Continuidad y discontinuidad en los paisajes de la Vega de Granada: El área periurbana al Norte de la ciudad. Siglos XIII-XVI
Por Luis MARTÍNEZ VÁZQUEZ. Becario FPU. Universidad de Granada
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La cheap replica watches presente síntesis es parte de un proyecto de investigación que pretende estudiar la Vega de Granada entre el período nazarí y la época cristiana. En el caso de este trabajo, nos centraremos en la zona al norte de la ciudad. Entendemos, por tanto, que sea un punto de partida dentro de una investigación que abarque toda la Vega de Granada y estudie sus cambios entre la tardoantigüedad y la Edad Moderna. Nos vemos así obligados a acotar las zonas de estudio ante la vastedad del tema.
Continuidad y discontinuidad en los paisajes de la Vega de Granada: El área periurbana al Norte de la ciudad. Siglos XIII-XVI.(1)
Luis Martínez Vázquez
Becario FPU
Departamento de Historia Medieval y CC. y TT.HH. de Granada
Correo-e: lmvazquez[arroba]ugr.es
No siento ningún respeto por la realidad en cuanto se reconoce como tal.
Lo que me interesa es lo que debo hacer con la realidad que desconozco.
Elias Canetti. El suplicio de las moscas.
1. Introducción
La investigación acerca de la Vega de Granada ha sido muy desigual en cuanto a los periodos y zonas estudiados. Mientras que algunas zonas y momentos históricos han sido privilegiados otros se han marginado completamente. En esta dinámica, las fuentes escritas han sido prácticamente las únicas tenidas en cuenta para el estudio. Desafortunadamente, en cuanto al estudio de la Vega se trata, la zona ha sufrido un cambio tan grande en los últimos años (Menor Toribio 1997), que hace muy difícil, aunque necesario, un estudio arqueológico (Jiménez Puertas en prensa(2) ).
La presente síntesis es parte de un proyecto de investigación que pretende estudiar la Vega de Granada entre el período nazarí y la época cristiana. En el caso de este trabajo, nos centraremos en la zona al norte de la ciudad. Entendemos, por tanto, que sea un punto de partida dentro de una investigación que abarque toda la Vega de Granada y estudie sus cambios entre la tardoantigüedad y la Edad Moderna. Nos vemos así obligados a acotar las zonas de estudio ante la vastedad del tema.
Partimos, en cualquier caso, de una cuestión de gran importancia en los estudios arqueológicos: continuidad y discontinuidad. Como señalaba Martin Bell (1989: 269), “a vast literature examines these processes from such varied perspectives as those of artefact typology, art history, settlement morphology, place names and historical sources”. Es decir, la arqueología ha intentado acercarse a las transformaciones que tuvieron lugar en las sociedades pasadas a través de muy distintas técnicas. Esto plantea la necesidad de aunar esfuerzos entre disciplinas y el uso de una metodología suficientemente amplia.
Por otra parte, estos estudios plantean un problema fundamental, la división artificial de la historia en distintos periodos (alta Edad Media, baja Edad Media, Edad Moderna, etc.) lo cual ha llevado a muchos investigadores a homogeneizar dichos periodos en su interior y acentuar las diferencias en el paso de uno a otro. En el caso que presentamos aquí ha habido dos tendencias fundamentales, la que afirma una continuidad casi total entre el periodo nazarí y el dominio castellano, al menos en un primer momento (Ladero Quesada 1989), y la que señala un corte abrupto y radical entre ambos (Trillo San José 2000). Como intentaremos exponer, los procesos históricos son demasiado complejos como para explicar esta etapa en términos unívocos de permanencia o cambio. Al contrario, tanto continuidad como discontinuidad están presentes en cualquier período de la historia.
Como ejemplo planteamos el estudio de las acequias y el de algunas fuentes escritas (principalmente crónicas nazaríes y castellanas y libros de Apeo y Repartimiento), donde a pesar de una aparente continuidad material nos encontramos con una evidente discontinuidad en las mentalidades. La comprensión del medio físico ha cambiado, aunque éste no lo haya hecho. La explicación más sencilla es el cambio político y la llegada de nuevos contingentes de población con tradiciones y cultura diferentes a la autóctona. Sin embargo, dicha explicación obvia varias cuestiones como son la permanencia de población musulmana (después moriscos) hasta, al menos, 1571 (3) ; y en segundo lugar, hasta qué punto incidirían los cambios políticos en la sociedad, especialmente en áreas rurales.
Dentro de la Vega, la zona al Norte de la ciudad de Granada es la que posiblemente cuente con un mayor volumen de fuentes históricas, siendo de especial relevancia los pleitos de los siglos XIV y XV, conservados gracias a su traducción e inserción en nuevos pleitos durante los siglos posteriores. La importancia que se le ha otorgado a dichos documentos debe ponerse en relación con la ínfima cantidad de textos que se han conservado de época medieval.
En consecuencia, es necesario desarrollar un estudio desde la arqueología del paisaje, utilizando toda la información a nuestro alcance e intentando generar un corpus de datos amplio. Planteando, en definitiva, hipótesis que puedan ser cotejadas con otras zonas dentro de la Vega de Granada.
2. Metodología
Los estudios del paisaje, ya se realicen desde una u otra disciplina (antropología, geografía, historia, arqueología...), plantean la utilización de fuentes diversas como son la cartografía histórica y actual, fotografía aérea, fuentes escritas, prospección y excavación arqueológica, además de la información que puedan proporcionar otras ciencias. En definitiva, se trata del uso de todas las fuentes disponibles para intentar reconstruir los paisajes históricos (Muir 1999).
Dicha metodología ha sido empleada en este estudio, dentro de nuestras posibilidades y las fuentes disponibles. En este sentido, un amplio volumen de obras referidas a la zona han sido consultadas, así como los documentos originales, cuando ha sido posible. La cartografía y fotografía aérea es siempre de gran utilidad, especialmente para la reconstrucción de espacios que han desaparecido completamente en los últimos 50 años. Asimismo, algunas visitas destinadas a un reconocimiento superficial del área fueron realizadas; en su mayoría para comprobar con desolación como el paisaje está siendo destruido sin paliativos en toda la Vega de Granada.
3. Geografía e historia de la Vega
Las referencias históricas a la región son abundantes en los autores árabes y los cronistas cristianos. Por otro lado, las especiales características de la Vega en particular, y del antiguo reino de Granada en general, se prestan a un estudio geográfico minucioso. No obstante, historiadores y arqueólogos se han apoyado siempre en el trabajo de Mª. C. Ocaña (1974); un estudio fundamental para iniciar la investigación, y en el cual también nos hemos basado para este trabajo, pero que sin duda, debería ser enriquecido y ampliado por parte de los propios geógrafos. Dado que las referencias son abundantes en trabajos de tipo histórico, daremos aquí únicamente unas pinceladas acerca de la zona.
La Vega de Granada es una llanura bastante elevada, situada en la denominada Depresión de Granada, parte del surco intrabético separador de los Sistemas Subbético y Pennibético (Ocaña Ocaña 1974: 10-12). Su situación en medio de dichos sistemas le confieren unas características topográficas especiales; no en vano, será la zona con mayor densidad de población en los siglos finales de la Edad Media. Por otro lado, la propia ciudad de Granada se encuentra dentro de la Vega, y debemos recordar que serán los últimos enclaves conquistados por Castilla (Ladero Quesada 1989). En cualquier caso, es difícil achacar la pervivencia del Reino Nazarí a las “peculiares características fisiográficas del espacio ocupado por el Reino” (Bosque Maurel y Ferrer Rodríguez 2000: 20-21). Como se ha resaltado en diversas ocasiones (Ladero Quesada 1989; Malpica Cuello 2003-04), las condiciones políticas, económicas y sociales de la época contribuyeron a la existencia del reino Nazarí durante más de dos siglos.
En segundo lugar, la zona de la Vega está bien irrigada por el río Genil, que cruza la misma de este a oeste. Como señala Ocaña (1974:17): “el drenaje de la Depresión a través de la única salida por el desfiladero de Loja le ha obligado a ordenarse por un tronco único que es el Genil. [...] La disposición regular de las sierras en torno al área deprimida, convierten a su fondo en un nivel de base común al que confluyen las aguas de las vertientes que dominan la depresión”; y añade: “Esta red, muy jerarquizada, tiene como eje fundamental al río Genil, el más caudaloso y más regular por su parcial alimentación nival”. La importancia del Genil ha dejado en un segundo plano otros cauces que vertebran igualmente el territorio.
La mayor parte del agua se encuentra en la zona occidental de la Vega debido a la división que supone el diapiro de arcillas del Keüper (Ibid: 18). Una frontera que compondría un medio árido y seco en el oeste y húmedo en la zona oriental. No obstante, la construcción de acequias cambió esta división permitiendo una llegada mayor de agua a la zona oriental.
La construcción de dichas acequias configuró el medio físico alterando todo el ecosistema (Malpica Cuello 1997). Aparte de las propias acequias, el elemento más visible son las terrazas de cultivo, fundamentales para comprender la irrigación y la explotación de los recursos naturales.
En otro orden de cosas, la investigación histórica acerca de la Vega es, como señalamos al principio, bastante desigual. Recientemente se le han dedicado dos tesis en las que queda de manifiesto el largo camino que aún queda por recorrer (cf. Román Punzón 2004; Carvajal López 2008). En este sentido, la época clásica ha sido poco estudiada, así como la tardoantigüedad; la alta Edad Media empieza a ser un poco mejor conocida (Malpica Cuello 2006), pero en cualquier caso, los siglos XI al XIII han sido los grandes olvidados en la investigación.
Dentro de nuestro estudio, pretendemos abarcar, en la medida de lo posible, la situación anterior al Reino Nazarí. Sólo de este modo es posible el estudio de las transformaciones que avienen en el paisaje puesto que, en muchos casos, no es posible apreciar cambios en el medio físico, el poblamiento o la explotación de los recursos. Como han demostrado algunos estudios (Barker 1995), el paisaje sufre transformaciones a largo plazo. En otras palabras, un periodo de tiempo de tres o cuatro siglos puede ser relativamente corto si observamos el medio; sin embargo, a la luz de los acontecimientos históricos es obvio que la sociedad sufre una transformación lenta pero continua.
¿Es posible, entonces, estudiar transformaciones en el paisaje en un periodo de tiempo tan breve? Como ya hemos señalado, el paisaje no es únicamente el medio físico; más bien, como lo define Wylie (2006: 215) se trata de: “the entwined materialities and sensibilities with which we act and sense […] the creative tension of self and world”; es decir, el paisaje es materialidad, pero también es inmaterial. Aunque parezca un juego de palabras, tanto naturaleza como cultura se encuentran unidas en el concepto de paisaje. Del mismo modo que el ser humano transforma el medio que habita, es modificado por él; por tanto, estudiar las transformaciones en el paisaje significa comprender los cambios que se producen en las sociedades y su relación con el entorno.
Por consiguiente, y respondiendo a la pregunta anterior, es posible estudiar cualquier paisaje, y en el caso de épocas históricas contamos además con un volumen de información mucho mayor que en etapas anteriores. Para el caso concreto que nos ocupa hemos decidido centrarnos en dos elementos: la red hidráulica y las fuentes escritas. La razón de dicha elección radica en la información (aparentemente distinta) que pueden darnos; la relativa facilidad para su acceso, y la posibilidad de contrastar dos esferas: materialidad y mentalidades.
Otros elementos serán incorporados al estudio más adelante y en la medida de lo posible. La información procedente de la geomorfología, arqueozoología, ceramología, y un largo etc. será fundamental para aclarar determinadas preguntas que han surgido a raíz de esta investigación. Recordemos que nuestra intención aquí es establecer unos presupuestos de partida, y especialmente conjugar el gran volumen de datos dispersos que existen sobre la zona analizada.
