Introducción a la cerámica de

Por José Cristobal CARVAJAL LÓPEZ. Becario Predoctoral. Universidad de Granada.
4/9/05

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Presentamos en este texto una introducción al estudio de la cerámica halla da en la excavación realizada en el Cerro del Sombrerete, en la Sierra de Elvira, en el 2001 por el grupo de investigación «Toponimia, Historia y Arqueología del reino de Granada», bajo la dirección del Profesor Antonio Malpica Cuello (1).

Gracias al curso que los acontecimientos están tomando en torno al yacimiento de Madinat Ilbira, daré por supuesto que todos los lectores conocen su importancia y su emplazamiento, y no me detendré sobre la polémica suscitada en torno a la ciudad romana y a la madina islámica. Con respecto a este asunto basta dejar claros dos aspectos que son innegables: la importancia del asentamiento romano, especialmente tardorromano, en la zona (2), y la significación de Madinat Ilbira como capital de kura desde la llegada de los musulmanes.

El Cerro del Sombrerete, donde en estos momentos se desarrolla la excavación arqueológica del proyecto en vigor, fue ya excavado en agosto de 2001, en una actuación que serviría de preludio a las que se han realizado posteriormente y a las que hay en proyecto. Entonces se trató de una excavación de urgencia de dimensiones amplias, pero potencia baja: el sondeo en la Zona I, en una plataforma cercana a la cima del cerro, tenía unos 10 x 6,5 m y el de la II, en el cúlmen, 8 x 5. La cerámica aquí estudiada procede de esta última zona, incluyendo además la de la Unidad Estratigráfica 7 de la Zona I, que correspondía a un estrato de arrastre proveniente de la cima que por fuerza había de relacionarse con la Zona II.

Los resultados de este estudio se publicaron íntegramente en el artículo «La cerámica islámica del Sombrerete (Madinat Ilbira, Granada). Primera aproximación» (3), y en este texto se presentan de forma resumida. Está en preparación la segunda parte del artículo, en la que se presentarán tipologías más firmes y asentadas, además de otros nuevos datos. Sin embargo, creemos que para una introducción este artículo resulta idóneo.



EL ESTUDIO DE LA CERÁMICA DEL SOMBRERETE

Nuestro estudio de cerámica está basado en la clasificación morfológico-funcional de la cerámica medieval iniciada con Rosselló Bordoy (4) y perfeccionada por Navarro Palazón (5). También hemos tenido muy en cuenta las cuestiones tecnológicas en las formas planteadas por André Bazzana (6) y por Esteban Fernández Navarro (7). No obstante, hay que tener en cuenta que estos autores han trabajado sobre todo cerámica del siglo XII en adelante, y que nuestro conjunto cerámico se remonta como poco al siglo X, por lo que ha sido frecuente encontrar ciertas inconsistencias ante las cuales mi única opción es reflejar los problemas planteados y dar una humilde opinión sujeta a los escasos datos que he encontrado. En el campo de la cerámica altomedieval me han sido de gran ayuda los libros de Antonio Malpica (8), Sonia Gutiérrez Lloret (9) y Paul Reynolds (10). No bastan para cubrir el panorama fuertemente localista de la producción alfarera de esta época. Si hay algo que pretendemos poner en relieve con nuestro trabajo es la falta de un sistema completo de clasificación de las tipologías altomedievales en el Sur de al-Andalus.

En cuanto a nuestra metodología de trabajo, debemos señalar que ha variado ligeramente en función del conjunto que estábamos estudiando, proveniente de una zona con varios estratos o de una sola capa con una gran cantidad de cerámica. En el primer caso hemos seleccionado y contado las piezas de acuerdo con el sistema clasificatorio usual, basado en las obras arriba mencionadas: hemos distinguido de forma básica entre cerámica hecha a mano o a torno (incluimos la torneta en la sección de la hecha a mano) y, dentro de cada una de estas opciones, entre las series de almacenaje y transporte, cocina, servicio de mesa, contenedores de fuego, complementos y usos múltiples. Las mismas operaciones se han realizado en las bolsas de cerámica provenientes de la UEN 07, con el número1029.

El orden de exposición que seguiremos en este artículo será el mismo en el que se ha efectuado la investigación: primero el conjunto de la Zona II y a continuación el de la I, que hasta el momento permanece incompleto a falta de las piezas procedentes del resto de las UENs. Ése es el motivo principal por el cual seguimos este curso, en contra de las denominaciones que los excavadores aplicaron en el Sombrerete.

La cuestión de las tipologías merece ser analizada con más detalle, al menos en un par de asuntos, en esta sección. Mientras que a partir del siglo XI empiezan a delimitarse con mayor claridad las morfologías de las piezas en función de su uso, en la cerámica de los siglos anteriores tiene la característica de ser en la mayoría de los casos multifuncional y adaptada a las necesidades de subsistencia propias de cada comunidad. Ello no implica, por otra parte, que la alfarería no pueda alcanzar grandes cotas de perfección técnica, de lo que podría o no inferirse, según las circunstancias culturales, que había población especializada en este tipo de producción. En cualquier caso, las implicaciones que para nuestro estudio tienen estas condiciones son importantes, sobre todo porque afectan directamente a nuestra percepción no sólo de las distintas tipologías, sino también de las mismas series funcionales. El caso más concreto es el de la jarra-marmita: no es difícil distinguir una jarra o jarro con cuello largo y estrecho, o cuando la pasta es de un color y composición tales que no cabe pensar que esté destinada a la cocina; sin embargo, en muchas ocasiones, como puede verse en este estudio, las formas y pastas son tan similares que la única pista que nos queda son las huellas de fuego al exterior, que evidencian que la pieza se usó sin lugar a dudas como marmita, pero en ningún caso podemos concluir que no siguió usándose como jarra. Ante esta circunstancia la opción que he tomado ha sido la de elegir las piezas con las huellas de fuego más evidentes como marmitas y dejar el resto como jarras. Sin embargo, queda abierta la cuestión de hasta qué punto los mismos fabricantes y usuarios de esta vajilla eran conscientes de esta diferencia, en el sentido de que les preocupara lo más mínimo, no de que no la conocieran. No sería tanto el nombre, es decir, la tipología de las piezas la que pesaría frente al coste de este trabajo, sino su mayor o menor utilidad y longevidad.

Un problema parecido encontramos entre las jarras y jarros frente a las jarritas y jarritos. En principio la forma de ambos es similar, aunque los primeros están destinados al transporte y en algunos casos almacenamiento de diferentes medidas de líquidos y en los segundos a su consumo directo o administración dentro de la misma mesa. Sin embargo, en los niveles más básicos es difícil distinguir entre unos y otros hasta que se ha reconstruido el borde o la base de la pieza. Esta observación va dirigida sobre todo a advertir que los porcentajes de las diferentes estadísticas deben manejarse siempre con precaución, ya que pueden contener una cierta cantidad de errores. En general, debo señalar que los elementos que he tomado como señales de jarritas o jarritos son principalmente los pequeños diámetros de borde o base, las técnicas decorativas o de fabricación elaboradas y, en segundo plano, aunque innegablemente importante, el grosor de las paredes.

Para cerrar esta sección dedicada a la metodología de trabajo señalaremos la atención prestada a las pastas. Se han diferenciado y anotado los diferentes materiales y colores que definían las pastas después de un análisis a nivel macroscópico. En estos momentos se está trabajando en unas láminas delgadas de algunos fragmentos procedentes del Sombrerete y de todo el entorno de la Sierra de Elvira, aunque todavía no tenemos los resultados. También se han seleccionado algunos fragmentos para realizar un estudio más detenido a nivel de microscopio binocular, pero ese trabajo no ha comenzado todavía. En este artículo, por lo tanto, ofrecemos tan solo las primeras y necesariamente superficiales impresiones en este tema.

La producción de cerámica de esta época, a juzgar por lo que vemos en el Sombrerete, se preocupa menos por los aspectos estéticos y morfológicos del producto que por su duración y longevidad. Ello no quiere ni mucho menos decir que la calidad de los productos sea baja; uno de los factores que más nos ha sorprendido de este yacimiento es el alto nivel de conocimiento que se requiere en el alfar para ser capaz de elaborar algunas de las piezas que hemos estudiado, lo que nos lleva a pensar que esta producción sería labor de artesanos especialistas. Por otra parte, y como en su momento señalaremos, dicha experiencia no se manifiesta tan claramente en el campo de la cocción, donde hay un número importante de piezas con pastas tipo «sandwich» y una gran variedad de coloraciones que indican una escasa capacidad de control de la temperatura de los hornos.

