El movimiento de los seres humanos. Acerca de la gran migración de los árabes y otros pueblos de cultura musulmana

Antonio MALPICA CUELLO. Catedrático de Arqueología Medieval. Universidad de Granada.
13/1/15

El ser humano,replica rolex submariner replica watchescomo la mayoría de las especies animales, necesita moverse casi continuamente. En una primera fase de su existencia es lógico dada su condición de depredador y, luego, cazador y recolector. Cuando se convierte en sedentario, gracias a la práctica agrícola y ganadera, precisa ir de un sitio a otro. Al principio porque la agricultura es itinerante y la ganadería obliga a desplazarse en busca de pastos y de agua. Incluso la cría del ganado impulsa a esos recorridos de manera cíclica. Pero el movimiento continúa y sigue adelante durante toda la historia de la humanidad. ¿Por qué se desplazan los seres humanos? ¿Qué les impulsa a hacerlo? ¿Se trata de causas circunstanciales? ¿Las hay antropológicas? ¿Son distintas en cada época histórica? Estos interrogantes no agotan ni mucho menos las cuestiones que cabe poner de manifiesto. Hay otras que debemos reseñar. Quizás ayuden a ampliar el debate y contribuyan a resolverlo.

El movimiento de los seres humanos. Acerca de la gran migración de los árabes y otros pueblos de cultura musulmana

Antonio Malpica Cuello. Universidad de Granada
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El ser humano, como la mayoría de las especies animales, necesita moverse casi continuamente. En una primera fase de su existencia es lógico dada su condición de depredador y, luego, cazador y recolector. Cuando se convierte en sedentario, gracias a la práctica agrícola y ganadera, precisa ir de un sitio a otro. Al principio porque la agricultura es itinerante y la ganadería obliga a desplazarse en busca de pastos y replica watches de agua. Incluso la cría del ganado impulsa a esos recorridos de manera cíclica. Pero el movimiento continúa y sigue adelante durante toda la historia de la humanidad.

¿Por qué se desplazan los seres humanos? ¿Qué les impulsa a hacerlo? ¿Se trata de causas circunstanciales? ¿Las hay antropológicas? ¿Son distintas en cada época histórica?


Estos interrogantes no agotan ni mucho menos las cuestiones que cabe poner de manifiesto. Hay otras que debemos reseñar. Quizás ayuden a ampliar el debate y contribuyan a resolverlo.





¿Cuándo los hombres se mueven por qué emprenden unas direcciones y no otras? ¿Es aleatorio el camino que eligen? ¿Está predeterminado?
No es fácil responder a estos y otros interrogantes, ya que son muchos y de contenido muy diversos. Se mezclan problemas de tipo muy distinto que, ciertamente, se unen en un complejo sistema de conocimiento nada fácil de discernir.

En principio se nos aparecen como cuestiones de contenido geográfico y/o medioambiental. En efecto, las variables y las variaciones climáticas tiene una indudable importancia. Así, en la primera gran migración humana, el proceso de desecación de la zona africana impulsó un avance de los primeros homínidos desde su rincón original y comenzó su expansión por toda la Tierra. Fue el inicio de una marcha interminable en la que las condiciones climáticas tienen un peso indudable. Se podría decir que es el impulso inicial que dio origen a un movimiento continuo.