Respecto a la periodización y análisis histórico de la Vega de Granada remitiremos a los estudios realizados por Salvador Ventura (1988) para la tardoantigüedad, Malpica Cuello (2006) y Carvajal López (2008) para época altomedieval; Malpica Cuello (2003-2004) y especialmente Jiménez Puertas (2009) para el período bajomedieval y el área de la sierra de Alfaguara en particular.
4. Perspectivas para el estudio del paisaje
El paisaje lleva implícitas las contradicciones que conlleva su creación, y por tanto, el estudio del mismo no pretende establecer modelos ni buscar la objetividad, más bien comprender lo impredecible de nuestra relación con el mundo.
“It is through our experience and understanding that we engage with the materiality of the world. These encounters are subjective, predicated on our being in and learning how to go on in the world. The process by which we make landscapes is never pre-ordained because our perceptions and reactions, though they are spatially and historically specific, are unpredictable, contradictory, full of small resistances and renegotiations. We make time and place, just as we are made by them.” (Bender 2001: 4. La cursiva es de la autora)
Por otra parte, cuando estudiamos el transcurso de la historia tendemos a subrayar las diferencias y a enfatizar los cambios (generalmente en lo político). Esto nos permite creer que los períodos en los que la historiografía ha compartimentado la historia reflejan la realidad del pasado (vid. 1). Divisiones como las de Tardoantigüedad, Alta Edad Media o Edad Moderna (también utilizadas en este trabajo) se ven como periodos bastante homogéneos en su interior pero muy diferentes entre sí. Un ejemplo claro es el paso de la Baja Edad Media a la Edad Moderna, generalmente visto como el paso de una etapa oscura aunque con ciertos avances, a otra de gran relevancia para la historia de la humanidad. Un momento revolucionario, por tanto, y de gran transcendencia en todos los ámbitos.
El caso de la Vega de Granada, refleja esta tendencia a acentuar las diferencias en el tránsito (marcado por la historiografía) de un periodo a otro. Los distintos estudios han variado, en este caso, dependiendo de los autores, y especialmente del período que investigasen. En las últimas dos décadas, la interpretación se ha basado en el cambio radical que supone la conquista cristiana (Trillo San José 2004). No obstante, diversos investigadores del período post-medieval han acentuado la continuidad en este proceso (Barrios Aguilera 1985).
En cualquier caso, como hemos referido más arriba, los términos de continuidad y discontinuidad se encuentran unidos si pretendemos analizar la historia de forma global. Mientras que la continuidad se ha visto en determinadas estructuras materiales, economía y hacienda (Álvarez de Morales y Jiménez Alarcón 2001), la discontinuidad la acentuaban los cambios políticos y sociales.
En los párrafos siguientes analizaremos la distribución del agua antes y después de la conquista, especialmente desde la llamada arqueología hidráulica; así como la percepción de los paisajes que tienen tanto la sociedad nazarí como la castellana.
5. Acequias y alquerías: Conflictos y complejidad
Desde el trabajo iniciático de Wittfogel (1957) el tema de la hidráulica y sus manifestaciones en la sociedad ha cambiado de manera ostensible. Basado principalmente en las teorías de Marx y Engels, su postulado principal afirmaba que la intensificación coordinada de la agricultura irrigada lleva al control centralizado del Estado (Price 1994). No obstante, Maas y Anderson (1978) y especialmente Glick (1970) cambiaron esa visión estatalista de la agricultura de regadío y contribuyeron en gran medida al interés que suscitó el tema entre historiadores y arqueólogos (una revisión bibliográfica de las primeras décadas de trabajo puede verse en Glick 1990; 1991; 1992).
Los trabajos de Barceló (1983; 1989) fueron para el caso de al-Andalus, los primeros que establecieron una teoría y una metodología, mantenida hasta hoy (Kirchner y Navarro 1994; Jiménez Puertas 2007). Por tanto, teniendo en cuenta el amplio volumen de estudios realizados sobre este particular obviaremos la discusión acerca del mismo, y remitiremos a los autores previamente mencionados.
5.1 Aynadamar
Como sucede con gran parte de la zona que aqui estudiamos, sobre la acequia de Aynadamar han versado infinidad de estudios, quizá demasiados. Sería imposible enumerar tan siquiera una parte de la gruesa bibliografía que, desde diversas disciplinas, se ha generado, o simplemente ordenar todas las ideas que acerca de la acequia se han vertido. Los avatares de la investigación, a pesar del volumen de la misma, permiten que sean muchas las preguntas que aún nos quedan sobre la acequia. Los datos con que contamos son reducidos, y en muchos casos no se podrá dar respuesta a determinadas preguntas. Un buen ejemplo es el origen de la propia acequia; pese a que en nuestro caso nos centremos en el periodo nazarí y la primera época castellana, es interesante traer a colación este caso que refleja por un lado la ideologización y politización del discurso histórico, y por otro la imposibilidad de responder a muchas cuestiones.
El debate divide a los partidarios de un origen romano para la acequia y a los que afirman que fue construida en época islámica, posiblemente en el siglo XI. Cabe observar que la discusión repite el esquema de aquella mantenida desde los años 80, cuando Butzer et al. (1988) entre otros sostuvieron la teoría de unos orígenes romanos para los sistemas hidráulicos de la Península Ibérica, recibiendo importantes críticas de investigadores como Barceló (1989) quien criticaba lo simplista de una idea que se basaba en la tecnología con que contaban ambas sociedades .
En cualquier caso, a la luz de los datos disponibles, parece difícil sostener un origen romano para la acequia de Aynadamar; no obstante, en ausencia de una datación absoluta, ahondar en este tema supone únicamente alimentar un debate ideologizado acerca de los propios orígenes de la ciudad de Granada (Malpica Cuello 2000).
La acequia de Aynadamar riega una amplia zona al norte de la ciudad de Granada, desde su nacimiento en la fuente del mismo nombre, también conocida como Fuente Grande (Barrios Aguilera 1983: 76) hasta su entrada en la ciudad, en el conocido barrio del Albayzin. Un reciente estudio analiza detalladamente la morfología de la acequia (García Pulido 2008), y pese a que no estemos de acuerdo con alguna de las conclusiones que se extraen, son necesarios los estudios de este tipo, para contrastar la información que tenemos de otros sistemas hidráulicos (Jiménez Puertas en prensa)
Como señala el Apeo de 1575 (Barrios Aguilera 1984: 47), la ciudad de Alfacar, donde se sitúa la Fuente de Aynadamar, no recibe aguas de la misma, en las palabras del propio Apeo: “ningund aprovechamiento tiene el dicho lugar (de Alfacar), en su término, porque ba a la ciudad de Granada”. En este sentido, el abastecimiento de Granada en detrimento de Alfacar sugiere una jerarquía espacial deliberada en la que sería la propia ciudad posiblemente la que hubiese organizado los regadíos de la zona, y redirigido en su beneficio aquellos ya existentes, aparte de una probable fundación de Alfacar posterior a la construcción de la acequia.
El impacto de Aynadamar en el paisaje lo sugieren los mismos relatos de poetas y viajeros en época medieval y moderna. Quizás el más importante de ellos, en el siglo XIV, fuese Ibn a-Jatib, el famoso cronista lojeño. Sus descripciones y consideraciones acerca de la Vega son fundamentales para acercarnos a los paisajes medievales de la misma. Recoge Simonet (1979: 69) alguno de sus comentarios sobre la zona de Fuente Grande, así como la del poeta Ibn Battuta
“dice [Ibn Battuta] que Ain Addamai [Aynadamar] era uno de los parages mas encantadores de aquellos contornos, y aun de todo el orbe, siendo un monte amenísimamente cubierto de huertas y vergeles. Ibn Aljathib dice que este lugar de recreo estaba cerca del monte de Alfajar, hoy Alfacar, y era un paraje delicioso con suavísimo y templado ambiente, huertos placenteros, floridos jardines, aguas dulces y copiosas, suntuosos aposentos, numerosos alminares y casas de sólida construccion, plantíos de yerbas aromáticas y otras delicias”
Las crónicas de autores castellanos inciden en esa idea de belleza; algunos, como es el caso de Henríquez de Jorquera (1987: 41) nos han legado la idea de un lugar cuasi paradisiaco en el que las actividades productivas parecen casi anecdóticas frente a lo arrebatador del entorno:
“Conducese esta acequia pura y cristalina sin otras mixturas, por la falda desta encumbrada sierra por grandes bueltas y rodeos, cabeceando viñas a quien raices refresca y por artificiosas alcantarillas atrabeçando cañadas, a el lugar de Viznar, que en ameno y agradable sitio tiene su asiento, de saludable verno y dandole de bever y a sus molinos corriente, prosigue al mediodia, tal vez ocultandose por las entrañas de floridos cerros que por cavernosas minas le dan paso al aminismo fargue, pensil famoso de çaçonadas frutas, y ya descubiertos sus líquidos cristales, visitando primorosas alcalinas de los carmenes, quintas y retiros de la famosa Ynadamar”
No obstante, como señalamos más abajo, la percepción del medio es fundamental para entender el paisaje, y en este sentido, nazaríes y castellanos aportan ideas esenciales para acercarnos a la idea que tienen del mismo y comprender mejor su creación, organización y transformación en el período que nos ocupa.
Es fundamental comprender que la acequia de Aynadamar es algo más que una obra de ingeniería hidráulica para transportar el agua. La acequia es un símbolo físico y abstracto de una organización social concreta, lo cual supone una lógica concreta en la distribución del agua (Barceló 1999), que evidentemente será modificada cuando las estructuras sociales que la sostienen cambien. En este sentido, la llegada de los castellanos es un claro ejemplo de ese cambio, pues mientras las estructuras físicas se mantienen, y de hecho se legisla para que perduren sus usos, la mayor parte de los “nuevos” pobladores no entiende dichos usos. Esta incomprensión implicará un reparto de los territorios sin tener en cuenta la distribución del agua, y en consecuencia un cambio de gran importancia. Hasta qué punto podrán los castellanos readaptar y utilizar la red de acequias, y cómo repercutirá dicha readaptación en el paisaje son cuestiones que debemos dilucidar.
La lógica en la distribución del agua queda patente en los repartos de las mismas, que conservamos con respecto a Aynadamar (Garrido Atienza 2002; Trillo San José 2004), el Beiro (Quesada Gómez 1988; Álvarez de Morales y Jiménez Alarcón 2001) o el Genil (Jiménez Puertas en prensa) por poner tres ejemplos conocidos. En el caso de Aynadamar parece claro que tanto el agua como la acequia no son propiedad privada, aunque el poder de los guardas que la distribuyen pueda plantear lo contrario. En otras palabras, aunque en su origen la acequia estuviese regida por principios comunales (lo cual tampoco es seguro), parece obvio que desde época nazarí es la ciudad de Granada, y más concretamente algunos individuos los que controlan el uso de su agua. Y en segundo lugar, como señala C. Trillo (2004: 278) “tal vez Aynadamar se construyó para la ciudad [de Granada], haciendo un débito a Víznar.” Esta afirmación se basa en que el punto final de la acequia son los aljibes situados en el Albayzin, los cuales según el reparto de aguas que recoge la propia C. Trillo (2004: 281, partiendo de los documentos que estudiara Jiménez Romero (1990), así como los documentos que presentó Garrido Atienza en 1902, en su conocido libro Las aguas del Albaicín y Alcazaba, reeditado en 2002) son el objetivo fundamental de la acequia. Esto nos lleva a pensar también en la situación de Víznar y porqué la acequia toma esta dirección, en lugar de seguir un trayecto más directo. La única respuesta plausible es que Víznar existiese antes de la construcción de la acequia, y que la ciudad de Granada se viera obligada a pactar con la alquería para que le ayudase en la construcción, a cambio de una parte (pequeña) del agua.