Si calculamos los porcentajes de piezas identificadas vemos que en ambas zonas predominan sobre todos los otros las series de almacenaje y transporte (40,07% y 39,89% en las zonas II y I respectivamente), cocina (14,29% y 31,62%) y servicio de mesa (40,42% y 19,23%). Esto no supone ninguna novedad ni es sorprendente, puesto que estas series contienen las formas que cubren las necesidades básicas de la población.

Del mismo modo, no aporta resultados establecer comparaciones entre ambas estadísticas, por muy curiosa que resulte la inversión proporcional de los porcentajes que se producen entre los grupos de cocina y de servicio de mesa en una y otra zona. Debemos recordar que las diferencias entre ambos grupos están causadas por procesos posdeposicionales, y no histórico-sociales, con lo cual no tienen interés en este artículo. Baste con observar que las piezas más ligeras se encuentran en general en la UEN 07 de la Zona I, mientras que las de mayor peso suelen encontrarse arriba, y que la mayor cantidad de amorfos, casi por definición siempre pequeños, se encuentra también en la Zona I. El resto de las series aparecen subordinadas a estas cantidades.

Sí que resulta de utilidad, en cambio, tener en cuenta el significado que tiene el impacto de ciertas tipologías en el conjunto general, en este caso de los dos conjuntos generales, porque no creemos apropiado mezclarlos a la ligera. Las tinajas, por ejemplo, reflejan la tendencia de un asentamiento determinado a aislarse, es decir, a obtener y guardar sus propios alimentos sin necesidad de recurrir a otras comunidades de su entorno. Sería propio, pues, de fortalezas militares aisladas y de centros recolectores de excedentes tener un gran número de tinajas. Dado el carácter de los dos conjuntos cerámicos que estamos estudiando, pertenecientes a restos constructivos y por tanto posiblemente provenientes de algún vertedero cercano desde el que fueron reutilizados como relleno, podemos considerarlos como instantáneas del ajuar cerámico usado en el momento de erigir los edificios hallados. El número relativamente reducido de tinajas aparecidas parece indicar que en el momento de la construcción de las estructuras del Sombrerete las relaciones con el resto del entorno productor de la ciudad estaban bastante abiertas; la presencia de estas piezas aquí puede demostrar la existencia de almacenes caseros en el barrio del cerro; no parece ser, sin embargo, un número tan elevado como para que se considere un depósito de concentración de excedentes. De todas formas habrá que esperar a que se documenten más excavaciones de esta época de forma que se puedan comparar diferentes tipos de asentamientos.

Las tipologías más abundantes son las de la marmita (12,89% y 31,05%), la jarra/o (23,41% y 35,9%) y la jarrita/o (38’68% y 18,23%), lo que no es raro, ya que son los representantes principales, y en el caso de la marmita y de la jarrita/o casi exclusivos, de sus series respectivas. La casi ausencia de cazuelas (1,4% y 0’43%) y de ataifores (1,4% y 0,99%) dan testimonio evidente de los usos de cocina y de alimentación de ésta época: se cocinaría casi exclusivamente en marmitas, y por lo tanto guisados con bastante líquido y cocción lenta; después la comida se tomaría directamente de la marmita o se serviría en jarritas con la ayuda de vertederas, que por otro lado no son infrecuentes en las marmitas en esta época.

Del mismo modo, el número escaso de contenedores de fuego (2,79% y 0,85%) y de alcadafes es revelador de ciertos hábitos. El uso de candiles (2,44% y 0,71%) estaría probablemente muy restringido, aunque no tanto como los atanores (0 y 0,14%) , usados como cocinas y hornos portátiles. Su escasísima incidencia debería corresponderse con la aparición de hogares en futuras excavaciones del mismo lugar, si es que la cantera permite realizarlas. Cabe llamar la atención sobre un brasero (0,35% y 0), pieza infrecuente en todas las épocas de la Edad Media andalusí. Aparecen restos de lo que parecen ser anafres en la Zona II, pero no han podido ser identificados con suficiente seguridad.

Los alcadafes (0,7% y 0 identificados) son otros de los grandes ausentes, aunque eso no resulta del todo extraño en la Alta Edad Media. Los dos ejemplares hallados confirman la existencia de su necesidad y, como ya hemos observado en otros casos, el uso de formas características de otras tipologías para cubrirlas.

La cerámica de complementos (1,74% y 8,4%, siendo esta segunda cifra debida sobre todo al peso de las fichas) es un factor muy interesante, pues revela un tipo de producción «excedentaria», por usar una palabra apropiada. La aparición de este tipo de piezas, que no son necesariamente de lujo, es una ventana que permite asomarse a una faceta algo más «superflua» y por tanto más abandonada del mundo de la alfarería islámica, el ámbito de ritos y factores culturales que no están relacionados directamente con la subsistencia, pero que caracterizan de manera relevante una sociedad.

Las botellas y redomas (1,05% y 1’99%) son un reflejo muy importante de esta tendencia. Constituyen casi en sí mismas, con la excepción de alguna jarrita, la totalidad de las piezas vidriadas de todo el conjunto cerámico del yacimiento visto hasta el momento. El poco uso del vedrío, concentrado en este grupo sobre todo, les da una especial relevancia, puesto que las convierte en la principal pista para rastrear el origen de dichos vidriados, en su mayoría verdes. Como apunte diremos que no creemos que la técnica fuera propia de un taller autóctono, porque el número de vidriados es escasísimo incluso contando los amorfos. Sin embargo, no hay que olvidar que hay dos factores que podrían explicar esta escasez sin tener que recurrir al intercambio: el primero de ellos es, por supuesto, el expolio continuo al que Madinat Ilbira se ha visto sometida durante más de un siglo; la otra tiene que ver con el valor de estos objetos; al fin y al cabo, si algo se llevaron de la ciudad los habitantes al abandonarla, sobre todo teniendo en cuenta que fue una migración voluntaria y no forzosa, serían sus más valiosos bienes muebles.

En cualquier caso, la aparición de los vidriados podría confirmar la teoría de que nos hallamos ante un yacimiento de cierta preeminencia política, como ya hicieron notar los excavadores por el tamaño de las estructuras (11). No debemos sin embargo tomar esta opinión con demasiada seguridad, pues hasta el momento no tenemos términos de comparación válidos para esta época; la excavación del Sombrerete es por ahora (con el permiso de la del Cerro de la Verdeja, Villanueva de Mesía) única en el Sudeste peninsular, y más particularmente en la Vega de Granada. Además, vidriados muy similares aparecen en el yacimiento del Castillón (Montefrío) y no tenemos noticia de ninguna particular circunstancia que explique su presencia recurriendo a las desigualdades sociales (12).


LAS PASTAS Y LA TECNOLOGÍA

El estudio tecnológico de la cerámica del Cerro del Sombrerete está en estos momentos en un proceso de recogida de datos. Los resultados que ofrecemos a continuación son una labor bastante superficial y por ello sujetos a modificaciones.

En el conjunto del Sombrerete, al menos en la parte hasta ahora investigada, hemos podido aislar cuatro tipos principales de pasta, normalmente asociada a unas determinadas tipologías.

El primer tipo que hay que comentar es el que se usa en las tinajas y en general en todas las piezas hechas a mano, salvo algunas excepciones. Se trata de una pasta burda, con abundantes intrusiones, a veces de más de 5 mm de grosor medio, y de un rango de color que va desde el rojizo hasta el anaranjado. Los centros de las paredes suelen ser grises y no es extraño que también estén ennegrecidas las caras internas de las piezas, probablemente por el mismo ambiente reductor que su tamaño generaba en su parte interior. También es muy posible que esta sea la pasta en la que aparecen hechos algunos atanores, aunque éstos suelen tener un color característicamente oscuro. La decoración en cordones está asociada a este tipo de pasta.

