su formalización con la afirmación del señorío territorial, atestiguado arqueológicamente en el castillo(35). Pero la curtis fue esencialmente un sistema de relaciones privadas, basada en una fuerte jerarquía social. Por este motivo es difícil creer que el dominio –es decir la parte de gestión directa- pudiera estar constituido por una o más casas aisladas, de las que no existen trazas arqueológicas; resulta más probable que los centros dominicales estuvieran situados en asentamientos concentrados de altura, de los que sí tenemos evidentes huellas materiales. A una fase sustancialmente igualitaria seguiría, con la misma cronología marcada por la documentación escrita, otra etapa de diferenciación social marcada, prueba de que las aristocracias de la época lombarda tardía, y sobre todo de edad carolingia, habían puesto en marcha un proceso de reorganización de la propiedad fundiaria y de las relaciones de fuerza. La etapa final del proceso de formación de los paisajes es el castillo, que se superpuso a una gran diversidad de situaciones de asentamiento, tanto como consolidación de formas preexistentes (casi la mitad de los casos de castillos estudiados en la Península Italiana, mientras que para el resto no tenemos excavaciones lo suficientemente amplias como para identificar los débiles restos altomedievales), o, tal y como muestra el caso de Rocca San Silvestro, sobre áreas deshabitadas.
Paralelamente a la formación de los asentamientos de altura se atestigua la fundación de los monasterios, regios o aristocráticos. En el curso de los siglos VII y VIII se desarrolló en el campo una red de asentamientos eclesiásticos (iglesias y monasterios) con el objeto de conseguir un control más directo de la población y la reconstrucción de la organización fundiaria. Estos dos aspectos coexisten durante todo el final de la época lombarda y carolingia, momento dorado de los grandes monasterios como, por ejemplo, S. Vincenzo al Volturno.
Fundado a finales del siglo VII y principios del siglo VIII por tres monjes sobre las ruinas de una aldea tardorromana en tierras del duque de Benevento, el monasterio conoció en tiempos de Carlomagno su época de máximo esplendor y se encontró en el centro de ásperas contiendas al estar situado entre el territorio franco y el ducado de Benevento. Abandonado tras un asalto de sarracenos en el 881, fue reconstruido durante el siglo X, aunque tuvo una vida breve y ya no conseguiría alcanzar el nivel de época carolingia. Esta trayectoria es común a muchos monasterios fundados en Italia entre los siglos VII y VIII. La riqueza de las estructuras del cenobio, la presencia de frescos, vidrieras policromadas, despachos..., hacen de San Vincenzo al Volturno un monasterio comparable a una ciudad (se calcula que en el siglo IX pudieran vivir en su interior unos 500 monjes). La iglesia fundada por el abad Josué a finales del siglo VIII era una obra imponente, una de las más grandes de Europa, y es testimonio de la condición privilegiada de la comunidad más allá del interés directo que mostrara Carlomagno por ella como importante presidio de frontera(36).
También en Toscana la abadía de San Salvatore al Monte Amiata, de fundación datada en el siglo VIII, había extendido su influencia a lo largo del siglo IX hasta llegar a la costa tirrénica mediante la creación de cellae, pequeños monasterios dependientes que funcionaban a partir del modelo de la curtis(37).
Entre los siglos VII-IX los campos italianos se vieron implicados en procesos de reagrupación de la población y de redefinición de la red de asentamientos. Podemos entender en términos dialécticos la relación mantenida entre el sistema de las iglesias y monasterios por un lado y el de las poblaciones de altura por otro. En el primer caso se prefería un modelo antiguo: en torno al centro religioso se organizaba un modesto asentamiento disperso, susceptible de adquirir consistencia; en el segundo caso, la decisiva fractura con el pasado propiciaba la redefinición de las relaciones sociales dentro de las aldeas comunitarias. Estos modelos se enfrentan durante algunos siglos, pero el hecho de que ya en el siglo X muchos de los grandes monasterios estuvieran en crisis y que las parroquias hubieran sido finalmente absorbidas por los castillos, y no al contrario, da idea de lo provechosa que ha sido la apuesta del señorío fundiario.