Las tierras que regaba la acequia antes de llegar a la ciudad se dividen en distintas alquerías y pagos, tal y como son enumeradas en diferentes documentos (Garrido Atienza 2002; Barrios Aguilera 1985); de especial interés es el dibujo que contiene el Apeo de 1575 (Barrios Aguilera 1985) en el que se recogen los diferentes Pagos que regaba la acequia, desde Víznar, pasando por el pago de Mora, el Fargue, Almachachir, Aynadamar y Mafrox. Cada uno de proporciones distintas, siendo posiblemente el de Aynadamar el más importante. Pese a las indicaciones que encontramos en los documentos, y la posibilidad de hacer un estudio sobre el terreno, sólo recientemente se han definido los posibles límites de estos pagos (García Pulido 2008).
La dificultad que plantea la distribución del agua de Aynadamar no es tanto topográfica como social. Es posible constatar que aparte de la distribución semanal, que estaba más o menos reglada, existían una serie de derechos por parte de otras zonas como el Beiro, que recibía un alquézar a la semana, aparentemente en época estival; o individuos particulares, quienes habían comprado algún turno mensual. Por otro lado, algunas tierras eran vendidas con acceso al agua mientras que otras no, y los propios dueños podían, dependiendo de la tierra que poseyeran, vender su turno o no. Finalmente, existía en la acequia de Aynadamar la posibilidad de comprar algún turno que no estuviese previamente repartido, lo cual demuestra además, el amplísimo caudal que surgía de Fuente Grande. Todo esto nos lleva a la conclusión de una distribución del agua que no se establece en un único momento, sino que evoluciona a la vez que el territorio. Como señala M. Jiménez (en prensa) refiriéndose al concepto de diseño de los sistemas hidráulicos establecido por M. Barceló,
“Este concepto permite entender que los sistemas de regadío han sido concebidos desde un principio, lo que no quiere decir que una única estructura existente en la actualidad corresponda al mismo momento, ya que es posible detectar en determinados caso un núcleo inicial y unas adiciones posteriores, cada cual con un diseño propio correspondiente a una fase cronológica diferente.”
Este hecho queda de manifiesto en el caso de Aynadamar, donde algunos canales que surgían de la acequia pudieron construirse mucho después de la construcción original de la misma, irrigando así parcelas de nueva creación. Lo cual pone en evidencia el crecimiento del área periurbana y la puesta en cultivo de un espacio cada vez mayor, al menos durante el periodo nazarí, aunque muy posiblemente desde la misma construcción de la acequia.
El último punto que señalaremos con relación a Aynadamar es el de las prácticas especulativas por parte de la aristocracia de la ciudad de Granada. En primer lugar por la apropiación de las aguas que pertenecerían al Beiro por parte de los guardas, y en segundo lugar, el arrendamiento por parte de algunos individuos de terrenos que serían irrigados sin contar con turno establecido, una práctica basada en la pérdida de agua durante la limpieza de la acequia. Garrido Atienza (2002: 59-60) señala a este respecto un documento de época moderna, aunque podemos entender que en época nazarí se produjese algo parecido.
“agunos (sic) veyntiquatros y personas que tenian mano en (la acequia) y que solian ser Juezes en lo tocante á las aguas auían comprado aciendas en las partes donde se derribaba el agua, quando la quitaban á la dicha acequia para limpiarla: y tomando ocasion desto, los que avian arrendado la dicha acequia, y el administrador y sus tenientes, por sus particulares intereses, en notables perjuicio de los dueños á quien pertenecia la dicha agua, y de los pobres, la vendia como querían, sacando mayores ganancias quanto más se dilataban los días de la dicha limpieza” (Garrido Atienza 2002: 59-60)
5.2. El río y la alquería de Beiro
La alquería de Beiro es un lugar de obligada referencia dentro de este estudio. La localización exacta de la ciudad es, a fecha de hoy, desconocida, aunque estudios recientes sugieren que debe encontrarse entre la zona de Casería de Montijo y el actual cercado bajo de Cartuja (Jiménez Puertas 2009). Un análisis espacial que parta de una localización inexacta, sin embargo, nos lleva a una excesiva dependencia de las fuentes escritas (Malpica Cuello y Trillo San José 2002). Por tanto, situar los límites de la alquería y su pago de forma más o menos precisa, se convierte en una parte fundamental para avanzar en el conocimiento del área periurbana de Granada. Para ello nos hemos basado en fuentes disponibles, entre las que se encuentran: el Apeo de Loaysa, estudiado por M. Barrios (1985), realizado en 1575 y donde se agrupan para su posterior reparto las tierras que regaba Aynadamar (vid supra) y la propia alquería de Beiro.
Un conjunto de documentos, romanceados en el siglo XVI a raíz de una disputa por el uso del agua (A.M.G. leg. 3429, pieza 3). En dicho documento se romancean otros de época nazarí, de especial relevancia para el estudio del Beiro y Aynadamar. Tres de los textos árabes romanceados fueron publicados por Mª Dolores Quesada (1988); mientras que el grueso de estos han sido objeto de otra publicación más reciente (Álvarez de Morales y Jiménez Alarcón 2001). Han sido analizados, además, en diversas ocasiones por C. Trillo (cf. 2000-01; 2003; 2004). Por otro lado, la información que nos aportan dichos documentos es esencial para comprender el tránsito de la época nazarí a la castellana, entre otras cosas demuestra el afán por mantener la red hidráulica y su uso, puesto que se esgrimen derechos establecidos en época nazarí como argumento para la utilización del agua tras la conquista
“Solo tienen el derecho y posesion [del agua] los que son herederos de la Alquería [de Beiro], y no los de el pago, conforme a los títulos y escrituras aravigas que presentaron” (A.M.G. Leg 3429, pieza 3, de otra mano, catalogación del siglo XVI) [Cuando habla de las escrituras se refiere a “syete escrituras escritas en pergamino de cuero en letra araviga las dos a las espaldas de las otras e fyrmadas cada una dellas de ciertos alfaquíes escribanos publicos e autoridazas de cadis” (Álvarez de Morales y Jiménez Alarcón 2001: 73)]
Otro documento que nos aporta datos muy relevantes respecto a la localización exacta de la alquería es un pleito del siglo XIX entre dos familias (Gaceta de Madrid 06/10/1866), de nuevo respecto al uso de las aguas. Es interesante comprobar que la alquería posiblemente desapareciese en el siglo XVII, y pese a que las disputas derivadas de los derechos sobre el agua se han mantenido, no ha ocurrido así con las fronteras o las propiedades dentro de la misma.
En tercer lugar, son fundamentales tanto los mapas históricos como la fotografía aérea, especialmente el conocido vuelo americano de 1956. Gracias a estos datos hemos podido suplir mínimamente la práctica imposibilidad de un trabajo arqueológico, dada la transformación que ha sufrido toda esta zona de la ciudad.
Gracias a uno de los documentos mencionados conocemos la distribución de aguas que se firmó en 1334 y se ratificó hasta diez veces durante los siglos XIV y XV (Malpica Cuello y Trillo San José 2002). A pesar de desconocer el porqué de este documento, es decir, cuales son las razones de su origen, sí podemos señalar que su mantenimiento responde a la pérdida de derechos tradicionales con que debió contar la alquería. Una situación que a partir del siglo XIV será muy distinta, y quedaría el lugar supeditado al crecimiento de la ciudad de Granada, así como al control de la acequia de Aynadamar.
De hecho, una cédula real (5) dictada por Muhammad VIII, y otra de Muhammad IX ordenaban “que no se les quite el agua a los señores de viñas y herederos de la alquería del Beiro por parte de los guardas y de los que tienen cargo de la acequia de Aynadamar” (Álvarez de Morales y Jiménez Alarcón 2001:72). No sabemos, en este caso, si la acequia de Aynadamar estaba robando agua al río directamente (cómo se puede comprobar en el mapa, había varios puntos para hacerlo), aunque no tendría mucho sentido teniendo en cuenta el escaso caudal que llevaría el río. O bien, como sugiere la situación posterior a la conquista, no dándole el agua que le pertenecía (un alquézar a la semana). Según el Libro de Apeo, un día a la semana las tierras del Beiro y Almanjayar recibirían agua de Aynadamar, y esto era “cosa pública y notoria, y usada y guardada de tiempo inmorial a esta parte....” No obstante las cédulas reales parecen sugerir un robo directo del agua del río Beiro, que correspondería a los propietarios de la alquería de Beiro.
6. La percepción de los paisajes
Ya hemos resaltado la importancia de entender que materialidad y mentalidad están íntimamente ligadas. Como apunta Ingold (2007) muchos académicos han tendido a desligar ambos conceptos, posiblemente de manera no intencionada, pero algunos estudios de cultura material se refieren a lo material sin hacer mención a la propia materia. En el caso del paisaje, igualmente, necesitamos analizar el medio físico, así como su ocupación, en el sentido más subjetivo del término. Es a través de la información que nos brindan la literatura y las crónicas como podemos construir ideas como las de identidad y espacio (Bender 1993; 2006).
El presente punto surge principalmente a partir de dos artículos. El primero de B. Bender (1993) en el que analiza una serie de cuestiones que entendemos como fundamentales. Por un lado, la creación de las identidades (individuales y colectivas) a partir de la conformación del paisaje. Por otra parte, la continua remodelación de paisajes e identidades dentro de un marco de transformaciones generales, como pueden ser las migraciones, cambios en el sistema político, economía, etc. El segundo artículo, y en el que haremos más hincapié es de A. Malpica (1996), acerca de la diferencia entre el paisaje visto y el vivido. En dicho artículo encontramos varias ideas fundamentales como el que las gentes que habitan y conforman los paisajes del sureste que estamos analizando son diferentes a los cronistas castellanos y viajeros que los describen, así como a los “nuevos” pobladores que llegarán tras la conquista.
Las descripciones, crónicas, cartas de viajeros, etc., nos permiten un acercamiento a la Vega desde muy distintas perspectivas, desde las semblanzas poéticas de al-Jatib a descripciones más asépticas de algunos cronistas castellanos. Son especialmente interesantes los textos que recopilara García Mercadal (1999) sobre los viajeros que visitaron la península “desde los tiempos más remotos hasta fines del siglo XX” como reza su título.
La propia toponimia nos permite acercarnos a la percepción del paisaje. En el interesante estudio de Jiménez Mata (1990) se recoge, entre otros, el topónimo que en época andalusí se utilizaba para referirse a la Vega: al-Fahs, el cual de acuerdo con Yaqut (cit. Jiménez Mata 1990: 77) hace referencia a “toda región habitada, sea llana o montañosa, con tal de que sea terreno cultivado”. Esta cita enfatiza la importancia de la agricultura para los musulmanes, lo cual se reafirma con la lectura de algunos párrafos de Ibn al-Jatib
“No hay, en fin, en torno de aquel recinto [Granada] espacio alguno que no esté poblado de jardines, de cármenes y de huertos. Pues en cuanto al terreno que abarca la llanura que se extiende en lo bajo, todo son almunias de gran valia y de tan excesivos precios que ninguna de ella podria pagarla sino un príncipe, habiendo algunas que producen cada año una renta de quinientos dinares. [...] Esta prosperidad alcanza igualmente á todas las alcarias y terrenos que poseen los súbditos, colindando con las propiedades del sultan, pues se ven por do quiera campos dilatados y alquerias pobladas, habiendo entre ellas algunas muy extensas y habitadas...” (6) (Simonet 1979: 79-80)
La agricultura, además, estaba ligada a la irrigación, como ha señalado A. Malpica en varias ocasiones (en prensa). Una unión que evidentemente no existía en Castilla y que parece perderse de manera radical tras la conquista, como demostraba J. A. Luna en su estudio acerca de las alquerías de la Vega (Luna Díaz 1988). Algo que debemos plantearnos es si realmente los cultivos de secano carecían de importancia en época nazarí (e incluso anterior) o si hemos enfatizado demasiado el regadío por sus especiales características y las referencias laudatorias que encontramos en las fuentes escritas. En cualquier caso, algunos cultivos, como ya señalaba Watson (1983:220) necesitaban del regadío para poder introducirse
“Without improvement in the extent and quality of irrigation, the new agriculture could not, as we have seen, have been diffused on a significant scale. […] A leading role was played by the State. Not only did it finance the repair of some of the large-scale irrigation schemes […] but it also undertook new schemes.” And he added: “However, for medium-sized and smaller projects the initiative was often private.”