Más frecuente es también una pasta algo más depurada, pero aún conteniendo intrusiones en un rango que va desde algunas de diámetro mayor de 2 mm a otras tan pequeñas que casi llegan a resultar ser invisibles a simple vista. El color de esta pasta suele ser de tonos oscuros, yendo del rojizo y del anaranjado oscuro hasta colores francamente grises o negros. Esta pasta está asociada sobre todo a las cerámicas de cocina, pero no es su único ámbito. Aparecen muchas piezas fabricadas con ella que no sólo no conservan huellas de fuego, sino que están finamente trabajadas o decoradas. De este modo se demuestra que la calidad de la pasta no está directamente asociada con la de la técnica de trabajo. Por otro lado, la fabricación de piezas de este tipo podría estar orientada a cubrir una amplia variedad de necesidades entre las que se contemplaba como opción, no necesariamente única, la de cocina; quizás la razón de que gran número de piezas fueron producidas con semejante materia prima fue el mayor rango de utilidades que de este modo se le daba a la vasija. A esta pasta se asocia normalmente la decoración incisa, aunque no hay que descartar la aparición de algunos motivos pintados.

La siguiente pasta se utiliza sobre todo en la producción de jarras y jarritas. Se trata de una de colores rosado a beige que no suele tener intrusiones de tamaño mayor que pequeño, y a veces incluso de tamaño mediano (de 1 a 2 mm de grosor). Estas piezas suelen contener la mayor parte de las decoraciones más lujosas, ya estemos hablando de la pintura o del vidriado. La aparición de algunos fragmentos con huellas de fuego indica que en determinados momentos pudieron ser usados como marmitas, costumbre que reforzaría de ser cierta la suposición lanzada sobre el carácter multifuncional de la producción, aunque en este caso funcionaría en sentido inverso.

Por último hay que señalar la pasta usada en los candiles y en general en todos los contenedores de fuego: se trata de una mezcla bizcochada y poco compacta, de color grisáceo-verdoso o simplemente gris a la que no se suele aplicar decoración alguna. En algunos casos se observan intrusiones, aunque estas no suelen sobrepasar el milímetro de grosor.

Con respecto a la tecnología, señalaremos fundamentalmente que casi todos los fragmentos hallados pertenecen a piezas hechas a torno, con la excepción de las piezas más grandes (hablamos casi exclusivamente de las tinajas), que debían hacerse a mano y posiblemente por partes. En la mayoría de los casos se despegaban del disco giratorio por medio del estrangulamiento con una cuerda, cuya huella posterior se dejaba o se borraba con un espatulado suave. Las bases eran casi siempre planas, a veces casi cóncavas, aunque se han llegado a hallar ejemplares con una ligerísima convexidad. Podemos citar tan sólo uno o dos casos en los que se haya identificado una base de diferentes características. De nuevo aquí la excepción la imponen los fondos de las piezas más grandes, que suelen ser mucho más irregulares, aunque con tendencia a ser planos. En algunos casos se aprecian en ellos huellas de palanca, producto del esfuerzo que se realiza para levantarlos en estado húmedo o de cuero del lugar en el que han sido moldeadas.

La cocción de las piezas no parece ser en general obra de expertos. Abundan las pastas del tipo sandwich, tanto en el tipo de pasta característico de las marmitas como en el de las jarras y jarritas, y por supuesto en el de las tinajas. Otra manifestación de esta carencia de dominio es el amplio espectro de colores que alcanzan todas las piezas hechas con una misma pasta, aunque eso es algo a lo que los propios productores no le daban seguramente demasiada importancia. Hay que señalar que en un par de casos la cocción era tan mala que las pastas empezaron a disgregarse en cuanto se las puso en contacto con el agua para lavarlas. En general, todas las piezas están cocidas con una calidad más o menos baja, que no sólo provoca los efectos de coloración, sino también una cierta facilidad para deshacerse en las manos que se manifiesta en muchos casos en las huellas de polvo que dejan en las manos que las tocan.

No deja de ser curioso que unos alfareros que demuestran tener tanta habilidad en el modelado de las piezas no tengan luego la capacidad de cocerlas con una destreza acorde. Lo cierto es que hay también algunos fragmentos que parecen superar con creces la calidad general, por lo que se podría postular la existencia de varios talleres entre los que algunos pocos, quizá uno sólo, sobresalían. También es posible que esta variedad se deba a intercambios comerciales.

La aparición de algunas piezas con ciertos elementos morfológicos muy similares a otros de tradición tardorromana podría hacer pensar estos artesanos eran herederos de la misma o al menos que aprendieron a imitar el estilo de manufactura, pero no de cocción, por falta de medios técnicos o por falta de interés. Pero sería falso marcar a los habitantes de este asentamiento con la denominación de burdos imitadores; como veremos en el estudio tipológico, algunas de las formas halladas eran las primeras versiones de otras que alcanzarían gran difusión en pocos siglos.

Nos queda por tratar brevemente acerca del tema de los vidriados. Ya hemos mencionado antes que son un grupo minoritario las piezas que tienen este tipo de técnica, que casi podríamos definir como decorativa en esta etapa de desarrollo de la técnica alfarera andalusí. Entre ellos predominan los colores verdes, sobre todo el tono oscuro comúnmente denominado califal, aunque también hay colores melados, blancos, marfiles y amarillos. El análisis de los elementos que los componen deberá esperar a ser publicado en otro artículo, si es que hay ocasión de realizarlo, pero no hay en principio razón para no pensar que sus constituyentes químicos sean los habituales: óxidos de plomo mezclados con óxidos de cobre, estaño y hierro en proporciones distintas.

La mayor importancia de los vidriados reside en que son el mejor hito cronológico para fijar la fecha de erección de las estructuras del yacimiento, siempre pensando en que la gran mayoría de la cerámica hallada era parte del relleno integrante de las mismas. Las claves en este sentido son la presencia del vedrío de color verde califal y la ausencia del de líneas negras de manganeso sobre fondo melado y, más significativa aún, del verde y morado califal. El primero nos da una fecha concreta tras la que situar esta construcción, y es la de la difusión de la técnica del vidriado verde califal. Según la cronología tradicional, ésta pertenece al siglo X, aunque da la impresión, por la cerámica a la que aparece asociada, que podría ser algo anterior. Esto nos situaría entre los años finales del siglo IX y los primeros del X aproximadamente, como fecha de inicio para el conjunto según el vidriado. Para delimitar este espacio de tiempo contamos con dos importantes ausencias que se sabe documentadas en las prospecciones del siglo pasado de la Sierra de Elvira: la cerámica verde y morada y la de líneas negras sobre manganeso. La segunda es una técnica que debe retrotraerse hasta mediados del siglo XI, aunque su aparición en la prospección de Madinat Ilbira del 2003 (13) podría obligar a adelantar esta fecha en una o dos generaciones. La primera es aún más reveladora; son bien conocidas las piezas decoradas con esta técnica procedentes de la ciudad, independientemente de que hayan sido allí producidas o no (14); y sin embargo, ningún resto de las mismas ha sido identificado, ni tan siquiera entre los amorfos. Aunque se podría argüir que, si en Madinat Ilbira no existían talleres capaces de fabricar este tipo de cerámica, no sería lógico que hubiese restos suficientes como para que sirvieran de relleno en las estructuras de la ciudad, creemos que sería lógico establecer como fecha ante quem la primera mitad del siglo X.

Si este complejo proviene efectivamente del periodo entre el siglo IX y X, se podría dar como buena la primera tesis lanzada por el equipo investigador del yacimiento, que postulaba que la gran casa en la cima del Cerro podría tratarse de una alcazaba de adscripción califal destinada al control de la madina de Ilbira.


DESCRIPCIÓN TIPOLÓGICA

Como último ejercicio de esta investigación presentamos a continuación la clasificación tipológica con tentativas de periodización que hemos realizado en nuestro trabajo. Lo haremos en el orden que hasta ahora hemos venido siguiendo: primero la cerámica de la Zona II y a continuación la proveniente de la UEN 07 de la Zona I.

En los dibujos se han recogido los ejemplares más relevantes para la caracterización del conjunto cerámico identificado después de su estudio, aunque no se descarta añadir nuevas piezas a la UEN 07 de la Zona I en futuros trabajos.

Las cerámicas hechas a mano se señalan con una trama específica en la parte externa. Los vidriados y la pintura también se marcan con tramas que, aunque respetan la intensidad de los colores en la medida de lo posible, no están sistematizadas para la representación de cada tono específico. Una excepción a esta norma son las pinturas de almagra sobre pastas más oscuras, que en los casos de las decoraciones más sencillas (no las complejas) se han coloreado con un tono más intenso que el resto de la pieza para que queden reflejadas con claridad: es el caso, en concreto, de los fragmentos 2031-53, 2017-111 y 2015-38 de la lámina 4 y de los 1029-78, 1029-23 bis y 1029-23 de la lámina 12. Aunque se hallan en el mismo caso, no sucede esto con los fragmentos torneados números 1029-65+45 y 1029-44 de la lámina 12, porque la compleja decoración que los caracteriza puede apreciarse mejor gracias a los tonos que se les han aplicado.