Pueden ser esas condiciones negativas, como observamos en esta ocasión y en otras muchas posteriores, pero sin duda las hubo también favorables. Esto último es lo que se percibe, por ejemplo, en el extremo septentrional del planeta, en el que se puso en marcha un gran movimiento poblacional de gente procedente de Escandinavia por todo el Atlántico Norte. A esas tierras deshabitadas en su mayor parte fueron llegando emigrantes. Se hallaban por debajo, pero incluso más al norte del círculo polar ártico. Las islas Faroe, Islandia, o Tierra del Hielo, con su volcanes y aguas calientes, Groenlandia, a la que se le dio ese nombre eufemísticamente de Tierra Verde, para animar a que fuera ocupada, y las costas de América del Norte, uno de cuyos parajes fue nombrado como Vinland, es decir, Tierra de las Vides, en una latitud en la que la temperatura hacía prácticamente imposible ese cultivo. Se puede hablar, pues, de un calentamiento del clima que hizo posible que los hielos retrocediesen y la navegación se hiciese sin muchas dificultades en esas latitudes, pero también que en los lugares de origen la vida agrícola fuese más rica y productiva, que la población creciese al amparo de la bonanza y, de ese modo, se le invitara a salir de sus hogares a otras geografías. Bien es cierto que la corriente del Golfo permitía la vida, pero no lo es menos que hubo una mejoría creciente durante un tiempo largo. En sentido contrario, asistimos a una enfriamiento generalizado en todo Occidente bajomedieval, más marcado, lógicamente, en esas latitudes. De forma inmediata empezó a notarse un movimiento de la población a consecuencia de las cada vez más desfavorables condiciones climáticas. Los inuits o esquimales, desplazados desde Siberia, que cruzaron el estrecho de Bering para instalarse en América del Norte, se establecieron en Groenlandia empujando a los escandinavos. El enfriamiento generalizado hizo que los hielos impidiesen la navegación y forzaron la incomunicación, hasta el extremo que en el siglo XVI ya no había colonos escandinavos (1). Hasta bien entrado el siglo XIX no empezó una colonización europea de las tierras situadas más allá del círculo polar y el avance por el Polo Norte (2).

Sin duda es excitante examinar la vida de la humanidad partiendo de un hecho constatable: cómo son las condiciones de vida en casos extremos: las tierras heladas, las desérticas, las inundables, etc. A ese problema se han referido varios estudiosos (3), por lo que no vamos a entrar en este tema a fondo. Nos limitaremos a hacer algunos planteamientos elementales.

En realidad la relación del ser humano con el medio es primordial en cualquier análisis que se precie de científico y nos lleva a plantear el concepto de tal manera que nos obligaría a entrar en el examen de población/recursos. En tal orden de cosas, cuando el equilibrio inicial se transforma en negativo o positivo, es cuando hay variaciones complejas.
Puede deberse a un cambio climático, pero también a causa del crecimiento humano. Es el debate malthusiano, en el que se ha profundizado, toda vez que se discute acerca de un problema de evidente densidad, la relación recursos naturales/población, que nos retrotrae al de naturaleza/ ser humano. Sin ánimo, por supuesto, de profundizar, habrá que tratar algunas cuestiones.

La presencia humana en el planeta supone un intercambio constante de energía con la naturaleza. En principio no tiene por qué ser un intercambio igualitario, sino que puede, y de hecho es así, producir desequilibrios. La explicación primigenia está en que los seres humanos producen, es decir, adaptan los recursos a sus necesidades. El problema estriba en que producir es siempre una opción social, por tanto adopta indefectiblemente formas históricas. Ahora bien, hay que señalar en forma de interrogante si hubo un comienzo, como parecer lógico, en este proceso. Es evidente que lo que configura al ser humano en cuanto tal es que es capaz de producir, o sea, transformar la naturaleza en su propio beneficio. Tal beneficio es social. Queda por discernir una cuestión capital que apenas se ha enunciado: la acumulación de excedente y su verdadera dimensión. Dicho de otra manera, ¿qué induce a los humanos a producir excedente hasta el punto de que se hace de manera regular y genera unas apropiaciones privadas e impone una jerarquía social basada en la división social del trabajo, claramente posterior a la división técnica? De lo que no cabe duda es de que desde el mismo momento en que es así, la relación primigenia cambia. La dinámica social se impone como elemento sustancial.