Sin embargo, algunas investigaciones recientes (Jiménez Puertas, comunicación personal) están demostrando que cultivos como el cereal tenía una importancia mucho mayor de lo que se imaginaba. Se trataría, no obstante, de tierras que recibirían algo de agua, pero no al mismo nivel del regadío.
Es posible, por tanto, que los propios autores árabes generen un paisaje al idealizar el mismo en el que estaban inmersos. Se observa cierta tendencia a resaltar las cualidades de la tierra que habitaban, llegando en algunos casos a resultar una recreación de un paraíso terreno. En el caso de Aynadamar, Cabanelas (1979) recogió en un breve artículo diversos poemas acerca de la zona donde se observa de manera clara la idealización del paisaje. Se trata de poemas recogidos por el propio Ibn al-Jatib, quien habla de la zona arrobado por su belleza
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“Su situación es maravillosa, con huertos admirables, verjeles sin par en cuanto a la templanza de su clima, la dulzura de su agua y el panorama que se divisa. Allí existen alcázares bien protegidos, mezquitas concurridas, suntuosas mansiones, casas de sólida construcción y verdeantes arrayanes.”
A esta visión paradisíaca se le unen los poemas de otros autores, como el de al-Maqqari (modificando uno de Abu-l-Barakat):
“1.—«Deja que corra el llanto de mis ojos; la separación de Ayn al-Dam’ ha hecho detenerse mi sangre.
2.—Alli las aguas gimen con tristeza, como el gemido de aquel cuyo corazón ha sido arrebatado.
3.—Allí los pájaros cantan las melodías de [Ishaq] al-Mawsili y me recuerdan el tiempo de mi juventud.”
Como podemos comprobar, la visión de los nazaríes, se encuentra en estrecha conexión con la tierra, el medio físico. La llegada de contingentes de población cristiana tras la conquista cambiará el acercamiento al medio. El uso y gestión de los recursos naturales estaba cambiando y por tanto la conexión entre ser y lugar se rompería (Low y Lawrence-Zúñiga 2003). Frente a este contexto no es posible hablar de continuidad en los paisajes, sin embargo, en tanto que se llevaron a cabo diversos intentos por mantener la estructura económica nazarí y ciertos elementos como la red hidráulica, son muchos los autores que han sugerido una continuidad “casi total” (Álvarez de Morales y Jiménez Alarcón 2001: 59).
En otro orden de cosas, es interesante constatar la visión que los cristianos tenían de los musulmanes. Ésta se había consolidado a lo largo de ocho siglos de hostilidades; basta observar la mención que hacen los cronistas cristianos (por ejemplo: Alonso de Palencia (1998); Fernan Pérez de Guzmán (1953) o Andrés Bernáldez (1962); entre muchos otros.) Por otro lado, mientras la guerra era un factor fundamental en la sociedad cristiana preninsular ( y podríamos decir europea), para los musulmanes que habitaban el sureste peninsular a finales de la Edad Media se trataba de una actividad secundaria. Como bien recoge A. Malpica (1996: 41), las crónicas describían a los “moros” yendo de camino al campo, dejando sin defensa las ciudades. Las palabras del Condestable Iranzo, citadas en dicho artículo presentan un “suceso acaecido en 1463 en la villa fronteriza de Montefrío” (Ibid), dejando constancia de la sorpresa que producía en los castellanos ver que no existía una férrea defensa de las ciudades: “Y como el día que claro facía de sol e buen tienpo todos los moros yvan al canpo, a sus lauores, que no quedauan en toda la villa sinó a los viejos que no podían trabajar e las mugeres...” (Ibid). Esta opinión, sin embargo, contrasta con la que recoge Simonet de al-Jatib (Simonet 1979: 83), “Es costumbre de los habitantes de esta ciudad el trasladar al campo su domicilio para pasar la pascua del Asir [...] si bien yendo prevenidos y confiados en su valor y en sus armas por la cercanía del enemigo, y no apartando sus ojos de los confines del país”.
Pero, centrándonos para terminar en la zona que nos ocupa, es notable que incluso tras la conquista, encontremos descripciones como la antes citada de Henríquez de Jorquera (5.1), o las muy conocidas de viajeros extranjeros como Jerónimo Münzer o Andrea Navagero. Permiten sus descripciones reafirmarnos en la idea de un paisaje que sorprende a aquellos que no lo habitan. Münzer, por su parte, se sorprende de todo aquello que ve, desde el urbanismo propio del mundo andalusí, a las ceremonias, y especialmente el manejo del agua que habían mantenido los musulmanes (Malpica Cuello 1996; García Mercadal 1999: vol.1, p. 334). Navagero, por otro lado, escribe aproximadamente treinta años después, aportando una visión que, pese a lo poético de la misma, contiene cierta melancolía en la observación del medio, y más concretamente en los cambios que se habían producido tras la partida de los moriscos (al menos de un gran número de ellos).
“Toda aquella parte, que está más allá de Granada es bellísima, llena de alquerías y jardines con sus fuentes y huertos y bosques, y en algunas las fuentes son grandes y hermosas, y aunque éstos sobrepujan en hermosura a los demás, no se diferencian mucho los otros alrededores de Granada; así, los collados como el valle que llaman la Vega, todo es bello, todo apacible a maravilla y tan abundante de agua que no puede serlo más.[…] Por todas partes se ven en los alrededores de Granada, así en las colinas como en el llano, tantas casas de moriscos, aunque muchas estén ocultas entre los árboles de los jardines, que, juntas, formarían otra ciudad tan grande como Granada; verdad es que son pequeñas, pero todas tienen agua y rosas, mosquetas y arrayanes, y son muy apacibles, mostrando que la tierra era más bella que ahora cuando estaba en poder de los moros; al presente se ven muchas casas arruinadas y jardines abandonados, porque los moriscos más bien disminuyen que aumentan, y ellos son los que tienen las tierras labradas y llenas de tanta variedad de árboles; los españoles, lo mismo aquí que en el resto de España no son muy industriosos, y ni cultivan ni siembran de buena voluntad la tierra, sino que van de mejor gana a la guerra o a las Indias para hacer fortuna por este camino más que por cualquier otro”
7. Recapitulación
Hemos pretendido en este breve trabajo sintetizar algunas de las ideas y dudas que han surgido en la investigación acerca de la Vega de Granada. Pese a que esta primera aproximación iba dirigida a la zona del Beiro y Aynadamar, hemos intentado englobar esos datos en lo que sería un estudio más amplio de la Vega. De este modo, tanto la aproximación teórica como la metodología se han resaltado en los diferentes puntos aquí expuestos.
Queda subrayada la necesidad de incorporar toda la información posible a un estudio del paisaje, donde además, las transformaciones sufridas en los últimos 50 años hacen muy difícil, si no imposible, el estudio arqueológico. No obstante, no debemos privilegiar los datos de las fuentes escritas (aunque su conocimiento es esencial), y menos aún entenderlo como el único posible.
Señalaremos que hemos intentado desarrollar el estudio de las acequias y el de las fuentes escritas para así poder confrontar las esferas de materialidad y mentalidades. Los resultados parecen claros, pese a que surgen cada vez más preguntas en torno a la propia investigación histórica. Hemos podido constatar que tanto continuidad como discontinuidad son dos elementos presentes en el transcurso de la historia, y por lo tanto, no es posible presentar el estudio de una época concreta como una expresión unívoca de uno u otro. Las acequias, en este sentido, son ejemplos perfectos; frente a una aparente continuidad material, encontramos la discontinuidad en poblamiento y uso de los recursos naturales; ante el abrupto corte que supondría la conquista en términos políticos, se implanta la necesidad de mantener los usos que habían establecido las poblaciones musulmanas, y de este modo, elevar la productividad. Sin embargo, los nuevos pobladores no conocían el uso de las acequias (Malpica Cuello 1996), de hecho, todo para ellos es nuevo. La concepción del paisaje se irá modelando a partir de esas nuevas experiencias, lo cual repercutirá en el medio físico, especialmente teniendo en cuenta que los repobladores partían de paisajes completamente distintos. En definitiva, nos encontramos ante un proceso de paulatina transformación, en el que tanto continuidad como discontinuidad actúan en todas las esferas (sociedad, economía, política, ideología...). Los cambios, pudieron no ser más importantes que los que acaecieran entre los siglos XII-XIII; sin embargo, una vez más, el afán por la periodización de la historia a partir de los acontecimientos políticos nos ha llevado a exagerar una etapa muy específica. No queremos decir con ello que las transformaciones que tuvieron lugar en este periodo no fueran de gran relevancia, todo lo contrario; pero deben ponerse en relación con un estudio mucho más amplio, y entender por qué establecemos un gozne en este momento concreto de la historia.
Esta investigación está, como ya hemos señalado, en una fase preliminar. Debemos intentar responder a preguntas históricas de diversa índole que han ido surgiendo en esta primera etapa, que nos permita, a su vez, comparar los datos e interpretaciones que obtengamos de las distintas zonas de la Vega. No creemos, sin embargo, en el establecimiento de sistemas explicativos; estos únicamente impiden comprender la particularidad de cada caso y estudiarlos así en profundidad. Esperamos poder presentar en breve más resultados que se unan a los que de manera continuada ha desplegado el grupo de Investigación THARG en las últimas décadas y que permitan especialmente contribuir al debate acerca del período nazarí y el posterior dominio castellano.
Notas
(1) Este trabajo ha sido realizado en el marco del proyecto de investigación “El análisis de los paisajes históricos: de al-Andalus a la sociedad castellana” (HUM1496), financiado por la Consejería de Innovación y Ciencia de la Junta de Andalucía y cuyo investigador principal es Antonio Malpica Cuello, catedrático de Historia Medieval de la Universidad de Granada.
(2) Como señala M. Jiménez en sus conclusiones: “la única forma viable de avanzar en la investigación es realizar un análisis de campo y un análisis documental de forma conjunta, debiendo ser muy cautos a la hora de valorar la información sobre espacios respecto a los cuales no tenemos un tipo u otro de información. En decir, en ausencia de trabajo de campo o de información documental, los resultados de un análisis a partir de un único método de investigación nos puede llevar a conclusiones más que dudosas.”
(3) A pesar de la deportación de los moriscos tras el levantamiento que tuvo lugar entre 1568-70, algunos continuaron viviendo en esta zona, aunque su desaparición fue casi total. La expulsión definitiva de la Península se produciría en 1609.
(4) La crítica de Barceló (1989: XXIV-XXV) es bastante más mordaz: “He de confesar mi perplejidad ante el trabajo de K. W. Butzer et alii (1.985) sobre los “agrosistemas irrigados del este de España” que explícitamente vuelve a interrogarse sobre los “orígenes romanos o islámicos”, No entiendo lo que es un “agrosistema, que, sin procesos de trabajo campesinos propiamente descritos y discutidos, parece ser el resultado de una espesa sopa cultural de imposible estratigrafía, un voraz milagro expansionista regido por un código meramente técnico cuyas pulsiones no tienen explicación precisa.”
(5) Aunque el documento utiliza el término “çedula real”, difícilmente pudo dicho término ser empleado en el documento original en árabe, dado que se utilizó únicamente por parte de los reinos cristianos peninsulares a partir del siglo XV
(6) Esta cita de al-Jatib no está exenta de controversia, pues más adelante señala que algunas de estas alquerías “muy extensas y habitadas, donde tienen parte millares de personas y que ofrecen un espectáculo muy variado; así como las hay también que pertenecen exclusivamente á un dueño ó dos. Los nombres de todas ellas pasan de trescientos, y hay cerca de cincuenta con su mimbar para los viernes”. La descripción de al-Jatib se prestaba a entender las alquerías como un núcleo rural muy heterogéneo; podían ser privadas y los habitantes de las mismas variaban enormemente entre una y otra. Por otro lado, existía una clara jerarquía entre las mismas, puesto que no todas tenían una mezquita aljama, donde acudirían los viernes.