ZONA II

Serie de almacenaje y transporte

1. Tinaja

Tipo I: Hemos incluido en éste todas las tinajas que parecen no tener cuello. Las dos que se incluyen aquí son las de siglado 2026-37+2062-4 (lám. 1) y 2017-7 (lám. 1). En el caso de la primera hablamos de una tinaja de cuerpo globular y borde exvasado y engrosado de labio redondeado, a la que se le encuentran paralelos en el valle del Vinalopó, Alicante, durante los siglos IX y X (15). La forma es tan singular que podríamos haber pensado que se trataba de un atanor de no ser porque carece por completo de huellas de fuego. De esta pieza se conserva también un fragmento de asidero, en forma de cordón de sección alargada que posiblemente rodeaba la pieza en todo su diámetro.

La 2017-7 es una tinaja de la que también hemos encontrado restos en la Zona I. Su diámetro es enorme, de casi 1 m, por lo que pensamos que debía tener forma de brocal de pozo, y quizás también esa función si no fuera porque no se han hallado restos de manantiales ni de canalizaciones de agua en la cima del Sombrerete. El perfil de la pieza es de borde engrosado y cuadrado, ligeramente inclinado hacia el interior. Tiene una decoración de incisiones en cinta.

Tipo II: Viene definido por piezas de cuello más estrecho, troncocónico y con una transición suave hacia el cuerpo, de forma que no parece haber distinción entre uno y otro. La primera tinaja que señalaremos es la 2017-70 (lám. 1), muy sencilla, con borde exvasado y engrosado.

Las dos siguientes, 2017-33 (lám. 1) y 2015-16 (lám. 1), parecen ser una evolución de la misma forma, con el borde vuelto y cuadrado. La segunda de estas dos formas tiene además unas pequeñas acanaladuras en la línea exterior del borde.

Tipo III: Su marca distintiva son los cuellos cilíndricos, con mucha probabilidad (y de hecho es bien visible en la pieza 2068-4) claramente separados del cuerpo. La tinaja 2009-70 (lám. 2) está puesta en primer lugar porque la forma de su borde, vuelto al exterior y engrosado, con el labio aplanado e inclinado al interior, todavía parece recordar a la forma anterior. Tiene también un cordón justo bajo el borde.

Las dos piezas siguientes, 2017-3 (lám. 2) y 2068-4 (lám. 2), presentan ya un borde claramente diferenciado del cuello. La primera tiene el perfil de labio aplanado, con el borde engrosado al exterior. La segunda es ya una forma bastante más avanzada, con borde cuadrado exvasado y cuello bastante más estrecho que en la unión con el cuerpo está decorado con un cordón digitado.

Hemos incluido también en nuestra selección algunas muestras de bases de tinajas, todas ellas tendentes al plano y siempre bastante irregulares. En nuestros ejemplos podemos contemplar una base con cierta concavidad (2017-19, lám. 2) y otra ligeramente convexa (2034-38+40, lám. 2). Sin embargo, tales tendencias son fruto de la falta de regularidad de estas partes, porque podemos observar claramente en la pieza 2009-69 (lám. 2) lo que podríamos denominar una "tendencia compuesta": cóncava cerca del exterior y convexa en el centro. En general podríamos decir que la cerámica se dobla por su propio peso cuando se refuerzan las junturas de las paredes y la base, lo que le da a éstas últimas cierta curvatura; esto se produce cuando la cerámica se corta con cuerda o cuando se deja una gran cantidad de pasta para conformar los fondos, como creemos que es el caso.

Añadimos también un ejemplo de cordón digitado (2045-36+17, lám. 2) y de asa en forma de aleta de tiburón (2050-75, lám. 2).

2. Jarra/o

Tipo I: Son jarras con cuello troncocónico no diferenciado del cuerpo, que será normalmente ahusado. Los dos casos más claros son los de las piezas 2011-78 (lám. 3) y 2038-12 (lám. 3). La primera se caracteriza por un borde recto con labio redondeado y con una acanaladura interna que bien podría servir para el acomodo de una tapadera. Una faceta parecida tiene la 2038-12, aunque en este caso se trata de un engrosamiento interno de la parte baja del borde que se ve correspondido en el labio y que la hace similar a las piezas de la serie T.12 del Levante, con cronología del siglo IX (16).

La jarra 2055-107 (lám. 3) pertenece también a este grupo, aunque es ligeramente más distinta. Tiene el borde exvasado y surcado de múltiples acanaladuras al exterior. Quedan en dicho exterior restos de una decoración de trazos de manganeso. Recuerda mucho a una serie levantina de nuevo, la T.13, datada entre los siglos VIII y X (17).

Les siguen la 2055-133 (lám. 3), una jarra hecha a mano de borde exvasado y labio adelgazado, y la 2026-14 (lám. 3), muy similar en la forma del cuello, pero con el labio ligeramente aplanado. Ambas piezas pertenecen a una misma tipología, pero en las versiones a torno y a mano respectivamente, que se identifican con los tipos T.6 y M.6 del Levante (18), con una amplia cronología: siglos VII-IX. Se les encuentra también paralelo en el Castillón (19).

Tipo II: Se caracteriza por cuellos cortos, que se unirían a cuerpos posiblemente abolsados o globulares.

Subtipo IIA: Son piezas de cuellos rectos o ligeramente inclinados al interior. Se trata de la 2017-106 (lám. 3) y de la 2011-67+72 (lám. 3). La primera es muy sencilla, con borde redondeado y paralelos en la serie T.20 de Levante (20), mientras que la segunda luce un asa surcada por acanaladuras y tiene dos pequeñas molduras al exterior.

Subtipo IIB: Se trata de formas de cuellos ligera o abiertamente inclinados al exterior. Estas piezas corren el riesgo de confundirse con marmitas si no es gracias a que tienen pastas poco útiles frente al fuego. La primera de este grupo es la 2038-15+3+2 (lám. 3), con un borde sencillo de labio redondeado y una base cóncava. De la siguiente jarra, 2034-24+76 (lám. 3), sólo se conserva un fragmento de cuello con borde ligeramente adelgazado y con trazos decorativos de almagra al exterior.

Tipo III: Se define por jarras de cuello más largo y claramente distinguible del cuerpo, que será probablemente globular o ahusado.

Subtipo IIIA: Formado por piezas de cuellos estrechos. De todas ellas, la 2000-26 (lám. 3) es la más sencilla: borde recto engrosado y labio redondeado, y con una acanaladura al interior. La jarra 2031-8+9 (lám. 3) es similar, aunque tiene el borde inclinado al interior, el labio biselado y decoración exterior de trazos de manganeso. Por su parte, la 2000-28+2005-16 (lám. 3) se caracteriza por un perfil exvasado de labio redondeado y con múltiples acanaladuras tanto al interior como al exterior.

Subtipo IIIB: Definido por una sola pieza, la 2009-141 (lám. 4), que tiene un cuello que parece ser largo y muy ancho (aproximadamente el doble de la media del subtipo anterior); el borde está engrosado al interior y el labio es redondeado.

Subtipo IIIC: Engloba dos piezas. La primera de ellas es la 2000-33 (lám. 4), de borde recto y engrosado y labio redondeado. Más estrecha, con el borde exvasado y con una moldura al exterior es la siguiente, 2017-71 (lám. 4). Ambas son similares a la serie T.11 de Levante de entre los siglos VIII y X (21).

Se incluyen también algunos dibujos de bases, todas ellas planas: 2026-2 (lám. 4), 2038-22 (lám. 4) y 2005-19+2000-23 (lám. 4), que posiblemente podría relacionarse con el borde 2000-28+2005-16. El gran abanico de tamaños posibles dentro de la tipología de jarras queda demostrado en la diferencia de diámetro que existe entre la segunda con respecto a la tercera y a la primera; diferencias de tamaño tan grandes probablemente se debían al uso diferenciado de las jarras más grandes, usadas para transportar grandes cantidades de líquido y mantenerlo luego almacenado hasta su distribución por medio de las más pequeñas. Existen también algunas bases ligeramente convexas, pero se trata de un número mínimo. Los fondos de estas bases suelen ir espatulados y alisados, aunque a veces conservan huellas de la cuerda que se usó para separarlos del torno.