Trazar las vicisitudes ligadas a la formación del poblamiento concentrado altomedieval en Italia septentrional parece una tarea ardua, dado que el tema no ha sido sometido a un debate en profundidad. En el Trentino el análisis de las transformaciones del territorio rural se detiene en el siglo VII. Son aislados los casos como el de Calvese, Ledro-Volta de Besta y Villandro y sus datos se muestran aún demasiado genéricos como para realizar exámenes más concretos. En el Veneto y la Lombardía nos encontramos con la misma situación, excepción hecha de algunos centros fortificados como Castelseprio y Monselice, cuya continuidad ha sido atestiguada. Ejemplos aislados (Rodengo Saiano, Iseo-Pieve di S. Martino in Prada, y Pieve di Manerba) presentan condensaciones demográficas de bajo nivel aún adscribibles a los paisajes formados durante la crisis del sistema de las villae. Piadena(38) aparece sin embargo como un caso ejemplar de aldea altomedieval nueva y de vida breve; la iglesia de S. Tomè de Carvico, único caso, por lo demás, de edificio religioso construido en madera encontrado hasta el momento en Italia(39), fue abandonada durante el siglo VII, lo que se considera indicio de la crisis de la pequeña red de asentamientos que se había constituido a su alrededor. Otros casos análogos de Toscana muestran la difusión de este fenómeno, a saber, la breve vida de los asentamientos, en general activos durante pocos decenios, a pesar de ser más tardíos (siglos IX-X), levantados en áreas boscosas y sobre terrenos poco adecuados para las actividades agrícolas.
Tampoco en Emilia Romagna la discusión ha adelantado gran cosa más allá del tema ligado a la disolución de las villae tardoantiguas. Para los inicios de la Alta Edad Media sólo es posible realizar observaciones de carácter general. La fuerte contracción del poblamiento (quizás 3/4 de los asentamientos tardoantigüos) no puede ser interpretada como signo del colapso total del mundo rural: de hecho en el mismo periodo se constituyen nuevas realidades de asentamiento concentrado paralelamente a la creación de la red de los castra bizantinos y lombardos. El caso de Módena es quizás el más claro signo de la situación de crisis final de un sistema. El fenómeno de los pozos-depósito* testimonia el abandono de un hábitat por motivos bélicos, al que sigue la formación de una nueva red de asentamientos basada en la creación de poblaciones protegidas situadas en zonas estratégicas. Este aspecto, patente a través de la ubicación de las necrópolis lombardas, parece estar relacionado con la connotación fronteriza del territorio modenés a mediados del siglo VII(40).
En relación a la formación de las aldeas altomedievales, los problemas están aún abiertos. No obstante algunas zonas están empezando a ofrecer los primeros resultados innovadores. En el Garda veronés las prospecciones de superficie indican que las aldeas surgieron en conexión con áreas ya pobladas en época tardoantigua y que siguieron explotando los espacios agrícolas; la presencia de necrópolis de época lombarda permite retrasar el origen de algunos casos de aldeas citadas en las fuentes escritas en los siglos IX y X(41). También en Piamonte la investigación arqueológica ha empezado a aportar los primeros datos. El edificio con fachada porticada, quizás defendido por una muralla, excavado en Trino Vercellese y datado entre los siglos V y VI es una excepción. Levantado sobre una instalación romana precedente, por el momento es el único ejemplo en la región de poblamiento ininterrumpido desde época romana(42), mientras que en otros casos las fortificaciones tardoantiguas fueron reocupadas en el curso del siglo VII, desarrollándose con paños de muralla y torres en los siglos X y XI (Castelvecchio, Pecetto, S. Stefano Belbo, Belmonte, quizás Breolungi de Mondovì, Manzano). Además se suman las dos curtes de Benevagienna y Orba, encastilladas en el siglo X, donde las investigaciones arqueológicas han sacado a la luz un paño de muralla que rodeaba un espacio restringido, quizás densamente poblado. A pesar de ello es bueno aclarar que la aparición del hábitat concentrado y protegido no absorbió completamente el poblamiento preexistente ordenado en aldeas y casas dispersas(43).