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Luis Martínez Vázquez
Becario FPU
Departamento de Historia Medieval y CC. y TT.HH. de Granada
Correo-e: lmvazquez[arroba]ugr.es
No siento ningún respeto por la realidad en cuanto se reconoce como tal.
Lo que me interesa es lo que debo hacer con la realidad que desconozco.
Elias Canetti. El suplicio de las moscas.
1. Introducción
La investigación acerca de la Vega de Granada ha sido muy desigual en cuanto a los periodos y zonas estudiados. Mientras que algunas zonas y momentos históricos han sido privilegiados otros se han marginado completamente. En esta dinámica, las fuentes escritas han sido prácticamente las únicas tenidas en cuenta para el estudio. Desafortunadamente, en cuanto al estudio de la Vega se trata, la zona ha sufrido un cambio tan grande en los últimos años (Menor Toribio 1997), que hace muy difícil, aunque necesario, un estudio arqueológico (Jiménez Puertas en prensa(2) ).
La presente síntesis es parte de un proyecto de investigación que pretende estudiar la Vega de Granada entre el período nazarí y la época cristiana. En el caso de este trabajo, nos centraremos en la zona al norte de la ciudad. Entendemos, por tanto, que sea un punto de partida dentro de una investigación que abarque toda la Vega de Granada y estudie sus cambios entre la tardoantigüedad y la Edad Moderna. Nos vemos así obligados a acotar las zonas de estudio ante la vastedad del tema.
Partimos, en cualquier caso, de una cuestión de gran importancia en los estudios arqueológicos: continuidad y discontinuidad. Como señalaba Martin Bell (1989: 269), “a vast literature examines these processes from such varied perspectives as those of artefact typology, art history, settlement morphology, place names and historical sources”. Es decir, la arqueología ha intentado acercarse a las transformaciones que tuvieron lugar en las sociedades pasadas a través de muy distintas técnicas. Esto plantea la necesidad de aunar esfuerzos entre disciplinas y el uso de una metodología suficientemente amplia.
Por otra parte, estos estudios plantean un problema fundamental, la división artificial de la historia en distintos periodos (alta Edad Media, baja Edad Media, Edad Moderna, etc.) lo cual ha llevado a muchos investigadores a homogeneizar dichos periodos en su interior y acentuar las diferencias en el paso de uno a otro. En el caso que presentamos aquí ha habido dos tendencias fundamentales, la que afirma una continuidad casi total entre el periodo nazarí y el dominio castellano, al menos en un primer momento (Ladero Quesada 1989), y la que señala un corte abrupto y radical entre ambos (Trillo San José 2000). Como intentaremos exponer, los procesos históricos son demasiado complejos como para explicar esta etapa en términos unívocos de permanencia o cambio. Al contrario, tanto continuidad como discontinuidad están presentes en cualquier período de la historia.
Como ejemplo planteamos el estudio de las acequias y el de algunas fuentes escritas (principalmente crónicas nazaríes y castellanas y libros de Apeo y Repartimiento), donde a pesar de una aparente continuidad material nos encontramos con una evidente discontinuidad en las mentalidades. La comprensión del medio físico ha cambiado, aunque éste no lo haya hecho. La explicación más sencilla es el cambio político y la llegada de nuevos contingentes de población con tradiciones y cultura diferentes a la autóctona. Sin embargo, dicha explicación obvia varias cuestiones como son la permanencia de población musulmana (después moriscos) hasta, al menos, 1571 (3) ; y en segundo lugar, hasta qué punto incidirían los cambios políticos en la sociedad, especialmente en áreas rurales.
Dentro de la Vega, la zona al Norte de la ciudad de Granada es la que posiblemente cuente con un mayor volumen de fuentes históricas, siendo de especial relevancia los pleitos de los siglos XIV y XV, conservados gracias a su traducción e inserción en nuevos pleitos durante los siglos posteriores. La importancia que se le ha otorgado a dichos documentos debe ponerse en relación con la ínfima cantidad de textos que se han conservado de época medieval.
En consecuencia, es necesario desarrollar un estudio desde la arqueología del paisaje, utilizando toda la información a nuestro alcance e intentando generar un corpus de datos amplio. Planteando, en definitiva, hipótesis que puedan ser cotejadas con otras zonas dentro de la Vega de Granada.
2. Metodología
Los estudios del paisaje, ya se realicen desde una u otra disciplina (antropología, geografía, historia, arqueología...), plantean la utilización de fuentes diversas como son la cartografía histórica y actual, fotografía aérea, fuentes escritas, prospección y excavación arqueológica, además de la información que puedan proporcionar otras ciencias. En definitiva, se trata del uso de todas las fuentes disponibles para intentar reconstruir los paisajes históricos (Muir 1999).
Dicha metodología ha sido empleada en este estudio, dentro de nuestras posibilidades y las fuentes disponibles. En este sentido, un amplio volumen de obras referidas a la zona han sido consultadas, así como los documentos originales, cuando ha sido posible. La cartografía y fotografía aérea es siempre de gran utilidad, especialmente para la reconstrucción de espacios que han desaparecido completamente en los últimos 50 años. Asimismo, algunas visitas destinadas a un reconocimiento superficial del área fueron realizadas; en su mayoría para comprobar con desolación como el paisaje está siendo destruido sin paliativos en toda la Vega de Granada.
3. Geografía e historia de la Vega
Las referencias históricas a la región son abundantes en los autores árabes y los cronistas cristianos. Por otro lado, las especiales características de la Vega en particular, y del antiguo reino de Granada en general, se prestan a un estudio geográfico minucioso. No obstante, historiadores y arqueólogos se han apoyado siempre en el trabajo de Mª. C. Ocaña (1974); un estudio fundamental para iniciar la investigación, y en el cual también nos hemos basado para este trabajo, pero que sin duda, debería ser enriquecido y ampliado por parte de los propios geógrafos. Dado que las referencias son abundantes en trabajos de tipo histórico, daremos aquí únicamente unas pinceladas acerca de la zona.
La Vega de Granada es una llanura bastante elevada, situada en la denominada Depresión de Granada, parte del surco intrabético separador de los Sistemas Subbético y Pennibético (Ocaña Ocaña 1974: 10-12). Su situación en medio de dichos sistemas le confieren unas características topográficas especiales; no en vano, será la zona con mayor densidad de población en los siglos finales de la Edad Media. Por otro lado, la propia ciudad de Granada se encuentra dentro de la Vega, y debemos recordar que serán los últimos enclaves conquistados por Castilla (Ladero Quesada 1989). En cualquier caso, es difícil achacar la pervivencia del Reino Nazarí a las “peculiares características fisiográficas del espacio ocupado por el Reino” (Bosque Maurel y Ferrer Rodríguez 2000: 20-21). Como se ha resaltado en diversas ocasiones (Ladero Quesada 1989; Malpica Cuello 2003-04), las condiciones políticas, económicas y sociales de la época contribuyeron a la existencia del reino Nazarí durante más de dos siglos.
En segundo lugar, la zona de la Vega está bien irrigada por el río Genil, que cruza la misma de este a oeste. Como señala Ocaña (1974:17): “el drenaje de la Depresión a través de la única salida por el desfiladero de Loja le ha obligado a ordenarse por un tronco único que es el Genil. [...] La disposición regular de las sierras en torno al área deprimida, convierten a su fondo en un nivel de base común al que confluyen las aguas de las vertientes que dominan la depresión”; y añade: “Esta red, muy jerarquizada, tiene como eje fundamental al río Genil, el más caudaloso y más regular por su parcial alimentación nival”. La importancia del Genil ha dejado en un segundo plano otros cauces que vertebran igualmente el territorio.
La mayor parte del agua se encuentra en la zona occidental de la Vega debido a la división que supone el diapiro de arcillas del Keüper (Ibid: 18). Una frontera que compondría un medio árido y seco en el oeste y húmedo en la zona oriental. No obstante, la construcción de acequias cambió esta división permitiendo una llegada mayor de agua a la zona oriental.
La construcción de dichas acequias configuró el medio físico alterando todo el ecosistema (Malpica Cuello 1997). Aparte de las propias acequias, el elemento más visible son las terrazas de cultivo, fundamentales para comprender la irrigación y la explotación de los recursos naturales.
En otro orden de cosas, la investigación histórica acerca de la Vega es, como señalamos al principio, bastante desigual. Recientemente se le han dedicado dos tesis en las que queda de manifiesto el largo camino que aún queda por recorrer (cf. Román Punzón 2004; Carvajal López 2008). En este sentido, la época clásica ha sido poco estudiada, así como la tardoantigüedad; la alta Edad Media empieza a ser un poco mejor conocida (Malpica Cuello 2006), pero en cualquier caso, los siglos XI al XIII han sido los grandes olvidados en la investigación.
Dentro de nuestro estudio, pretendemos abarcar, en la medida de lo posible, la situación anterior al Reino Nazarí. Sólo de este modo es posible el estudio de las transformaciones que avienen en el paisaje puesto que, en muchos casos, no es posible apreciar cambios en el medio físico, el poblamiento o la explotación de los recursos. Como han demostrado algunos estudios (Barker 1995), el paisaje sufre transformaciones a largo plazo. En otras palabras, un periodo de tiempo de tres o cuatro siglos puede ser relativamente corto si observamos el medio; sin embargo, a la luz de los acontecimientos históricos es obvio que la sociedad sufre una transformación lenta pero continua.
¿Es posible, entonces, estudiar transformaciones en el paisaje en un periodo de tiempo tan breve? Como ya hemos señalado, el paisaje no es únicamente el medio físico; más bien, como lo define Wylie (2006: 215) se trata de: “the entwined materialities and sensibilities with which we act and sense […] the creative tension of self and world”; es decir, el paisaje es materialidad, pero también es inmaterial. Aunque parezca un juego de palabras, tanto naturaleza como cultura se encuentran unidas en el concepto de paisaje. Del mismo modo que el ser humano transforma el medio que habita, es modificado por él; por tanto, estudiar las transformaciones en el paisaje significa comprender los cambios que se producen en las sociedades y su relación con el entorno.
Por consiguiente, y respondiendo a la pregunta anterior, es posible estudiar cualquier paisaje, y en el caso de épocas históricas contamos además con un volumen de información mucho mayor que en etapas anteriores. Para el caso concreto que nos ocupa hemos decidido centrarnos en dos elementos: la red hidráulica y las fuentes escritas. La razón de dicha elección radica en la información (aparentemente distinta) que pueden darnos; la relativa facilidad para su acceso, y la posibilidad de contrastar dos esferas: materialidad y mentalidades.
Otros elementos serán incorporados al estudio más adelante y en la medida de lo posible. La información procedente de la geomorfología, arqueozoología, ceramología, y un largo etc. será fundamental para aclarar determinadas preguntas que han surgido a raíz de esta investigación. Recordemos que nuestra intención aquí es establecer unos presupuestos de partida, y especialmente conjugar el gran volumen de datos dispersos que existen sobre la zona analizada.
Respecto a la periodización y análisis histórico de la Vega de Granada remitiremos a los estudios realizados por Salvador Ventura (1988) para la tardoantigüedad, Malpica Cuello (2006) y Carvajal López (2008) para época altomedieval; Malpica Cuello (2003-2004) y especialmente Jiménez Puertas (2009) para el período bajomedieval y el área de la sierra de Alfaguara en particular.
