La Alhambra. Arqueología e Historia
Por Antonio MALPICA CUELLO. Catedrático de Historia Medieval de la Universidad de Granada
13/10/04
El presente trabajo aporta ciertas reflexiones del autor sobre el conjunto monumental de La Alhambra. De su evolución histórica y del desarrollo y la importancia de las intervenciones arqueológicas llevadas a cabo en el monumento.
La mayoría de los visitantes que acuden a la Alhambra quedan seducidos, a través de los sentidos, por su belleza. Única ciudad palatina de época islámica que se ha conservado en pie, cada rincón invita a la expresión de los sentimientos. Sin duda, nadie queda al margen de ella. Pero la imagen es, con frecuencia, desordenada e irracional. El monumento fue formalizado en los siglos XIX y XX, a veces con una filosofía en la que imperaba el exotismo, y hubo que seleccionar las partes que debían de restaurarse y, en consecuencia, quedar preservadas. La elección en gran medida fue la lógica. Las áreas de mayor dimensión estética y de mayor capacidad defensiva, levantadas para su perpetuación en la concepción de la época en que se construyeron, fueron las que se consolidaron y, en algunos casos, se recrearon.
Tenemos, así, una Alhambra cargada de belleza y de códigos estéticos, que transmite su mensaje con el paso del tiempo. No es, sin embrago, la verdadera ciudad de la dinastía nazarí. Ésta es más compleja, rica y contradictoria; en todo caso, es más viva que la que fue convertida en museo. Ciertamente no puede establecerse una contradicción entre la que fue habitada por los soberanos granadinos y su corte, que es buena medida está en los palacios, prodigio artístico, entre la que servía para su protección y amparo militar, que queda representada por la Alcazaba, y aquella otra Alhambra en donde había casas de gentes que la poblaban, sirviendo directamente o no a reyes, cortesanos y nobles, huertas que ofrecían sus productos a sus mesas, talleres de las que salían mercancías que se vendían en los zocos. La ciudad palatina era un organismo vivo en el que el ruido de las personas competía con el de agua. Todas las pasiones y contradicciones se desarrollaron en su seno. Y es esta Alhambra la más desconocida, pues hasta las leyendas románticas que la adornan apenas han hablado de ella
La dignidad del monumento está en su verdadera dimensión humana, por muy bello que sea. Es lo que hay que destacar y explicar para que todos los que se acerquen a él puedan elegir la forma en que la quieren contemplar y, por qué no, disfrutar. Para ello es imprescindible datarle de una lógica que explique su gestación, desarrollo e incluso su final. La Alhambra comenzó siendo una fortaleza y como tal se percibe en una primera mirada. Tenía razón Torres Balbás cuando decía que «más parecen tapias de cortijo que muros de un palacio». En efecto, por fuera los muros de la Alhambra y la composición de sus volúmenes no permiten hacerse una idea de la riqueza decorativa que guarda su interior. Esa contradicción se explica por múltiples motivos. El primero de todos y que destaca a simple vista es que era necesario proteger la ciudad palatina. Una lectura de los cubos que se integran en el perímetro amurallado nos advierte de manera inmediata que la Alcazaba, en el espolón más occidental del conjunto, es la parte mejor defendida. Mirando desde cualquier punto se percibe la jerarquización de los espacios e incluso su funcionalidad. Si se hace un recorrido exterior, hoy casi imposible, se advierte cómo en la zona que da a la colina del Albaicín, de la que le separa el hondo foso formado por el curso del Darro, el río urbano de Granada, es donde está una de las concentraciones mayores de defensas. Es la muestra de que la Alhambra se había construido de cara a la precedente madina granadina y quería mostrar que era la nueva sede del poder. Se puede ver desde el célebre mirador de San Nicolás, en el corazón del solar urbano de la Garnata zirí, surgida en el siglo XI, todo el lienzo N de la Alcazaba. Allí encontramos la torre de la Vela, verdadera atalaya que comunicaba la fortaleza con toda la Vega e incluso con los castillos de la línea fronteriza, entre ellos el imponente ejemplar de Moclín. También está la torre del Homenaje, la primera morada de la dinastía nazarí, que surgió tras el final del mundo almohade y luego de un pacto entre el rey Fernando III y el señor de Arjona, Muhammad I, primer rey granadino. Hay restos de otras torres de cierta envergadura, una de ellas incompleta, que configuran una visión maciza y adusta del frente E de la Alcazaba, el que se ve precisamente desde la propia Alhambra. A poco que se detenga la mirada desde el mencionado mirador, se pueden identificar pequeñas torres que apenas sobresalen de la línea del adarve y que son ejemplos de la construcción anterior al conjunto palatino.