Tenemos, pues, que la acción humana por excelencia es intercambiar energía con la naturaleza, por tanto, produce en la medida en que usa de ella y genera una «interacción metabólica» que se puede llegar a convertir, sin embargo, en una «escisión irreparable» que la misma producción desarrolla para mantenerse (4). En ciertos puntos ha llegado a ser así que incluso cabría hablar de un error evolutivo que tal vez nos lleve a un cataclismo irreparable por la forma social de producir.
De ese modo, la aparente y cacareada superioridad genética de la civilización europea (5) es nada. Ciertamente la historia nos revela que la superioridad de la sociedad europea, que ha brotado a partir del feudalismo, surgido de la barbarie, que no de la civilización, ha sido empleada para alcanzar un tipo de sociedad brutal, pese al refinamiento de que hace gala. Brutal en cuanto que supone la colisión y, en definitiva, la eliminación total o parcial de otras culturas, expresión de sociedades diferentes, muchas de ellas enraizadas en la civilización, y una gigantesca transformación ecológica, que da como resultado la ya mencionada «escisión irreparable».

Planteado de esa forma el tema, hay que reconocer que las desigualdades de los espacios geográficos, ya de por sí evidentes sobre todo por sus relaciones medioambientales, ha ido generando una desigualdad, en la misma proporción cuando menos, en las sociedades humanas. Hemos de tener en cuenta que los desajustes se han incrementado en la misma medida en que la actual en que vivimos está determinada por tres características: una separación creciente de los seres humanos de la naturaleza, una pérdida de los lazos familiares extensos y su sustitución por el individualismo, y una dimensión universal, creando una dependencia de unas culturas por otra. Decimos por otra en la medida en que la occidental europea ha alumbrado nuestra sociedad actual y ha generado unos mecanismos de desigualdad y de dependencia.

Por todo ello diremos que las poblaciones se mueven, a partir de un determinado momento cada vez más, por las diferencias económicas. Sin duda esas diferencias son también sociales, sobre todo desde el momento en que hay sociedades más potentes, que no más desarrolladas técnicamente, ya que contamos con ejemplos de algunas que han sido superiores y, sin embargo, no han optado por el que podríamos denominar el modelo tecnológico europeo.

Si son sociales, lo son igualmente culturales, puesto que se ha creado un sistema explicativo que hace resaltar unos valores sobre otros y ha determinado una explicación de superioridad.

Luego se entrecruzan explicaciones que generan un conjunto complejo, un sistema, que enuncia las desigualdades sociales en la globalidad de cada cultura y de sus poblaciones. A partir de ese momento las migraciones adquieren un carácter bien diferente. Dominan en ellas los aspectos económicos.

Sin embargo, se debe contar con un aspecto antropológico que recorre todos los que hemos venido señalando de las migraciones: el movimiento permanente del ser humano y su necesidad vital de recorrer el planeta. Con él, mejor dicho, con los grupos que se desplazan, van sus lenguas, sus formas culturales, sus maneras de entender el mundo.

***

Consideramos que un caso más concreto puede ayudarnos a centrar el problema. Proponemos tratar el que hace referencia a la expansión del Islam, que puso en movimiento un amplio conjunto poblacional. La dirección principal fue de Oriente a Occidente, no solo porque esa fuese la vía preferida, que también la hubo de oeste a este, ya que llegó hasta la India y China, sino porque arrastró un fondo de población y de culturas diversas que configuraron un conglomerado importante. Atenderemos primero a las líneas generales de ese movimiento, pero nos centraremos en la llegada al extremo occidental del Medieterráneo hasta alcanzar el Atlántico, el Magreb y al-Andalus o la Península Ibérica.

Es cierto que el avance de los árabes, pobladores de un territorio situado en la Península Arábiga y sur de Siria, entre dos grandes imperios (el persa, a Oriente, y el romano, a Occidente), fue muy importante, no solo por la rapidez con que se hizo, pues por ejemplo en cinco años se conquistó la Península Ibérica en su casi totalidad, sino por la perduración que supuso su presencia hasta el extremo de configurar una cultura de larga implantación. En efecto, grandes espacios han quedado sellados por el mundo árabe y especialmente por su religión, que es algo más que una expresión de fe, hasta el punto de que las sociedades islámicas son numerosas y tienen una gran influencia cultural en gran parte del globo terráqueo.