Por último se han incluido una serie de detalles que caracterizan áun más la cerámica hallada y posiblemente producida en el Sombrerete: tres tipos de asas de grandes contenedores, con números 2017-68 (lám. 4), 2050-92 (lám. 4) y 2045-51 (lám. 4); la segunda de ellas podría tratarse de una asa de antigua ánfora. Un asa más pequeña, quizás incluso de jarrita, y con una forma curiosa, es la 2031-45 (lám. 4): está aplanada en su parte superior y es redonda en la inferior. Añadimos unas muestras de decoraciones de trazos de manganeso (2017-109, lám. 4, y 2017-121, lám. 4), de líneas de almagra (2031-53, lám. 4, y 2015-38, lám. 4) y otra con motivos lineales de ambos materiales (2017-111, lám. 4). Tenemos también una muestra de un pico de vertedera, posiblemente perteneciente a algún jarro (2050-89, lám. 4) y una muestra de decoración incisa dentro de una banda (2000-62, lám. 4).

3. Cantimplora

El fragmento 2031-48 (lám. 8) pertenece a un estrecho cuello hecho a mano que debió pertenecer a una cantimplora, pequeño recipiente para transportar líquidos en un viaje de forma individual. Esta pieza debería incluirse en la serie de almacenaje y transporte, pero por razones prácticas ha sido colocada entre este grupo de piezas más pequeñas.


Serie de servicio de mesa

4. Jarrita/o


Tipo I: Como en los casos anteriores, definimos este tipo por el cuello. En este tipo éstos son troncocónicos y sin diferenciación en la unión con el cuerpo. La única pieza definida de este grupo es la 2015-63 (lám. 5), una jarrita de pared más fina, con el labio redondeado y engordado; conserva el arranque de un asa al interior del cuello.

Tipo II: Se trata de jarritas con un cuello cilíndrico y más largo. Las representa la pieza 2000-52 (lám. 5), con un borde ligeramente inclinado al interior y un perfil moldurado por dentro y por fuera.

Tipo III: Con la forma de la marmita y con el tamaño de una jarra pequeña, he decidido sin embargo colocar a la pieza 2035-8 (lám. 5) entre los jarritos. Las razones que me mueven a ello son la finura de su pasta (aunque se ha encontrado una intrusión de un pequeño molusco en el arranque inferior del asa y de su perfil y su forma tan original. Tiene un cuerpo globular achatado del que parte un cuello corto con forma troncocónica invertida y culminado por un borde recto de labio redondeado. Llama la atención su conducto vertedor de sección redonda, opuesto al asa, que la hace tan similar a la serie T.26 de Levante (22).

Entre los detalles que hemos querido destacar de este grupo están dos asas vidriadas en verde y blanco, casi los únicos fragmentos de la zona II: la 2000-54 (lám. 5) y la 2017-47 (lám. 5); la primera tiene una decoración en cresta a lo largo de su cuerpo. También incluimos el único pie de disco encontrado hasta el momento en toda la excavación: 2000-19 (lám. 5). Ambos fragmentos, el asa con cresta y el fondo de disco podrían suponer magníficos hitos de datación, pero desgraciadamente proceden del estrato más superficial, muy removido por factores posdeposicionales y por los propios furtivos.

5. Ataifor y jofaina

Hemos decidido incluir en el mismo epígrafe las dos tipologías, porque aunque su diferencia de tamaño obliga a contemplar para cada uno una diferente función, el número conjunto de ambos es tan escaso en este yacimiento, especialmente en el de la jofaina, que hemos creído más práctico unirlos.

Tipo I: Representado por la pieza 2031-22 (lám. 5), se trata de un enorme recipiente abierto con un borde triangular inclinado al interior y con base plana. Podría muy bien tratarse de una pieza de tradición tardorromana, aunque no hemos encontrado paralelos claros.

Tipo II: El fragmento 2030-54 (lám. 5) es un ataifor característico de la Alta Edad Media, hecho a mano, con gruesas paredes y borde exvasado de labio aplanado, marcado al exterior por una pequeña acanaladura. Se pueden encontrar piezas muy similares en el Levante (23) y en la Meseta (24).

Tipo III: Se trata de un ataifor (2055-105+109, lám. 5) y de una jofaina (2030-31, lám. 5) de perfil convexo, que, aún sin vidriar, recuerdan mucho a producciones posteriores. También, sin embargo, retrotraen a piezas de época romana.


Serie de cocina

6. Marmita

Tipo I: Se recogen aquí las marmitas que no tienen un cuello aparente. La primera de ellas es la más completa de todas las que tenemos: la 2050-176 (lám. 6). Tiene un cuerpo abolsado que acaba bruscamente en un borde engrosado al exterior e inclinado al interior. Muy similares son los bordes de las piezas 2066-13 (lám. 6) y 2000-67 (lám. 6), aunque la primera tiene una acanaladura externa bajo el engrosamiento y en la segunda el borde está algo más inclinado al interior y no tiene engrosamientos.

Tipo II: Se caracteriza por marmitas con un pequeño cuello cilíndrico claramente distinto del cuerpo, que es de forma abolsada o globular; guardan mucha similitud con algunas jarras. Las piezas más sencilla de este grupo son la 2017-48 (lám. 6) y la 2050-39 (lám. 6), que tienen bordes ligeramente engrosados e inclinados al interior y labios redondeados. La forma de la pieza 2009-24 (lám. 6) se caracteriza por un borde vuelto al interior. La 2015-3 (lám. 6) tiene uno triangular con una acanaladura en el interior y el labio redondeado. Por fin, la marmita 2005-14 (lám. 6) se caracteriza por un borde exvasado y de labio redondeado con acanaladuras al interior y una moldura al exterior.

Tipo III: Está formado por marmitas de cuellos troncocónicos invertidos que enlazan de forma visible con el cuerpo.

Subtipo IIIA: Acoge dos piezas de bordes ligeramente inclinados al interior y con piqueras: 2031-20+15 (lám. 6) y 2050-123 (lám. 6). Recuerdan mucho a la serie T.18 de Levante (25).

Subtipo IIIB: Contiene dos piezas. Una es la marmita 2055-31+36 (lám. 7), que tiene un cuello muy corto y ancho, con borde exvasado y engrosado y labio redondeado; tiene paralelos en la cuenca del Vinalopó (26). La siguiente forma, la de la 2017-58 (lám. 7), tiene borde engrosado al interior y labio redondeado; la base es plana. Hay piezas casi idénticas en Bayyana (27) y en el Castillón (28).

Tipo IV: Corresponde a marmitas de cuello cilíndrico con un perfil muy característico, de labio adelgazado, y que enlazan con un cuerpo globular de gran diámetro; frecuentemente tienen una moldura en el cuerpo, cerca del enlace con el cuello. Las dos piezas escogidas para su representación, 2015-18 (lám. 7) y 2005-6 (lám. 7), se adaptan bastante bien a esta descripción. Merece la pena resaltar que la segunda tiene un diámetro dos veces más grande que la primera, lo que resulta una diferencia nada desdeñable.

La gran mayoría de las bases de esta tipología son planas, como puede verse en los ejemplos 2055-34 (lám. 7), 2026-38 (lám. 7), 2062-27 (lám. 7) y 2017-72 (lám. 7), y conservan huellas de espatulado o del estrangulamiento de la cuerda al separarlas del torno, si no de los dos. La primera y la tercera tienen un ligero resalte. También hay excepciones con una ligera convexidad, como es el caso de las bases con siglado 2030-47 (lám. 7) y 2050-62 (lám. 7).

7. Cazuela

Tienen muy poca incidencia en el yacimiento, pero una gran variedad de formas, lo que podría indicar que la función morfológica de la cazuela no estaba establecida y que en su lugar se utilizaban piezas como ataifores y jofainas.