El cuadro en el centro-sur está mucho más claro. En el Lacio el poblamiento altomedieval en forma de aldeas es conocido desde hace tiempo y se ha propuesto interpretar la fundación de las domuscultae* papales como un intento de revitalizar las áreas más deprimidas, y no tanto como índice de una repoblación del ámbito rural. Los estudios llevados a cabo en Mola di Monte Gelato, parte, quizás, de la domusculta de Capracorum, y en Santa Cornelia han arrojado datos significativos al respecto(44). Las investigaciones en la Alta Sabina parecen confirmar la presencia de aldeas: el yacimiento excavado en Casale S. Donato parece vital, con buena circulación de mercancías y al menos 14 tipos de cerámica de producción local procedentes de otras zonas(45). También en territorio de Viterbo(46) y en los límites con Abruzzo(47) los trabajos realizados en algunos yacimientos encastillados parecen revelar la existencia de una red de asentamientos articulada sólo sobre aldeas. En Abruzzo las investigaciones han puesto en evidencia la coexistencia de fenómenos de continuidad de poblamiento con otras formas de discontinuidad con un paso precoz a la ocupación de los poblados de altura. En época lombarda el fenómeno está ligado al estado de inseguridad de un área en estado de guerra continua. Algunas de estas aldeas consiguieron echar raíces y sobrevivir, mientras que otras estaban destinadas a fracasar(48).
En Puglia la situación de los campos parece diversa. El interior parece abandonado entre los siglos VII y X en favor de los centros portuarios, en particular en la costa adriática central (Barletta, Trani, Bari), que se transformarían gradualmente en ciudades. La reocupación y un vasto proceso de repoblación de los campos se percibe sólo desde el siglo XI por iniciativa bizantina(49). En Sicilia, por fin, los reconocimientos de superficie, sistemáticos y meticulosos, llevados a cabo en Monreale, en el territorio de Entella y en Eraclea Minoa, muestran una acentuación de los abandonos en torno al siglo V, sobreviviendo los asentamientos mayores que ofrecen sigillatae africanas de los siglos VI-VII y vidriadas polícromas* de los siglos X-XI. Se presenta un poblamiento organizado en aldeas y basado en la red de asentamientos tardoantigua, aunque sin relación directa con las estructuras anteriores. Estudios recientes desarrollados en el territorio de Segesta confirmarían la ausencia de rupturas traumáticas tras la conquista islámica del siglo IX, estableciéndose un tipo de asentamiento de núcleos concentrados, pero no protegidos, muchos de los cuales entrarían en crisis entre finales del siglo X y principios del XI, de manera coetánea a la primera fase de encastillamiento tras la fundación de Calathamet(50).
Toscana es la región donde la formación de los paisajes medievales se ha estudiado de manera más sistemática. Durante el siglo VII se abandonaron todas las formas de asentamiento de tipo parasitario, incluidas las coaguladas en torno a las iglesias. El poblamiento se trasfirió, concentrándose, a las alturas y a aldeas pobladas de manera continua hasta la plena Edad Media. Entre los casos excavados, los más claros son esencialmente Scarlino (Grosseto), Montarrenti y Poggibonsi (Siena)(51). Mientras que en Poggibonsi la aldea se situó sobre un complejo rural tardoantiguo, más tarde donado al monasterio de Marturi, en los otros dos casos el asentamiento se formó espontáneamente. La ausencia de signos tangibles de una jerarquía social interna indica el poder limitado de las aristocracias de época lombarda, aunque es difícil suponer la presencia de grupos campesinos desvinculados de cualquier relación de subordinación, ni siquiera jurídica. En la costa maremmana, en Scarlino, bajo las estructuras románicas del castillo de los Alberti, se ha excavado un hábitat de cabañas con una fase de vida muy larga, entre mediados del siglo VI y el siglo VII, y con una iglesia construida de época carolingia. Las cabañas muestran sucesivas reformas y niveles precedentes degradados o borrados en el curso de tres siglos. A principios del siglo X estas habitaciones eran de dos tipos, según sus dimensiones: tenían estructuras sustentadas en palos de madera, con alzados formados por ramas amalgamadas con arcilla cruda, cubierta de paja y ligaduras vegetales, pavimentos en tierra batida y hogares delimitados por piedras y situados en el ingreso, ante la ausencia de un sistema de ventilación. La cronología de la aldea de cabañas (siglos VII-X) evidencia un núcleo rural denominados curtis en su más antigua referencia documental (973). La cumbre hospedaba una cabaña amplia en la época carolingia tardía, estructuras más pequeñas y la iglesia: elementos, todos ellos, que la convierten en una zona eminente, cuya relevancia vuelve a quedar en evidencia con la construcción del edificio señorial en el siglo XI. Éste podría ser el centro de la curtis, quizás la casa dominial; el resto de habitaciones, cabañas de campesinos, se colocan en las vertientes oeste y sureste.