4. Perspectivas para el estudio del paisaje
El paisaje lleva implícitas las contradicciones que conlleva su creación, y por tanto, el estudio del mismo no pretende establecer modelos ni buscar la objetividad, más bien comprender lo impredecible de nuestra relación con el mundo.
“It is through our experience and understanding that we engage with the materiality of the world. These encounters are subjective, predicated on our being in and learning how to go on in the world. The process by which we make landscapes is never pre-ordained because our perceptions and reactions, though they are spatially and historically specific, are unpredictable, contradictory, full of small resistances and renegotiations. We make time and place, just as we are made by them.” (Bender 2001: 4. La cursiva es de la autora)
Por otra parte, cuando estudiamos el transcurso de la historia tendemos a subrayar las diferencias y a enfatizar los cambios (generalmente en lo político). Esto nos permite creer que los períodos en los que la historiografía ha compartimentado la historia reflejan la realidad del pasado (vid. 1). Divisiones como las de Tardoantigüedad, Alta Edad Media o Edad Moderna (también utilizadas en este trabajo) se ven como periodos bastante homogéneos en su interior pero muy diferentes entre sí. Un ejemplo claro es el paso de la Baja Edad Media a la Edad Moderna, generalmente visto como el paso de una etapa oscura aunque con ciertos avances, a otra de gran relevancia para la historia de la humanidad. Un momento revolucionario, por tanto, y de gran transcendencia en todos los ámbitos.
El caso de la Vega de Granada, refleja esta tendencia a acentuar las diferencias en el tránsito (marcado por la historiografía) de un periodo a otro. Los distintos estudios han variado, en este caso, dependiendo de los autores, y especialmente del período que investigasen. En las últimas dos décadas, la interpretación se ha basado en el cambio radical que supone la conquista cristiana (Trillo San José 2004). No obstante, diversos investigadores del período post-medieval han acentuado la continuidad en este proceso (Barrios Aguilera 1985).
En cualquier caso, como hemos referido más arriba, los términos de continuidad y discontinuidad se encuentran unidos si pretendemos analizar la historia de forma global. Mientras que la continuidad se ha visto en determinadas estructuras materiales, economía y hacienda (Álvarez de Morales y Jiménez Alarcón 2001), la discontinuidad la acentuaban los cambios políticos y sociales.
En los párrafos siguientes analizaremos la distribución del agua antes y después de la conquista, especialmente desde la llamada arqueología hidráulica; así como la percepción de los paisajes que tienen tanto la sociedad nazarí como la castellana.
5. Acequias y alquerías: Conflictos y complejidad
Desde el trabajo iniciático de Wittfogel (1957) el tema de la hidráulica y sus manifestaciones en la sociedad ha cambiado de manera ostensible. Basado principalmente en las teorías de Marx y Engels, su postulado principal afirmaba que la intensificación coordinada de la agricultura irrigada lleva al control centralizado del Estado (Price 1994). No obstante, Maas y Anderson (1978) y especialmente Glick (1970) cambiaron esa visión estatalista de la agricultura de regadío y contribuyeron en gran medida al interés que suscitó el tema entre historiadores y arqueólogos (una revisión bibliográfica de las primeras décadas de trabajo puede verse en Glick 1990; 1991; 1992).
Los trabajos de Barceló (1983; 1989) fueron para el caso de al-Andalus, los primeros que establecieron una teoría y una metodología, mantenida hasta hoy (Kirchner y Navarro 1994; Jiménez Puertas 2007). Por tanto, teniendo en cuenta el amplio volumen de estudios realizados sobre este particular obviaremos la discusión acerca del mismo, y remitiremos a los autores previamente mencionados.
5.1 Aynadamar
Como sucede con gran parte de la zona que aqui estudiamos, sobre la acequia de Aynadamar han versado infinidad de estudios, quizá demasiados. Sería imposible enumerar tan siquiera una parte de la gruesa bibliografía que, desde diversas disciplinas, se ha generado, o simplemente ordenar todas las ideas que acerca de la acequia se han vertido. Los avatares de la investigación, a pesar del volumen de la misma, permiten que sean muchas las preguntas que aún nos quedan sobre la acequia. Los datos con que contamos son reducidos, y en muchos casos no se podrá dar respuesta a determinadas preguntas. Un buen ejemplo es el origen de la propia acequia; pese a que en nuestro caso nos centremos en el periodo nazarí y la primera época castellana, es interesante traer a colación este caso que refleja por un lado la ideologización y politización del discurso histórico, y por otro la imposibilidad de responder a muchas cuestiones.
El debate divide a los partidarios de un origen romano para la acequia y a los que afirman que fue construida en época islámica, posiblemente en el siglo XI. Cabe observar que la discusión repite el esquema de aquella mantenida desde los años 80, cuando Butzer et al. (1988) entre otros sostuvieron la teoría de unos orígenes romanos para los sistemas hidráulicos de la Península Ibérica, recibiendo importantes críticas de investigadores como Barceló (1989) quien criticaba lo simplista de una idea que se basaba en la tecnología con que contaban ambas sociedades .
En cualquier caso, a la luz de los datos disponibles, parece difícil sostener un origen romano para la acequia de Aynadamar; no obstante, en ausencia de una datación absoluta, ahondar en este tema supone únicamente alimentar un debate ideologizado acerca de los propios orígenes de la ciudad de Granada (Malpica Cuello 2000).
La acequia de Aynadamar riega una amplia zona al norte de la ciudad de Granada, desde su nacimiento en la fuente del mismo nombre, también conocida como Fuente Grande (Barrios Aguilera 1983: 76) hasta su entrada en la ciudad, en el conocido barrio del Albayzin. Un reciente estudio analiza detalladamente la morfología de la acequia (García Pulido 2008), y pese a que no estemos de acuerdo con alguna de las conclusiones que se extraen, son necesarios los estudios de este tipo, para contrastar la información que tenemos de otros sistemas hidráulicos (Jiménez Puertas en prensa)
Como señala el Apeo de 1575 (Barrios Aguilera 1984: 47), la ciudad de Alfacar, donde se sitúa la Fuente de Aynadamar, no recibe aguas de la misma, en las palabras del propio Apeo: “ningund aprovechamiento tiene el dicho lugar (de Alfacar), en su término, porque ba a la ciudad de Granada”. En este sentido, el abastecimiento de Granada en detrimento de Alfacar sugiere una jerarquía espacial deliberada en la que sería la propia ciudad posiblemente la que hubiese organizado los regadíos de la zona, y redirigido en su beneficio aquellos ya existentes, aparte de una probable fundación de Alfacar posterior a la construcción de la acequia.
El impacto de Aynadamar en el paisaje lo sugieren los mismos relatos de poetas y viajeros en época medieval y moderna. Quizás el más importante de ellos, en el siglo XIV, fuese Ibn a-Jatib, el famoso cronista lojeño. Sus descripciones y consideraciones acerca de la Vega son fundamentales para acercarnos a los paisajes medievales de la misma. Recoge Simonet (1979: 69) alguno de sus comentarios sobre la zona de Fuente Grande, así como la del poeta Ibn Battuta
“dice [Ibn Battuta] que Ain Addamai [Aynadamar] era uno de los parages mas encantadores de aquellos contornos, y aun de todo el orbe, siendo un monte amenísimamente cubierto de huertas y vergeles. Ibn Aljathib dice que este lugar de recreo estaba cerca del monte de Alfajar, hoy Alfacar, y era un paraje delicioso con suavísimo y templado ambiente, huertos placenteros, floridos jardines, aguas dulces y copiosas, suntuosos aposentos, numerosos alminares y casas de sólida construccion, plantíos de yerbas aromáticas y otras delicias”
Las crónicas de autores castellanos inciden en esa idea de belleza; algunos, como es el caso de Henríquez de Jorquera (1987: 41) nos han legado la idea de un lugar cuasi paradisiaco en el que las actividades productivas parecen casi anecdóticas frente a lo arrebatador del entorno:
“Conducese esta acequia pura y cristalina sin otras mixturas, por la falda desta encumbrada sierra por grandes bueltas y rodeos, cabeceando viñas a quien raices refresca y por artificiosas alcantarillas atrabeçando cañadas, a el lugar de Viznar, que en ameno y agradable sitio tiene su asiento, de saludable verno y dandole de bever y a sus molinos corriente, prosigue al mediodia, tal vez ocultandose por las entrañas de floridos cerros que por cavernosas minas le dan paso al aminismo fargue, pensil famoso de çaçonadas frutas, y ya descubiertos sus líquidos cristales, visitando primorosas alcalinas de los carmenes, quintas y retiros de la famosa Ynadamar”
No obstante, como señalamos más abajo, la percepción del medio es fundamental para entender el paisaje, y en este sentido, nazaríes y castellanos aportan ideas esenciales para acercarnos a la idea que tienen del mismo y comprender mejor su creación, organización y transformación en el período que nos ocupa.
Es fundamental comprender que la acequia de Aynadamar es algo más que una obra de ingeniería hidráulica para transportar el agua. La acequia es un símbolo físico y abstracto de una organización social concreta, lo cual supone una lógica concreta en la distribución del agua (Barceló 1999), que evidentemente será modificada cuando las estructuras sociales que la sostienen cambien. En este sentido, la llegada de los castellanos es un claro ejemplo de ese cambio, pues mientras las estructuras físicas se mantienen, y de hecho se legisla para que perduren sus usos, la mayor parte de los “nuevos” pobladores no entiende dichos usos. Esta incomprensión implicará un reparto de los territorios sin tener en cuenta la distribución del agua, y en consecuencia un cambio de gran importancia. Hasta qué punto podrán los castellanos readaptar y utilizar la red de acequias, y cómo repercutirá dicha readaptación en el paisaje son cuestiones que debemos dilucidar.
La lógica en la distribución del agua queda patente en los repartos de las mismas, que conservamos con respecto a Aynadamar (Garrido Atienza 2002; Trillo San José 2004), el Beiro (Quesada Gómez 1988; Álvarez de Morales y Jiménez Alarcón 2001) o el Genil (Jiménez Puertas en prensa) por poner tres ejemplos conocidos. En el caso de Aynadamar parece claro que tanto el agua como la acequia no son propiedad privada, aunque el poder de los guardas que la distribuyen pueda plantear lo contrario. En otras palabras, aunque en su origen la acequia estuviese regida por principios comunales (lo cual tampoco es seguro), parece obvio que desde época nazarí es la ciudad de Granada, y más concretamente algunos individuos los que controlan el uso de su agua. Y en segundo lugar, como señala C. Trillo (2004: 278) “tal vez Aynadamar se construyó para la ciudad [de Granada], haciendo un débito a Víznar.” Esta afirmación se basa en que el punto final de la acequia son los aljibes situados en el Albayzin, los cuales según el reparto de aguas que recoge la propia C. Trillo (2004: 281, partiendo de los documentos que estudiara Jiménez Romero (1990), así como los documentos que presentó Garrido Atienza en 1902, en su conocido libro Las aguas del Albaicín y Alcazaba, reeditado en 2002) son el objetivo fundamental de la acequia. Esto nos lleva a pensar también en la situación de Víznar y porqué la acequia toma esta dirección, en lugar de seguir un trayecto más directo. La única respuesta plausible es que Víznar existiese antes de la construcción de la acequia, y que la ciudad de Granada se viera obligada a pactar con la alquería para que le ayudase en la construcción, a cambio de una parte (pequeña) del agua.
Las tierras que regaba la acequia antes de llegar a la ciudad se dividen en distintas alquerías y pagos, tal y como son enumeradas en diferentes documentos (Garrido Atienza 2002; Barrios Aguilera 1985); de especial interés es el dibujo que contiene el Apeo de 1575 (Barrios Aguilera 1985) en el que se recogen los diferentes Pagos que regaba la acequia, desde Víznar, pasando por el pago de Mora, el Fargue, Almachachir, Aynadamar y Mafrox. Cada uno de proporciones distintas, siendo posiblemente el de Aynadamar el más importante. Pese a las indicaciones que encontramos en los documentos, y la posibilidad de hacer un estudio sobre el terreno, sólo recientemente se han definido los posibles límites de estos pagos (García Pulido 2008).