Tipo I: A él pertenecen aquellas cazuelas que lo son sólo por el uso, pero que no parecen tener rasgos morfológicos distintos a los de otras piezas abiertas. En este caso tenemos dos formas carenadas que recuerdan mucho a ataifores de épocas posteriores y que podrían haber sido concebidos como tales, sólo que con una pasta que les hacía aptos para su uso en la cocina. O tal vez se trataba de unas clase tipológicas en las que se puede aplicar el mismo concepto de funcionalidad que hemos explicado más arriba para las marmitas y las jarras. Se trata de las formas 2015-30 (lám. 7) y 2000-61(lám. 7). La primera tiene un perfil quebrado con borde ligeramente exvasado y engrosado y labio adelgazado. La segunda muestra rasgos similares aunque mucho más exagerados y desarrollados.

Tipo II: Contiene a unas cazuelas que parecen haber empezado a desarrollar rasgos propios.

Subtipo IIA: Está representado por la pieza 2009-110 (lám. 7). Por su pasta, se podría decir que está básicamente concebida como una marmita partida por la mitad, cerca del punto de diámetro máximo. Tiene un borde ligeramente inclinado al interior con el labio redondeado.

Subtipo IIB: La cazuela 2017-68 (lám. 7) aparece ya bastante bien definida, sobre todo gracias a su borde en ala, todavía muy corta, pero con la forma clara.


Serie de contenedores de fuego

8. Candil

Se incluyen en la selección dos piqueras de candil: 2050-35 (lám. 8) y 2055-44 (lám. 8). Pertenecen a una forma muy conocida y usual en los candiles altomedievales.

9. Brasero

Se trata de una especie de contenedor de paredes y borde exvasados y redondeados, hecho a mano, con huellas de fuego al interior. Tiene la numeración 2031-12. Se le encuentran muchos paralelos, aunque a menudo con la denominación de ataifor o de cazuela (29).

Serie de complementos

10. Botella

Esta pieza se ha identificado a partir de un fragmento, el 2011-61 (lám. 8), cubierto de vedrío melado tanto por dentro como por fuera y con un diámetro de cuello muy estrecho. Poco más podemos reseñar, aparte de que se observa una factura muy fina en la elaboración y cocción de la pieza.

11. Miniatura

No sabemos muy bien qué función atribuir a la pieza 2009-112 (lám. 8). La hemos calificado como miniatura, posible muestra de la calidad de la producción alfarera de un taller (30), en favor de lo que hablaría el gran cuidado que se ha puesto en su fina elaboración. Sin embargo, podría también ser una tapadera para vasijas de cierto lujo, como botellas y redomas.


Serie de usos múltiples

12. Alcadafe

Los dos únicos alcadafes que han sido encontrados en el conjunto hasta ahora examinado del yacimiento son 2062-68 (lám. 8) y 2045-35 (lám. 8). El primero de ellos está hecho a mano y recuerda a una tinaja por su borde cuadrado de labio plano y prolongado hacia el interior y por su tendencia a la convexidad en las paredes; sin embargo, hemos descartado esta función porque observamos que la tendencia de las paredes es demasiado abierta como para permitir una profundidad considerable. De nuevo observamos cómo se fabrican piezas para cubrir determinadas necesidades a partir de formas ya conocidas.

El segundo ejemplar tiene en cambio una morfología claramente discernible como alcadafe: hecho a mano, con un borde exvasado y cuadrado con labio aplanado y tendencia troncocónica invertida en el cuerpo.


ZONA I

Serie de almacenaje y transporte


1. Tinaja

Tipo I: Se corresponde con el tipo I de la Zona II. De nuevo hablamos de tinajas sin cuello o con uno muy corto. La 1029-1 (lám. 9) tiene un borde cuadrado exvasado y acanalado al exterior; se encuentra una forma muy similar en el Castillón (31). La 1029-5 (lám. 9) tiene también el borde exvasado, pero con el labio redondeado y con una acanaladura al interior; la tendencia de la pared indica una posible moldura antes de pasar al cuerpo propiamente dicho. Por fin, la 1029-15 (lám. 9) tiene un borde engrosado y exvasado con ejemplos muy similares en El Castillón (32).

Tipo II: Equivalente al tipo III de la Zona II, está formado por tinajas de cuellos largos y fácilmente discernibles del cuerpo. La 1029-4 (lám. 9) se caracteriza por un borde exvasado engrosado, cuadrado y acanalado al exterior. La 1029-6 (lám. 9) tiene los mismos rasgos, aunque menos sobresalientes, y luce una decoración de pequeñas digitaciones a los lados de la acanaladura del borde.

Como muestra decorativa añadimos diversos pedazos de un mismo cordón con triple línea de digitaciones, en diferentes partes de su trazado que no enlazan unas con otras. Los fragmentos han sido siglados con el 1029-10 (lám. 9).

2. Jarra/o

Tipo I: De nuevo es equivalente al tipo I de la Zona II. Se trata de jarras de cuello muy corto o sin cuello en absoluto.

Subtipo IA: En él las jarras no tienen cuello bien definido. La 1029-91 (lám. 10) tiene un borde exvasado y engrosado con labio redondeado. La 1029-76 (lám. 10) se caracteriza de nuevo por los mismos factores, aunque en este caso la transición del borde-cuello al cuerpo está mucho más señalada. Ambas piezas nos remiten de nuevo a la serie T.6 de Levante (33) y al Castillón (34).

La pieza 1029-101 (lám. 10) tiene un perfil más complejo, con borde vuelto al exterior y engrosado al interior.

Subtipo IB: Viene definido por la pieza 1029-82 (lám. 10), con borde recto adelgazado y base estrecha plana. La pieza está totalmente cubierta de vedrío amarillo limón, y tiene unas líneas quebradas negras cerca del borde y de la base como decoración.

Subtipo IC: La pieza 1029-96 (lám. 10) tiene un borde vuelto hacia adentro y un perfil que revela que se trataba posiblemente de una jarra sin cuello y de cuerpo globular. La pasta de color rosado, y tiene decoración de almagra al exterior; es por ello que no hemos dudado en adscribirla a esta tipología.

Tipo II: Igual que su homónimo de la Zona II, se compone de jarras con un cuello pequeño de desarrollo cilíndrico o troncocónico. Destacamos en este grupo la jarra 1029-24 (lám. 10), de borde vuelto al interior y con labio redondeado, que está decorada con manganeso, posiblemente en trazos y líneas, al exterior. Su gran diámetro contrasta con con el de las dos siguientes piezas, la 1029-42 (lám. 10) y la 1029-98 (lám. 10). La primera tiene un cuello troncocónico acabado por arriba en un borde vuelto al exterior y por abajo en una pequeña carena que lo comunica con el cuerpo, posiblemente de desarrollo ahusado. La segunda es de cuello también troncocónico, con molduras al interior y al exterior y con decoración de almagra al exterior.

Tipo III: Está formado por jarras con cuellos largos y bien diferenciados de sus cuerpos.

Subtipo IIIA: Incluye jarras de cuellos estrechos y alargados con perfil quebrado cerca del borde, que es invariablemente recto o ligeramente exvasado con el labio redondeado. Esta descripción encaja perfectamente con las piezas 1029-61 (lám. 10) y 1029-28 (lám. 10), ambas con la carena al exterior y con decoración, de manganeso la primera y de almagra la segunda. La 1029-66 (lám. 10) tiene el quiebro hacia el interior, y es mucho más suave, aunque le provoca al perfil una acanaladura exterior.

Subtipo IIIB: Se trata de jarras de cuellos cilíndricos o troncocónicos invertidos y con bordes vueltos o exvasados. El primer tipo de bordes es el de las piezas 1029-92+93 (lám. 11) y 1029-119 (lám. 11), éste último con paralelos del siglo IX en Levante (35); el segundo de ellos en las 1029-115 bis (lám. 11) y 1029-81 (lám. 11), que además tienen la característica de estar vidriadas en verde oscuro al exterior y del mismo color al interior, aunque algo más aclarado en la segunda.

Subtipo IIIC: Lo forman jarras con cuerpo troncocónico invertido y bordes rectos o ligeramente inclinados hacia el interior. Éste es el caso de la pieza 1029-124 (lám. 11), que además se caracteriza por unos trazos de decoración de almagra sobre el asa. La 1029-29 (lám. 11) tiene borde recto y moldurado al interior y al exterior y está decorada con trazos de manganeso. Tiene paralelos en el Castillón (36) y en la Meseta (37).

Se incluyen también entre las jarras un fragmento con una minuciosa decoración incisa compuesta de tres líneas de ondas entre dos cintas con pequeñas incisiones (1029-99, lám. 11), y un pedazo de vertedera en una jarra hecha a mano (1029-121, lám. 11).