Montarrenti, situado entre las diócesis de Volterra y de Siena, nació como una aldea de cabañas entre mediados del siglo VII y mediados del siglo VIII, convirtiéndose en centro de recolección de productos agrícolas en época carolingia. Las fases de ocupación más antiguas muestran la presencia de cabañas de madera de planta oval dispuestas sobre toda la superficie de la colina. La aldea ya en este momento estaba rodeada por dos empalizadas de madera que defendían la parte más baja y la más alta del asentamiento. El material cerámico revela la presencia de centros productivos locales y una demanda articulada. Entre mediados del siglo VIII y el siglo IX la cima se transformó funcionalmente: la empalizada de madera fue sustituida por un muro de piedra ligado con argamasa y las cabañas fueron sustituidas por un almacén de madera de planta rectangular. Esta zona fue destinada al almacenamiento de productos agrícolas y a su elaboración, tal y como demuestra el hallazgo de una rueda de molino y de un hornillo utilizado para tostar el grano. La presencia de una zona con estructuras para la conservación de los excedentes productivos y para el desarrollo de actividades artesanales situada por encima de las simples habitaciones, sugiere la identificación de un núcleo de propietarios que ejercen prerrogativas de señorío fundiario, capaces de definir el nuevo orden económico de la aldea con la concentración de los productos agrícolas y de las estructuras de servicio –el granero y el horno— en la parte alta de la colina, rodeada por muros de piedra. Parece plausible identificar las estructuras de mediados del siglo VIII-IX con los elementos de una curtis cum clausura, es decir de un núcleo de asentamiento y de almacenamiento dotado de estructuras defensivas. Quizás tras un incendio del almacén (segunda mitad del siglo IX) la cima continuó siendo utilizada después la construcción de nuevas estructuras de madera.
Poggibonsi es una aldea de 2 ha habitada durante casi tres siglos. Estaba compuesta por cabañas de madera, tierra y paja y quedaba defendida naturalmente por unas peñas abruptas con un desnivel de casi 100 m. Estaba situada entre dos zonas de inhumación, la primera a sureste y la segunda a noroeste. La secuencia de los edificios demuestra que las habitaciones fueron reconstruidas pasadas una o dos generaciones. Las fases de época lombarda muestran una aldea sin diferenciaciones jerárquicas, cuyos habitantes se dedicaban a la agricultura y a la ganadería. A partir del siglo VIII surgen otros tipos de edificaciones, que sin embargo no transforman la naturaleza del asentamiento. Pero a partir de mediados del siglo IX sí se percibe un cambio claro, ya que se observa la articulación topográfica de las estructuras y de la sociedad. Surge un gran edificio central, adscrito a la tipología de la casa alargada con almacén interno para alimentos, un edificio para el tratamiento de la carne, rodeado de cabañas de dimensiones menores, una era y un área artesanal con otra una zona destinada a la acumulación del excedente productivo, todo ello vallado; finalmente la diferente cantidad de carne consumida en las diversas áreas del asentamiento muestra el crecimiento de los símbolos de estatus. El centro del hábitat se alza como lugar de residencia del propietario fundiario: quizás nos encontremos en el centro de una curtis.
Conclusiones
Desde el principio se ha dicho que el estado actual de la investigación no permite extraer conclusiones definitivas. Los datos que he presentado son una primera síntesis del trabajo llevado a cabo a lo largo de los últimos 30 años. En primer lugar los paisajes antiguos, cualquiera que fuese la incidencia y la estructura de las villae, conocieron una primera crisis entre los siglos III-IV y durante todo este último. Coincidiendo con el renacimiento constantiniano los asentamientos rurales fueron modificados en toda la Península, a veces con reformas arquitectónicas de importancia, que a menudo consistían en fraccionar y modificar las estructuras de los ámbitos. Se trató de un cambio de breve duración, agotando su impulso en época de Teodosio, aunque esta circunstancia hizo hicieron posible la perduración de los paisajes antiguos hasta las guerras góticas. La guerra provocó el declive de las elites tradicionales y favoreció la promoción, tanto en territorio lombardo como en la zona bizantina, de nuevas elites militares que instauraron relaciones sociales más simplificadas respecto a las poblaciones rurales. Hacia mediados del siglo VII maduraron los procesos de transformación que produjeron la disolución definitiva de los paisajes antiguos y la constitución de asentamientos fortificados de altura. Esta nueva red de asentamientos, surgidos, sin grandes obstáculos, por iniciativa de las poblaciones campesinas, se extendió como una mancha de aceite por muchas regiones de la Península, constituyendo el primer capítulo de los paisajes medievales: sobre esta red, y en un clima cultural diferente, surgieron las nuevas elites de los siglos VIII y IX, orientadas de manera más clara a imprimir los signos de su presencia en el territorio y a promover sistemas de gestión agraria. Es importante subrayar que los signos de recuperación se manifestaron respecto a las aldeas de altura, y no respecto al poblamiento disperso. Por tanto la afirmación de una nueva articulación social se muestra de manera indudable a través de los signos de jerarquización de las estructuras materiales en las comunidades de aldea de altura.