La dificultad que plantea la distribución del agua de Aynadamar no es tanto topográfica como social. Es posible constatar que aparte de la distribución semanal, que estaba más o menos reglada, existían una serie de derechos por parte de otras zonas como el Beiro, que recibía un alquézar a la semana, aparentemente en época estival; o individuos particulares, quienes habían comprado algún turno mensual. Por otro lado, algunas tierras eran vendidas con acceso al agua mientras que otras no, y los propios dueños podían, dependiendo de la tierra que poseyeran, vender su turno o no. Finalmente, existía en la acequia de Aynadamar la posibilidad de comprar algún turno que no estuviese previamente repartido, lo cual demuestra además, el amplísimo caudal que surgía de Fuente Grande. Todo esto nos lleva a la conclusión de una distribución del agua que no se establece en un único momento, sino que evoluciona a la vez que el territorio. Como señala M. Jiménez (en prensa) refiriéndose al concepto de diseño de los sistemas hidráulicos establecido por M. Barceló,
“Este concepto permite entender que los sistemas de regadío han sido concebidos desde un principio, lo que no quiere decir que una única estructura existente en la actualidad corresponda al mismo momento, ya que es posible detectar en determinados caso un núcleo inicial y unas adiciones posteriores, cada cual con un diseño propio correspondiente a una fase cronológica diferente.”
Este hecho queda de manifiesto en el caso de Aynadamar, donde algunos canales que surgían de la acequia pudieron construirse mucho después de la construcción original de la misma, irrigando así parcelas de nueva creación. Lo cual pone en evidencia el crecimiento del área periurbana y la puesta en cultivo de un espacio cada vez mayor, al menos durante el periodo nazarí, aunque muy posiblemente desde la misma construcción de la acequia.
El último punto que señalaremos con relación a Aynadamar es el de las prácticas especulativas por parte de la aristocracia de la ciudad de Granada. En primer lugar por la apropiación de las aguas que pertenecerían al Beiro por parte de los guardas, y en segundo lugar, el arrendamiento por parte de algunos individuos de terrenos que serían irrigados sin contar con turno establecido, una práctica basada en la pérdida de agua durante la limpieza de la acequia. Garrido Atienza (2002: 59-60) señala a este respecto un documento de época moderna, aunque podemos entender que en época nazarí se produjese algo parecido.
“agunos (sic) veyntiquatros y personas que tenian mano en (la acequia) y que solian ser Juezes en lo tocante á las aguas auían comprado aciendas en las partes donde se derribaba el agua, quando la quitaban á la dicha acequia para limpiarla: y tomando ocasion desto, los que avian arrendado la dicha acequia, y el administrador y sus tenientes, por sus particulares intereses, en notables perjuicio de los dueños á quien pertenecia la dicha agua, y de los pobres, la vendia como querían, sacando mayores ganancias quanto más se dilataban los días de la dicha limpieza” (Garrido Atienza 2002: 59-60)
5.2. El río y la alquería de Beiro
La alquería de Beiro es un lugar de obligada referencia dentro de este estudio. La localización exacta de la ciudad es, a fecha de hoy, desconocida, aunque estudios recientes sugieren que debe encontrarse entre la zona de Casería de Montijo y el actual cercado bajo de Cartuja (Jiménez Puertas 2009). Un análisis espacial que parta de una localización inexacta, sin embargo, nos lleva a una excesiva dependencia de las fuentes escritas (Malpica Cuello y Trillo San José 2002). Por tanto, situar los límites de la alquería y su pago de forma más o menos precisa, se convierte en una parte fundamental para avanzar en el conocimiento del área periurbana de Granada. Para ello nos hemos basado en fuentes disponibles, entre las que se encuentran: el Apeo de Loaysa, estudiado por M. Barrios (1985), realizado en 1575 y donde se agrupan para su posterior reparto las tierras que regaba Aynadamar (vid supra) y la propia alquería de Beiro.
Un conjunto de documentos, romanceados en el siglo XVI a raíz de una disputa por el uso del agua (A.M.G. leg. 3429, pieza 3). En dicho documento se romancean otros de época nazarí, de especial relevancia para el estudio del Beiro y Aynadamar. Tres de los textos árabes romanceados fueron publicados por Mª Dolores Quesada (1988); mientras que el grueso de estos han sido objeto de otra publicación más reciente (Álvarez de Morales y Jiménez Alarcón 2001). Han sido analizados, además, en diversas ocasiones por C. Trillo (cf. 2000-01; 2003; 2004). Por otro lado, la información que nos aportan dichos documentos es esencial para comprender el tránsito de la época nazarí a la castellana, entre otras cosas demuestra el afán por mantener la red hidráulica y su uso, puesto que se esgrimen derechos establecidos en época nazarí como argumento para la utilización del agua tras la conquista
“Solo tienen el derecho y posesion [del agua] los que son herederos de la Alquería [de Beiro], y no los de el pago, conforme a los títulos y escrituras aravigas que presentaron” (A.M.G. Leg 3429, pieza 3, de otra mano, catalogación del siglo XVI) [Cuando habla de las escrituras se refiere a “syete escrituras escritas en pergamino de cuero en letra araviga las dos a las espaldas de las otras e fyrmadas cada una dellas de ciertos alfaquíes escribanos publicos e autoridazas de cadis” (Álvarez de Morales y Jiménez Alarcón 2001: 73)]
Otro documento que nos aporta datos muy relevantes respecto a la localización exacta de la alquería es un pleito del siglo XIX entre dos familias (Gaceta de Madrid 06/10/1866), de nuevo respecto al uso de las aguas. Es interesante comprobar que la alquería posiblemente desapareciese en el siglo XVII, y pese a que las disputas derivadas de los derechos sobre el agua se han mantenido, no ha ocurrido así con las fronteras o las propiedades dentro de la misma.
En tercer lugar, son fundamentales tanto los mapas históricos como la fotografía aérea, especialmente el conocido vuelo americano de 1956. Gracias a estos datos hemos podido suplir mínimamente la práctica imposibilidad de un trabajo arqueológico, dada la transformación que ha sufrido toda esta zona de la ciudad.
Gracias a uno de los documentos mencionados conocemos la distribución de aguas que se firmó en 1334 y se ratificó hasta diez veces durante los siglos XIV y XV (Malpica Cuello y Trillo San José 2002). A pesar de desconocer el porqué de este documento, es decir, cuales son las razones de su origen, sí podemos señalar que su mantenimiento responde a la pérdida de derechos tradicionales con que debió contar la alquería. Una situación que a partir del siglo XIV será muy distinta, y quedaría el lugar supeditado al crecimiento de la ciudad de Granada, así como al control de la acequia de Aynadamar.
De hecho, una cédula real (5) dictada por Muhammad VIII, y otra de Muhammad IX ordenaban “que no se les quite el agua a los señores de viñas y herederos de la alquería del Beiro por parte de los guardas y de los que tienen cargo de la acequia de Aynadamar” (Álvarez de Morales y Jiménez Alarcón 2001:72). No sabemos, en este caso, si la acequia de Aynadamar estaba robando agua al río directamente (cómo se puede comprobar en el mapa, había varios puntos para hacerlo), aunque no tendría mucho sentido teniendo en cuenta el escaso caudal que llevaría el río. O bien, como sugiere la situación posterior a la conquista, no dándole el agua que le pertenecía (un alquézar a la semana). Según el Libro de Apeo, un día a la semana las tierras del Beiro y Almanjayar recibirían agua de Aynadamar, y esto era “cosa pública y notoria, y usada y guardada de tiempo inmorial a esta parte....” No obstante las cédulas reales parecen sugerir un robo directo del agua del río Beiro, que correspondería a los propietarios de la alquería de Beiro.
6. La percepción de los paisajes
Ya hemos resaltado la importancia de entender que materialidad y mentalidad están íntimamente ligadas. Como apunta Ingold (2007) muchos académicos han tendido a desligar ambos conceptos, posiblemente de manera no intencionada, pero algunos estudios de cultura material se refieren a lo material sin hacer mención a la propia materia. En el caso del paisaje, igualmente, necesitamos analizar el medio físico, así como su ocupación, en el sentido más subjetivo del término. Es a través de la información que nos brindan la literatura y las crónicas como podemos construir ideas como las de identidad y espacio (Bender 1993; 2006).
El presente punto surge principalmente a partir de dos artículos. El primero de B. Bender (1993) en el que analiza una serie de cuestiones que entendemos como fundamentales. Por un lado, la creación de las identidades (individuales y colectivas) a partir de la conformación del paisaje. Por otra parte, la continua remodelación de paisajes e identidades dentro de un marco de transformaciones generales, como pueden ser las migraciones, cambios en el sistema político, economía, etc. El segundo artículo, y en el que haremos más hincapié es de A. Malpica (1996), acerca de la diferencia entre el paisaje visto y el vivido. En dicho artículo encontramos varias ideas fundamentales como el que las gentes que habitan y conforman los paisajes del sureste que estamos analizando son diferentes a los cronistas castellanos y viajeros que los describen, así como a los “nuevos” pobladores que llegarán tras la conquista.
Las descripciones, crónicas, cartas de viajeros, etc., nos permiten un acercamiento a la Vega desde muy distintas perspectivas, desde las semblanzas poéticas de al-Jatib a descripciones más asépticas de algunos cronistas castellanos. Son especialmente interesantes los textos que recopilara García Mercadal (1999) sobre los viajeros que visitaron la península “desde los tiempos más remotos hasta fines del siglo XX” como reza su título.
La propia toponimia nos permite acercarnos a la percepción del paisaje. En el interesante estudio de Jiménez Mata (1990) se recoge, entre otros, el topónimo que en época andalusí se utilizaba para referirse a la Vega: al-Fahs, el cual de acuerdo con Yaqut (cit. Jiménez Mata 1990: 77) hace referencia a “toda región habitada, sea llana o montañosa, con tal de que sea terreno cultivado”. Esta cita enfatiza la importancia de la agricultura para los musulmanes, lo cual se reafirma con la lectura de algunos párrafos de Ibn al-Jatib
“No hay, en fin, en torno de aquel recinto [Granada] espacio alguno que no esté poblado de jardines, de cármenes y de huertos. Pues en cuanto al terreno que abarca la llanura que se extiende en lo bajo, todo son almunias de gran valia y de tan excesivos precios que ninguna de ella podria pagarla sino un príncipe, habiendo algunas que producen cada año una renta de quinientos dinares. [...] Esta prosperidad alcanza igualmente á todas las alcarias y terrenos que poseen los súbditos, colindando con las propiedades del sultan, pues se ven por do quiera campos dilatados y alquerias pobladas, habiendo entre ellas algunas muy extensas y habitadas...” (6) (Simonet 1979: 79-80)
La agricultura, además, estaba ligada a la irrigación, como ha señalado A. Malpica en varias ocasiones (en prensa). Una unión que evidentemente no existía en Castilla y que parece perderse de manera radical tras la conquista, como demostraba J. A. Luna en su estudio acerca de las alquerías de la Vega (Luna Díaz 1988). Algo que debemos plantearnos es si realmente los cultivos de secano carecían de importancia en época nazarí (e incluso anterior) o si hemos enfatizado demasiado el regadío por sus especiales características y las referencias laudatorias que encontramos en las fuentes escritas. En cualquier caso, algunos cultivos, como ya señalaba Watson (1983:220) necesitaban del regadío para poder introducirse
“Without improvement in the extent and quality of irrigation, the new agriculture could not, as we have seen, have been diffused on a significant scale. […] A leading role was played by the State. Not only did it finance the repair of some of the large-scale irrigation schemes […] but it also undertook new schemes.” And he added: “However, for medium-sized and smaller projects the initiative was often private.”