Históricamente hubo otras expansiones que alcanzaron extensiones importantes. Es el caso de Alejando Magno (356 a. C.-323 a. C.), rey de Macedonia, que ocupó tierras del Mediterráneo al Índico, incluyendo Egipto, el Ponto Euxino, Mar Caspio y otras partes situadas al norte. También el de Gengis Khan (1162-1227 d. C.), que llevó a los mogoles a una gran expansión. El movimiento de ese pueblo alcanzó, partiendo de Mongolia, China y llegó a Occidente. La diferencia estriba, como ha señalado H. Kennedy (6), en que el Islam perduró, en tanto que los otros imperios desaparecieron sin quedar huellas profundas. Por el contrario, los árabes, que articularon esa gran expansión y pusieron en marcha un gran proceso migratorio, que dieron paso a una gran modificación del medio físico en muchos espacios en los que se instalaron, principalmente por la implantación de obras hidráulicas y la generación de una agricultura irrigada, dieron lugar a unos mecanismos de perduración de sus formas de vida y su cultura, que devino en islámica.

Diremos que ante todo hubo una verdadera migración. Supuso la instalación de gente venida de fuera. Además las poblaciones recién conquistadas se movieron al compás de ellos. Es el caso, por ejemplo, de los bereberes norteafricanos en la Península Ibérica, que pasó a llamarse en lengua árabe al-Andalus. Eso se explica porque hubo una asimilación cultural, tal vez no integración plena, pero sí suficiente. Dicho de otra manera, las poblaciones conquistadas se incorporaron a una cultura árabe, en la que, a su vez, se incluyeron otras anteriores.
Esa instalación, primero, y asimilación, después, no debe considerarse solo como una acción política, sino que fue más allá. En algunos casos se ha pensado que fue por una mera imposición de un poder exterior sobre las poblaciones en donde se instalaron. Ciertamente se dio una imposición, con el corolario de una fuerza de alguna entidad, pero eso no lo explica todo, ni mucho menos el proceso de asimilación y perduración cultural.

La propia dinámica de los movimientos impulsó una implantación de formas de vida económicas y sociales distintas a las dominantes en fechas anteriores.

No se puede considerar que hubiese un elemento único, aunque hay que empezar a hablar de una base material y de unas relaciones elementales entre los seres humanos y el medio físico, hasta el punto de que en buena medida la nueva relación ecológica perceptible tuvo un papel decisivo en nuestra opinión.

No es posible explicar lo que es la agricultura irrigada en la presente ocasión, aunque es obligado señalar algunas cuestiones.

La asociación agua/calor crea un clima subtropical y/o monzónico. Se trata de una operación más compleja de lo que podría pensarse en principio. Conviene ante todo conseguir agua en una estación en la que, sobre todo en los climas mediterráneos, es difícil disponer de ella. Los meses cálidos son largos y secos, ya que un ciclo de un gran déficit hídrico se extiende de la primavera, normalmente precoz, a la entrada muy avanzada del otoño.

En realidad la vida agrícola apareció en el mundo mediterráneo y en los semidesérticos gracias a la captación y distribución del agua. Así, irrigar la tierra supone establecer unas condiciones diferentes a las que eran conocidas hasta entonces en tales medios. Surge un verdadero agroecosistema irrigado. Coexiste con los precedentes que, en algunos casos, son poco rentables, siendo la ganadería la opción principal, ofreciendo un movimiento de gente y animales por amplios territorios.
Tenemos, pues, un paisaje que parte de una imagen fragmentada de campos irrigados, como si se tratase de oasis en medios montañosos o semidesérticos, cuando no plenamente desiertos. A veces hay tierras que se riegan eventualmente o pequeñas zonas con suficiente humedad que favorecen la vida vegetal.



Hay que señalar que la economía rural reposa principalmente, no de forma única desde luego, sobre el agroecosistema irrigado. Su capacidad productiva está atestiguada suficientemente.La organización de los campesinos en comunidades rurales, inicialmente articulados por lazos de parentesco. Eso impide la presencia de renta como forma de relación económica y su corolario social.