Es necesario señalar que esta parte que venimos señalando es claramente militar y como tal surgió en el siglo XI. Aunque hay textos que parecen referirse a una obra levantada en el siglo IX por el caudillo árabe Sawwar b. Handum, con el fin de inquietar a la ciudad de Ilbira, la primera madina islámica en territorio granadino, sabemos con certeza que la alcazaba alhambreña se debió al último rey zirí, ‘Abd Allah. Fue quien levantó una pequeña fortaleza poligonal, con torres hechas de un duro tapial hormigonado y que carecen de las dimensiones y esbeltez de las más elevadas que construyeron los nazaríes para asiento de sus primeros reyes y de sus hombres de confianza. Incluso el sistema de aprovisionamiento de agua pone de manifiesto que la función principal de esta área era la defensiva. La muralla que la unía con la ciudad de Granada, de la que quedan huellas apenas visibles entre el bosque que hay por encima del Darro, llegaba hasta el río. Quedan vestigios de la gran torre, que formaba el machón de una puerta sobre el curso de agua, y que desde su interior permitía abastecerse del agua que corría a sus pies. Fue el único sistema que hubo hasta la creación de la Acequia Real, ya en tiempos de Muhammad I.
Se debe a este monarca, fundador de la dinastía llamada a gobernar el reino hasta 1492, la decisión de crear la ciudad palatina. Fue él quien la dotó de agua propia y marcó los cimientos de la nueva construcción. Sin embargo, mantuvo las estructuras preexistentes mejorándolas, adaptándolas y transformándolas. En concreto es lo que se ve en la ya citada Alcazaba. Quedó como recinto militar, lo que hasta entonces había sido, pero le dio una nueva configuración. Levantó torres en las que se podía residir, como la que él mismo ocupó, la del Homenaje, organizó seguramente el barrio castrense, dotado de baños, para que las gentes que estaban con él y la guarnición pudiese vivir con ciertas comodidades, y condujo el agua de la misma acequia que abrió en el Darro, a varios kilómetros de allí, hasta el aljibe que antes se llenaba por medio del líquido recogido en el río con animales y hombres que transportaban en recipientes y con la lluvia.
La configuración de la primera ciudad palatina poco distaba de la de una fortaleza bien defendida, sin duda por las turbulencias de la época, años de conquistas de los reyes castellanos en toda la Andalucía bética, la del Guadalquivir, y de respuestas de la nueva dinastía norteafricana, los meriníes. Nada hace presagiar lo que será la ciudad palatina a partir de la configuración urbana, pero se puede decir que en el ánimo del primer nazarí estaba la creación de un asentamiento permanente y de características como las que después tuvo. El hecho de que le diera agua propia, trayéndola por gravedad del Darro, abriendo la Acequia Real o del Sultán, como la llaman las fuentes castellanas posteriores a la conquista de Granada, no deja lugar a dudas sobre el propósito que tenía.
La dimensión urbana y palatina no llegó hasta el tercer rey de la dinastía, Muhammad III, el nieto del fundador. Fue él quien levantó los baños anejos a la mezquita y, seguramente ésta. Dentro del mismo recinto, que probablemente ya estaba amurallado en su totalidad, al que se penetraba por la espléndida Puerta de las Armas, hizo edificar la Puerta del Vino, que marca el inicio de la Calle Real Alta, el eje principal de la ciudad. En ella estaban precisamente la mezquita y baños citados. Quizás edificó el palacio del Partal, más un pabellón que una verdadera morada, que era el punto de recepción de las gentes que penetraba por la Puerta del Arrabal, abierta sobre todo, que no exclusivamente, al área agrícola extramuros. Allí ha que asignarle la construcción de un primer Generalife, la almunia o casa de campo que disponía de tierras de cultivo, que sirvió al rey y a todo el conjunto como espacio productivo y de abastecimiento.
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Con sus obras se puede decir que quedaron asignados de manera definitiva los espacios y funciones en la Alhambra. La Alcazaba se mantuvo como área eminentemente defensiva; la Puerta del Vino marcaba la diferencia entre la parte militar y la civil, así como anunciaba el eje principal, la Calle Real Alta, por donde discurría la Acequia Real; la mezquita mayor estaba en el punto final del área que había destinado a la vida palatina, en la que se identifican tres palacios: el ya citado del Partal, en la parte más baja, pegando a la propia muralla y cerca de la Puerta del Arrabal; el que sirvió de cobijo tras la conquista castellana al convento de San Francisco, hoy destinado a Parador Nacional, un poco más elevado que aquél, y el de los Abencerrajes, frente a la mezquita aljama,.al otro lado de la calle. En todos los casos, el espacio destinado al culto al que eran llamados todos los creyentes para hacer la oración de los viernes, era el que permitía hablar de una verdadera estructura urbana plenamente urbanizada.