3. Cantimplora

El fragmento 1029-51 (lám 15) corresponde a un cuello de esta tipología, aunque esta vez, a diferencia de la de la Zona II, está hecha a mano.


Serie de servicio de mesa

4 Jarrita/o

Tipo I: Este tipo de jarritas, quizás algo grandes para su tamaño, pero muy elaboradas, se caracterizan por un cuerpo globular, un cuello muy corto y un borde exvasado, lo que les da un aspecto que recuerda (y que podría reflejar su función) a orcitas. Las dos piezas caracterizadas, 1029-95 (lám. 12) y 1029-114 (lám. 12), tienen estos rasgos, aunque la primera se caracteriza por una cinta en torno al diámetro inmediatamente superior al más ancho del cuerpo y la segunda por un vidriado verde oscuro al interior y más claro al interior.

Tipo II: Se compone de dos jarritas (1029-56, lám. 12, y 1029-115, lám. 12) vidriadas en verde oscuro al interior y al exterior. Las dos demuestran tener un cuerpo globular; la primera conserva restos de un cuello cilíndrico con borde exvasado y la segunda una base cóncava. La misma forma, pero denominada orcita, corresponde a la serie V.20 de Levante (38)

Se añaden algunos ejemplos de motivos decorativos de almagra en diferentes ejemplares. El primero (1029-78, lám. 12) se encuentra sobre una vertedera de pasta negra que tiene unas líneas casi borradas y formando algún dibujo indeterminado. En el segundo, 1029-23 bis, (lám. 12), se aprecian unos motivos geométricos sobre pasta rojiza. En el conjunto de fragmentos 1029-65+45 (lám. 12) se aprecia una doble inspiración: vegetal por un lado y epigráfica por otro; esta diferencia nos plantea la posibilidad de que, a pesar de su parecido técnico, los dos tipos de fragmentos, vegetal y epigráficos pertenezcan a piezas distintas. En la escritura epigráfica hemos podido identificar algunas letras; en el primer fragmento: ba, alif, mim, alif y wa; en el segundo: lam con mim o ja, ha. No tenemos todavía una hipótesis de traducción. El tercer fragmento decorado, o más bien conjunto de fragmentos, tiene el número 1029-44 (lám. 12) y un motivo decorativo geométrico. Por fin, el conjunto 1029-23 (lám. 12) aparece con decoración de trazos que parecen alternar temas geométricos con inspiración vegetal.

5. Ataifor y jofaina

Tipo I: Recuerda mucho por su forma al tipo I de cazuelas de la Zona II, aunque no hay en esta ocasión huellas de fuego. Los ejemplos más claros son los de la pieza 1029-117 (lám. 13) y 1029-77 (lám. 13). Se trata de cuencos de perfil carenado y labio exvasado, con paralelos en Levante (39) y Bayyana (40)

Tipo II: Corresponde a ataifores (o platos) de perfil quebrado, aunque no carenado, con borde engrosado y exvasado. Este perfil recuerda de nuevo a formas tardorromanas, lo que refuerza nuestra teoría de que hay presentes tradiciones anteriores a la llegada del Islam a la Península o al Norte de Africa que influyen en la alfarería de esta época. Las piezas que hemos encontrado en este grupo son las 1029-138 (lám. 13) y 1029-140 (lám. 13).

Tipo III: Se trata de un gran ataifor fabricado con gran sencillez y con el borde plano, con el número 1029-130 (lám. 13). Sigue las mismas pautas básicas que el tipo II de la Zona II y tiene los mismos paralelos, a pesar de que éste está hecho a torno.

Tipo IV: Las piezas de este conjunto tienen un perfil abierto de paredes convexas, del mismo modo que las del tipo III de la Zona II, pero con una gran diferencia: las dos piezas que forman este grupo, 1029-145 (lám. 13) y 1029-134 (lám. 13), están vidriadas en un tono blanco marfil, al interior y al exterior. La primera tiene también unos trazados de manganeso que forman motivos vegetales sobre las paredes internas.

Muy similar a estos motivos, aunque claramente de distinta pieza, a juzgar por la pasta y la forma, es el fragmento 1029-145 bis (lám. 13). Otro fragmento que nos ha llamado la atención es el 1029-94 (lám. 13), con decoración imprecisa de colores azul, blanco y negro; no parece tratarse de verde y morado.


Serie de cocina

6. Marmita

Tipo I: Formado con marmitas con cuellos muy cortos y poco marcados, coincide con el tipo II de la Zona II. En este grupo se encuentran las piezas 1029-88 (lám. 14) y 1029-106 (lám. 14). La primera tiene el borde exvasado y levemente engrosado. La segunda es similar, pero con una acanaladura en la parte exterior del borde. Encontramos tipos muy similares a ésta última en el Castillón (41) y en la Meseta (42).

Tipo II: Determinado por la pieza 1029-112 (lám. 14), se trata de una marmita con cuerpo globular moldurado u con cuello cilíndrico acabado en un borde recto engrosado de labio redondeado. Tiene una moldura más saliente en el cuerpo, cerca del enlace con el cuello, lo que la hace corresponder plenamente con el tipo IV de la Zona II. Esta forma en concreto tiene muchos paralelos en la península: en el Castillón (43), en Levante (44) y en la Meseta (45).

Como muestra de un tipo de marmita que no aparece recogido en esta selección hemos añadido a los dibujos el del fragmento 1029-109 (lám. 14): un asa que parte del lomo de un cuerpo, sin llegar al borde, como venía siendo lo habitual.

7. Cazuela

El único tipo claro de esta serie es el 1029-100, que corresponde al tipo I de la zona II. Tiene un perfil ligeramente quebrado a mitad del cuerpo y borde recto con labio redondeado.


Serie de complementos

8. Redoma

Encontramos en la Zona I un ejemplar de esta tipología, aunque resulta curioso por no estar vidriado. El fragmento 1029-35 (lám. 15) se compone de un estrechísimo cuello de carácter troncocónico invertido y acabado en un borde engrosado al exterior con una moldura y de labio adelgazado.

9. Tapadera

Hemos identificado dos fragmentos de esta clase: el 1029-136 (lám 15) y el 1029-144 (lám 15). Ambas son tapaderas convexas, la primera con un borde recto de labio redondeado y la segunda con el mismo inclinado hacia el interior. No tenemos paralelos que apoyen nuestra afirmación, pero no parece haber otra función lógica para dos piezas tan someras.


Serie de contenedores de fuego

10. Candil

El ejemplar 1029-42 (lám 15) se corresponde con sus homólogos de la Zona II, aunque su conservación permite una reconstrucción más completa.

11. Tannur

Hecho a mano de una pasta tosca y quemada y con una gran moldura externa que lo delata, el fragmento 1029-141 (lám 15) es la única pieza de esta tipología que hemos podido documentar con seguridad. Encontramos similares en la serie M.9 del Levante, fechados en el siglo IX (46).


CONCLUSIONES DEL ESTUDIO TIPOLÓGICO

A través de este ejercicio hemos podido verificar que los dos grupos estudiados tienen el mismo origen, pues la comparación tipológica entre los dos ha dado un gran índice de equivalencias grande.

Del mismo modo continuamos constatando la multifuncionalidad, característica de la Alta Edad Media, con la que no sólo las gentes contemplaban las diferentes formas cerámicas, sino también con la que los artesanos diseñaban de antemano su producción, a juzgar por la relación que puede establecerse entre las pastas y determinadas tipologías o, más bien, determinadas características formales que hacían a una pieza válida para diferentes fines.

Y por supuesto no podemos olvidar dos de los objetivos fundamentales del examen tipológico: el primero es caracterizar los conjuntos cerámicos de determinadas zonas o yacimientos gracias a la aparición de formas características; el segundo, básico en la investigación arqueológica, es establecer hitos cronológicos gracias al fósil guía primordial, la cerámica, y poder así datar yacimientos y sucesos. Ambos objetivos los creemos bien cumplidos con este análisis tipológico, que nos arroja unas fechas similares a la que adelantábamos en la sección del vidriado: finales del siglo IX y principios del X. No descartamos, sin embargo, que el estudio más en profundidad de lo que queda de la Zona I pueda añadir datos interesantes para nuestro estudio.


CONCLUSIONES

El estudio con cierto detenimiento de la cerámica del Sombrerete en sus aspectos de distribución espacial, tecnología y tipología nos ofrece un panorama interesante con el que situar con mayor seguridad la ciudad islámica de Ilbira en la Alta Edad Media, dándonos la posibilidad de plantear nuevas hipótesis para este tiempo en el que los datos de todo tipo son escasos.