El mundo rural del que venimos hablando tiene, pues, una codificación en torno al agua. Podría tener así una autonomía casi total, pero no es de ese modo. Un poder exterior lo controla a través de un fiscalidad legal, basada en la norma islámica que parte de la limosna legal. El Estado, que se entiende como la expresión de la umma, configura un entramado de relaciones que se expresa en la vida urbana. Lo es también a niveles económicos porque esa agricultura irrigada tiene un gran desarrollo productivo y, además, genera productos que son difíciles de guardar. El excedente productivo, superior a lo que era habitual en otras agriculturas, se realiza gracias a la práctica de un comercio a pequeña escala, posteriormente a otra mayor, y muy extendido.

Por eso la estructura del poblamiento está jerarquizada por una red urbana extensa y bien organizada, en donde se realiza el intercambio y se establece una relación D-M-D (Dinero-Mercancía-Dinero).

La cohesión del sistema reposa sobre la preeminencia de lo privado (7), hasta el punto que las mismas relaciones del poder con la población se basan en un contrato privado entre aquel y este. El tráfico comercial se justifica por lo mismo. Incluso la concepción de la vida, el honor, la familia, como el teatro donde se desarrolla, especialmente la casa se explica de la misma manera. Sin embargo hay espacios protegidos para impedir los problemas y conflictos que puedan surgir.

Todo ello queda resumido en la concepción moral, que es asimismo y sobre todo religiosa, dominante. Además, regula las relaciones con otras prácticas religiosas que asume y le confiere un carácter de prácticas protegidas. La coexistencia de tales es un buen índice de la capacidad de adaptación de otras culturas y la aproximación que se da.

Sin duda hubo resistencias a la dominación, pero fueron menos profundas de lo que podría esperarse, aun siendo conscientes de que existieron revueltas que tal vez se expresaron a niveles religiosos, pero que tenían, como no podía ser menos, un carácter social y cultural, como oposición a la creciente hegemonía árabe e islámica.

La permeabilidad que mostró el Islam hizo que se formara una cultura ecléctica en la que entraron muchas otras para formarla. Surgió, pues, una nueva que adquirió tintes de originalidad a partir de la variedad precedente. Un profundo fondo oriental se aprecia sin mucha dificultad. Pongamos algún ejemplo. Así el de la transmisión de la agricultura denominada híndica, nacida en la India. Recogida en una tratadística (8) refleja el traspaso tecnológico de la agronomía oriental a todo el mundo islámico e incluso a parte de Occidente. Además, las técnicas de control y gestión del agua se desarrollaron partiendo de una difusión, que comenzó antes incluso de la instalación de los árabes, si bien fueron ellos quienes las implantaron. Una difusión que es asimismo literaria y científica.
Esa cultura ha marcado los territorios en donde se recibió, instaló y desarrolló. Un paisaje heredero de aquella época se ha ido configurando y ha evolucionado como cabía esperar. La irrigación ha sido el elemento más significativo, pero desde luego no el único.

Tendremos que añadir un sinfín de restos arqueológicos, algunos de ellos monumentales y magníficos, como vemos en la Alhambra, que parece seguir viva y que nos muestra la magnificencia del poder en época nazarí. Otros son más modestos por ser originariamente funcionales y tener como misión acoger a gente normal.

Es cierto que se aprecia una continuidad más o menos esencial. En ciertas partes se mantiene viva esa cultura, con variaciones, claro está. Es el mundo islámico actual, que ha sido capaz de absorber sin perder su identidad realidades que no eran propias y ahora lo son. En otras quedan vestigios materiales y no propiamente materiales. Entre estos últimos hay que resaltar aquellos que han conformado una capa lingüística importante. Así, lenguas romances, como el portugués y el español, están llenas de palabras derivadas del árabe, o sea de arabismos. Aunque son lenguas procedente del latín, del grupo iberorromance, la presencia de términos árabes es muy notable.