Sin embargo, algunas investigaciones recientes (Jiménez Puertas, comunicación personal) están demostrando que cultivos como el cereal tenía una importancia mucho mayor de lo que se imaginaba. Se trataría, no obstante, de tierras que recibirían algo de agua, pero no al mismo nivel del regadío.
Es posible, por tanto, que los propios autores árabes generen un paisaje al idealizar el mismo en el que estaban inmersos. Se observa cierta tendencia a resaltar las cualidades de la tierra que habitaban, llegando en algunos casos a resultar una recreación de un paraíso terreno. En el caso de Aynadamar, Cabanelas (1979) recogió en un breve artículo diversos poemas acerca de la zona donde se observa de manera clara la idealización del paisaje. Se trata de poemas recogidos por el propio Ibn al-Jatib, quien habla de la zona arrobado por su belleza
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“Su situación es maravillosa, con huertos admirables, verjeles sin par en cuanto a la templanza de su clima, la dulzura de su agua y el panorama que se divisa. Allí existen alcázares bien protegidos, mezquitas concurridas, suntuosas mansiones, casas de sólida construcción y verdeantes arrayanes.”
A esta visión paradisíaca se le unen los poemas de otros autores, como el de al-Maqqari (modificando uno de Abu-l-Barakat):
“1.—«Deja que corra el llanto de mis ojos; la separación de Ayn al-Dam’ ha hecho detenerse mi sangre.
2.—Alli las aguas gimen con tristeza, como el gemido de aquel cuyo corazón ha sido arrebatado.
3.—Allí los pájaros cantan las melodías de [Ishaq] al-Mawsili y me recuerdan el tiempo de mi juventud.”
Como podemos comprobar, la visión de los nazaríes, se encuentra en estrecha conexión con la tierra, el medio físico. La llegada de contingentes de población cristiana tras la conquista cambiará el acercamiento al medio. El uso y gestión de los recursos naturales estaba cambiando y por tanto la conexión entre ser y lugar se rompería (Low y Lawrence-Zúñiga 2003). Frente a este contexto no es posible hablar de continuidad en los paisajes, sin embargo, en tanto que se llevaron a cabo diversos intentos por mantener la estructura económica nazarí y ciertos elementos como la red hidráulica, son muchos los autores que han sugerido una continuidad “casi total” (Álvarez de Morales y Jiménez Alarcón 2001: 59).
En otro orden de cosas, es interesante constatar la visión que los cristianos tenían de los musulmanes. Ésta se había consolidado a lo largo de ocho siglos de hostilidades; basta observar la mención que hacen los cronistas cristianos (por ejemplo: Alonso de Palencia (1998); Fernan Pérez de Guzmán (1953) o Andrés Bernáldez (1962); entre muchos otros.) Por otro lado, mientras la guerra era un factor fundamental en la sociedad cristiana preninsular ( y podríamos decir europea), para los musulmanes que habitaban el sureste peninsular a finales de la Edad Media se trataba de una actividad secundaria. Como bien recoge A. Malpica (1996: 41), las crónicas describían a los “moros” yendo de camino al campo, dejando sin defensa las ciudades. Las palabras del Condestable Iranzo, citadas en dicho artículo presentan un “suceso acaecido en 1463 en la villa fronteriza de Montefrío” (Ibid), dejando constancia de la sorpresa que producía en los castellanos ver que no existía una férrea defensa de las ciudades: “Y como el día que claro facía de sol e buen tienpo todos los moros yvan al canpo, a sus lauores, que no quedauan en toda la villa sinó a los viejos que no podían trabajar e las mugeres...” (Ibid). Esta opinión, sin embargo, contrasta con la que recoge Simonet de al-Jatib (Simonet 1979: 83), “Es costumbre de los habitantes de esta ciudad el trasladar al campo su domicilio para pasar la pascua del Asir [...] si bien yendo prevenidos y confiados en su valor y en sus armas por la cercanía del enemigo, y no apartando sus ojos de los confines del país”.
Pero, centrándonos para terminar en la zona que nos ocupa, es notable que incluso tras la conquista, encontremos descripciones como la antes citada de Henríquez de Jorquera (5.1), o las muy conocidas de viajeros extranjeros como Jerónimo Münzer o Andrea Navagero. Permiten sus descripciones reafirmarnos en la idea de un paisaje que sorprende a aquellos que no lo habitan. Münzer, por su parte, se sorprende de todo aquello que ve, desde el urbanismo propio del mundo andalusí, a las ceremonias, y especialmente el manejo del agua que habían mantenido los musulmanes (Malpica Cuello 1996; García Mercadal 1999: vol.1, p. 334). Navagero, por otro lado, escribe aproximadamente treinta años después, aportando una visión que, pese a lo poético de la misma, contiene cierta melancolía en la observación del medio, y más concretamente en los cambios que se habían producido tras la partida de los moriscos (al menos de un gran número de ellos).
“Toda aquella parte, que está más allá de Granada es bellísima, llena de alquerías y jardines con sus fuentes y huertos y bosques, y en algunas las fuentes son grandes y hermosas, y aunque éstos sobrepujan en hermosura a los demás, no se diferencian mucho los otros alrededores de Granada; así, los collados como el valle que llaman la Vega, todo es bello, todo apacible a maravilla y tan abundante de agua que no puede serlo más.[…] Por todas partes se ven en los alrededores de Granada, así en las colinas como en el llano, tantas casas de moriscos, aunque muchas estén ocultas entre los árboles de los jardines, que, juntas, formarían otra ciudad tan grande como Granada; verdad es que son pequeñas, pero todas tienen agua y rosas, mosquetas y arrayanes, y son muy apacibles, mostrando que la tierra era más bella que ahora cuando estaba en poder de los moros; al presente se ven muchas casas arruinadas y jardines abandonados, porque los moriscos más bien disminuyen que aumentan, y ellos son los que tienen las tierras labradas y llenas de tanta variedad de árboles; los españoles, lo mismo aquí que en el resto de España no son muy industriosos, y ni cultivan ni siembran de buena voluntad la tierra, sino que van de mejor gana a la guerra o a las Indias para hacer fortuna por este camino más que por cualquier otro”
7. Recapitulación
Hemos pretendido en este breve trabajo sintetizar algunas de las ideas y dudas que han surgido en la investigación acerca de la Vega de Granada. Pese a que esta primera aproximación iba dirigida a la zona del Beiro y Aynadamar, hemos intentado englobar esos datos en lo que sería un estudio más amplio de la Vega. De este modo, tanto la aproximación teórica como la metodología se han resaltado en los diferentes puntos aquí expuestos.
Queda subrayada la necesidad de incorporar toda la información posible a un estudio del paisaje, donde además, las transformaciones sufridas en los últimos 50 años hacen muy difícil, si no imposible, el estudio arqueológico. No obstante, no debemos privilegiar los datos de las fuentes escritas (aunque su conocimiento es esencial), y menos aún entenderlo como el único posible.
Señalaremos que hemos intentado desarrollar el estudio de las acequias y el de las fuentes escritas para así poder confrontar las esferas de materialidad y mentalidades. Los resultados parecen claros, pese a que surgen cada vez más preguntas en torno a la propia investigación histórica. Hemos podido constatar que tanto continuidad como discontinuidad son dos elementos presentes en el transcurso de la historia, y por lo tanto, no es posible presentar el estudio de una época concreta como una expresión unívoca de uno u otro. Las acequias, en este sentido, son ejemplos perfectos; frente a una aparente continuidad material, encontramos la discontinuidad en poblamiento y uso de los recursos naturales; ante el abrupto corte que supondría la conquista en términos políticos, se implanta la necesidad de mantener los usos que habían establecido las poblaciones musulmanas, y de este modo, elevar la productividad. Sin embargo, los nuevos pobladores no conocían el uso de las acequias (Malpica Cuello 1996), de hecho, todo para ellos es nuevo. La concepción del paisaje se irá modelando a partir de esas nuevas experiencias, lo cual repercutirá en el medio físico, especialmente teniendo en cuenta que los repobladores partían de paisajes completamente distintos. En definitiva, nos encontramos ante un proceso de paulatina transformación, en el que tanto continuidad como discontinuidad actúan en todas las esferas (sociedad, economía, política, ideología...). Los cambios, pudieron no ser más importantes que los que acaecieran entre los siglos XII-XIII; sin embargo, una vez más, el afán por la periodización de la historia a partir de los acontecimientos políticos nos ha llevado a exagerar una etapa muy específica. No queremos decir con ello que las transformaciones que tuvieron lugar en este periodo no fueran de gran relevancia, todo lo contrario; pero deben ponerse en relación con un estudio mucho más amplio, y entender por qué establecemos un gozne en este momento concreto de la historia.
Esta investigación está, como ya hemos señalado, en una fase preliminar. Debemos intentar responder a preguntas históricas de diversa índole que han ido surgiendo en esta primera etapa, que nos permita, a su vez, comparar los datos e interpretaciones que obtengamos de las distintas zonas de la Vega. No creemos, sin embargo, en el establecimiento de sistemas explicativos; estos únicamente impiden comprender la particularidad de cada caso y estudiarlos así en profundidad. Esperamos poder presentar en breve más resultados que se unan a los que de manera continuada ha desplegado el grupo de Investigación THARG en las últimas décadas y que permitan especialmente contribuir al debate acerca del período nazarí y el posterior dominio castellano.
Notas
(1) Este trabajo ha sido realizado en el marco del proyecto de investigación “El análisis de los paisajes históricos: de al-Andalus a la sociedad castellana” (HUM1496), financiado por la Consejería de Innovación y Ciencia de la Junta de Andalucía y cuyo investigador principal es Antonio Malpica Cuello, catedrático de Historia Medieval de la Universidad de Granada.
(2) Como señala M. Jiménez en sus conclusiones: “la única forma viable de avanzar en la investigación es realizar un análisis de campo y un análisis documental de forma conjunta, debiendo ser muy cautos a la hora de valorar la información sobre espacios respecto a los cuales no tenemos un tipo u otro de información. En decir, en ausencia de trabajo de campo o de información documental, los resultados de un análisis a partir de un único método de investigación nos puede llevar a conclusiones más que dudosas.”
(3) A pesar de la deportación de los moriscos tras el levantamiento que tuvo lugar entre 1568-70, algunos continuaron viviendo en esta zona, aunque su desaparición fue casi total. La expulsión definitiva de la Península se produciría en 1609.
(4) La crítica de Barceló (1989: XXIV-XXV) es bastante más mordaz: “He de confesar mi perplejidad ante el trabajo de K. W. Butzer et alii (1.985) sobre los “agrosistemas irrigados del este de España” que explícitamente vuelve a interrogarse sobre los “orígenes romanos o islámicos”, No entiendo lo que es un “agrosistema, que, sin procesos de trabajo campesinos propiamente descritos y discutidos, parece ser el resultado de una espesa sopa cultural de imposible estratigrafía, un voraz milagro expansionista regido por un código meramente técnico cuyas pulsiones no tienen explicación precisa.”
(5) Aunque el documento utiliza el término “çedula real”, difícilmente pudo dicho término ser empleado en el documento original en árabe, dado que se utilizó únicamente por parte de los reinos cristianos peninsulares a partir del siglo XV
(6) Esta cita de al-Jatib no está exenta de controversia, pues más adelante señala que algunas de estas alquerías “muy extensas y habitadas, donde tienen parte millares de personas y que ofrecen un espectáculo muy variado; así como las hay también que pertenecen exclusivamente á un dueño ó dos. Los nombres de todas ellas pasan de trescientos, y hay cerca de cincuenta con su mimbar para los viernes”. La descripción de al-Jatib se prestaba a entender las alquerías como un núcleo rural muy heterogéneo; podían ser privadas y los habitantes de las mismas variaban enormemente entre una y otra. Por otro lado, existía una clara jerarquía entre las mismas, puesto que no todas tenían una mezquita aljama, donde acudirían los viernes.
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