Nos encontramos posiblemente con un conjunto cerámico procedente de un asentamiento con cierta preeminencia política, posiblemente una alcazaba, por la situación y el tamaño de las estructuras. Se trata además de un conjunto muy variado y con carácter de imagen congelada de un determinado momento, el del levantamiento de las edificaciones en la cima del cerro, como sabemos gracias al carácter principal de relleno estructural de la cerámica.

Esta especie de «foto fija» nos da una imagen de la vida cotidiana de los habitantes del barrio en el que se encontraba el yacimiento o, suponiendo que el núcleo excavado sea el origen del poblamiento en el cerro, de algún barrio cercano desde el cual se trasladarían los restos cerámicos para servir de rellenos.

Las características que más destacan de este conjunto son su escasa incidencia de tinajas, que elimina la posibilidad de considerar este centro como un lugar de concentración de excedentes. También es cierto que suponemos que la cerámica del relleno constructivo es anterior a la erección de los edificios documentados en la excavación, pero de todas formas no se han hallado áreas de almacenamiento importantes, con la única excepción de la posible tinaja in situ aparecida entre las UENs 5 y 6 de la Zona II.

Por lo demás, el conjunto cerámico da la imagen de ser un ajuar inclinado casi exclusivamente a la producción destinada a la subsistencia, con poco espacio sobrante para las piezas no útiles para este fin. Llama, sin embargo, la atención el hecho de que haya vasijas de lujo, y entre ellas algunas decoradas con la técnica del verde califal. Es por lo tanto verosímil pensar que había personajes de cierta importancia viviendo en este entorno, sea cual sea el significado de este concepto en esta sociedad y en este momento. Al fin y al cabo, nuestro desconocimiento de los conjuntos cerámicos de esta época nos impide concebir de una forma adecuada un ajuar cerámico de cualquier entorno, campesino o urbano, aúlico o humilde.

Se diría que nos encontramos con un conjunto de piezas que parecen recoger y unificar una serie de tradiciones distintas, al menos en cuanto al diseño de las formas. Al mismo tiempo, la amalgama de tendencias parece empezar a generar algunos caracteres formales que tendrán gran vigencia en siglos posteriores, por lo que podemos hablar de un auténtico retrato de un momento de renovación y cambio constante.

Dicho cambio puede apreciarse también en la tecnología. Al mismo tiempo que se experimentan formas y, según los criterios de valoración de las piezas, se busca la longevidad y la utilidad por encima otras consideraciones, como se puede apreciar en la selección de las pastas para las formas cerámicas, se desarrolla el conocimiento de los hornos y de las técnicas de cocción, lo que se demuestra en el amplio espectro de colores y calidades de la arcilla cocida.

El tiempo del que estamos hablando, el de la construcción de las estructuras del Sombrerete, debemos situarlo, a juzgar por la cronología de la cerámica, en el final del siglo IX o la primera mitad del X. Es el momento de máxima expansión de la técnica del vidriado verde califal, pero anterior a la difusión más extensa de las piezas decoradas en verde y morado desde los talleres de Madinat al-Zahra’a, que sabemos que llegaron a Ilbira.

En virtud de esta fecha y de las estructuras documentadas en la excavación arqueológica podemos postular que estamos hablando de un asentamiento de control del territorio y de la misma ciudad, de una alcazaba, levantada en la época de la ascensión del Estado Omeya, posiblemente antes de que se erigiera en Califato o en los mismos años. Para asegurar su poder en todas las zonas a las que se extendía, dicho Estado se apoyaría en las estructuras urbanas como centros de administración territorial. Es por eso que las taifas posteriores al mismo se organizarían en torno a estos núcleos, que se habían ido dinamizando poco a poco gracias a su papel de sostén del gobierno cordobés en al-Andalus.

Así pues, el proceso de continuo cambio y creación que se observa en la cerámica del Sombrerete no es más que uno sólo de los campos en los que el dinamismo de la sociedad andalusí del siglo X se manifiesta. Este impulso, llevado al resto de las áreas de la producción, mostraría que el motor de cambio estaría precisamente en esas aglomeraciones de diferentes y muy heterogéneos grupos que se acaban articulando en ciudades, uno de cuyos mejores ejemplos sería Madinat Ilbira. ¿Hasta qué punto el abandono de esta ciudad y el emplazamiento de la nueva capital de la kura en el siglo XI estuvo motivado por una estrategia defensiva, y hasta qué punto por el propio impulso de los habitantes de la ciudad, que quizás llegaron a ver su propio hábitat como incómodo e inapropiado para las nuevas relaciones que se estaban forjando en él? Esto es, sin embargo, mera especulación hasta que podamos contrastar con excavaciones en el resto del ámbito territorial de Ilbira. Es de esperar, por lo tanto, que se abran posibilidades a la investigación de un conjunto histórico tan importante como es éste, que ofrece un retrato fiel de los procesos históricos que tuvieron lugar hasta mediados del siglo XI, época en la que se abandonó voluntariamente.

No sólo eso. Quedan también muchos interrogantes que resolver para determinar los inicios de este cambio a gran escala, y, sobre todo y lo más importante, cuál es su punto de partida. Muy poco hay que se pueda decir con seguridad para los siglos anteriores a la época a la que pertenece la excavación del Sombrerete, pero es algo en lo que se deberá trabajar si hemos de entender la transición de la Antigüedad Tardía a la Alta Edad Media, cómo afectó al poblamiento hasta entonces existente y a qué dio paso hasta que en los siglos IX y X los gobernantes cordobeses comenzaron a apoyarse en las ciudades para darles un nuevo carácter.


NOTAS

1) Antonio MALPICA CUELLO, Antonio GÓMEZ BECERRA y Alberto GARCÍA PORRAS: «Excavaciones en el Cerro del Sombrerete, Atarfe, Granada», Anuario Arqueológico de Andalucía/2001. Vol. II: Actividades de Urgencia. Sevilla, pp. 121-145.

2)Véase el famoso libro de Manuel GÓMEZ MORENO: Medina Elvira. Granada, 1898; Ed. facsímil de Manuel BARRIOS AGUILERA, Granada, 1986.

3) Arqueología y Territorio Medieval 12 (2005), Jaén, pp. 133-173.

4) Guillermo ROSSELLÓ BORDOY: Ensayo de sistematización de la cerámica árabe en

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Comentarios

1

"Introducción a la cerámica de El Sombrerete" José C. Carvajal López


Estimados señores:
Me ha parecido muy interesante el artículo sobre la cerámica, pero sobre todo estoy interesada en los bordes y labios de las diferentes piezas arqueológicas. Me encuentro realizando un estudio de varios sitios arqueológicos en Costa Rica, Centroamérica, y he obtenido en la excavación varios bordes de vasijas con acanaladura en el labio, ya sea sobre éste o inmediatamente bajo él. Estoy buscando información sobre la posible utilidad de esta acanaladura. Debo decir que estos sitios están dentro del rango de 300aC a 300dC, por lo tanto necesito información sobre la utilidad de una acanaladura o incisión en el labio, ?era para servir líquidos? aceites? granos? o sólo decorativos? Ya que leyendo este artículo veo que se presentan algunos casos de éstos me gustaría obtener más información.

Gracias, atentamente:

Marta L.Chávez Montoya
Arqueóloga, tesis en proceso.
e-mail: marluchamon@yahoo.com
Cartago, Costa Rica, América Central
Comentario realizado por Marta Chávez. 14/12/05 15:51h
2 Me parece un artículo magnífico, sencillo, sin pretensiones y muy útil.
Comentario realizado por Cibeles. 24/1/08 11:01h
3 Agradezco el comentario, Cibeles. Me siento obligado a señalar que hace escasamente una semana se presentó un libro, Estudios de cerámica tardorromana y altomedieval (editado por Antonio Malpica y por mí mismo), en el que se contiene un artículo con la segunda parte del estudio de este conjunto cerámico del Sombrerete. Espero poder publicar pronto también mi tesis doctoral, donde inserto este conjunto en una secuencia con otros yacimientos de la Vega de Granada. Si estás interesada (u /o) en este tema, espero que te sirva de información.
Comentario realizado por José´Cristóbal Carvajal López. 25/1/08 6:14h

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