Todo esto ha sido posible porque los movimientos migratorios fueron muy fuertes y hubo poblaciones integradas por grupos familiares que emigraron conservando sus estructuras originarias. Es lo que se percibe en algunas intervenciones arqueológicas llevadas a cabo, por ejemplo en la Plaza del Castillo en Pamplona, en cuya necrópolis se han evidenciado restos humanos de hombres, mujeres y niños (9) (10). No es la única ciudad en donde se documenta una ocupación de tales características (11).

Son pruebas evidentes de que se trata de una migración de segmentos completos de la sociedad, con grupos familiares. Arrastraron, eso sí, toda una oleada de ideas, de formas de vida que configuraron una civilización heredera de otras surgidas en Oriente, como, por ejemplo, la persa, con préstamos de puntos incluso más alejados, India y China. Asimismo se erigió en continuadora de la Antigüedad clásica que, a su vez, ya había recogido experiencias, tecnologías y formas culturales de Oriente.
Así pues, se formó una nueva sociedad fecunda capaz de transmitir las experiencias propias y las tomadas de otras culturas que fueron arrastrando.

El ejemplo lo tenemos aquí mismo en el caso de al-Andalus y en la misma ciudad de Granada, resumen de toda esta cultura que estuvo instalada en estas tierras durante cerca de 800 años.
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Notas

(1) Puede seguirse este caso en Diamond, Jared, Colapso. Por qué unas sociedades perduran y otras desaparecen, Barcelona, 2013.
(2) Fleming, Fergus, La conquista del Polo Norte, Barcelona, 2012 (edición original inglesa 2001).
(3) Diamond, Jared, Armas, gérmenes y acero: Breve historia de la humanidad en los últimos 13.000 años, Barcelona, 2004, y Fernández Armesto, Felipe, Civilizaciones: La lucha del hombre por controlar la naturaleza, Madrid, 2002, entre otros.
(4) Foster, John Bellamy y Brett, Clark, «Imperialismo ecológico: la maldición del capitalismo», Socialist Register, 2004, pp. 231-250, especialmente p. 234.
(5) En cierto modo esos son de manera más o menos explícita los argumentos de ciertos investigadores. Puede ser el caso del libro de Crosby, Alfred W., Imperialismo ecológico. La expansión biológica de Europa, Barcelona, 1988 (edición inglesa en Cambridge University Press, 1986.
(6) Kennedy, Hugh, Las grandes conquistas árabes, Barcelona, 2007.
(7) Acién Almansa, Manuel, «Sobre el papel de la ideología en la caracterización de las formaciones sociales: la formación social islámica», Hispania, 200 (1998), pp. 915-968.
(8) Martí Castelló, Ramón, «Oriente y occidente en las tradiciones hidráulicas medievales», en El agua en zonas áridas. Arqueología e historia, Almería, 1989, pp. 419-440.
(9) Faro Carballa, José Antonio, García-Barberena Unzu, María y Unzu Urmeneta, Mercedes, «La presencia islámica en Pamplona», en Sénac, Philippe (ed.), Villes et campagnes de Tarraconaise et d'al-Andalus (VIe-XIe siècles): la transition, Toulouse, 2007, pp. 97-138; de los mismo autores, «Pamplona y el Islam: nuevos testimonios arqueológicos», Trabajos de arqueología navarra, 20 (2007-2008), pp. 229-284. Sobre los restos óseos, de Miguel, María Paz, «La maqbara de la Plaza del Castillo (Pamplona, Navarra): avance del estudio osteoarqueológico», en Sénac, Philippe (ed.), Villes et campagnes…, 183-197.
(10) Sobre los restos óseos, de Miguel, María Paz, «La maqbara de la Plaza del Castillo (Pamplona, Navarra): avance del estudio osteoarqueológico», en Sénac, Philippe (ed.), Villes et campagnes…, 183-197.
(11) Beltrán de Heredia Bercero, Julia, «Barcino, de colònia romana a sede regia visigoda, medina islàmica i ciutat comtal: una urbs en transformació», Quarhis: Quaderns d'Arqueologia i Història de la Ciutat de Barcelona, 9 (2013), pp. 16-118.

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