La instabilidad de la dinastía se vio claramente cuando fue depuesto Muhammad III y, tras diversos avatares, subió al trono su sobrino Ismail I. Hijo de una hermana del rey, nieto, por tanto, de Muhammad II, no dudó en mostrarse como el legítimo heredero de los Banu Nasr, aunque era descendiente por línea femenina, lo que hacía que fuese un caso extraño, por lo inhabitual que era en el Islam. Por esos, no dudó en crear el cementerio real o rawda, a las espaldas de la mezquita mayor, cerca de su palacio. Y fue así como empezó a concebirse la formación del área propiamente palatina, organizada en diferentes áreas. La culminación fue obra de sus dos sucesores, su hijo Yusuf I y su nieto Muhammad V. Pero la existencia de una estructura precedente parece detectarse en el conjunto propiamente palatino, pues la disposición del palacio de los Leones, o del Riyad, plural de rawda, que significa jardín, muestra un descuadre. Algo similar se advierte en el Generalife, al que introdujo Ismail I modificaciones importantes, como levantar una torre residencial en el extremo N del Patio de la Acequia, desde donde se ve toda Granada, variando así la organización espacial, ya que anteriormente la crujía occidental, la que mira a la Alhambra era la principal. Sea como fuera, el modelo arquitectónico elegido nos muestra una disposición jerarquizada, en la que se repite el esquema antedicho (torre principal orientada al N, ocupando el lado menor de un rectángulo).
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En efecto, una serie de construcciones antes de llegar a Comares y en este mismo palacio, obedecen a esa organización. De esa forma se jerarquiza el espacio que lleva hasta la zona de representación política por excelencia, el Salón del Trono de Comares. Antes de llegar a ella está el Mexuar o parte administrativa. Sin embargo, el palacio de los Leones, denominado popularmente así por la existencia de los doce leones, probablemente 6 machos y seis hembras, por cuyas bocas sale el agua y en donde confluyen los cuatro ríos del paraíso (de leche, agua, miel y vino, respectivamente), aunque lleno de simbologías, más parece destinado a un uso más privado. La existencia de espacios apartados es normal en las moradas islámicas, pues la protección de la vida privada y el control de las mujeres son fundamentales, incluso, o, mejor dicho, sobre todo, para una dinastía como la nazarí. En definitiva, la disposición global va desde lo más abierto y público, el área administrativa (Mexuar), hasta el palacio de representación por excelencia, en el que se haya el Salón del Trono o de Embajadores, cuyo techo recuerda a quienes lo admiran la disposición de los Siete Cielos, en cuyo centro esta la Chellah o morada de Allah, bajo la cual estaba el monarca en recepciones y actos públicos, y, finalmente, la parte menos pública, los Leones. En medio de ambos palacios estaban los espléndidos baños reales.
Sin embargo, las obras de estos tres monarcas fueron más allá de los palacios e incluso de la misma Alhambra. Con respecto a esto último, hay que destacar un verdadero programa constructivo en la capital, Granada.
En la Alhambra, más allá de los palacios, construyó Yusuf I, por poner un ejemplo, grandes puertas como la de la Justicia y la de los Siete Suelos, abiertas a la expansión urbana que experimentó Granada por la orilla izquierda del Darro. Ambas, independientemente de la monumentalidad y, en consecuencia, de sus significación simbólica, permitían la entrada a la ciudad palatina sin pasar por el corazón de la misma Granada. Fue lo que hicieron los Reyes Católicos, tras los acuerdos adoptados con Baobdil, para llegar a la Alhaambra y tomar posesión de ella en enero de 1492.
Todo ello nos habla del poderío de los nazaríes, pero al mismo tiempo de sus debilidades. Es cierto que la gran crisis de los reinos cristianos peninsulares, especialmente el de Castilla, dio un respiro a los nazaríes. La presión cristiana aminoró y fue posible una reorganización general del reino de Granada. A la política de control territorial, que a veces tiene una expresión religiosa, como la creación de la madraza en la capital y la imposición de una mezquita mayor en cada población en la que hubiese un mínimo de 12 familias, le acompaña, como es lógico, otra edilicia. Eso supone la creación de grandes obras en todo el reino (alcaicería, alhóndiga nueva, madraza, en Granada; construcción de Gibralfaro, en Málaga; castillos y sistemas defensivos en las fronteras interior y marítima, etc.). La consolidación de las actividades comerciales, entroncadas con los mercaderes extranjeros, sobre todo los italianos, es otro aspecto a resaltar, pues, en definitiva, los productos agrícolas granadinos, más o menos elaborados (azúcar, seda, frutos secos, entre otros), se esparcieron por todo el Occidente bajomedieval. Sin duda, el tesoro real incrementó sus ingresos, al mismo tiempo que pudo prescindir de las entregas de sumas a los castellanos a cambio de la paz.
No obstante, hay indicios que nos hablan de los conflictos en el corazón del sistema político granadino, en la corte alhambreña. La muerte de Yusuf I en el momento de la oraciónd el viernes en la mezquita aljama o principal de la Alhambra, no es sino una de las expresiones de esta crisis, por mucho que las fuentes escritas lo achaquen a un loco que apuñaló al rey. Más claramenmte se expresa en las intrigas que llevaron a la deposición de Muhammad V y a su destierro en el Norte de África,de donde volvió para recuperar el trono en Granada. Algunas de las galerías subterráneas, como la que hay cerca de los palacios, que baja hasta cerca del Darro, son una prueba de la inestabilidad del poder del rey granadino, que, a veces, ni siquiera puede escapar a las iras de los mismos habitantes granadinos, teniendo que huir en todos los casos.