El proceso siguió su marcha a través de selecciones posteriores, paralelas a la transformación del señorío fundiario en señorío territorial. La crisis del reino itálico del siglo X permitió el desarrollo de las aristocracias locales en diversos contextos territoriales que desembocaría en la formación de castillos, signo tangible de las nuevas jerarquías sociales.
GLOSARIO
Annona militar
Por annona militar de los siglos VI y VII se entiende el complejo sistema de abastecimiento que la autoridad central bizantina había organizado para sostener los muchos presidios militares dispersos por el Mediterráneo. (la presencia de cerámicas sigillatae y de ánforas en asentamientos fortificados o puertos de este periodo ya no es indicio de una vivacidad del tráfico transmarino, tal y como había sucedido hasta el siglo IV, sino, al contrario, de una dependencia total del exterior para cubrir estos abastecimientos. No es casualidad que el abandono de los castra (vid. infra) se corresponda con un cese de la importación de estas mercancías).
castrum
Con este término generalmente se alude a los asentamientos fortificados edificados o favorecidos por la autoridad pública entre finales del siglo IV y todo el siglo VIII d. C., con una fuerte carga militar-defensiva. (En esto se diferencian de los castillos de la plena Edad Media (X-XIII), construidos, sin embargo, con el objetivo principal de controlar las poblaciones y los recursos del territorio. La mayor parte de los castra (o castillos altomedievales) tuvieron una vida brev
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Comentarios
1
Felicitar a quienes hacen esta página web posible, una vez más, un artículo excelente. Muchas gracias
Muy bueno
Felicitar a quienes hacen esta página web posible, una vez más, un artículo excelente. Muchas gracias
Comentario realizado por
Pedro.
15/5/07 2:01h
2
Muchas gracias, muy interesante, y para mi personalmente, en un momento muy oportuno.
Insisto en lo de Muy Bueno
Muchas gracias, muy interesante, y para mi personalmente, en un momento muy oportuno.
Comentario realizado por
Mufti.
15/5/07 11:26h
3
Me gustaria que se comentara este gran articulo. Lo merece de sobra y tendría que aparecer una discusión en el foro dedicado a los problemas que se plantean.
Me gustaría que se comentara el artículo
Me gustaria que se comentara este gran articulo. Lo merece de sobra y tendría que aparecer una discusión en el foro dedicado a los problemas que se plantean.
Comentario realizado por
eugenio.
22/5/07 8:20h
4
Por favor, podría alguien poner la bibliografía? No sé si a alguien puede serle útil, pero a mi me es necesario conocer las referencias. Gracias.
Bibliografía
Por favor, podría alguien poner la bibliografía? No sé si a alguien puede serle útil, pero a mi me es necesario conocer las referencias. Gracias.
Comentario realizado por
yo.
23/11/08 10:50h
Comentario realizado por
Neville.
27/2/09 7:24h
6
deberian ser mas directos es decir ser mas directos y mas breves al esplicar las cosas este es mi recomendacion
te lo digo....
deberian ser mas directos es decir ser mas directos y mas breves al esplicar las cosas este es mi recomendacion
Comentario realizado por
nancy.
21/3/09 9:50h
7
deberian resumir un poco mas e ir al grano a y deben ser muy valientes para abrir este sitio de comentarios gracias por oir esta queja
ustedes
deberian resumir un poco mas e ir al grano a y deben ser muy valientes para abrir este sitio de comentarios gracias por oir esta queja
Comentario realizado por
anita.
25/5/09 11:24h
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