Las contradicciones políticas no impidieron la realización de tantas y tantas obras que pregonaban la gloria del Islam y del soberano. La magrebización es un hecho que se percibe en la misma configuración de la Alhambra, especialmente de los palacios, con una disposición en la que la inclusión del mexuar es fundamental para comprender la existencia de espacios más públicos que se van hciendo menos conforme entramos en el complejo palatino. Es un modelo ya existente en el mundo meriní, nacido en el Norte de África y que había llegado a implantar un especie de protectorado en torno a Algeciras y Ronda.
La Alhambra es testigo de esa sociedad cambiante, condenada a morir y a ser sustituida por la castellana de la época. A partir de finales del siglo XIV comienza una nueva etapa en la ciudad palatina. El recinto amuralaldo encierra todos los elementos imprescindibles para configurar un espacio en el que se reunen todas las funciones que son precisas a la sede de un poder real. Pero también están los propios de una estructura urbana que sirve a la corte. Es así como el área agrícola debe de aumentar y desarrollarse, como los asentamientos de esas características.
La evolución del sistema hidráulico lo desvela. La primera acequia, que parte del Darro, y que parcialmente se conserva en la actualidad, fue la que sirvió para crear el núcleo primero de la Alhambra. La línea por donde pasa define las necesidades de aquel momento. El avance de la misma ciudad alhambreña, rompiendo espacios posiblemente ahjardinados y de huertos en el mismo recinto, obligó a uan pequeña, pero muy interesante expansión. Una galería subterránea, esta vez sólo para conducir el agua, partía de la acequia luego de pasar el Generalife, Llevaba el líquido hasta un pozo de unos 19 m de profundidad desde donde era elevado por una noria y conducido a un gran albercón, el Albercón de las Damas, más alto que la almunia real. Gracias a eso fue posible regar cerca de 2 Ha de nuevas huertas. Como el sistema se mostró insuficiente y, al mismo tiempo,los reyes granadinos aumentaron sus posesiones en la orilla izquierda del Darro, se optó por crear un ramal alto de la acequia, que pasó a denominarse, en clara alusión al volumen que llevaba, Acequia del Tercio. Pudieron ponerse en cultivo nuevas áreas y se establecieron construcciones tan importantes como la nueva almunia de Dar al-Arusa, o Casa de la Novia,unidas a los mecanismos defensivos del Castillo de Santa Elena, encargado de vigilar el acceso a la parte alta. Las tierras de esta finca real fueron regadas por medio de un sistema similar al ya dicho en el Albercón de las Damas. Un gran pozo en el Cerro del Sol se abastecía de la Acequia del Tercio por medio otra vez de una galería subtrerránea. Desde él se vertía el agua a un gran albercón, del que quedan algunos restos, que permitía poner en cultivo nuevas parcelas.
Fue una «escalada hacia los cielos» de la propia Alhambra, que muestra que la organización global de la ciudad, incluido por supuesto el campo, estaba sujeta a la presencia precedente de Granada. No podía expandirse hacia abajo y tuvo que crecer hacia arriba.
Los castellanos se instalaron en la ciudad palatina y la concibieron como una fortaleza que dominaba la ciudad de Granada, en la que se mantuvieron sus pobladores musulmanes de acuerdo con las capitulciones firmadas para su enterga. Los espacios públicos quedaron reducidos a los estrictamente necesarios. La Alcazaba se reforzó. Algunas puertas fueron clausuradas de manera definitiva. Se instalaron baluartes para la artillería, temiendo asaltos de la propia población musulmana granadina. Se aseguró el abastecimiento del agua, reforzando la coracha y construyendo un gran aljibe. Los palacios se adaptaron para las nuevas necesidades. La alcaidía, en manos del conde de Tendilla, se erigió en la máxima autoridad militar del reino, pero la Alhambra quedó clausurada a los musulmanes y gozó de jurisdicción propia. Inclusos e fragmentó, pues el Generalife pasó a manos de unos antiguos aristócratas granadinos, los Granada Venegas, que no tardaron en entroncar con una familia de comerciantes genoveses, lso Grimaldi, Mantuvieron bajo su control y propiedad la gran almunia y su espacio agrícola hasta el siglo XX.
Cuando la guerra de Suecesión trajo a la dinastía de los Borbones, los Mendoza, que tenían el poder sobre la Alhambra y habían apoyado al pretendiente austríaco, fueron desalojados del recinto. Comenzó un periodo de abandono que es el que alcanzó a ver y a describir Washington Irving. La visión romántica que nos da, como las de otros artistas anteriores y posteriores, recoge con enorme tristeza la grandeza perdida de la época nazarí, la más gloriosa de la ciudad palatina. La formalización del monumento, que no se pude considerar terminada, ya que nos queda conocer a fondo su composición urbanística. Sólo tenemos una imagen desorganizada y poco clara de la ciudad propiamente dicha, en la que la vida que allí hubo permanece sepultada bajo unas ruinas incomprensibles. En el futuro tendrá que ser acometida esta importante tarea.
Sólo con el análisis global de la Alhambra se podrá dotar de la comprensión que permita conocerla y amarla con todas sus grandezas y miserias, con el pulso vital que los hombres han tenido y siguen teniendo.
Tenemos, así, una Alhambra cargada de belleza y de códigos estéticos, que transmite su mensaje con el paso del tiempo. No es, sin embrago, la verdadera ciudad de la dinastía nazarí. Ésta es más compleja, rica y contradictoria; en todo caso, es más viva que la que fue convertida en museo. Ciertamente no puede establecerse una contradicción entre la que fue habitada por los soberanos granadinos y su corte, que es buena medida está en los palacios, prodigio artístico, entre la que servía para su protección y amparo militar, que queda representada por la Alcazaba, y aquella otra Alhambra en donde había casas de gentes que la poblaban, sirviendo directamente o no a reyes, cortesanos y nobles, huertas que ofrecían sus productos a sus mesas, talleres de las que salían mercancías que se vendían en los zocos. La ciudad palatina era un organismo vivo en el que el ruido de las personas competía con el de agua. Todas las pasiones y contradicciones se desarrollaron en su seno. Y es esta Alhambra la más desconocida, pues hasta las leyendas románticas que la adornan apenas han hablado de ella
La dignidad del monumento está en su verdadera dimensión humana, por muy bello que sea. Es lo que hay que destacar y explicar para que todos los que se acerquen a él puedan elegir la forma en que la quieren contemplar y, por qué no, disfrutar. Para ello es imprescindible datarle de una lógica que explique su gestación, desarrollo e incluso su final. La Alhambra comenzó siendo una fortaleza y como tal se percibe en una primera mirada. Tenía razón Torres Balbás cuando decía que «más parecen tapias de cortijo que muros de un palacio». En efecto, por fuera los muros de la Alhambra y la composición de sus volúmenes no permiten hacerse una idea de la riqueza decorativa que guarda su interior. Esa contradicción se explica por múltiples motivos. El primero de todos y que destaca a simple vista es que era necesario proteger la ciudad palatina. Una lectura de los cubos que se integran en el perímetro amurallado nos advierte de manera inmediata que la Alcazaba, en el espolón más occidental del conjunto, es la parte mejor defendida. Mirando desde cualquier punto se percibe la jerarquización de los espacios e incluso su funcionalidad. Si se hace un recorrido exterior, hoy casi imposible, se advierte cómo en la zona que da a la colina del Albaicín, de la que le separa el hondo foso formado por el curso del Darro, el río urbano de Granada, es donde está una de las concentraciones mayores de defensas. Es la muestra de que la Alhambra se había construido de cara a la precedente madina granadina y quería mostrar que era la nueva sede del poder. Se puede ver desde el célebre mirador de San Nicolás, en el corazón del solar urbano de la Garnata zirí, surgida en el siglo XI, todo el lienzo N de la Alcazaba. Allí encontramos la torre de la Vela, verdadera atalaya que comunicaba la fortaleza con toda la Vega e incluso con los castillos de la línea fronteriza, entre ellos el imponente ejemplar de Moclín. También está la torre del Homenaje, la primera morada de la dinastía nazarí, que surgió tras el final del mundo almohade y luego de un pacto entre el rey Fernando III y el señor de Arjona, Muhammad I, primer rey granadino. Hay restos de otras torres de cierta envergadura, una de ellas incompleta, que configuran una visión maciza y adusta del frente E de la Alcazaba, el que se ve precisamente desde la propia Alhambra. A poco que se detenga la mirada desde el mencionado mirador, se pueden identificar pequeñas torres que apenas sobresalen de la línea del adarve y que son ejemplos de la construcción anterior al conjunto palatino.
Es necesario señalar que esta parte que venimos señalando es claramente militar y como tal surgió en el siglo XI. Aunque hay textos que parecen referirse a una obra levantada en el siglo IX por el caudillo árabe Sawwar b. Handum, con el fin de inquietar a la ciudad de Ilbira, la primera madina islámica en territorio granadino, sabemos con certeza que la alcazaba alhambreña se debió al último rey zirí, ‘Abd Allah. Fue quien levantó una pequeña fortaleza poligonal, con torres hechas de un duro tapial hormigonado y que carecen de las dimensiones y esbeltez de las más elevadas que construyeron los nazaríes para asiento de sus primeros reyes y de sus hombres de confianza. Incluso el sistema de aprovisionamiento de agua pone de manifiesto que la función principal de esta área era la defensiva. La muralla que la unía con la ciudad de Granada, de la que quedan huellas apenas visibles entre el bosque que hay por encima del Darro, llegaba hasta el río. Quedan vestigios de la gran torre, que formaba el machón de una puerta sobre el curso de agua, y que desde su interior permitía abastecerse del agua que corría a sus pies. Fue el único sistema que hubo hasta la creación de la Acequia Real, ya en tiempos de Muhammad I.
Se debe a este monarca, fundador de la dinastía llamada a gobernar el reino hasta 1492, la decisión de crear la ciudad palatina. Fue él quien la dotó de agua propia y marcó los cimientos de la nueva construcción. Sin embargo, mantuvo las estructuras preexistentes mejorándolas, adaptándolas y transformándolas. En concreto es lo que se ve en la ya citada Alcazaba. Quedó como recinto militar, lo que hasta entonces había sido, pero le dio una nueva configuración. Levantó torres en las que se podía residir, como la que él mismo ocupó, la del Homenaje, organizó seguramente el barrio castrense, dotado de baños, para que las gentes que estaban con él y la guarnición pudiese vivir con ciertas comodidades, y condujo el agua de la misma acequia que abrió en el Darro, a varios kilómetros de allí, hasta el aljibe que antes se llenaba por medio del líquido recogido en el río con animales y hombres que transportaban en recipientes y con la lluvia.
La configuración de la primera ciudad palatina poco distaba de la de una fortaleza bien defendida, sin duda por las turbulencias de la época, años de conquistas de los reyes castellanos en toda la Andalucía bética, la del Guadalquivir, y de respuestas de la nueva dinastía norteafricana, los meriníes. Nada hace presagiar lo que será la ciudad palatina a partir de la configuración urbana, pero se puede decir que en el ánimo del primer nazarí estaba la creación de un asentamiento permanente y de características como las que después tuvo. El hecho de que le diera agua propia, trayéndola por gravedad del Darro, abriendo la Acequia Real o del Sultán, como la llaman las fuentes castellanas posteriores a la conquista de Granada, no deja lugar a dudas sobre el propósito que tenía.
La dimensión urbana y palatina no llegó hasta el tercer rey de la dinastía, Muhammad III, el nieto del fundador. Fue él quien levantó los baños anejos a la mezquita y, seguramente ésta. Dentro del mismo recinto, que probablemente ya estaba amurallado en su totalidad, al que se penetraba por la espléndida Puerta de las Armas, hizo edificar la Puerta del Vino, que marca el inicio de la Calle Real Alta, el eje principal de la ciudad. En ella estaban precisamente la mezquita y baños citados. Quizás edificó el palacio del Partal, más un pabellón que una verdadera morada, que era el punto de recepción de las gentes que penetraba por la Puerta del Arrabal, abierta sobre todo, que no exclusivamente, al área agrícola extramuros. Allí ha que asignarle la construcción de un primer Generalife, la almunia o casa de campo que disponía de tierras de cultivo, que sirvió al rey y a todo el conjunto como espacio productivo y de abastecimiento.
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Con sus obras se puede decir que quedaron asignados de manera definitiva los espacios y funciones en la Alhambra. La Alcazaba se mantuvo como área eminentemente defensiva; la Puerta del Vino marcaba la diferencia entre la parte militar y la civil, así como anunciaba el eje principal, la Calle Real Alta, por donde discurría la Acequia Real; la mezquita mayor estaba en el punto final del área que había destinado a la vida palatina, en la que se identifican tres palacios: el ya citado del Partal, en la parte más baja, pegando a la propia muralla y cerca de la Puerta del Arrabal; el que sirvió de cobijo tras la conquista castellana al convento de San Francisco, hoy destinado a Parador Nacional, un poco más elevado que aquél, y el de los Abencerrajes, frente a la mezquita aljama,.al otro lado de la calle. En todos los casos, el espacio destinado al culto al que eran llamados todos los creyentes para hacer la oración de los viernes, era el que permitía hablar de una verdadera estructura urbana plenamente urbanizada.
La instabilidad de la dinastía se vio claramente cuando fue depuesto Muhammad III y, tras diversos avatares, subió al trono su sobrino Ismail I. Hijo de una hermana del rey, nieto, por tanto, de Muhammad II, no dudó en mostrarse como el legítimo heredero de los Banu Nasr, aunque era descendiente por línea femenina, lo que hacía que fuese un caso extraño, por lo inhabitual que era en el Islam. Por esos, no dudó en crear el cementerio real o rawda, a las espaldas de la mezquita mayor, cerca de su palacio. Y fue así como empezó a concebirse la formación del área propiamente palatina, organizada en diferentes áreas. La culminación fue obra de sus dos sucesores, su hijo Yusuf I y su nieto Muhammad V. Pero la existencia de una estructura precedente parece detectarse en el conjunto propiamente palatino, pues la disposición del palacio de los Leones, o del Riyad, plural de rawda, que significa jardín, muestra un descuadre. Algo similar se advierte en el Generalife, al que introdujo Ismail I modificaciones importantes, como levantar una torre residencial en el extremo N del Patio de la Acequia, desde donde se ve toda Granada, variando así la organización espacial, ya que anteriormente la crujía occidental, la que mira a la Alhambra era la principal. Sea como fuera, el modelo arquitectónico elegido nos muestra una disposición jerarquizada, en la que se repite el esquema antedicho (torre principal orientada al N, ocupando el lado menor de un rectángulo).
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En efecto, una serie de construcciones antes de llegar a Comares y en este mismo palacio, obedecen a esa organización. De esa forma se jerarquiza el espacio que lleva hasta la zona de representación política por excelencia, el Salón del Trono de Comares. Antes de llegar a ella está el Mexuar o parte administrativa. Sin embargo, el palacio de los Leones, denominado popularmente así por la existencia de los doce leones, probablemente 6 machos y seis hembras, por cuyas bocas sale el agua y en donde confluyen los cuatro ríos del paraíso (de leche, agua, miel y vino, respectivamente), aunque lleno de simbologías, más parece destinado a un uso más privado. La existencia de espacios apartados es normal en las moradas islámicas, pues la protección de la vida privada y el control de las mujeres son fundamentales, incluso, o, mejor dicho, sobre todo, para una dinastía como la nazarí. En definitiva, la disposición global va desde lo más abierto y público, el área administrativa (Mexuar), hasta el palacio de representación por excelencia, en el que se haya el Salón del Trono o de Embajadores, cuyo techo recuerda a quienes lo admiran la disposición de los Siete Cielos, en cuyo centro esta la Chellah o morada de Allah, bajo la cual estaba el monarca en recepciones y actos públicos, y, finalmente, la parte menos pública, los Leones. En medio de ambos palacios estaban los espléndidos baños reales.
Sin embargo, las obras de estos tres monarcas fueron más allá de los palacios e incluso de la misma Alhambra. Con respecto a esto último, hay que destacar un verdadero programa constructivo en la capital, Granada.
En la Alhambra, más allá de los palacios, construyó Yusuf I, por poner un ejemplo, grandes puertas como la de la Justicia y la de los Siete Suelos, abiertas a la expansión urbana que experimentó Granada por la orilla izquierda del Darro. Ambas, independientemente de la monumentalidad y, en consecuencia, de sus significación simbólica, permitían la entrada a la ciudad palatina sin pasar por el corazón de la misma Granada. Fue lo que hicieron los Reyes Católicos, tras los acuerdos adoptados con Baobdil, para llegar a la Alhaambra y tomar posesión de ella en enero de 1492.
Todo ello nos habla del poderío de los nazaríes, pero al mismo tiempo de sus debilidades. Es cierto que la gran crisis de los reinos cristianos peninsulares, especialmente el de Castilla, dio un respiro a los nazaríes. La presión cristiana aminoró y fue posible una reorganización general del reino de Granada. A la política de control territorial, que a veces tiene una expresión religiosa, como la creación de la madraza en la capital y la imposición de una mezquita mayor en cada población en la que hubiese un mínimo de 12 familias, le acompaña, como es lógico, otra edilicia. Eso supone la creación de grandes obras en todo el reino (alcaicería, alhóndiga nueva, madraza, en Granada; construcción de Gibralfaro, en Málaga; castillos y sistemas defensivos en las fronteras interior y marítima, etc.). La consolidación de las actividades comerciales, entroncadas con los mercaderes extranjeros, sobre todo los italianos, es otro aspecto a resaltar, pues, en definitiva, los productos agrícolas granadinos, más o menos elaborados (azúcar, seda, frutos secos, entre otros), se esparcieron por todo el Occidente bajomedieval. Sin duda, el tesoro real incrementó sus ingresos, al mismo tiempo que pudo prescindir de las entregas de sumas a los castellanos a cambio de la paz.
No obstante, hay indicios que nos hablan de los conflictos en el corazón del sistema político granadino, en la corte alhambreña. La muerte de Yusuf I en el momento de la oraciónd el viernes en la mezquita aljama o principal de la Alhambra, no es sino una de las expresiones de esta crisis, por mucho que las fuentes escritas lo achaquen a un loco que apuñaló al rey. Más claramenmte se expresa en las intrigas que llevaron a la deposición de Muhammad V y a su destierro en el Norte de África,de donde volvió para recuperar el trono en Granada. Algunas de las galerías subterráneas, como la que hay cerca de los palacios, que baja hasta cerca del Darro, son una prueba de la inestabilidad del poder del rey granadino, que, a veces, ni siquiera puede escapar a las iras de los mismos habitantes granadinos, teniendo que huir en todos los casos.
Las contradicciones políticas no impidieron la realización de tantas y tantas obras que pregonaban la gloria del Islam y del soberano. La magrebización es un hecho que se percibe en la misma configuración de la Alhambra, especialmente de los palacios, con una disposición en la que la inclusión del mexuar es fundamental para comprender la existencia de espacios más públicos que se van hciendo menos conforme entramos en el complejo palatino. Es un modelo ya existente en el mundo meriní, nacido en el Norte de África y que había llegado a implantar un especie de protectorado en torno a Algeciras y Ronda.
La Alhambra es testigo de esa sociedad cambiante, condenada a morir y a ser sustituida por la castellana de la época. A partir de finales del siglo XIV comienza una nueva etapa en la ciudad palatina. El recinto amuralaldo encierra todos los elementos imprescindibles para configurar un espacio en el que se reunen todas las funciones que son precisas a la sede de un poder real. Pero también están los propios de una estructura urbana que sirve a la corte. Es así como el área agrícola debe de aumentar y desarrollarse, como los asentamientos de esas características.
La evolución del sistema hidráulico lo desvela. La primera acequia, que parte del Darro, y que parcialmente se conserva en la actualidad, fue la que sirvió para crear el núcleo primero de la Alhambra. La línea por donde pasa define las necesidades de aquel momento. El avance de la misma ciudad alhambreña, rompiendo espacios posiblemente ahjardinados y de huertos en el mismo recinto, obligó a uan pequeña, pero muy interesante expansión. Una galería subterránea, esta vez sólo para conducir el agua, partía de la acequia luego de pasar el Generalife, Llevaba el líquido hasta un pozo de unos 19 m de profundidad desde donde era elevado por una noria y conducido a un gran albercón, el Albercón de las Damas, más alto que la almunia real. Gracias a eso fue posible regar cerca de 2 Ha de nuevas huertas. Como el sistema se mostró insuficiente y, al mismo tiempo,los reyes granadinos aumentaron sus posesiones en la orilla izquierda del Darro, se optó por crear un ramal alto de la acequia, que pasó a denominarse, en clara alusión al volumen que llevaba, Acequia del Tercio. Pudieron ponerse en cultivo nuevas áreas y se establecieron construcciones tan importantes como la nueva almunia de Dar al-Arusa, o Casa de la Novia,unidas a los mecanismos defensivos del Castillo de Santa Elena, encargado de vigilar el acceso a la parte alta. Las tierras de esta finca real fueron regadas por medio de un sistema similar al ya dicho en el Albercón de las Damas. Un gran pozo en el Cerro del Sol se abastecía de la Acequia del Tercio por medio otra vez de una galería subtrerránea. Desde él se vertía el agua a un gran albercón, del que quedan algunos restos, que permitía poner en cultivo nuevas parcelas.
Fue una «escalada hacia los cielos» de la propia Alhambra, que muestra que la organización global de la ciudad, incluido por supuesto el campo, estaba sujeta a la presencia precedente de Granada. No podía expandirse hacia abajo y tuvo que crecer hacia arriba.
Los castellanos se instalaron en la ciudad palatina y la concibieron como una fortaleza que dominaba la ciudad de Granada, en la que se mantuvieron sus pobladores musulmanes de acuerdo con las capitulciones firmadas para su enterga. Los espacios públicos quedaron reducidos a los estrictamente necesarios. La Alcazaba se reforzó. Algunas puertas fueron clausuradas de manera definitiva. Se instalaron baluartes para la artillería, temiendo asaltos de la propia población musulmana granadina. Se aseguró el abastecimiento del agua, reforzando la coracha y construyendo un gran aljibe. Los palacios se adaptaron para las nuevas necesidades. La alcaidía, en manos del conde de Tendilla, se erigió en la máxima autoridad militar del reino, pero la Alhambra quedó clausurada a los musulmanes y gozó de jurisdicción propia. Inclusos e fragmentó, pues el Generalife pasó a manos de unos antiguos aristócratas granadinos, los Granada Venegas, que no tardaron en entroncar con una familia de comerciantes genoveses, lso Grimaldi, Mantuvieron bajo su control y propiedad la gran almunia y su espacio agrícola hasta el siglo XX.
Cuando la guerra de Suecesión trajo a la dinastía de los Borbones, los Mendoza, que tenían el poder sobre la Alhambra y habían apoyado al pretendiente austríaco, fueron desalojados del recinto. Comenzó un periodo de abandono que es el que alcanzó a ver y a describir Washington Irving. La visión romántica que nos da, como las de otros artistas anteriores y posteriores, recoge con enorme tristeza la grandeza perdida de la época nazarí, la más gloriosa de la ciudad palatina. La formalización del monumento, que no se pude considerar terminada, ya que nos queda conocer a fondo su composición urbanística. Sólo tenemos una imagen desorganizada y poco clara de la ciudad propiamente dicha, en la que la vida que allí hubo permanece sepultada bajo unas ruinas incomprensibles. En el futuro tendrá que ser acometida esta importante tarea.
Sólo con el análisis global de la Alhambra se podrá dotar de la comprensión que permita conocerla y amarla con todas sus grandezas y miserias, con el pulso vital que los hombres han tenido y siguen teniendo.
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